La pandemia del Doble A
Por Karina Micheletto
Hubo algún conocedor que dijo que nunca había visto La Trastienda tan llena. No era una exageración: impresionaba ver las colas de gente frente al local de San Telmo, único mojón congregante en medio de una ciudad semidesierta, una fría tarde de invierno, marcada por el temor al contacto de la gripe A y el feriado extendido con asueto. ¿Qué estaba pasando, cuál era el evento extraordinario? Leopoldo Federico, Julio Pane, Juan José Mosalini, Walter Ríos y Néstor Marconi iban a tocar el bandoneón. “Tan simple como eso”, sonreía dentro del local Ignacio Varchausky, productor del encuentro y de la colección El arte del bandoneón, relanzada esta tarde, que rescata el lugar del bandoneón solista, a cargo de estos maestros. La Trastienda quedó chica, fueron muchos los que quedaron afuera e hicieron saber su enojo o su tristeza, según los casos. Gente de todas las edades exteriorizaba un fervor que celebraba con exactitud Juan Libertella, productor del Sexteto Mayor: “¡Esta es la pandemia del Doble A!”. Su padre, el gran Pepe Libertella, fue uno de los recordados en esta fecha patria del bandoneón.
El sábado se festejaba el Día del Bandoneón, en recuerdo del día de nacimiento de Aníbal Troilo. Y aunque el bandoneón mayor de Buenos Aires estuvo presente en los repertorios, en las palabras de los maestros que tocaron y en el recuerdo del público –si hasta hubo alguno que soltó un “¡presente!” cuando se mencionó a Troilo–, el evento tuvo la virtud de trascender la mera estampita, el gesto evocativo, para dar paso a Troilo, y a todos los bandoneonistas y compositores del tango, en tiempo presente. Cinco de los mejores intérpretes, compositores, directores y arregladores de la actualidad, gente con experiencia de al menos cuarenta años –Federico ya cumplió cincuenta al frente de su orquesta–, maestros que han hecho docencia, mostraron lo que saben hacer. La selección no incluyó a todos, desde luego, y desde Gabriel Chula Clausi, a sus 98 años en plena actividad, pasando por Osvaldo Piro, o por Rodolfo Mederos, hasta llegar a Pablo Mainetti, Horacio Romo, Carlos Corrales, Lautaro Greco, entre tantos, el encuentro habilitó posibles bellos momentos futuros.
Uno a uno, los maestros fueron pasando para tocar su instrumento. Ni más ni menos. La sucesión permitió percibir –admirar– contrastes y diferencias de estilos, formas, intenciones, colores, intensidades. Sonaron Troilo, Piazzolla, Arolas, De Caro, Cobián, Balcarce, a través de los arreglos de estos cinco maestros, y en ocasiones de sus improvisaciones. Hubo un par de duetos contundentes: Mosalini y Pane haciendo “Divagación y Tango”, de Oscar Pane; Ríos y Marconi improvisando “Los mareados”. Hubo un final altísimo, con Federico mostrando “Caminito”, su “Cabulero” y “Che bandoneón”. Hubieron cinco bandoneones sonando solos, toda una rareza, o en dúo, una rareza aún mayor, a pesar de la simbiosis que ha desarrollado este instrumento con el tango (la colección El arte del bandoneón, donde ya grabaron Pane, Marconi, Federico y Ríos, resulta una forma de saldar este vacío en el género).
Dos fotos posibles del evento del sábado: Leopoldo Federico emocionado hasta las lágrimas. Walter Ríos besando su bandoneón. Muestras de amor a un instrumento irracional, cuya digitación desobedece toda lógica. Capaz de sonar de una manera al abrir y otra al cerrarse, de plantear universos diferentes en cada mano. Capaz, también, de respirar y de responder con un color de sonido distinto al temperamento de cada intérprete. Será por eso que los bandoneonistas le atribuyen poderes humanos. Entre ellos, quedó demostrado en esta tarde, el de enamorar.
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