Ultimas imágenes del sitio que fue la usina de leyendas
Rodolfo García, Willy Quiroga, Moris, Litto Nebbia coinciden en recordar la adrenalina creativa que campeaba en los pasillos. El estudio fundado por Tim Croatto fue el último grito en tecnología, lo que no significaba precisamente una ausencia de problemas.
Por Facundo García
El hombre recuerda y se sorprende de lo que la memoria le trae. No es para menos. Rodolfo García cuenta que mientras estaba en la grabación de Almendra II –la placa doble que vino justo antes de que la banda se separara– salía al pasillo y se cruzaba con los Vox Dei, que estaban en la sala de al lado obsesionados por darle forma a otro hito del rock argentino, La Biblia. “Ibamos a ver cómo trabajaban ellos y viceversa. Intercambiábamos opiniones y era una experiencia sumamente densa, en el mejor sentido de la palabra”, evoca el baterista. Parece el sueño de un fan borracho. Y sin embargo, ese tipo de encuentros eran moneda corriente en esa catedral del rock made in Argentina que fueron los Estudios TNT. ¿Qué adjetivos usar para el antro rocker que quedaba en Moreno 970? El periodismo ya repitió “mítico”, “legendario” e “histórico”. Cada quien podrá añadir el que quiera. Pero la clave está en ese tiempo verbal, en ese “quedaba”: lo cierto es que ahora esa leyenda está a punto de cerrar sus puertas. Aquel primer piso que emitía olas de distorsión y flower power hacia el resto de la ciudad se ha vuelto sencillamente triste.
Willy Quiroga, bajista y vocalista de Vox Dei, coincide en la nostalgia, aunque reconoce que los cambios son un componente de la vida. “Estábamos en 1970, y TNT era de avanzada. Hoy nos da un poco de risa... ¡Pensar que una obra como La Biblia se grabó en cuatro canales! Evidentemente, lo que nos movía era la energía y la onda que se respiraba”, destaca. Por supuesto que recuerda aquella semiconvivencia con los Almendra: “Con ellos estaba todo de diez. Un día vino Emilio del Guercio y vio el equipo tortero que yo tenía. Me ofreció su amplificador Marshall –uno de los primeros del país– y yo sentí que me subía a un avión. A eso sumale que dos por tres te encontrabas a los Manal laburando temas como ‘Una casa con diez pinos’ o ‘Avellaneda Blues’. Era una fiesta”. Para Quiroga, la ola de alegría no se restringía a su entorno. “Era una sensación mundial, loco. Las personas habían empezado a hablar de LSD, de marihuana. No por faloperos, sino por la necesidad de liberar las mentes. En ese contexto, aquellos estudios reunían magia y poesía. Su cierre significa el fin de uno de los polos donde se construyeron las bases del rock argentino.”
A su turno García –que luego integraría otra banda clave, Aquelarre– da más detalles de la rutina rocker de entonces: “TNT laburaba en tres tandas de ocho horas. Es decir, que la máquina no paraba nunca. Si preferías un técnico, tenías que fijarte cuáles eran sus horarios y acomodarte. A veces, el mismo tipo que había estado grabando folklore hasta hacía diez minutos venía, se acomodaba un poco la cabeza y se largaba con las distorsiones. Era impresionante”.
Abbey Road criollo
La historia de los estudios TNT había empezado mucho antes. Los hermanos Hermes, Argentina y Edelwais Croatto se rebautizaron Tony, Nelly y Tim respectivamente, y llegaron desde Italia para abrir camino por los escenarios rioplatenses a fuerza de jopos, batidos y buenas voces. En 1960 se presentaron en la inauguración de Canal 9, y desde ese momento gozaron de un éxito que se extendió rápidamente por Latinoamérica y Europa. Su mayor hit se llamó “Eso, eso, eso”, una especie de mantra-twist que –según se dice– fue compuesto por Virgilio y Homero Expósito. Si la versión es cierta, sería una prueba de la destreza con que los dos tangueros se integraron a la Nueva Ola, sintonizándose con el lenguaje hot que acompañó a la Primavera del Amor:
“Tienes eso (eso eso)
Que me tiene preso (eso eso)
Tienes todo eso (eso eso)
Que es la juventud.
Tienes todo (todo todo)
Puesto de tal modo (todo, todo)
Que me gusta todo (todo todo)
Lo que tienes tú.”
En 1967, luego de varias giras, los TNT regresaron a Buenos Aires. Tim –que era el mayor y ya andaba por los treinta– decidió cambiar de actividad, comprar máquinas de última generación y dedicarse a vivir la profesión “del otro lado del vidrio”. A más de cuarenta años de aquel volantazo existencial, las arrugas no le han quitado las pilas. “Junté los armatostes y así nació ‘Estudios T.N.T.’. Pero esta vez el acrónimo no respondía al nombre de la banda, sino a la naciente ‘Transfer Nova Técnica’ –literalmente ‘nueva técnica de transferencias’– que se usaba en las grabaciones.”
Lo suyo era una novedad, porque los buenos equipos disponibles se podían contar con los dedos de una sola mano. “Para quien no fuera un artista o un grupo ya consagrado, la posibilidad de grabar con calidad era casi nula”, comenta el ex cantante. La primera sede quedaba en Santa Fe 1050, en el primer piso. “Yo estaba convencido de que si nos poníamos al día técnicamente, íbamos a llamar la atención de los grupos musicales y las compañías”, agrega Croatto.
Y el clima era prometedor. “Hoy lo percibimos como una preñez milagrosa de talentos absolutamente inesperados. Yo vi de cerca todo eso, y el empuje de los productores de los diferentes departamentos de la RCA –de los cuales se habla poco– fue importantísimo. Luego se prendieron Mandioca, Disc Jockey y muchos sellos ‘independientes’, lo que me ‘obligó’ a habilitar otras salas”, sigue Tim, que ambienta su descripción en una Buenos Aires muy diferente de la actual. Tan distinta, que la avenida Nueve de Julio todavía no se extendía hasta Santa Fe: “Ampliaron la 9 de Julio y demolieron la manzana en la que estábamos, de forma que nos movimos a la calle Moreno 970. Esa fue la Abbey Road argentina”. Ha pasado mucha agua bajo el puente, pero Croatto asegura que a tres décadas de haberse alejado del proyecto, escucha viejas cintas y todavía puede identificar dónde se hicieron.
Por su parte, Nelly y Tony continuaron sus aventuras como dúo en el Caribe. En 1974 Nelly se casó. Un dato curioso: algunos de los entrevistados para esta nota estaban convencidos de que Tony se había vuelto un ermitaño loco y se había internado en la selva. Nada que ver: construyó una sólida carrera en Puerto Rico, donde es recordado por sus éxitos como músico y conductor de TV. Eso sí: le decían “el jíbaro”.
En este mundo abandonado
Si de leyendas se trata, quizá sea mejor dar un paseo por lo que quedó de los célebres estudios luego del cambio de dueños y el comienzo de su ocaso. Y la verdad es que el crepúsculo de TNT es más bien sombrío. La sala grande deja entrar el rigor del invierno, y una pátina de dejadez ha ido carcomiendo los cuartos más pequeños donde solía ir a cantar Tanguito. ¿Quién quedará para dar el portazo final? En principio, los Helecho, que están grabando allí un nuevo CD con ayuda de una PC. Junto a Compañero Asma, Vía Varela y Pez son los últimos que han estado ensayando antes del cierre.
Los pocos que han quedado en el bunker se dejan seducir por la mística. Limón, de Vía Varela, jura que los espíritus merodean, y aclara que no es el único que los ha visto. Marcos, de Helecho, prefiere resumir relatando una anécdota: “Una vez estábamos haciendo fotos de prensa. Justo vimos esos paneles acústicos donde los Manal se sacaron un retrato muy famoso y decidimos hacer la misma foto que habían hecho ellos. Cuando estábamos posando, entró Moris. Pura casualidad. Un flash”.
Recientemente se grabaron ahí dos videos. Uno tiene como protagonista a la banda Pez y otro a Emmanuel Horvilleur junto a Gustavo Cerati. En el segundo aparece un personaje vestido de frac, que saluda a los artistas desde la consola de sonido. No es un fantasma. “Es Julio”, observa Ramiro, otro Helecho. “Si querés saber lo que pasó acá, tenés que hablar con él.” Tiene razón, ya que si esos muros hablaran, seguramente no dirían algo muy distinto a lo que expresa Julio Costa.
Entró ahí a los quince o dieciséis años, cuando las voces juveniles y las risotadas cruzaban las instalaciones de un extremo a otro. Ahora tiene sesenta y uno, y pasa el tiempo bastante solo, escuchando una radio AM bajo los tubos fluorescentes de una oficina en la que ya no quedan muchos muebles. No se ocupa de una grabación desde fines de 2008. Para un técnico de sonido, tanto silencio duele. “A veces, para entretenerme, me voy a dar vueltas solo por los salones donde vi tocar a tantos. Es una forma de descargarme”, confiesa.
Julio no tiene pelo largo ni usa pantalones campana. Es más: casi podría decirse que es lo opuesto a un hippie veterano. “No. Nunca estuve en ésa. Yo tenía una educación un poco distinta a la de los muchachos. Igual nos llevábamos bien, porque la bohemia que tenían no les impedía laburar, y hasta donde yo vi, se tomaban el oficio en serio. No descontrolaban con drogas ni nada por el estilo.”
–¿Alguna grabación memorable?
–Hay tantas que no sé cuál elegir. En La Biblia fui uno de los técnicos. Trabajábamos de noche. Durante meses, ¿eh? Los flacos largaban a las seis de la tarde y le daban hasta que amanecía; excepto las veces en que llegaban y tiraban frases como “¡Uy, hoy el sol no me ilumina, no puedo tocar!”. Era lindo. Ojalá los más jóvenes puedan conocer todo lo que se hizo acá.
Será difícil. Sobre todo porque el medio siglo que pasó trajo varios cambios. Los hijos de Julio, sin ir más lejos, prefieren la cumbia comercial. El papá aprovecha y les pasa factura. “Yo soy tanguero y me revienta que me pongan esos programas de televisión de los sábados, en los que todos los grupos suenan iguales.” El guardián del templo va buscando la despedida y se aleja de la charla como si estuviera interpretando esos dos o tres segundos que cierran una gran canción. “Te digo, flaco, yo fui testigo, y gracias a Dios lo fui desde donde más me gustaba. Igual cuando me distraigo me pongo a imaginar que esto sigue; que mañana voy a venir, que las consolas van a estar nuevas y vamos a grabar discos como aquéllos”, se ilusiona. Más allá de la ilusión, todo indica que esta vez no habrá bonus tracks.
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