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lunes, 20 de julio de 2009

EL FESTIVAL DE TANGO DE LA FALDA, CON NOCHES DE LLENO TOTAL


Sonidos que bajan de las sierras





Osvaldo Piro preparó una producción especial para el festival.

El encuentro logró en su 26ª edición un hito que los organizadores computan como mérito: masividad en plena pandemia.

Por Karina Micheletto

Desde La Falda

Mientras llueve en Buenos Aires, los aires serranos del Valle de Punilla regalan un infrecuente día de invierno, con un sol generoso y efectivo, una brisa apacible que nada tiene de viento, sierras límpidas, condiciones que parecen fabricadas para el turismo. Eso, por la mañana y por la tarde. Por la noche, en La Falda la temperatura sube al ritmo del 2x4 –o del 4x4, o del 4x8, según los repertorios—. Y es que por estos días el Festival de Tango de La Falda marca el pulso de la ciudad: en una temporada golpeada por la psicosis de la pandemia gripal –y por el paro de transportes local, y por la reprogramación de todos los vuelos con destino a Córdoba, se quejan los comerciantes– el Festival ha logrado lo que parecía imposible: noches de lleno total en base a una oferta que incluye mucho del buen tango que se hace hoy en la Argentina. Lo que vendría a ser, según anuncia el slogan grandilocuente del festival, “el mejor tango del mundo”.

El anfiteatro donde se realiza el festival –construido especialmente para este evento a mediados de los ’60, y utilizado para épicas jornadas de rock nacional a principios de los ’80– tiene un escenario que se llama Carlos Gardel –claro–, un ambiente cálidamente climatizado, unas plateas amablemente dispuestas, y tiene, sobre el fondo, un espacio que propicia la milonga, y mesitas que propician el chamuyo. Así que un evento tanguero como éste, en un sábado de “típica y característica” como éste, abre múltiples posibilidades. La de escuchar con atención, la de dejarse llevar por el baile, la de conversar sobre si la invitación al baile de D’Arienzo o la sofisticación de Salgán, por citar algunas de las preocupaciones publicables de los fanáticos del tango que circulan por aquí, y que por las noches extienden sus discusiones en mesas que se vuelven tribunas de doctrina.

Las precauciones a las que obliga la gripe hicieron que se reduzca la capacidad del salón a 1500 personas, además de los frascos de alcohol en gel reglamentarios de un tiempo a esta parte, y las chicas que a cada rato les sacan lustre a las barandas. Pero ninguna amenaza de pandemia podrá hacer que parejas de todas las edades –grandes y chicos, grandes con chicos, chicas con grandes– renuncien al contacto que impone, como ningún otro, el género al que llaman ciudadano. El sábado, el show comenzó tímidamente con la actuación de la Orquesta de Beba Pugliese, y el recuerdo de su padre, el gran Osvaldo, con clásicos como “La yumba”. El bailongo se desató sobre las dos de la mañana, con la propuesta del espectáculo Típica y Característica: la típica de Beba Pugliese y la característica de Aníbal Gómez, mostrando cómo eran los bailes populares setenta años atrás. Los tiempos de los festivales suelen extenderse más de lo deseable, y para ese entonces muchos de los que no se prendieron al baile empezaron a emprender la retirada.

Antes, hubo muestras de lo que, sin temor a grandilocuencias, puede computarse entre “el mejor tango del mundo”. Osvaldo Piro y su trabajo al frente de la Orquesta Metropolitana de Córdoba, en una producción que el maestro preparó especialmente para este festival, ajustando los arreglos para una orquesta no habituada a tocar tango, y para el acompañamiento de cuatro cantores de sensibilidades bien diferentes: Marcelo Santos, Patricia Barone, Hugo Marcel y Omar Mollo. Rodolfo Mederos y su orquesta típica, y el quinteto de Nicolás Ledesma, mostraron la contundencia artística de sus propuestas. Ariel Ardti, un cantor de la raza de los de orquesta, recorrió un repertorio poco transitado y fue aplaudido de pie. Fueron los puntos más altos de casi seis horas ininterrumpidas de tango.

La última jornada del Festival dejaba algunas otras postales que alguna vez, a lo mejor, serán recordadas como momentos históricos de este festival. El cordobés Jorge Arduh celebró todo un record del género –de éste y de cualquier otro–, 60 años al frente de su orquesta. Se presentó anunciando un “show despedida”, aunque hay muchos por aquí que no creen que sea una despedida tan definitiva. Las voces de Caracol, Esteban Riera, Hugo Marcel y Alfredo Piro, con su homenaje a Zitarrosa, mostraban distintos colores, estilos e intenciones en el género. Y el gran Leopoldo Federico cerraba la noche con su orquesta típica, uno de los mayores lujos de este festival –la mejor orquesta de tango de la actualidad, según la opinión decisoria del doctor Américo Tatián, tanguero de referencia en Córdoba, el más aguerrido defensor de Pugliese en las frecuentes barricadas de bar–. Lo mejor empieza cuando cierra los ojos y se prepara para acunar su bandoneón. Ese acto cotidiano de ternura lo coloca, en cuestión de segundos, en el lugar reservado a los grandes de verdad.


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