La cantante lírica rebelada
En su show del Centro Cultural Caras y Caretas, la intérprete propondrá un homenaje a tres figuras que la influyeron: Libertad Lamarque, María Callas y Edith Piaf. “Vengo de la ópera, donde todo es serio, y ahora quiero divertirme”, justifica.
Por Cristian Vitale
Lo arrastraba de antes, pero la sustancia de la oveja gris –que no pudo ser negra– profundizó su perfil. Lo determinó. Verónica Díaz Benavente, actriz y cantante lírica, terminó de romper el cascarón aquella vez (2007) atreviéndose a cantar La Traviata sobre el concierto para bandoneón de Piazzolla. Ya venía en esa senda cuando en Las Tontas –primera obra de su concepción– se aventuró, contra todo lo establecido, a cantar el “Ave María” sobre bases de cuartetazo y cumbia. “Sí, ¿y?, ¿por qué no? Canté el ‘Ave María’ sobre pistas de Rodrigo y Gilda, y después lo transformé en “María de Buenos Aires”. Si te ponés a analizar bien, está todo ligado y aparecen cosas relocas para mezclar estilos a través del humor: está buenísimo. La música, para mí, no es cosa seria”, sigue ella, dribleando preconceptos. En esa línea, el dribling estético, aparece la tercera obra de la saga: Mujeres que cantan, el espectáculo teatral-musical que Benavente estrenará el sábado 1º de agosto a las 20.30 en el Centro Cultural Caras y Caretas (Venezuela 370) y que prevé exponer hasta fines de septiembre, “si es que la gente responde”, se sincera.
Esta vez, se trata de un homenaje a tres de las mujeres que más influyeron en su devenir: Libertad Lamarque, María Callas y Edith Piaf, vistas en cuatro dimensiones (música, teatro, humor y poesía) y sintetizadas en un(a) personaje que la dramaturga creó para la ocasión: Beba Baguet, el gorrión de Mataderos. “Es una mujer de aquellas épocas que viene de París, de un exilio misterioso, y va transitando por las distintas mujeres: a través de ella puedo decir muchas cosas que yo, Verónica, nunca diría”, cuenta. La Baguet, entonces, será el disfraz: una cantante de tango en decadencia que, luego de una estadía en París, regresa a Buenos Aires para reencontrarse con su público y hacer un recorrido de su historia a través de Lamarque, Callas y Piaf. “La idea surgió por una pregunta: estaba mirando un video de Piaf en YouTube y dije: ¿qué pasa con algunas mujeres que cantan, que producen tanto magnetismo?’: por lo menos me pasa a mí con la mujer y la canción, y no tanto con los hombres. Hablo del escenario y no de un disco... No sé, la mujer arriba del escenario tiene como una carga diferente. El caso de Callas es claro: una mujer sufrida, muy frágil, que se quedó muda porque su marido la abandonó para casarse con otra y, sin embargo, salía al escenario como diciendo ‘me llevo todo por delante’. A matar, ¿no?”.
–Bien, ¿y por qué Lamarque y Piaf?
–Piaf me identifica. Tenía una fragilidad impresionante: porque fue rechazada de chica y obligada a la calle. No sé, en muchos sentidos yo sigo siendo muy niña, frágil. Llorona y demasiado susceptible para el mundo de la ópera. Cada una de las tres tiene una cara y una contracara. Incluso Lamarque, que tiene como una cosa de mujer dócil, dulce, delicadita, onda Canal Volver, en realidad es recontra arrabalera y pasional. Y eso me encanta siempre y cuando sea genuino, no cuando se ponen arrabaleras y malas, cuando se disfrazan de hombres. Yo no puedo hacer eso.
Bajo la dirección teatral de Liliana Pecora y el doble rol (pianístico-actoral) de Julián Caeiro, Mujeres que cantan expresa su pata musical mediante un ecléctico repertorio musical que va de tangos y boleros a canciones españolas, zarzuelas y arias de ópera, más canciones que hicieron de Piaf un hito: “Loca”, “Palomita Blanca”, “Flor de lino”, “Madreselvas”, “Vete de mí” o “Dos Gardenias”, entre ellas. “Estoy como psicótica porque no puedo resignar nada, ni el jazz ni el tango, ni el bolero ni la ópera”, admite la cantante, “no sé: me gusta hacer payasadas, burlarme de los arquetipos: es mi faceta cómica y liberadora. Me divierten las posturas y las cantantes tienen como una caricatura de sí mismas que se fueron dibujando con el tiempo”.
–Otra vez jugando a ser la oveja gris que no pudo ser negra.
–Nunca supe dónde quiero ir con la música. Para mí, lo dije, la música no es una cosa seria. Vengo de la ópera, mi escuela, donde todo es serio y me empezaron a agarrar ganas de divertirme. Esta cosa de rebelarme contra eso de que un cantante lírico no puede cantar jazz, ¿por qué no?, se puede con sólo aprender a meterse en el estilo, cómo canto, cómo respiro, cómo coloco la voz: esas cosas. La ópera es tan esquematizada, tan prolija; está bien, la canto porque me gusta, pero no escucho todo el día ópera. Es así: cuando vos cantás un aria y llegás a dominar la técnica hasta que el otro te mira asombrado, llegaste. Yo siempre la homologo con la danza clásica: un bailarín clásico, si sabe meterse en el estilo, puede bailar cualquier cosa. Un cantante lírico también puede cantar cualquier cosa.
–¿Para cuándo Janis Joplin, entonces?
–¡Necesito a Janis, por favor! La escucho desde que soy chica y muero con su versión de “Summertime”. No quiero perder el rock and roll. Me niego a ser grande (risas). Pasa por rebelarse, ¿no?: cuando me dicen “pero vos sos una cantante lírica”, yo contesto que soy una persona y me gustan tanto la Joplin, como Goyeneche o la ópera. Claro, algunos me tratan de hereje y se me ríen: “Ahí va la loquita”, ja. Igual, tenés que cantar bien ópera para mezclarla con otra cosa, sino lo estás haciendo porque no te sale.
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