Más que una mera recopilación de anécdotas biográficas, un estudio sobre el músico marplatense traza una radiografía de la producción cultural argentina de buena parte del siglo XX.
Por: Guido Carelli Lynch
ADIOS NONINO. Piazzolla interpreta uno de sus temas más recordados junto a la Sinfónica "Cologne Radio Orchestra" de Alemania.
-¿Cómo fueron planteando las diferentes hipótesis alrededor de Piazzolla y su música?
Abel Gilbert:–Pensalo como una novela policial, hay un enigma y tenés certezas que te llegan, y poco a poco tenés que conformar un itinerario. El primer camino nos llevaba contra un pared. El segundo también. Y así...
Diego Fischerman:–Voy a decir una cosa más concreta. Si tuviera que hacer el making off del libro, podría agarrar las boletas de teléfono y ver cuántos llamados hay de teléfonos a cada uno, los emails cruzados y las boletas de café. Lo primero que todos los entrevistados te dicen es lo que ya te dijeron o lo que otro dijo. Como el mito de sus clases con (Nadia) Boulanger, por ejemplo.
AG:–Claro, con Boulanger, por ejemplo: ¿qué estudió? ¿Cuánto estudió? Fueron sólo 12 clases y sabemos que en la primera clase se presenta, la segunda se va, después hace un ejercicio de contrapunto de primera y segunda especie que es lo que hacen en tercer año de cualquier conservatorio. Pero ahí la pregunta pasa a ser "¿por qué Piazzolla necesitaba ampararse en Boulanger? ¿Su música no lo necesitaba?" Cuando Piazzolla dice: "Yo para Boulanger era el bocho sudamericano". ¿Qué está diciendo con eso? Pero no tiene sentido detenerse en el sentido del criterio de verdad porque en Piazzolla te lleva a un callejón sin salida. Su música tiene un poder en sí mismo que permite concentrarte sólo en ella.
¿De todos, cuáles son los elementos biográficos y las circunstancias que convierten a Piazzolla en un punto de inflexión?
AG:–El hecho de haber tenido su educación sentimental en Manhattan es crucial. El hecho de tener una enorme instrucción, una melomanía, digamos, que lo distinguía de un mundo tan localista como el tango, porque él era un cosmopolita esencialmente. Yo creo que tenía muchísima conciencia, que era un tipo muy moderno, que pensaba la modernidad en su sentido más amplio, y que en sus hallazgos tenía una sensación de certeza única, en medio del contexto de una Argentina muy autoritaria, casi insular en la distancia con los centros de irradiación.
DF:–Piazzolla escucha lo que otros no están escuchando en un momento particular en el que ade –
más, la avidez de cierto público está necesitando un discurso musical diferente. Esto, por otra parte, en un país donde todo el eje de la nacionalidad es muy fuerte en la discusión. Si Borges es un escritor inglés o es argentino, todo esto que en otros países nadie le da importancia, acá era muy importante. En ese sentido Piazzolla entra, a finales de los 50, exactamente en el momento en que podía entrar, exactamente con el grado de novedad que podía tener. Y además, la música de él, por factores que son totalmente impredecibles, entre ellos, como decía Abel, el haber crecido en Nueva York, y el tener un registro aunque fuera inconsciente del swing , que no suena a operación matemática, lo hacen distinto.
-De todos los momentos que registran de la vida y la música de Piazzolla ¿cuál es para ustedes el más importante, el más revolucionario?
AG:–Para nosotros el gran Piazzolla es el que va de 1958 a 1966 más o menos, pero ese Piazzolla se entiende mejor si se va a la raíz y se sigue qué tipo de lógicas lo fueron construyendo. No sale de un repollo, es el cruce de muchas experiencias y permite entender cómo su plenitud se registra en un momento particular de la modernidad cultural argentina y mundial.
DF:–Si antes, con el tango, tenía un dialecto propio dentro de un lenguaje colectivo, en 1966 crea una música como la crea Miles Davis, como la crea Tom Jobim, como la crean los Beatles. Es una música que claramente no existía en el mundo, no es un matiz sobre una música preexistente, es una música nueva. En ese momento hay un efecto de novedad y de sacudir el espectro musical que es impresionante. En 1966 no existía esa música instrumental con ese nivel de desarrollo, de belleza, de desafío al oyente, de matices de planos de significados. Si escuchás los primeros discos de quinteto en 1963, en vivo en Radio Municipal, y te fijas qué pasaba en el mundo en ese momento, los Beatles estaban empezando, los Stones, también, con canciones lindas pero muy simples. En el jazz había cosas más sofisticadas, tal vez, pero Piazzolla aparece acá, en un lugar del mundo aislado, aparece esto y es absolutamente fenomenal.
Nadia Boulanger, Alberto Ginastera, Igor Stravinski, George Gershwin, Aníbal Troilo, Gardel, Charlie Parker, Borges, Perón, Onganía, Astiz. El libro de Fischerman y Gilbert combina una batería de nombres que forjan el cambalache del siglo XX, que atraviesan a Piazzolla, pero también fundamentalmente a los propios autores, que ya sin tiempo, advierten: "(En su discurso político) Piazzolla es una metáfora de la clase media, por sus ambigüedades y ésta es una biografía personal de cada uno para poder reordenar nuestro itinerario como melómanos, como argentinos. Es también nuestra biografía".
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