Bajo la luna spinetteana de Avellaneda
Junto a Claudio Cardone, Nerina Nicotra y Sergio Verdinelli, el Flaco supo hacer casar a la perfección perlas del pasado más lejano y de su más reciente Un mañana. Y, como siempre, mostró elegancia y frases filosas para zafar de los pedidos.
Por Cristian Vitale
Le habrá entrado mal por un segundo, o menos. Pero el flaco detiene la marcha de su banda y admite el error. “Esperen, esperen... el que se equivocó fui yo. Vamos de nuevo.” Y con velocidad de reflejo mete una sentencia con voz de gag, de esas típicas en él. “¿Sabés cuándo se va a hacer justicia?, cuando se lo den a Hugo Fattorusso...” La platea estalla –no cabe un alfiler en el Teatro Colonial de Avellaneda– y la referencia, obvio, remite al Gardel de Oro pegado en la semana. Así es, con elegancia y naturalidad, como sucede el impacto en él de un premio así, y todo lo que conlleva. No es central y, además, piensa en otros. Pasan ese segundo –una nada en medio de su todo, claro–, el chiste y “Vacío sideral”, cuya intro es desde ya bastante enmoñada, deviene lúcido. Perfecto, como si el reenganche lo hubiese mejorado. La canción lleva el mismo tono calmo, pleno de sutiles bellezas y giros misteriosos que el disco que Luis Alberto Spinetta está presentando esta noche: Un mañana. Y tiene, entre sus frases, una que deja el alma dando vueltas: “Recuerda que la luna es sólo un cuerpo entre tus lágrimas y el vacío sideral”. Supremo.
La muestra del disco es casi completa. Generosa. La estrategia es meterlo como si fuese el jamón crudo más rico del mundo entre panes ya horneados, un pasado que se engruesa más y más a fuerza de canciones, que el tiempo transforma en clásicos. “Proserpina” ya es uno y apenas cumple tres años (Pan, 2006), pero el público, al menos el de siempre, lo disfruta tanto como “La herida de París”. Ambos, el primero casi intacto, y el segundo reformado si se remite al original de Jade (Los niños que escriben en el cielo, 1981), empaquetan el primer bloque histórico. LAS, fiel a sus principios, agradece las sugerencias de los Cunnilinguis –pedidores de temas– de la platea, pero no cede. No toca “Ana no duerme” –“Si quiere dormir, tampoco la voy a despertar”–, ni “Cheques” –“Desde que le pusieron el impuesto no lo toco más, loco”– ni “Amor de primavera” –“Estamos en invierno...”–, pero sí “8 de octubre”, la canción-homenaje a las víctimas de la escuela Ecos con música propia y letra de León Gieco, y otro guiño al santafesino por el lado de “Guitarra”, la poesía de Atahualpa Yupanqui que Gieco musicalizó y Spinetta llevó a sus aguas con fervor eléctrico y alma rural... esa alma sonora que afirma en la tierra.
El médium es, entonces, Un mañana. Un fondo melanco-porteño sostiene la atmósfera tanguera –sin bandoneón faroles ni gomina– de “La mendiga”, el tema que abre el disco y también su muestra en vivo: es denso y abruma de a ratos. Es bello en su esencia. Tanto como “No quiere decir”, una apuesta más al lado positivo de las cosas (“Mientras el cielo brille amor, por ti yo esperaré”). Es de la mejor flor, si se oye bien, el solo de guitarra, y es precisa la soltura con que la banda acompaña. En este caso, los mismos tres de hace ratos: Nerina Nicotra (bajo), Claudio Cardone (teclados) y Sergio Verdinelli (batería). Y en otros, como “Mi elemento” o “Preso ventanilla”, con valor –estético– agregado. Guillermo Vadalá suma brillo al “hit” del disco con un solo de guitarra simple, pero atravesado por un gusto enorme; y Baltasar Comotto, presentado por el Flaco como un “violero atómico”, que transforma “Preso ventanilla” en un infierno de ritmo. El artaudiano “Despierta en la brisa” –bella pieza acústica de esas para viajar solos y de noche– y “Canción de amor para Olga”, casi una sinfonía –en tres partes– que arregló Cardone para que Spinetta pudiera recordar a la mujer que, de chico, le curaba el empacho. En conjunto, un disco –uno más– para atesorar en el baúl de las joyas.
El final reabre el juego al ayer –transformado– y sacia ansiedades: entre la más temprana juventud (“Laura va”, “Rutas argentinas”), una concesión a capella de “Una casa con diez pinos”, la reversión psicodélica de “A Starosta, el idiota” (Artaud, 1973) y dos de las más divinas canciones de La La La, el disco con Fito Páez (“Asilo en tu corazón” y “Todos estos años de gente”) se cierra el círculo de otra noche inolvidable. Buenos Aires no siempre es como la de piedra –egoísta y fría– que muestra su canción: a veces puede transformarse en un diamante. Y así sucedió esta vez, justo donde arranca el suburbio.
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