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miércoles, 28 de marzo de 2012

LEE RANALDO DE SONIC YOUTH HABLA DE BETWEEN THE TIMES AND THE TIDES

  

 

“Para mí es muy experimental hacer un disco de canciones”

 

Aunque tiene treinta años de carrera con Sonic Youth y publicó muchos trabajos de avant garde, es la primera vez que edita un álbum de canciones. Y lo acompaña un seleccionado que incluye a Steve Shelley, John Medeski, Nels Cline y Jim O’Rourke.

 

 Por Roque Casciero

“Las canciones pueden ir en millones de direcciones diferentes”, escribió Lee Ranaldo en las notas de su flamante disco Between the Times and the Tides (Ultrapop). Y él lo sabe muy bien: durante treinta años, como parte de Sonic Youth, el guitarrista y cantante (en ese orden, al menos hasta el presente) convirtió a las melodías en tsunamis de ruido blanco, les proporcionó bellos electroshocks a los estribillos, le trastrocó la afinación al mismísimo concepto de “guitarra eléctrica rockera”, arrojó al caos a la canción como forma de encontrar la libertad, después de traspasar la confusión. Pero dentro de ese músico experimental –que en su primera visita a la Argentina, junto al baterista William Hooker, hizo ¡un solo de cable enchufado!– siempre siguió latiendo el fan de los Beatles, Bob Dylan, Joni Mitchell, Leonard Cohen y demás expertos en eso de darles vida a canciones. Por eso no resulta tan extraño que, invitado a tocar solo y con una guitarra acústica, a Ranaldo le haya surgido “Lost”. Era su primer concierto como “cantante folk experimental”, un concepto con varias facetas cuando se lo aplica a este neoyorquino por adopción, y fue el comienzo de un proceso que desembocó en Between... “Hice muchas cosas como solista en el último par de décadas, pero nunca había hecho un disco como éste –asegura Ranaldo–. Aunque en un nivel este disco es muy tradicional, hacer esto es un movimiento muy experimental de mi parte, por eso me gusta la idea del cantante folk experimental.”
Como las canciones fluían y Sonic Youth trabajaba poco porque sus integrantes estaban en otros proyectos, Ranaldo decidió grabarlas solo en el estudio de la banda. “Al principio todo el disco iba a ser acústico, porque cuando empecé a escribir todas las canciones las hice con guitarra acústica. Pensaba en mantener todo simple, pero el proyecto evolucionó y creció hasta convertirse en un disco de banda de una manera muy natural –explica–. No traté de hacer un disco con banda de rock, ni siquiera me impuse la tarea de formar una banda para tocar las canciones. Pero una cosa llevó a la otra... Steve (Shelley, baterista de SY) andaba por el estudio, así que le pedí que tocara; con (el guitarrista) Alan Licht toco muy a menudo, así que le di las canciones y le pedí que creara algunas partes para él; y así fue encajando más gente. Todo se armó de un modo muy natural.”

–Además de Shelley y Licht, en el disco tocan otros músicos con los que usted ya había trabajado: el guitarrista Nels Cline (Wilco), el tecladista John Medeski (Medeski, Martin & Wood), el multiinstrumentista Jim O’Rourke (quien fue parte de SY) y Bob Bert (el primer baterista de SY). ¿Se sintió más cómodo trabajando de este modo?

–Exacto. No me interesaba hacer un disco en el que tuviera que llamar a sesionistas o algo así. En este momento, para mí es un paso muy grande hacer un disco como éste, y el único modo en el que podía suceder era en una situación muy cómoda. Y lo que sentí es que todos los que me rodeaban eran como parte de la familia, apoyaban mucho lo que estaba sucediendo. Fue muy placentero hacer el disco con tanto apoyo, con tanta gente que quería que me fuera bien y que deseaba contribuir.

–¿Cómo fue para usted trabajar con otros guitarrista en el contexto de una canción de rock y que los otros no fueran Thurston Moore y Kim Gordon, sus compañeros de Sonic Youth?

–En ningún momento pensé en eso, la verdad. La interacción que tenemos en Sonic Youth siempre fue algo especial y único, así que nunca imaginaría que otra cosa pudiera ser tan única, por eso no pensaba en eso ni aspiraba a replicarlo.

–Sin embargo, la interacción que consiguieron usted y los músicos que lo acompañaron en el disco también es muy distintiva, como si hubieran desarrollado una nueva voz juntos.


–Sí, eso me gusta mucho. El solo hecho de haber escrito estas canciones es como una nueva voz para mí, pero también por la música que está detrás es una nueva voz, diferente de cuando canto en Sonic Youth. Me dio mucha felicidad el modo en que Nels y todos los demás generaron una nueva voz musical. El modo en que toca Nels es ciertamente muy diferente del de cualquiera de los que tocamos en Sonic Youth: es un guitarrista mucho más logrado, así que agregó muchos elementos texturales que son únicos. Somos amigos desde hace veinticinco años o más, y sólo muy esporádicamente habíamos podido tocar juntos en el pasado. Me gusta mucho lo que él toca y además hemos escuchado la misma música, somos parte de la misma escena. Así que encajamos muy bien.

–En Sonic Youth, usted sólo cantaba una o dos canciones por show. ¿Es muy diferente ser el único cantante?

–Lo es. Hasta ahora sólo hicimos tres shows como banda e hice uno como cantante folk experimental, pero sí es diferente. Y respondo a eso de modos muy diferentes, también. Siempre me atrajeron las bandas en las que había muchos cantantes: los Beatles, Greatful Dead, CSNY... Siempre me gustó la idea de que a lo largo de un álbum uno pueda acceder a varios puntos de vista. Pero también me atrajeron mucho discos que son presentados de un modo muy personal por un solo cantante, ya fuera Leonard Cohen, Joni Mitchell, Bob Dylan, Chan Marshall (Cat Power) o Bill Callahan... Así que siempre me interesaron las dos caras de la moneda. Y supongo que al haber estado en una banda con múltiples cantantes durante mucho tiempo hizo que fuera muy divertido para mí, en este caso, poder cantar todos los temas. En términos de mis partes vocales, creo que el oyente puede captar más de mí al cantar más temas. En los sets de Sonic Youth a veces era raro cantar una o dos canciones, porque hay que poner todo en un contexto diferente cuando entra un nuevo cantante. La música de Sonic Youth es muy expansiva y tiene una complejidad increíble en muchos maravillosos sentidos, por eso puede soportar tener tres cantantes. Pero este proyecto tenía que ver con mis canciones, mis letras y mi voz, así que fue bastante natural.

–Lo de encontrar una nueva voz también tiene que ver con las letras, ¿no? Porque sus libros de poesía son muy abstractos, en cambio las letras del disco son bastante directas.

–Es cierto. La poesía que hice en los últimos años es muy abstracta y buena parte empezó con correo spam de Internet, que desarrollé en poemas que son más surrealistas, de un proceso como de escritura automática. En cambio, cuando empecé este proyecto tenía buena parte de la música, pensé que quizás iba a usar algunos versos de esos poemas para construir las letras, pero finalmente decidí empezarlas de cero. Son letras propiamente dichas... Quería que este disco fuera mucho más personal, menos abstracto que los poemas que había escrito en los últimos tiempos, así que escribí las letras especialmente para estas canciones y supongo que estaba tratando de no ser abstracto.

–Algunas de las canciones podrían haber encajado en Sonic Youth, pero otras son muy diferentes. ¿Fue algo que se propuso o simplemente sucedió así?

–Bueno, todas salieron de mi sensibilidad, de un modo u otro... No pensé mucho en cuán cercanas podían ser a lo que hago en Sonic Youth. Digamos que algunas de las cosas que intenté con Sonic Youth funcionaron mejor que otras. Si se refiere a las canciones más delicadas, “Stranded” o “Hammer Blows”, SY tiene canciones como “Wish Fulfillment” o “Hoarfrost” que eran igualmente delicadas. Pero nunca fue fácil para Sonic Youth tocar esa clase de música, así que quizá me resultó más sencillo hacerlo por las mías.

–Es cierto, pero incluso algunas canciones más rockeras dan la sensación de que usted hubiera expandido su modo de componer.

–Quizá sea así. Ciertamente, seguí a mis oídos en esto: cosas que salían de la guitarra dictaron qué iba a suceder. Y ése también es el modo en que trabaja Sonic Youth. Cada vez que uno se pone a escribir canciones nuevas se da un proceso diferente. Este disco es el resultado de cómo sucedieron las cosas esta vez.

 

–El año pasado, justo antes de la visita de Sonic Youth a Buenos Aires, Moore y Gordon anunciaron que iban a divorciarse, lo que generó que la banda entre en un parate (ver aparte). Si hubiera tenido que grabar este disco después de todo eso, ¿podría haberlo hecho con igual comodidad?

–No, de ningún modo, habría sido casi imposible crear este disco porque me habría puesto una gran presión encima, del tipo “mi banda va a parar, será mejor que haga un disco solista”. Pero ése no fue el caso. Con SY elegimos estar menos ocupados en los últimos años porque cada uno tenía proyectos personales que le interesaba completar. Thurston hizo libros, yo hice performances experimentales con mi mujer (la artista visual Leah Singer), Kim hizo cosas de moda... Así que fue bastante natural que no tocáramos tanto juntos en los últimos años: fue nuestra elección. Pero supongo que en cierto punto yo extrañaba el proceso de desarrollar canciones, y eso llevó a que aparecieran éstas.

–Between the Times and the Tides (“entre los tiempos y las mareas”) es una frase de la canción “Xtina as I Knew Her”. ¿Por qué pensó que estaba bien para titular al disco?

–No sé... Traté de seguir mi intuición en este proceso y, de algún modo, cuando empecé a pensar en un título, ése fue el primero que se me vino a la mente. Me parecía un título muy fuerte porque tenía un aspecto poético muy interesante. Puede referirse a varias cosas: entre el mundo moderno y el mundo natural, entre la sociedad apresurada en la que vivimos y la actitud más relajada... No sé, me parecía muy apropiado. Pero cuando se lo mencionaba a alguna gente encontraba que no les parecía el mejor título del mundo, así que pasé por un proceso de encontrar otro título. Escribí como treinta o cuarenta, pero al final volví al primero. En muchos sentidos, así fue el proceso de este disco: seguí mis ideas puras y las dejé ser, sin cuestionarlas ni intelectualizarlas por demás. Lo mismo me pasó con la tapa: cuando se la mostraba a la gente, no le gustaba mucho como tapa de disco. Pero, para mí, tenía mucho que ver con lo que estaba haciendo en ese momento y me parecía perfecto, así que terminé usándola.

–En la tapa se lo ve caminando con la funda de la guitarra en la mano y detrás hay dibujos de personas en movimiento.

–Lo que está detrás de mí es una parte de una obra de arte muy grande hecha por una artista israelí llamada Maya Barkai. Es una pieza llamada “Walking Men 99”, es gigante, cubre tres cuadras de una manzana aquí en Nueva York (www.walking-men.com). Son los hombrecitos que caminan de los semáforos de 99 ciudades. La foto original tiene el nombre de cada ciudad sobre el hombrecito, y yo estoy caminando entre Madrid, Bled (Eslovenia) y Boston. Tuvimos que sacar los nombres de las ciudades para poner el título del disco, pero cuando vi por primera vez la foto pensé que estaba caminando con mi guitarra frente a estos destinos internacionales y me dio la sensación de alguien en movimiento, de alguien cuya vida tiene que ver con llevar la música de ciudad en ciudad. Y me gustó mucho verme de esa manera. 

Voces que se alzan en todo el mundo

 

“Shouts”, una de las canciones de Between the Times and the Tides, fue inspirada por una fotografía de una pareja besándose en medio de una revuelta en Vancouver, Canadá. “Ahí se ve a la policía antimotines y en el espacio entre la policía y los manifestantes hay una pareja tirada en el piso que se está besando”, narra Ranaldo. “Es una foto muy extraña, que retrata un momento muy tierno en medio de una escena muy violenta. La foto me impresionó mucho porque capta un instante fantástico. La historia dice que ni siquiera el fotógrafo se dio cuenta de lo que había capturado hasta que se puso a mirar las fotos al día siguiente. La chica había sido golpeada durante el motín y estaba frenética, entonces el muchacho se puso encima de ella y empezó a besarla para calmarla. El lío fue después de un evento deportivo (el equipo de hockey local, los Canucks, había perdido la final de la Stanley Cup), no era nada político ni con contexto pesado, pero cuando pensé en lo que en Estados Unidos se conoció como la Primavera Arabe... Me cautivó todo ese movimiento, es como si las voces de la gente se alzaran globalmente para protestar por situaciones injustas, ya sea en Medio Oriente, China, Rusia o Estados Unidos. Especialmente acá, en Nueva York, con el Occupy Wall Street, que queda muy cerca de mi casa, me involucré bastante: iba al parque Zuccotti y sacaba fotos que subía a mi web, doné materiales. De alguna forma, esa foto de Vancouver me inspiró a escribir una letra que parece tener una relación con el movimiento que surgió globalmente. Para mí ha sido uno de los movimientos más cohesivos de la izquierda desde que yo era un niño, en los ’60 y los ’70, por eso es muy inspirador en muchos sentidos. Muchas de las letras del disco fueron inspiradas por eso.

–Da la sensación de que no fue una protesta más.

–Definitivamente. La desarmaron justo después de que volvimos de Sudamérica: yo estaba muy involucrado y cuando volvimos estaba medio acabado. Por un lado fue triste, pero creo que el movimiento se está reagrupando y que este año va a volver más fuerte que nunca.

 

 El futuro de Sonic Youth

Tras el anuncio del divorcio de Gordon y Moore, Sonic Youth completó una gira sudamericana y no tiene más planes inmediatos. Y en las entrevistas que usted hizo por la salida de Between the Times and the Tides habló de la banda en pasado y en presente. ¿Es un indicador de que no sabe si habrá un futuro para SY?

–Bueno, no sé si habrá un futuro para la banda, pero en general no hablo de Sonic Youth en tiempo pasado, salvo que alguien me pregunte acerca de algo que sucedió en el pasado. Nunca hablo de Sonic Youth como si todo estuviera terminado porque no sé si será así y creo que ninguno de nosotros lo sabe en este momento. Para mí, lo que el futuro le depare a Sonic Youth es un gran signo de pregunta. Estamos en un parate, eso es lo que decimos, y creo que ninguno de nosotros sabe más que eso por el momento.

–Thurston Moore, su compañero de Sonic Youth, presentará su álbum Demolished Thoughts el 9 y el 10 de abril en Niceto, junto a Kurt Vile & The Violators. ¿Usted tiene algún plan para venir a la Argentina?
–Por ahora no hay nada concreto. Vamos a tocar en Estados Unidos y Europa y tuvimos invitaciones de Japón y Australia. Por supuesto que me encantaría ir a Sudamérica. Recuerdo cuando fui por primera vez a Buenos Aires con Leah y William Hooker para tocar en Cemento: fue una gran emoción ir para allá por primera vez y lo pasé bárbaro. Espero volver pronto con esta banda.

 


lunes, 26 de marzo de 2012

Joe Cocker en Córdoba:: "El mundo aún necesita rock and roll".




Por Santiago Ramos  25/03/2012 15:33

La cita estaba programada para las 21.30, y con puntualidad inglesa salió a escena una de las leyendas vivas del rock and roll. Sí, el que estuvo en Woodstock original, el que fue invitado a Ed Sullivan Show. El mismo Joe Cocker.
Vestido de negro al igual que sus músicos y con una escenografía simple (telón oscuro), el inglés hizo rugir su garganta con Hitchcock railway. En ese preciso instante se ganó al público (compuesto en su mayoría por adultos) que no paró de ovacionarlo en todo el show. Joe soltó en castellano: "Gracias Córdoba", que junto a la presentación de la banda fueron las únicas palabras que expresó.
Si bien la excusa era la exposición de su reciente álbum, Hard knocks, el repertorio se basó en los grandes clásicos de sus 40 años de trayectoria ejecutados de forma magistral por el personal: Gene Black en guitarra, Nick Milo en teclados, Jack Bruno en batería, el argentino Norberto Fimpel (ex músico de Alejandro Lerner) en saxo y percusión, Oneida James en bajo, Jeff Levine en órgano Hammond, más los coros de Nikki Tillman y Andricka Hall.
La combinación de sutileza y desgarro que caracteriza a su voz logró conmover con afinaciones precisas en cada intervención. También demostró su destreza escénica simulando la ejecución de pianos o guitarras, y dando saltos en los finales.
La audiencia estalló cuando sonó su versión de The letter, en el que la banda demostró su calidad. Todos los músicos y coristas tuvieron su momento para lucirse. Luego llegaron algunos suspiros con las baladas: Unforgiven y Up where we belong.
Promediando el concierto sonó la sensual You can leave your hat on, en la que las coristas improvisaron un baile sexy, mientras que la rockera Unchain my heart levantó al público de sus asientos. Con ese marco, amagó a despedirse con su particular versión de Come together de los Beatles, para volver con alguna canciones más como Shelter my, y dar una clase ejemplar de rock and roll con High time we went.
En suma, el Orfeo se rindió a los pies de Cocker por el repertorio elegido, por su voz en estado de gracia, por la banda arrolladora que lo acompaña, por los sutiles coros gospel y por la claridad del sonido. Ante semejante leyenda, "muchas gracias" queda chico.


 Joe Cocker: "El mundo aún necesita rock and roll"


 Joe Cocker reflexiona sobre su carrera de más de cuatro décadas en la música, a días de su actuación en Córdoba y de cumplir 69 años.

Por Pablo Leites   19/03/2012 00:00


Puede que la voz que cruza el atlántico esté todavía más cascada y áspera que en 1986, pero es la misma que propició uno de los actos de ratoneo cinematográfico más reproducidos desde entonces: el de Kim Basinger y su striptease a contraluz para Micky Rourke en Nueve semanas y media. Joe Cocker no estaba físicamente en esa escena, pero sonaba You can leave your hat on, indeleble himno a la seducción que le valió un baño de masividad comparable al que había tenido en 1969, cuando se convirtió en una de las imágenes más fuertes de la multitudinaria fiesta hippie que resultó ser el festival de Woodstock.
Con 68 años a cuestas, hoy Cocker reconoce que aquél show que cerró con With a little help from my friends hizo que todo se precipitara más rápido, y aunque no tiene recuerdos demasiado claros de la década siguiente, él sobrevivió (nota mental: chequear cuántos de los artistas que tocaron en ese Woodstock siguen vivos), sigue de gira y editando discos como Hard knocks, de este año, mientras prepara otro para septiembre. “El mundo es un lugar muy distinto al que era entonces, pero estoy seguro de que necesita rock and roll ahora tanto como antes, sin dudas”, será su justificación a esa hiperactividad.

“¿Jubilarme? Lo he pensado, aunque no exactamente de ese modo. El año pasado hicimos 64 shows en muy poco tiempo, así que les dije a mis representantes que aflojaran un poco. Ahora estoy terminando otro disco para este año, haciendo un par de presentaciones en Europa y Sudamérica, pero nada demasiado exigente ni agotador. Tampoco me gusta la idea de una gira de despedida, conozco artistas que lo hacen y un par de años después están arrepentidos y con energía para seguir. Así que supongo que es mejor hacerlo hasta que pueda, como una especie de desvanecimiento”, razona el viejo Joe.

-De todos modos, seguro que en 1969 no pensabas seguir en la ruta a esta edad.

-Es gracioso, porque recuerdo que a mis cuarenta había mucha gente que me aconsejaba que dejara de cantar, sobre todo por la vida que estaba llevando. Ciertamente no imaginaba estar cantando, todavía a esta edad, pero de algún modo siento que soy parte de los sobrevivientes de los agitados años sesenta. Somos casi como los artistas de jazz, que sobrevivieron a la década de 1930.

-¿Cómo te llevás con el éxito de tus hits? ¿Sentís que eclipsan el resto de lo que hiciste?

-Bien. Eso hace que todavía signifiquemos algo, porque hay una atracción que se mantiene a partir de las canciones. A esta altura, las que yo grabé han estado sonando por cuatro o cinco décadas y eso se nota cuando empiezo a cantar You can leave yor hat on o Unchain my heart. Miro a la audiencia e instantáneamente hay algo que los recorre y se levantan, el reconocimiento es instantáneo. Solía pensar “ok, no voy a poder tocar las mismas canciones por siempre”, ahora no me importa. Es como entrar en el living de mi casa. Además, yo puedo cantar las nuevas y seguramente va a estar todo bien, pero en el fondo, todos van a mis shows a escuchar los éxitos.

-A la vuelta de los años ¿Cómo recordás Woodstock?

-Como un gran cambio, aunque no podría decir cuando ocurrió. De crecer en Sheffield y tocar en pubs y bares, a Woodstock… man, eso hizo que de golpe todo fueran flores, paz, amor y vida hippie… y drogas. Había muchas drogas a disposición de un chico como yo, que no había tomado más que cervezas desde sus veinte, por eso es que no tengo mucha noción de lo que pasó por esos días. De alguna manera, desde entonces he estado tratando de volver a tomar control de mi vida.

-Esos son los golpes duros (Hard knocks) de los que hablás en tu nuevo disco…

-Si te ponés a pensar en todas las cosas que atravesé… quiero decir, todo el mundo sabe que tuve problemas muy serios con el alcohol y todo eso. Ahora hace diez u once años que no bebo ni una gota, y me siento bien. Disfruto mucho más estar arriba de un escenario, estoy mucho más articulado, más fluido en lo que hago. Lo único que resulta triste es haberme perdido tanto de mi propia vida por estar extremadamente borracho. Pero bueno, supongo que es el precio a pagar por tanto agite, porque tampoco voy a decir que no me divertí en esos años.

-Sos de Sheffield, una ciudad de la que salieron unos cuantos músicos

-Si, Human League, ABC…

-Arctic Monkeys

-Ah, sí, los Arctic Monkeys, aunque no los conozco. Sabés que no voy muy seguido por allá, sobre todo desde que murieron mis padres. Supongo que ir a Sheffield es meterme en problemas, porque mis antiguos amigos de bares y copas saldrían de cada esquina. Nunca hay que olvidar el lugar del que uno viene, dicen, y yo no lo hago. Sólo que prefiero mantener el recuerdo en espíritu para no volver a las andadas.


viernes, 23 de marzo de 2012

JELLO BIAFRA, UNA LEYENDA DE LA ESCENA CONTESTATARIA ESTADOUNIDENSE.


 

“Debemos poner a la gente a reírse de las corporaciones”

 

Pasaron varios años desde la explosión que significó Dead Kennedys, pero Biafra no ha perdido el filo. Y, según cuenta, aprendió algunas cosas sobre el arte de no dejarse atraer “por cadenas como CNN, que te torna cada vez más estúpido si la ves”.


Por Ana Asseo de Choch

Su disco más reciente, The Audacity of Hype, lo encuentra girando con su actual banda, The Guantanamo School of Medicine. Desde sus letras, todo en Jello Biafra es rebelión y cuestionamiento. “No puedo creer que la mayoría de la gente con la que hablé en Buenos Aires no conoce la Patagonia”, se lamenta. “¿Cómo es posible que no haya trenes recorriendo todo el país?” Parece estar más informado sobre la Argentina que más de un habitante local. “Aún no pudimos hacer lo mismo que ustedes, metiendo presa a gente como Videla. Y el problema es que muchos de nuestros políticos, como Ron Paul, se esconden detrás de leyes para legalizar las drogas o sacar las tropas de Afganistán, y los jóvenes los encuentran tan cool. Y en verdad, son tan racistas como el National Front europeo, y tienen a Obama y los suyos muertos de miedo.” Se define como un viejo anarquista que hoy comulga con gran parte de las ideas socialistas. Esta noche a las 21, en Niceto (Niceto Vega 5510), los porteños tendrán la posibilidad no sólo de ver a Jello Biafra and the GSM explotando en vivo, sino también de pensar si quieren empezar a formar parte de este glorioso estado de insurrección.

–¿Imaginan los estadounidenses a Sudamérica como una selva atestada de enfermedades mortales?

–Odio decirlo, pero puede que tenga razón, porque las noticias están tan censuradas en mi país que incluso cadenas como la CNN, que la gente aún cree que es una buena cadena de noticias, en realidad te torna cada vez más estúpido si la ves. Yo ahora la llamo “Corporate Cartoon McNews” (“Dibujo Animado Corporativo MacNoticias”). Algo que viene sucediendo durante los últimos treinta años, como mínimo, es que todo tipo de cadenas fue adquirida por grandes corporaciones, que entonces obtienen el control editorial sobre los contenidos, en pos de dirigirlos hacia su propio rédito económico. Pero también, cuando estas corporaciones de medios arrancaron, su actitud fue “No vamos a gastar plata en un departamento de noticias de calidad que haga profundas investigaciones. Sólo queremos hacer dinero”. Entonces, una de las cosas que hicieron fue cerrar todos los departamentos de noticias extranjeras, por lo que hay cada vez menos y menos reportes llegando de otros países... excepto si hay un terremoto, una guerra o algo así. Así que la mayor parte de los norteamericanos no tiene mucha idea acerca de nada de ningún otro país. Y, a su vez, el sistema educativo se tornó tan malo, porque justamente es ese mismo tipo de gente ocupándose de los presupuestos educativos, que muchos no ubican Argentina ni Sudamérica en el mapa; ni hablemos de que ubiquen sus estados. Y no bromeo.

–¿Es votar hoy, en Estados Unidos, casi una forma de insurrección?

–Me gustan muchos tipos de protesta. Creo en una insurrección en las calles, no violenta. En insurrección en los padrones. Y, también, en insurrección en cómo gastamos la plata. Yo no como en McDonald’s desde hace 30 años. Trato de darle la menor cantidad posible de dinero a los predadores corporativos globales, a las grandes cadenas de supermercados; cosas así. Nadie puede hacerlo en un 100%, excepto que se quiera ir a vivir a la selva y no hablar con nadie nunca más. Pero creo que es importante prestar atención, incluso si lo único que tenés son dibujitos animados que se mueven por la plata, es muy importante controlar quién es el intendente, quién el gobernador, quién lleva adelante la escuela, la universidad; quién va a decidir si usará el presupuesto en hacer una cancha de golf para los ricos en vez de techo para los pobres. Y qué es más importante: construir un estadio de fútbol o construir sistemas de trenes.

–Tomar conciencia...

–Tenés que parar y pensar: “A ver, la plata se junta con los impuestos. ¿Quién está a cargo de invertir esa plata?” Mucho dinero se queda en los gobiernos, que son tan corruptos que no la reinvierten en la gente. Incluso tenemos el referéndum, que permite votar por leyes específicas, por sí o por no, en determinado estado o ciudad. Pero tan poca gente presta atención a las competencias locales y a esos referendos, que cuando gente como yo participa tenemos muchas más posibilidades de meter buena gente y buenas leyes. Si no nos presentamos, no podemos lograr buenas leyes como marihuana medicinal, casamiento gay y demás. En cambio, triunfan leyes anti-inmigración, leyes del tipo “pasar el resto de tu vida en la cárcel por robarte una caja de cerveza”, leyes antidrogas terribles, etcétera. Es fundamental prestar atención a estas cosas. Yo dejé de votar por años, porque estaba harto del mismo juego de “elegí qué corrupto republicano querés”. Pero gente como Frank Zappa me metió de nuevo en eso, diciendo “No; prestá atención a las elecciones locales. Podemos hacer una diferencia, y no vamos a lograr nunca más estar arriba si no empezamos desde abajo”.

–¿Cómo se enfrenta el control de información e identidad?

–Creo que parte de la forma de rebelarse es, como individuo, enseñar alfabetismo de medios (media literacy) a cada uno que conozcas. La gente no debería graduarse de la escuela sin tener antes una clase de alfabetismo de medios, que hoy no tienen. Los padres necesitan enseñarles a los hijos, los chicos a sus padres, y todos necesitan enseñarles a sus amigos. Si lo único que sale de la TV es bosta, y lo mismo sale en Internet y en los diarios, planteáselo a otra gente. Ponelos a reír de todo eso junto a vos. Y una vez que esa revolución explote, la gente nunca va a volver a creer en los medios corporativos. En mi familia, si algo como la maldita guerra de Vietnam aparecía en la tele –ese tipo de imágenes que hoy ya no se muestran–, nos dejaban verlo. No decían “Pobrecitos, saquemos eso”. Se nos planteaba a mí y a mi hermana el tema de la guerra y su significado, desde que éramos muy chiquitos.

–Le despertaron la conciencia.

–Yo ya tenía opiniones formadas sobre racismo, guerra, brutalidad policíaca, corrupción, ambientalismo; de todo. Y además, mi padre se volvía loco de bronca o se mataba de risa cuando aparecían las propagandas. Y después, siempre me decía cosas como “Mirá, hijo; ¿ves esa mujer saltando, que trata de venderte un jabón para la ropa? En realidad no está excitada por el jabón. Es sólo una actriz; la contrató una corporación para venderte ese jabón y probablemente ni debe ser buen jabón”. Así que enseguida apliqué el detector de bosta frente a la escuela, frente a las noticias; incluso frente a mis padres, que no se esperaban que también los cuestionara a ellos, pero ahora nos llevamos bien. Pero me hizo una mejor persona. Y estoy muy agradecido por eso. A eso me refiero con “alfabetismo de medios”: cada cual debería ayudar al resto a desarrollar cada vez mejores detectores de bosta.

–Viene a la Argentina con una nueva banda, ¿qué tal suena?

–Con los dos guitarristas (Ralph Spight y Kimo Ball) es muy bueno ver cómo no hay competencia. Ralph (el de pelo corto), que es el que por lo general tiene la guitarra de blues, o la Les Paul, fue quien sugirió traer a Kimo, el otro guitarrista, desde el principio. Sabía que yo quería dos guitarras, y él quería a Kimo a toda costa. Así que Kimo dice que él y Ralph tienen una relación telepática, porque son tan amigos y tocaron tantas veces juntos. Andrew Weiss sigue en el bajo y tenemos un nuevo baterista: Paul Della Pelle, que viene de la escena del hardcore punk y perteneció a míticas bandas. Seguramente esta noche toquemos algunas canciones de los Dead Kennedys, pero como ya estuvimos en Buenos Aires, calculo que tocaremos más canciones de la GSM.

Eric Boucher

 


Eric Boucher nació en California en 1958, aunque parezca de 40. En los años de tocar junto a Dead Kennedys (donde popularizó canciones como “Kill the poor” y “Let’s lynch the landlord”), no sólo fue telonero de The Clash: sacó más de una decena de discos, tocó en grandes estadios y enfrentó a Tipper Gore (activista conservadora de principios de los ’80) en sitios como el show de Oprah Winfrey. Pero Jello Biafra es mucho más que eso. Habituado a la conciencia social desde pequeño –sus padres tenían la habilidad de formar opiniones propias–, Jello se convirtió en un compenetrado hippy primero, para ser después un muy compenetrado punk. Rey de la ironía, se hizo reconocido popularmente en todo Estados Unidos no sólo por su música, sino también por su agudo criticismo al deber ser norteamericano y su gran sentido del humor. Desde la época de Reagan, fue también acérrimo opositor de los Bush, sin comprender hoy cómo ellos, junto con Donald Rumsfeld o Dick Cheney, no son genocidas tras las rejas. Maestro en el arte de la desobediencia civil, se candidateó a intendente de San Francisco, elección que lo arrojó cuarto entre diez candidatos.

La vida virtual no es vida


Este músico y activista político representa una forma de entender la realidad en que la participación es crucial, y lo es también la habilidad de pensar por cuenta propia. En sus concurridas charlas en universidades, tiendas independientes de discos o con movimientos ambientalistas –del brazo de su Green Party–, Biafra habla sobre un nuevo feudalismo y sobre los paradigmas a los que se enfrenta la sociedad, alejados de aquellos empolvados libros con fórmulas de siglos pasados. Y hay muchas maneras de dar batalla en pos de la autodeterminación. Analizar críticamente lo que dictan los medios de comunicación, dar el menor dinero posible a las corporaciones explotadoras, resistir desde las pequeñas comunidades –llevando adelante actividades contra el dominio de un mercado monstruoso–. Incluir la autogestión, la solidaridad, la discusión e información, el autocultivo, etcétera. Requiere más trabajo, ya que siempre es más fácil comprar algo sin detenerse a averiguar si la marca en cuestión emplea a gente trabajando en condiciones infrahumanas. Pero educarse y resistir es la única manera de lograr un cambio. “Encerrarse en un departamento creyendo que se cambia el mundo desde un muro de Facebook sin comunicarse con amigos de carne y hueso no es el camino”, explica. “Y, además, no es vida.”


miércoles, 21 de marzo de 2012

DOUG CLIFFORD Y UNA NUEVA VISITA DE CREEDENCE A BUENOS AIRES.



 

“Somos una banda de tres generaciones”


El baterista de la banda en su versión Revisited justifica la continuidad a pesar de la ausencia de John Fogerty: “Esta formación ya lleva 17 años en la ruta, más de lo que duró el Creedence original”. Y descartó que vaya a haber una reunión con el antiguo líder.


Por Leonardo Ferri

La historia de la música popular está llena de curiosidades, y si bien existe cierto consenso en que el mejor y más popular grupo de rock de todos los tiempos no escapa de la terna integrada por los Beatles, los Rolling Stones y Pink Floyd, durante las décadas del ’60 y ’70 existió una cuarta banda que –al menos en la Argentina– supo poner en discusión ese precepto, no en lo concerniente a la calidad musical, pero sí desde el termómetro que entrega la popularidad. Los vinilos de Creedence Clearwater Revival estuvieron presentes en las casas de los adolescentes tanto o más que sus contemporáneos ya mencionados, dando inicio a una relación de amor que persiste hasta hoy, con varias visitas al país de su versión Revisited, con la que tocarán hoy en el Luna Park.
La formación original de CCR (los hermanos Tom y John Fogerty en guitarras y voz, el bajista Stu Cook y el baterista Doug Clifford) dejó siete álbumes en sólo cinco años de carrera, después de los cuales tuvo lugar un sinfín de problemas legales con su compañía discográfica y entre ellos mismos, cuya consecuencia principal fue la negativa del vocalista y compositor a tocar canciones de su antigua banda y la decisión de los restantes miembros vivos (Tom murió en 1990 a causa del Sida) de continuar con un nombre distinto, pero parecido. Al otro lado de la línea –en su casa de Nevada, desde donde atiende el llamado de Página/12– Clifford no parece preocupado por la distancia con su ex compañero de banda, aunque admite haber invertido mucha energía en ese tema. Hoy, a los 66 años, su búsqueda pasa por otro lado: “esta formación ya lleva 17 años en la ruta, más de lo que duró el Creedence original”, se justifica.

–Al menos en la Argentina, en algún momento Creedence fue tan popular como los Beatles y los Rolling Stones. ¿Usted cree que la banda recibió todo el crédito que se merecía?

–Que hayamos tocado para tantas generaciones demuestra de alguna manera que sí, y parte de nuestro trabajo actual es mantener vivo el espíritu de Creedence. Creo que hoy debemos formar parte de la rotación del 90 por ciento de las radios de rock clásico y eso –junto a que la gente sigue yendo a vernos– considero que eso es lo importante, más que ponernos a la altura de Beatles o Stones.

–¿Siente algo especial cuando en el público ve a padres e hijos compartiendo un mismo show?

–Me da orgullo. Somos una banda de tres generaciones, que los padres fueron pasando a sus hijos, o los hermanos mayores a los más chicos. Ya podríamos empezar a contar una cuarta generación que nos escucha, y si todo sigue así, hasta quizá nos vea en vivo. Es el mejor cumplido que podemos tener: ver que la gente sigue viniendo a nuestros shows y los disfruta.

–Roger Waters está concretando nueve conciertos en River. Paul McCartney, John Fogerty y muchos otros músicos también dieron ejemplos de masividad en Buenos Aires. ¿Siente que en la actualidad hay un excesivo revisionismo musical?

–En los ’60 y ’70 tuvo lugar un gran renacimiento de la cultura popular, tanto desde el lado de la política como en la cultura y lo social, los movimientos por los derechos civiles, la guerra de Vietnam y tantas cosas que pasaron en aquel momento. ¡Y todo al mismo tiempo! Era lógico que todo eso quedara reflejado en la música de una manera tan definitiva, había mucha energía para volcar creativamente. Creo que el rememorar toda esa época ahora tiene que ver con eso.

–Hoy se nota la influencia de Creedence en muchos artistas actuales, como Kings of Leon, Jack White o Peter Doherty. ¿Escucha nueva música?

–Escucho, pero debo admitir que no tanto como debería. Aprecio el hecho de que hayamos sido capaces de influir sobre otras bandas. Uno hace las cosas lo mejor que puede, y entre tanta música que existe y existió, es un placer formar parte de ese grupo privilegiado de bandas que dejaron un legado.

–A través de los años, Creedence tuvo muchos problemas legales con Fantasy Records, y hoy pareciera que las compañías ya no son necesarias gracias a Internet y a las nuevas formas de dar a conocer la música. ¿Tiene alguna posición tomada al respecto? ¿Qué opina de SOPA?

–Por desgracia, las discográficas todavía existen, y por lo que veo siguen viviendo en el pasado. No le hacen bien a la música y, te soy honesto, creo que ni ellos saben qué o quiénes son en este momento, ni qué papel cumplir, porque siguen recurriendo a las mismas prácticas y no aprendieron a hacer negocios de otra manera. Los tiempos cambiaron y no van a volver a ser como eran, ellos ya hicieron mucho dinero con su negocio y ahora todo es diferente, porque las bandas siguen existiendo y sacando discos sin compañías de por medio, y encima no las necesitan para vivir, porque los grupos ganan plata con los shows en vivo. Entiendo que la industria se sienta robada por los piratas, pero ésta es la realidad ahora. Tengo un montón de preguntas acerca de qué rumbo van a tomar las cosas, sólo espero que sea para mejor.

–A ustedes se los ve muy conformes haciendo lo que hacen, pero la misma pregunta sobre una reunión con John Fogerty suena una y otra vez. Incluso él mismo declaró en la versión americana de Rolling Stone que estaba considerando la posibilidad de volver a tocar con usted y con Stu Cook. ¿Qué hay de cierto en todo eso?

–La verdad es que es un poco gracioso que él diga que está abierto a una reunión y que haya sacado ese tema, porque cada contacto que intentamos desde nuestro lado tuvo la misma respuesta: no está interesado en juntarse de nuevo. No estoy seguro qué motivó que él dijera eso, pero sí estoy seguro de que eso no va a suceder, y la verdad es que está todo bien por mi parte, porque si bien durante mucho tiempo esperé que eso pasara, ya no. Estoy muy contento con esta formación que ya lleva 17 años en el camino. Nos queremos como hermanos. Por supuesto que también somos felices si John es feliz con lo suyo. Al fin de cuentas, parece que lo está.

ROGER WATERS EN BUENOS AIRES, LO QUE DEJO EL HURACAN DE THE WALL.



Ladrillos y ladrillazos

 

 Por Eduardo Fabregat

El año pasado, cuando se realizó el anuncio oficial de los shows de The Wall en River, hubo una sensación extraña en el aire: ni en el discurso de los anfitriones ni en el clip que presentaba con lujo de detalles el asunto se mencionó el nombre de Roger Waters, mucho menos el de Pink Floyd. Esa noche de sushi regado con buen vino en el Samsung Studio alcanzó cabal significado una vez que el público argentino entró en contacto con la experiencia que anoche, en la novena cita, cerró por todo lo alto en el barrio de Núñez. Confirma que lo que fijó un nuevo record, ciertamente difícil de superar (9 fechas, 400 mil personas), no es propiamente un concierto de rock, sino la puesta más imponente posible de un clásico del rock.
Sincerémonos: podría estar Roger Waters o un casi perfecto clon y el impacto sería el mismo. De hecho, sólo los puristas extrañan de verdad a David Gilmour, ese toque, ese ataque que eriza la piel y que hace la diferencia entre uno de los mejores guitarristas de la historia del rock y un brillante instrumentista contratado por Roger Waters. O tres. Que no haya confusiones, The Wall es el espectáculo más soberbio que se haya visto en una cancha de fútbol. Una puesta de Broadway llevada a escala de estadio, utilizando recursos sonoros y técnicos al borde de la perfección (incluyendo el ocasional uso de pistas pregrabadas), nutrida por las canciones de un disco esencial. Pero también una propuesta que deja tela para cortar y aristas para analizar.

La versión 2012 de The Wall introduce variaciones con respecto al original si se quiere sutiles, pero que hacen a su esencia. A fines de los ’70, la ópera rock que venía a continuar los senderos de Tommy contaba la historia de un personaje llamado Pink, estrella de rock alienada por su contexto familiar y personal y las presiones del show business, encerrándose cada vez más ante los horrores del mundo. En el disco y en el film de Alan Parker, cargados de psicologismo, el público se identificaba a partir de sus “paredes” personales. Tirar abajo el muro para volver a ser persona y conectar con los congéneres, etcétera. Este The Wall pone el acento exclusivamente en los males del mundo, en la postura política del creador de la obra, que ya no tiene que debatir las cosas con Gilmour: en la primera parte Pink es un muñeco desdibujado, al que hay que delinear con algo más de energía en el segundo segmento para que la secuencia de “The trial” tenga algún sentido. Aquí lo que importa no es tanto qué hace el pobre Pink (originalmente, una cruza entre Syd Barrett y el propio Waters) con el horrendo mundo que le tocó, sino el horrendo mundo que nos rodea. Y lo que Waters opina de él. Pink por ahí anda, manda saludos.
Lo más discutible de esta pared es cuando el líder decide hacer caso omiso de una regla tácita de “no innovar”, y a la actualización de la puesta suma elementos nuevos. En River, esa suerte de “Another brick in the wall Pt. 4” dedicada a Jean Charles de Menezes, el brasileño asesinado por Scotland Yard en Londres y presentado como “otro ladrillo en la pared” sonó traída de los pelos, desconectada de la idea original de la obra. Pero eso pareció solo un detalle frente al brusco viraje que Waters le imprimió al Pink de “In the flesh?”, que no conforme con el uniforme del brazalete de martillos la emprendió contra el público con una ametralladora. Para la vieja guardia de Pink Floyd, esa escena de Waters a los tiros fue un momento de miradas azoradas: Pink era un alienado, un inadaptado social y algunas otras cosas, pero nunca un psicópata asesino de masas.


Al frente de semejante parafernalia, rayana en una megalomanía similar a la del propio Pink, Waters llevó el asunto como un profesional, sin mayores conflictos por el cambio de rumbo que le aplicó a su propia obra... precisamente porque es su obra y cada cual hace con su obra lo que quiere. Menos fluida fue su performance fuera del escenario, desde aquella declaración en Chile y la posterior desmentida sobre Malvinas. El músico no tuvo problemas en reunirse con Cristina Fernández de Kirchner y las Madres, y luego juntarse con Mauricio Macri frente a la inexplicable y onerosa gigantografía de la 9 de Julio (¿una publicidad encubierta de The Wall cubriendo a Sabato?), filmar en una de esas villas a las que Macri desatiende y unos días después hablar favorablemente de “sus iniciativas para la educación” para luego, como se ve en esta página, firmar una bandera contra el cierre de grados escolares que lleva adelante el gobierno porteño. Se entiende que el hombre tenga sus inquietudes y que estuvo varios días en la Argentina, pero el todoterrenismo se vuelve excesivo.
Lo que deja el huracán The Wall, con todo su impacto y su desfile de cifras, es la sensación de, ahora sí, haberlo visto todo en materia de grandes espectáculos. En materia de rock, por fortuna, aún queda espacio para la sorpresa, el desahogo y algo de salvajismo desajustado.
Se terminó la histórica serie de Waters en la Argentina. Muchas gracias por todo. Pero hey, Roger, leave the kids alone.

SINEAD O’CONNOR, DOLOR, FELICIDAD Y DIOS: 20 AÑOS NO ES NADA





Hombres necios que acusáis

 

 Cuando grabó una canción de Prince mirando a cámara, rapada, sola y con dos lágrimas finales, el mundo la convirtió en una estrella. Cuando, poco después, rompió una foto del Papa en cámara, la cosa se complicó y nada volvió a ser igual. Aunque muchos le perdieron la pista, y ella hizo mucho para que así fuera, el talento rara vez abandonó a Sinéad O’Connor. Y ahora, 20 años después de aquella cima desde la que se precipitó, edita un disco sobre el matrimonio y las posibilidades de la felicidad.


Por  Micaela Ortelli 

Pongamos la excusa de la efeméride y vayamos directo al año ’92. Para entonces, Sinéad O’Connor había sacado tres discos y se había hecho famosa en todo el mundo gracias a –entre otras cosas– su versión de “Nothing Compares 2 U”, el tema que terminó de hacer rico a Prince. Entonces, año ’92, Bob Dylan cumplía 30 años en la música y lo homenajeaban en el Madison Square Garden. Varios artistas se presentaban para hacer alguno de sus temas, de lo que luego surgiría el álbum The 30th Anniversary Concert Celebration. “Me enorgullece presentar a la próxima invitada, cuyo nombre se convirtió en sinónimo de coraje e integridad”, dijo Kris Kristofferson cuando Sinéad –flaquísima, rapada a cero, hermosa– salió al escenario. El público estadounidense no opinaba lo mismo. Era esa irlandesa hereje la que, semanas atrás, había roto la foto del Papa ante la cámara en Saturday Night Live, uno de los late shows más vistos de ahora y de siempre. Años después tendrían que agachar la cabeza: el Vaticano sabía de los casos de abuso sexual infantil por parte de sus curas y nunca había abierto la boca. Eso en su país se conoció antes, aunque tampoco allí le perdonaron fácilmente el exabrupto.

Al principio, el abucheo se confundió entre gritos y aplausos (había quienes aplaudían también), pero mientras arriba del escenario se preparaban para hacer “I Believe in you”, estaba clarísimo: la odiaban. Ella se quedó inmóvil –la más digna de las Magdalenas–, los brazos cruzados en la espalda y la mirada fija en el público que la apedreaba. Kristofferson se acercó y le habló al oído; dijo algo así como “no dejes que estos boludos te pongan mal”. Su respuesta se oye perfecto: “No estoy mal”. Entonces hizo callar a los músicos, se sacó los audífonos y cantó a capella lo mismo que aquella noche en televisión: “War”, de Bob Marley. “Hasta que la filosofía, que pone una raza por encima de otra, sea para siempre desacreditada y abandonada, en todos lados hay guerra”, gritó y los miró desafiante. Después sí, les dio lo que querían: se fue llorando y se abrazó con Kristofferson. Veinte años después, esos cuatro encrespantes minutos de filmación todavía la representan, porque en ese video está casi todo: la voz, las convicciones, la locura, la sensibilidad.

Es que, con el tiempo, Sinéad pareciera haberse iconizado. Mencionarla activa una memoria visual que, en principio, tiene dos paradas imborrables: aquel videoclip que la muestra en primer plano (¿cómo olvidar esas dos lágrimas?) y el famoso episodio en SNL (para muchos, poco menos que un suicidio). Quizá por tratarse de momentos tan condensadores y significativos, lo que vino después pasó más o menos desapercibido. Al menos lo referido a su música porque, claro, de todo lo demás –matrimonios fallidos, delirios místicos, intentos de suicido también fallidos y gordura (¿es realmente algo tan asombroso que los famosos engorden con los años?)– nunca se dejó de hablar. Pero algo pasó recientemente: un nuevo álbum, tan simple, agradable y poco pretencioso que ni el más emperrado chimentero puede empañar la buena nueva. En How about I Be me (And you Be you)? (¿Qué tal si yo soy yo (y vos sos vos)?), Sinéad es la misma de siempre –intensa, confesional, crítica, conmovedora–, pero con la entrega y la determinación de los primeros discos.

Porque hubo un momento, durante la primera mitad de los ’90, en el que había, por un lado, un personaje que daba letra sin parar a los tabloides; y por otro, una artista sin todavía suficiente obra –ni edad– como para impedir que se la vendiera como una estrella loca y fugaz. Todo empezó en el ’87, con The Lion and the Cobra, álbum que produjo ella misma, a los veinte años, embarazada del que entonces era su baterista de estudio y después productor, John Reynolds. A todo esto, ya había tenido sus roces con la discográfica: le pidieron que abortara, que se dejara crecer el pelo (tenía cresta en ese momento) y que usara minifaldas. Ella tuvo al hijo, se rapó y salía a cantar de jeans gigantes y top. Hasta acá, nada más que una jovencita rebelde y con una gran voz entre otras cantautoras que se abrían camino o se consolidaban en el momento. El gran salto se da en 1990 con I Do not Want what I Haven’t Got que, además de incluir ese cover inmortal, es un disco maravilloso (“I am Stretched on your Grave” y “The Last Day of our Acquaintance” son canciones entrañables), y resultó uno de los más vendidos del año a nivel mundial (con todo lo que eso implica). Pero Sinéad estaba creciendo y los principios se asentaban cada vez más. Lo de rechazar las nominaciones a los Grammy “porque la industria musical es materialista”, o negarse a tocar en un concierto en Nueva Jersey si antes pasaban el himno nacional (a lo que un muy correcto Frank Sinatra amenazó con “pegarle una patada en el culo”), fueron simples pataleos contestatarios; pero frente a las denuncias por pedofilia en las iglesias y las así llamadas guerras religiosas no pudo hacerse la distraída. Entonces pasó lo que pasó en televisión. En el backstage pidió que le hicieran un primer plano al finalizar la canción porque iba a mostrar la foto de un chico desnutrido; la imagen terminó siendo la del Papa, y el resto, bueno, lo saben todos: en la escena más rockera de los últimos tiempos, no aturdía un solo de guitarra sino un silencio total.
 


 “Muchos dicen que destruí mi carrera al romper la foto del Papa. Pero yo podría cantar en la calle y juntar lo suficiente para sobrevivir. No necesito millones de dólares. Por eso lo hice: sabía que tenía suficiente dinero y que no necesitaba casarme con un tipo con el pito chico para pagar las cuentas. Y para mí eso es ser exitosa.”
 

Es que todo lo que estaba sucediendo en el momento le tocaba nervios demasiado sensibles. Primero estaba su propia religiosidad: Sinéad es una creyente apasionada en Jesús y la Santísima Trinidad, y está convencida de que hay que salvar a la Iglesia de los “demonios” que dicen representar a Cristo. Y después, la memoria del maltrato que sufrió de chica. Según contó en todas partes, la madre la golpeaba, la agredía verbalmente y hasta la incitaba a robar. En una carta abierta (descarnada, más bien) publicada en el Irish Times en el ’93, pedía por favor a los medios que dejaran de lastimarla, que cargaba con mucho dolor por los efectos de la violencia en su vida, y que necesitaba liberarlo para que no se volviera autodestructivo: “Sólo cuando pueda espantar las voces de mis padres y adquirir un mínimo de autoestima, voy a poder cantar realmente”. Cantar para borrar el dolor, para sanar, fue lo único que le interesó siempre a Sinéad O’Connor, no lo que pasara después con el disco en la calle. Y aunque nunca faltan los escépticos (la película del art pour l’art ya la vimos), o los del discurso de que “ser controvertido” garpa, lo cierto es que no sólo ninguno de sus discos posteriores fue tan exitoso como el segundo sino que ella misma se encargó de hacer siempre todo lo contrario para que sí lo fueran.

El tercer disco, Am I not your Girl?, de 1992 –el que podría haber compensado la atención puesta en sus arrebatos ideológicos del momento–, fue un rejunte de covers algo disparatado que turbó las expectativas de la mayoría. En ese momento amenazó con retirarse –y no era la primera vez que lo hacía–, pero volvió en el ’94 con Universal Mother, al que la prensa también le pasó más bien de largo entre más declaraciones, separaciones, nuevo embarazo y supuesto intento de suicidio. Le siguió un período de inactividad, aunque no libre de momentos Sinéad, como hacer de la Virgen María en una película (The Butcher Boy, de Neil Jordan), convertirse en sacerdotisa de una iglesia católica independiente, o declararse lesbiana (y después desdecirse). Regresó recién en 2000 con Faith and Courage, que produjeron Brian Eno y Wyclef Jean, entre otros, y que estuvo a la altura compositiva de I Do not Want..., aunque es más místico y sofisticado que aquél. Este álbum cierra la etapa más pop y accesible de su carrera. De las rarezas que vinieron después, prácticamente no se tuvo noticias: un álbum de folk tradicional irlandés, Sean-Nos Nua, de 2002; otro de reggae clásico, Throw your Arms, de 2005; y un tercero (doble) inspirado en el Antiguo Testamento, Theology, de 2007.

Es probable que, hasta acá, muchos fans de las primeras épocas se hayan quedado en el camino, que le hayan perdido el rastro a mediados de los ’90, o que ni siquiera hayan pasado del segundo disco. “Muchos dicen que destruí mi carrera al romper la foto del Papa”, dijo en una entrevista con The Guardian hace poco. “Pero yo defino el éxito de otro modo en este negocio desalmado. Yo podría cantar en la calle y juntar lo suficiente para sobrevivir. No necesito millones de dólares. Por eso lo hice: sabía que tenía suficiente dinero y que no necesitaba casarme con un tipo con el pito chico para pagar las cuentas. Y para mí eso es ser exitosa.” Pero hay algo más: la pregunta por el lugar del artista, que Sinéad responde –como todo– a su manera: “El artista siempre fue el vocero de su gente. Ahora alimentamos la superficialidad de MTV, enseñándoles a los jóvenes a soñar con bienes materiales. Te diré lo que es un verdadero V.I.P. Es un rostro que nunca fue ni será besado”, canta en “V.I.P.”, el cierre de protesta de How about... El artista exitoso no es el que sacude más Grammy, según Sinéad, sino el que tiene las agallas como para comprometerse política y espiritualmente: “Es muy difícil cantar con el pito de alguien en la boca”.

Pero ella se puede quedar tranquila porque el día de mañana va a saber, y sus nietos van a saber, que fue una artista que no miró para el costado, que habló de lo que molestaba y tomó partido. Porque el artista es el apoyo espiritual que necesitan las naciones moralmente corrompidas (y cómo lo estarán si el propio Vaticano le miente a Dios en la cara. ¿O acaso el Papa y sus ministros no creen en un Dios que todo lo ve?). Todo eso lo dice en cuanto espacio tenga para hablar –columnas de diarios, entrevistas, Twitter, blogs–, exposición que refritan después los periodistas para seguir diciendo que está loca. Y ella no entiende. Si todos creen que está loca, ¿por qué en lugar de ayudarla la lastiman? “¡Todos dicen que necesito ayuda, pero nadie viene a ayudarme!”

En definitiva, lo sorpresivo del nuevo álbum no es la noticia de su lanzamiento después de casi cinco años sin novedades de Sinéad O’Connor, más allá de cartas abiertas al Papa, búsqueda –fructífera– de novio online (casamiento en Las Vegas, separación a los quince días y reconciliación incluidos) y pedidos de ayuda psiquiátrica a través de Twitter. Tampoco el reencuentro con la Sinéad clásica, con su voz y pluma intactas. Lo verdaderamente sorprendente es que se trate de un álbum alegre, con sus momentos de bajón y berrinche (pierde el pelo, pero no las mañas), aunque, en general, optimista. Sinéad quiere ponerse linda para su chico, fantasea con un amor prohibido, y deja atrás un pasado gris: “El lobo se casa y nunca volverá a llorar. Tu sonrisa me hace sonreír, tu risa me hace reír. Tu alegría me da alegría, tu esperanza me da esperanza”, canta en “The Wolf is Getting Married”, el primer single del disco, que ya tiene videoclip. Allí, en una habitación vacía, hay una mujer sentada en una silla, cubierta de pies a cabeza en encaje blanco. De a poco, el tejido se va deshilachando y deja ver la piel blanca, dibujada, de alguien que, pareciera, ya cicatrizó las heridas.


martes, 13 de marzo de 2012

REPORTAJE: EMILIO DEL GUERCIO HABLA DE ALMENDRA, MONTONEROS, LA PERLA Y DESPUES.




Adónde vas ahora

 

Amigo y compañero de colegio de Spinetta, uno de los cuatro Almendra, fundador de Aquelarre y de La Eléctrica Rioplatense, cuenta con el rarísimo hecho de haber sacado un único y excelente disco solista, hace casi treinta años (Pintada, 1983). Desde entonces, acumula canciones y toca con público sólo esporádicamente. Pero el conmovedor reencuentro arriba del escenario de Almendra en el Vélez de las Bandas Eternas y la muerte reciente de su gran amigo parecen haber cambiado las cosas. Mientras graba un programa de TV en el que rastrea el ADN de la música popular argentina y ensaya para homenajear en La Perla a Spinetta, ya imagina tapas del disco que planea grabar este año. En esta charla, habla de todo: desde el mito de Almendra montonera hasta el disco nuevo que quedó sin hacer.

Por Mariano del Mazo

Son las nueve de la noche. Once es lo más parecido al fin del mundo. Acaba de aparecer el cadáver de Lucas Menghini, el número 51 del desastre del Sarmiento, y sobre Pueyrredón se desata una batalla entre la policía y manifestantes. En la plaza un pastor habla por un megáfono de apocalipsis y redención, y en diagonal, en la esquina de Rivadavia y Jujuy, blindada al mundo exterior –ese Mondo di Cromo–, La Perla del Once aparece como un refugio antiatómico. Detrás de esas paredes, ajeno al fin del mundo, un grupo de músicos está recordando a Luis Alberto Spinetta. La llaga está en carne viva y la evocación por momentos provoca desmoronamientos: el cenit emotivo llega cuando Emilio Del Guercio y Rodolfo García hacen a dos voces una delicada versión de “Hoy todo el hielo en la ciudad”. Cuando terminan, Emilio esconde virilmente las lágrimas y dice apenas: “Es bravo”.
“Es bravo”, repite una semana después en Palermo. Volturno es el sahumerio sabor café que inunda el departamento sobre la calle Juncal. Como embriagado por ese aroma (“Aroma del lugar”, escribió alguna vez), por esa sensación nostálgica y familiar, dice: “Con Luis nos conocíamos desde los 13 años. No sabía que su muerte me podía pegar tanto. Se te va un testigo. Las cosas de las que nos reíamos o que compartíamos cuando éramos chicos, aunque hubiesen pasado años, perduraban. Había códigos comunes y no era necesario hablar nada. Todo eso es lo que se fue, y lo que voy a extrañar. Para mí es una página que pegó la vuelta”.

Del Guercio es más alto de lo que parece y naturalmente distinguido: pese a ser un hijo de la clase media barrial de Belgrano, lo atraviesa un aire aristocrático. Tiene la amabilidad del dandy. Ahora está contando, con una mezcla de pudor y orgullo, la extraordinaria historia de amor que está viviendo. “Este departamento es de mi compañera, Cristina. Era mi novia de la época de Almendra, nos conocimos en Bellas Artes. Cada uno hizo su vida, formó sus parejas, con hijos, con todo. Nos reencontramos hace tres años, ¡y estamos enamoradísimos!” Al rato llega la dama. Cristina Bavo cuela detalles: “Me acuerdo que le mostré a mi mamá unas fotos de Emilio de una revista, y cuando le dije que salía con ése de la foto... se puso a llorar”. Del Guercio va a una Mac, abre un archivo titulado “CrisEmAll70” y se despliega una increíble foto en blanco y negro en la que se los ve a ellos dos, rodeados de un variopinto grupo de gente entre los que destacan Rodolfo García, Carlos Marcucci y Caloi. “Esta foto debe ser de la última etapa de Almendra”, dice. All 70.

EL MUNDO ES UNA ALMENDRA

 

Cantante originalísimo, bajista dúctil, compositor soberbio, Del Guercio ostenta el extraño récord de haber sacado un único y excelente disco solista hace casi treinta años. Pintada salió en 1983 y desde entonces viene amagando con grabar. Tiene canciones como para un disco triple. Pero por algún motivo que intentará descifrar en esta entrevista las canciones “nuevas” van envejeciendo en una cinta sin fin. Aquel Pintada fue brillante, una suerte de coda de La Eléctrica Rioplatense, banda que formó después de Aquelarre y que no dejó registro. Aires folklóricos, algún reggae, temas notables como “Aroma del lugar”, “Para darme”, “Trabajo de pintor” y “Polen”, la colaboración poética en un par de letras de Sandra Russo (su pareja por aquellos años) y músicos como Luis Borda, Raúl Barboza, Chango Farías Gómez y Rubén Rada, entre otros, configuran un disco por muchos motivos insuperable. Esa proyección hacia el folklore iba a contrapelo de las nuevas tendencias que –comercial y estéticamente– estaban poniendo al rock argentino post Malvinas patas para arriba. Salvo excepciones, los que tallaron en los años ‘70 trataban de adaptarse con mayor o menor fortuna: de Miguel Abuelo a Miguel Cantilo, pasando por la etapa más genial de Charly García. Spinetta estaba en los años de Mondo di Cromo, Bajo Belgrano y Madre en años luz e iba hacia el rotundo power tecno de Privé. Las antípodas de Emilio. “Durante mucho tiempo estuvimos distanciados por cuestiones de gustos musicales...” Lo dice como quien asume que eran, finalmente, pavadas. Minucias de dos grandes tercos.

¿Competían con Luis en la época de Almendra?

–Supongo que sí, pero no de un modo manifiesto. Seguramente habremos competido de una manera amable y civilizada. Nunca furiosamente. Teníamos una relación familiar prácticamente, y nos mandábamos al demonio como hermanos. Además, éramos cuatro. Almendra era una especie de caldo creativo y la canción que caía ahí, caía en la olla de los cuatro. Ese lenguaje es un lenguaje que le pertenece a Almendra. Ojo: quiero ser muy respetuoso porque hace tan poquito que Luis se fue y tal vez suena un poco medio fuerte, pero sería injusto para mis compañeros que no se reconociera ese laburo grupal y artesanal. Por supuesto que el que más proponía era Luis, pero el lenguaje era de los cuatro.

¿Por qué duró tan poco Almendra?

–Yo creo que podría haber durado más. Pero éramos muy chicos y vivíamos con mucha intensidad. Yo me acuerdo claramente que, salvo cuando dormíamos, estábamos todo el tiempo juntos. Dibujábamos, discutíamos música, la cabeza estaba en un estado de ebullición constante. Había una energía tremenda. Fue corto el período, es cierto. Eramos cuatro pibes de barrio, muy amigos, en el caso de Luis y mío hasta compañeros de colegio... Y bueno, cuando Almendra se hizo conocida se empezaron a mover de lugar nuestros vínculos, nos empezamos a ver como personajes. Fue muy raro: Luis dejó de ser Luis y era Spinetta, yo era Del Guercio. Conocíamos a demasiada gente. Entramos a ser actores de una época. Pero nunca nos peleamos seriamente. Lo que ocurrió fue natural: no compartíamos las mismas ideas que sí compartíamos de chicos. Es complicado perpetuar un vínculo fortalecido en la adolescencia.

¿Cómo viviste cada uno de los regresos de Almendra?

–El primero, hasta Almendra en Obras y la gira posterior, fue bárbaro. Después grabamos El valle interior, y ahí fue un poco más complicado. Existieron tensiones. El tercer regreso quedó trunco. En realidad ocurrió en el Vélez de 2009, y fue divino. Fue hermoso encontrarnos con otros compañeros de ruta, con Cutaia, con el Negro Black, con Machi, con Pomo. Son personas entrañables para nosotros. Pensá que somos una especie de ex combatientes, guerreros de una historia que nos costó una bola de energía. Pero lo que te quería decir es que la idea era hacer una gira con Almendra.

¿Y qué pasó?

–Nos juntamos en su momento en la casa de Rodolfo para cerrar una oferta de hacer un concierto en un Parque Eólico cerca de Comodoro Rivadavia. Y ahí el productor le propuso a Luis festejar los cuarenta años con la música en lo que después fue el recital de las Bandas Eternas de Vélez. Entonces la cuestión mutó. Primero íbamos a tocar en el concierto de Luis unos temas... y después haríamos algo mucho más grande en el Sur. Ya habíamos sacado cuatro o cinco canciones nuevas, tres de Luis y dos mías. Algunas no tenían letra todavía. En ese momento Edelmiro estaba viviendo en Merlo, en San Luis, y medio que se ofendió porque zapábamos igual. Pero nunca ensayamos con otro guitarrista. Eso hubiera sido alta infidelidad.

 

 

GIRA Y DA MAS VUELTAS

 

Aunque gira en torno a su eje, busca motivos y se dispersa, Emilio Del Guercio no llega a dar motivos claros de por qué no saca discos y por qué casi no toca. En todo caso, las causas son múltiples. Al respecto, jura: “Este año me meto en un estudio. Tengo un montón de temas nuevos”. En tanto, el viernes 23 va a dar un concierto extraordinario (en el cabal sentido del término) en La Perla conminado por Rodolfo García, programador artístico del lugar.

¿De dónde viene tanta reticencia a mostrar tu música? ¿Es miedo?

–No, no creo que sea miedo...

¿Pensás que no vas a estar a la altura de lo que fuiste? ¿Que no vas a llegar a ciertas notas?

–No. Al contrario, siento que a esta edad tengo más elementos expresivos que cuando era chico. Lo que pasa es que hace muchos años dejé de sentir que tenía una carrera, esa dinámica de sacar un disco y presentarlo... Pero me encanta tocar y toco todos los días en mi casa y compongo. Me salí de ese carril. A su vez, siempre me gustó hacer otras cosas... y las hago. El tiempo no me alcanza para todo. Pero voy a grabar. Ahora estoy haciendo un disco a pedido de la Universidad de Lanús con un cancionero relacionado con las Islas Malvinas, con un montón de artistas. Yo soy el productor y el director musical. La gente de la Universidad de Lanús es muy seria, pero es un laburo que calculaba hacerlo en tres o cuatro meses, y ya va casi un año... Anoche pensaba: “Puta, estoy dedicando un tiempo enorme a esto y no tengo tiempo para encarar mi disco... ¿Por qué será?”.

¿Llegaste a alguna conclusión?

–No. No tengo una respuesta clara, pero lo que te puedo decir es que advertí hace tiempo que a mí me gusta más estar en una banda que ser solista. Lo mío es básicamente cantar y componer, pero en grupo. Una vez le propuse a Claudio Méndez hacer un grupo, y me dijo: No, ¿estás loco? Vos sos Emilio Del Guercio. ¿Y qué tiene que ver? Yo estaba pensando en rehacer La Eléctrica Rioplatense. Lo que me pasa a mí creo que les pasa a muchos artistas: ¿viste que cuando sos chico pasás horas jugando con algo? Eso es lo que vivencio, es un momento de plena concentración, de vibración intensa con una cosa que te interesa desarrollar. Ese juego implica que no hay tiempo. Eso me importa más que sacar discos.

AMOR, LOCURA, MUERTE

 

“Hace tiempo fui perdiendo la razón / lentamente, sin pensar y sin dolor /Y en un barco que partió / fui llegando a este lugar tan extraño. Hace mucho que no puedo recordar / Las palabras y los gestos como son / Y no sé por qué reír / Y no sé cómo llorar cuando quiero”, canta en “Canción de amor y de locura”, único tema inédito que hizo en el homenaje a Spinetta en La Perla. Dice que en el recital del 23 va a combinar temas nuevos con “cosas de Almendra, Aquelarre, la Eléctrica y Pintada”. “No me gusta abrumar a la gente con muchos temas nuevos. Para mí el vivo es una celebración.” Concede algunos títulos barajados para el disco que jura que va a grabar este año y se juega por Ciudad oculta. “También pienso las tapas. Pensé en hojas de ceibo, en la cola de un colectivo en el que uno de los pasajeros es un extraterrestre... Cosas así.” Se reconoce obsesivo. Esa obsesión, cuenta, la tiene ahora canalizada en el programa de televisión Cómo hice, que ya va por su tercera temporada por Encuentro y que realiza con su propia productora. Se trata del relevamiento de canciones argentinas emblemáticas, en un arco que va de “Balada para un loco” a “No soy de aquí ni soy de allá”, de “Merceditas” a “Muchacha ojos de papel”. “La idea del programa tiene mucho que ver conmigo. Puedo integrar dos universos que siempre me interesaron: el visual y el musical. Yo hacía las tapas de los discos y tocaba, pero lo vivía como cosas separadas. Ahora me da mucho placer poder integrarlas.”

¿Cuántas canciones hicieron en Cómo hice?

–No sé exactamente, pero tenemos unos 200 títulos de los cuales ya empezamos la investigación periodística de unos cuantos. La idea surgió porque después de tanto tiempo de tocar con Almendra y Aquelarre y de alejarme de algún modo del escenario, me resultaba fantástico cómo la gente me seguía demostrando su afecto por un lado, pero por otro lado me contaba historias de vida asociadas a las canciones. No es que no lo supiera antes, pero tomé una conciencia más profunda de la importancia de una canción. ¿Viste que el artista tiene la cuestión de la melodía, los acordes...? En realidad la música es más que eso. Es una especie de testigo de la emoción del pueblo. Un ejemplo claro son los Beatles. En muchas de sus canciones la clave está en la manera de ser ejecutadas y producidas, o ciertos pasajes, o ciertos elementos letrísticos que son los que atrapan la emoción de la gente. Igual qué es y cómo se hace una buena canción sigue siendo un secreto.

 

¿Encontrás algún tipo de factor común en las grandes canciones argentinas?

–Es difícil. Nosotros encaramos canciones que han decantado, que ya están independizadas de la difusión de una compañía discográfica y que pertenecen a la cultura. La idea básica del programa es acercarse a ese ADN emocional del pueblo argentino. Yo todavía no puedo detectar qué tipo de temáticas, o de palabras, funcionan como elemento en común. Tal vez la nostalgia sea uno.
Con su productora, Emilio Del Guercio comenzó a realizar un documental sobre la increíble historia del hijo mexicano de Enrique Santos Discépolo, Enrique Luis Discépolo Díaz de León. Muestra unas copias de las cartas pasionales y desoladas que el poeta intercambiaba con la actriz y periodista Raquel Díaz de León. Enrique, que actualmente tiene 63 años, nunca fue reconocido por la Justicia argentina y jamás vio un centavo de los millones y millones de la herencia en derechos de autor de Discepolín. “Me encontré con él y también con su madre, doña Raquel, que es muy mayor. La historia me la tiró el periodista Fernando Cerolini, que es uno de los productores del proyecto. Estamos avanzando. Es muy complicado conseguir la guita para llevarlo a cabo. Pero la idea es buena, y como dice un amigo español, las ideas brillantes son fugaces y hay que saber cogerlas.”
Va, toma café, se saca los lentes, se mueve con parsimonia. Tiene algo de Buda, un Buda delgado, reconcentrado, que no tiene ningún inconveniente en regresar a un tema que le quedó dando vueltas y que no pudo desarrollar. Y ahora el tema es la canción popular, su misterio. “Qué cosa, ¿no?”

¿Por dónde pensás que pasa ese misterio?

–Schöenberg habla de las pequeñas unidades compositivas, incluso más pequeñas que un compás. Yo creo que en todas las personas existen claves emocionales que están ligadas directamente a los sonidos. Creo que todas las personas deben tener tres, cuatro, cinco notas como máximo, grabadas en su interioridad. ¿Viste cuando escuchás cierta música y sentís que te está emocionando, te empezás a ahogar en el pecho, en la zona donde está el corazón? No es romántico, es algo físico. Cada uno tiene una especie de llave, una llave de la emocionalidad, unos intervalos. El misterio de la canción ocurre cuando esos elementos producen un impacto interno. Esos logotipos que encontraban los Beatles con la guitarra de Harrison, tres notas y chau. O esos bongó que usaban en algunos temas. O el rasguido de guitarra de “Taxman”..., ese rasguido de la guitarra es parte fundamental de la composición.

¿Qué canción te provoca a vos ese impacto interno?

–“Julia”, de John Lennon. Me desarma...

Después de la muerte de Spinetta, ¿hubo alguna canción de él que empezaste a valorar de otra manera?

–“Muchacha”. Me produce una cosa extrañísima que no me producía antes. Siempre me gustó, pero yo estaba muy acostumbrado a escucharla en la radio, en un taxi, en todos lados. Ahora escucho la voz de Luis y es como que viene desde otro lugar. No sé qué me pasa cuando la escucho. Te juro que no sé.

JORGE ALVAREZ: EL IDIOMA DE LOS ARGENTINOS.




 El idioma de los argentinos

 

Walsh, Viñas, Masotta, Quino, Puig, Piglia, Castillo, Copi, Urondo, Kordon, Dalmiro Sáenz, Rozenmacher, Sebreli: entre 1963 y 1969, en apenas esos siete años, publicó alrededor de 300 libros que revolucionaron la lectura, el mapa literario, el campo intelectual y la lengua argentina. Su librería en la calle Talcahuano era un centro ineludible y más de una generación de autodidactas se formó con sus libros. Pero no conforme con eso, en 1968 fundó la primera compañía discográfica del rock nacional, Mandioca (después transformada en Talent), que hasta su exilio en 1977 produjo y grabó a Manal, Tanguito, Miguel Abuelo, Moris, Vox Dei, Almendra, Sui Generis, Pappo’s Blues, Billy Bond y La Pesada del Rock’n’Roll, Crucis, entre muchos otros. Ahora, una muestra y una serie de charlas en la Biblioteca Nacional homenajean a Jorge Alvarez, el hombre que supo encontrar talentos, invertir en ellos sin adulterarlos y hacer llegar al público masivo un nuevo idioma.

Por María Moreno

–¡Betún, Betún! Vení...
Y el gato negro, de collar lujoso para las dos de la tarde (brillantitos), se acerca a refregarse en las piernas del parroquiano que ha estirado el espacio de su hogar hasta esa parrillita de Caballito en donde se lo reverencia como a un familiar. El editor y productor Jorge Alvarez todavía viste a la petitera, aunque falten los pantalones pata de elefante con que aparecía en los posters de los años ’60, que mareaban de psicodelia y chupaban como un mandala. Si yo fui autodidacta, puede decirse que estudié con los libros editados por Jorge Alvarez la materia Puig, la materia Walsh, la materia Masotta: era la universidad en la que sólo se podía ser estudiante crónico e incluía trescientos libros. Se lo digo.
–Muchos me salen con lo mismo. La gente iba a las librerías y pedía los libros de Jorge Alvarez, como si fuera un autor. Guillermo David me dijo: “¿Sabés que vos cambiaste el lenguaje de la Argentina? Y gracias a tus libros, que no eran libros como todos: conectaban más con lo que mirábamos nosotros, con lo que pensábamos, con cómo hablábamos. Eran plebeyos”. Y es verdad: con la editorial acabamos un poco con la solemnidad a la que nos había condenado la República Española con Losada o Sudamericana, por ejemplo. Y eso que empecé leyendo españoladas por mi hermano, que era profesor de Filosofía y Letras y muy lector de poetas como Lorca o Rafael de León. Y todo eso estaba en mi casa. Además, mi mamá había nacido en Nájera y mi papá en Logroño. Claro que al mismo tiempo yo era un petitero del Petit Café que quedaba en Callao y Santa Fe. Más allá estaba el cine Gran Splendid, más acá el Capitol.

Y en la esquina, la confitería El Aguila.

–Pero, ¿cuántos años tenés?

–Mil.

–Eramos petiteros, como ahora están los chetos.

Pero el petitero no es culto, en general.

–Claro, eran más de la minita y la salida. Saco azul, pantalón gris. Arrastrar los mocasines. Yo era un petitero atípico que escuchaba jazz, iba al cine, leía. Además, no te olvides que mis padres habían sido de extracción bastante alta y habían sufrido las consecuencias del derrumbe de la guerra. La publicidad de la sastrería de mi padre decía así: “La mejor sastrería de la Capital Federal, Sarmiento 562, la única con mannequin vivent”. Se llamaba Alvarez-Cabana. Me acuerdo de que salían del local unos perritos chiquitos con las correas, llevados por los vendedores, que iban muy elegantemente vestidos y con sombreros de paja. Imaginate que mis padres en el viaje de novios iban en el Cap. Arcona, eran de los que se llevaban la vaca a bordo. Entonces yo tenía chofer, mucama, cocinera y dinero para tener todo eso que con el paso del tiempo mi padre fue perdiendo. Lo de mannequin vivent era un poco la esencia del desajuste que había entre la realidad y mi papá, porque ya no se hacían trajes a medida: se hacían trajes de confección. Entonces mi hermano llegó a ir al Lasalle, al Champagnat; y yo en cambio terminé en colegios de Ramos Mejía, Haedo, Castelar.

Menos plata, más al Oeste...

–Mi médico, el doctor Aspiri, que era el embajador argentino, decía que yo tenía que ir al Oeste por los pulmones. Menos mal porque mi hermano, con esos colegios, sigue siendo medio tonto y yo no.

¿Fuiste un snob?

–Yo no estoy en contra del snobismo, por más que a Oscar Wilde se lo hayan cargado por eso; creo que el snobismo forma parte de las vanguardias.

¿Qué sería de la vanguardia sin un Cocteau?

–Y cuando nace en España un Almodóvar, para los españoles es snob. ¿A quién se le ocurrían las cosas que se le ocurrieron a Almodóvar? A nadie. Yo me acuerdo de que me reunía con Pedro en un pasaje del Paseo de la Castellana y le dije: “Vos no tenés ni la más puta idea de lo que hacés, de lo que vas a significar en el cine español, porque estás mirando España con unos ojos con que no la ve ninguno de los que estamos aquí, que somos gente que vinimos de otros lados, a unos años de estar post-Franco. Y ustedes, los españoles, son una cosa curiosísima: han vivido no sólo con el fantasma de Franco sino con el fantasma de Lola Flores, con el fantasma de los toros y con el fantasma de la zarzuela. ¿Y sabés qué sucede? Yo en mi casa cantaba ‘Ay ay ay ay, qué trabajo nos manda el señor’, y el segundo de mi repertorio era ‘Ojos verdes verdes / con brillo de faca / que están clavaítos en mi corazón’, y luego ‘Si tú eres la bien pagá / porque tus besos compré / y a mí me supiste dar / por un puñao de parné’. ¡Ustedes son zarzueleros! Y lo han sido toda la vida hasta que les agarró ese ataque de ‘¡No! Esto es de la España profunda de Franco!’”.

¡Juicio a Conchita Piquer!

–Yo tuve Conchita Piquer hasta el hartazgo. La iba a ver al Teatro Avenida y... ¡cómo me gustaban las blusas de Miguel de Molina! Iba a ver también a Lola Flores, a Carmen Amaya. Los españoles somos zarzueleros.

¿Con Almodóvar no “cranearon” nada?

–Yo hice una sola cosa con Almodóvar, que nunca me la pagará en su vida, pero yo se lo cobraré en algún rincón de mi existencia. En su tercera película, le dije: “Mirá, Negro, vos sos una pasada, sos mejor que los demás, hasta tal punto que no tenés siquiera que plantear la pelea con los otros; pero hay gente que tiene talento y tiene que estar al lado tuyo porque vos no tenés un talento enciclopédico y ellos te pueden aportar”. “¿Quién por ejemplo?” “Juan Orestes Gatti.” Insoportable –lo puedo decir en voz alta–, un ser horrendo, pero es mi diseñador preferido, y Pedro lo necesitaba. Si vos ves las películas de Pedro y te fijás en el desarrollo gráfico... ¡yo se lo di! ¿Quién lo sabe? ¿Alguien lo sabe? Lo sabe el señor Almodóvar, que de repente se tenía que enredar en unas excusas de cuarta y de quinta con lo cómico por falta de apoyatura de nivel. ¿Quién dijo que los interlocutores son fáciles? A esto no lo voy a decir, no lo debo decir, ni lo diré: si en vez de estar yo en Mandioca está cualquiera, no es lo mismo.

¿Te considerás español?

–No tengo ningún pariente que no sea español. Y al mismo tiempo soy terriblemente argentino, porque nací aquí, me crié aquí y como les digo a unos amigos míos que siempre se enojan: yo no puedo sentir nada más que lo que siento, porque ustedes no me pueden obligar a mí a que sienta como siente el negrito del Bronx cantando Sarah Vaughan o Ella Fitzgerald, porque a eso no lo he mamado. Yo, cuando un negro estaba cantando blues, estaba escuchando: “Sin ser tu marido, ni tu novio, ni tu amante, yo soy quien más te ha querío... ¡con eso tienes bastante!”.

En principio, la lengua te viene de esas letras.

–Yo creo que viene de ahí, totalmente; como viene de ahí que yo no me enrolle con el tango.

¿Ni con las letras del tango-canción, que es modernista, en donde siempre está la marca de Darío?

–No. Eso va a parar a Horacio Ferrer de la mano del Uruguay con Angelito Rama a la cabeza. A mí el tango no me llegaba. La primera vez que sentí una sensación de tango fue cuando escuché cantar a Javier Martínez “Avellaneda Blues”: “Sur y aceite, barriles en el barro, galpón abandonado. Charco sucio, el agua va pudriendo un zapato olvidado”. Me acuerdo cómo lo hacía rabiar a Spinetta. Spinetta decía que yo era un hijo de puta de lo peor, porque me ponía delante de él y hacía con los brazos así, como un bandoneonista que se apoyaba el instrumento entre las piernas y lo estiraba y cantaba “Muchaaacha ojos de papeeel, adoónde vas, queeedate hasta el aaalba”. ¡“Muchacha” es, ha sido y será un tango! ¡Que vos no lo quieras asumir, es otra cosa! Yo no escuché tango hasta el 2 de abril de 1962, donde en un boliche que se llamaba 676 escuché a Piazzolla.

La editorial Jorge Alvarez publicó más de 300 libros lentre 1963 y 1969, y renovó la cultura argentina por dentro y por fuera: con tapas en consonancia con la época y con autores que abrían la puerta al habla y los ámbitos populares.
 

LA JABONERIA POP

 

Felisa Pinto, cronista de modas y antropóloga del café society, es una beauté ilustrada desde la época en que Arturito Alvarez comía sobre un Picasso, Federico Manuel Peralta Ramos se gastaba una beca Guggenheim en una noche en Mau Mau y el lugar era la librería de Jorge Alvarez.
–Yo no pertenecía a su petit comité, pero el centro del mundo era su Talcahuano, que era como la jabonería de Vieytes. Allí uno se encontraba con Pirí Lugones, Rodolfo Walsh, Germán García, David Viñas. La librería y editorial de Jorge Alvarez era la alternativa al Di Tella, que era todo imagen y frivolidad. Me acuerdo de que Ronald Shakespear publicó Caras y Caritas con todas sus fotos (ahora se reeditó) y que a mí Jorge me encargó algo que se llamaba así como La agenda de un hombre importante, que era un libro sobre yuppismo, sólo que entonces no se hablaba de yuppies sino de ejecutivos, que eran también unos mamarrachos. A Jorge le debo el presentarme a mis dos mejores amigos: Manuel Puig y Juan Gatti. Yo, que no soy rockera nacional ni internacional, le reconozco que él comandó la huestes del rock nacional, que era la protesta, la bronca. Después la realidad le pasó por encima a la protesta.
La enumeración caótica es la salsa del cronista; pero, ¿la lista? La lista es el sector guía telefónica de la información, su somnífero, a menos que se la lea en sus resonancias fundantes, en su alocado pluralismo, pero siempre à gauche, como la lista de los autores que publicó Jorge Alvarez: Juan José Sebreli, Armando Discépolo, Roland Barthes, Liliana Heker, Félix Luna, Jorge Ricardo Masetti, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde, Adolfo Prieto, Manuel Puig, Rodolfo Walsh, John Reed, Germán Rozenmacher, David Viñas, Jean-Paul Sartre.
Claro que había un caldo de cultivo.
–El otro día tenía una fantasía de esas que te agarran cuando estás en la cama. Imaginaba que estaba hablando con alguien, lo escuchaba y después le contestaba: “Ya sé, ustedes porque no habían nacido, otros porque no tienen memoria, pero, ¿no se acuerda de una cosa? Acá, en los ’60, todos se estaban comiendo los mocos con las películas de Ingmar Bergman –el Bergman dramático, no el pasado por el colador de Woody Allen, que a mí no me gusta–, venía Dizzy Gillespie, venía Charlie Parker, estaba Lalo Schifrin, estaba el Gato Barbieri. Cuando nadie sabía quién era Ionesco, nosotros ya nos reíamos de Ionesco. Usted se olvida de todo eso”. Y no lo decía como una expresión del máximo fanatismo. Nosotros hemos sido siempre así.

¿Tuviste algún contacto con el Frente de Liberación Homosexual (FLH)? Manuel Puig había pasado por ahí brevemente.

–Ninguno. Siempre me pareció de cuarta. No quiero ser agresivo, pero para mí era de mal gusto. Puig, por ejemplo, era una petarda. Lo que tenía que hacer, lo hacía. Pero no había esa cosa de complicidades. A los autores les daba apoyo y afecto, pero nada más, porque estábamos trabajando.

¿Qué opinás del matrimonio igualitario?

–Que me parece de juzgado de guardia.

¿Ningún interés en la militancia gay?

–¿A quién se le ocurrió que uno puede hablar de todo, de las intimidades y hacerlas públicas? “A mí me gustaría saber.” “Claro, ¡a vos te gustaría saber! A mí no. ¡A mí no me gustaría saber nada!” “Pero no negarás que...” “¡Yo no niego nada!”

Los ’60 eran muy liberales, pero homofóbicos. El emblema eran John y Yoko en la cama.

–Y yo no hacía pública mi orientación sexual hasta que, llegado un momento, me aburrí porque me perseguían algunas mujeres que estaban decididas a irse a la cama conmigo. Por supuesto que los gays son víctimas, un poco víctimas o muy víctimas, pero de las circunstancias. Pero no es muy importante. Es una cosa más. ¡Esa especie de tótem del sexo! ¿Qué les pasa?

 
 

Copi y Puig coinciden con vos. Puig decía que el sexo tendría que tener la importancia de un deporte.

–Por eso me gusta más el estilo brasileño, en donde si pasa, pasa y... ¡pasa! Y al día siguiente eso fue ayer y hoy es otro día. Es demodé estar tan pendiente del sexo. En mis memorias no hablo para nada de eso, salvo cuando digo que de chico me masturbaba mirando imágenes del Príncipe Valiente.

Ya diste algunos anticipos de esas memorias.

–Sí, y un amigo me dice: “Pero, ¿vos no usás punto y aparte?”. Yo visitaba a Gabo cuando estaba escribiendo Cien años de soledad. A la noche, después de haber pasado toda la mañana y toda la tarde en su escritorio, me traía seis u ocho páginas. Qué genial. Es el único libro que hubiera querido editar y no pude. Y un día, García Márquez me dijo que poner punto y aparte era pedir un aplauso. Y yo no tengo ganas de pedir aplausos; si me los dan, que me los den.

Pero si vos narrás en punto seguido, no cerrás ningún bloque.

–Pero él me dice: “¿Por qué saltás de una cosa a la otra?”. La cabeza mía salta y yo le sigo el juego. ¿Qué querés? ¿Que me ponga aristotélico a esta altura de mi vida?
En el cuento que no es un cuento (“Ese hombre”), Rodolfo Walsh relata su entrevista con Perón (no lo nombra) en Puerta de Hierro. Describe el despacho ordenado, un Martín Fierro a caballo, la foto de Juan XXIII bajo el vidrio del escritorio. Encuentra a Perón “alto, erguido, indestructible”. Creo sospechar que ese efecto monumental tiene una parte de utilería que Jorge Alvarez ha descubierto.

Hablás de Perón en tus memorias.

–Donde, como te dije, cuento historias sin solución de continuidad y sin Aristóteles de por medio. Descubrí que Perón usaba plataformas en el sofá en donde se sentaba. Me acuerdo de que a la cuarta o quinta vez que fui, me di cuenta de que desde allí el acceso a estar parado era inmediato. De los otros sillones te costaba salir, te hundías. Cosas de pícaro.

Utilería del poder.

–“¿Qué tal le pareció el librito del amigo?”, me dijo. Ahí al lado estaba Lopecito. “Bien... yo no entiendo mucho de ese tema. Muy esotérico no soy. Pero, en fin, lo voy a leer.” Descubrí que en Puerta de Hierro eran iguales que en tu casa. “Che, no te olvides de traer el chocolate que trajiste la otra vez, no aquel que era medio seco.” Ese tipo de cosas. Imaginate en un tipo que ha manejado tu historia. Yo fui gorila siempre. “En septiembre del ’55 –le dije– yo estaba en la Plaza gritando: ‘¡Viva Cristo Rey!’. Y era un tipo que había ido por última vez a misa en el ’45. Ya sé que es un papelón, discúlpeme, mire si seré pelotudo.” “¿Qué quiere que le diga? Todos me dicen lo mismo: me lo vienen a contar a mí. Eso ya está pasado, perdonado y olvidado.”

Cuando te vas a España, Rodolfo Walsh y Pirí Lugones ya habían desaparecido.

–Sí. Una vez me encontré con Pirí, que me llamó para invitarme a comer. Me contó lo que estaba haciendo. Le dije que me parecía absurdo, demencial. Pero como decía Haydée Padilla: “La libertad es libre”. “Es un error, están poniendo de acuerdo a los militares, que es lo peor que pueden hacer”, le dije. Me explicó por qué no. En mi libreta de direcciones debo tener veinte muertos. A veces venía a verme alguien de la SIDE para ver si, porque entraba y salía de la Argentina, estaba en algo.

Mandioca grabó y produjo a casi todos los pioneros del rock nacional, a los que Alvarez veía como descendientes del tango, a veces a pesar de la opinión de los músicos.
 

PAMPA Y ROCK

 

Jorge Alvarez fundó con Rafael López Sánchez (luego casado con Paloma Pica-sso) y Pedro Pujó el sello Mandioca, la madre de los chicos, que editó La Biblia de Vox Dei, discos de Manal, Cristina Plate, Miguel Abuelo, Almendra... El sello lanzó su primer recital el 12 de noviembre de 1968, en el teatro Apolo. Lo nuevo suele recibir un misil de silbidos y abucheos más o menos estridente en nombre de la colada ya bendecida de lo establecido, desde Le sacre de printimp de Igor Stravinsky hasta La vuelta al nido de Leopoldo Torres Ríos, y así fue: la revista Panorama no ahorró el estilo socarrón y demoledor de los semanarios imaginados por Jacobo Timerman.
“Recital de canciones por Manal, Cristina Plate y Miguel Abuelo.
Sobrevivientes de la tribu pseudo hippy de Plaza Francia, diezmada en parte hace un año por la tijera policial, numerosos jóvenes de sexos indefinidos con disfraz bohemio y algunos ‘notables’ invitados especialmente, atestaron la sala Apolo durante la sesión inaugural de un ciclo auspiciado por Mandioca, nuevo sello grabador capitaneado por el ahora barbado editor Jorge Alvarez y tres adolescentes de espíritu aventurero... Una lánguida partidaria de este tipo de eventos explicó: ‘Nunca haremos nada importante. Sólo nos resta destacar nuestra insignificancia’. Lo hacen tan bien, que el ‘arte’ de aburrir tiene en ellos a sus estrellas máximas.”
–Fue toda una mise en scène. Cuando termina el concierto, veo un tipo apoyado en una columna de mármol que después se me acerca y me pregunta: “¿Vos sos Jorge Alvarez? Te felicito porque has puesto la piedra fundamental para terminar con esta música de mierda que les gusta a los argentinos”. Fue la única opinión que intercambié de música con Spinetta.

El gran happening fue cuando lanzaste Mandioca.

–Ahora sería fantástico repetirlo. Estaba con Rafael López Sánchez –que era el marido de Paloma Picasso–, Javier Arroyuelo y Pedro Pujó en Mar del Plata, tratando de ver cómo íbamos a armar eso. Con las técnicas de esa época –Masotta y no sé qué– mandamos hacer unas manzanas de porcelana con un mensaje adentro, que se rompían para que te enteraras de lo que pasaba. Dimos esas invitaciones en la calle, estaban Norma y Mimí Pons, Norma Aleandro, Leopoldo Marechal. Habíamos decidido acompañarlas con una ranita de esas que hacen tic tic tic, una matraca, serpentinas. Organizamos la entrada de la gente al concierto, pero como no empezaba nunca, estaba de mal humor. Y no empezaba nunca porque queríamos generar un clima. Teníamos cuarenta personas metidas entre los invitados que formaban un coro que cantaba Bach y de repente una mujer –que hablaba como la anunciante de una línea aérea– invitaba a pasar. Se extendía una alfombra roja por la que venía otra mujer vestida de novia con un grabador en la mano, que tocaba la Marcha nupcial. Un delirio. De pronto, no bien entraron los invitados, se pusieron a tocar las matracas y a apretar las ranitas. Todo estaba a punto de estallar. Hasta que se empiezan a escuchar unos acordes de Manal, el telón se levanta suavemente y... ¡guaaaauuuu!
Jorge Alvarez es un Ben Molar pop o un Prometeo progresivo. El artista Roberto Jacoby dice que una vez, cuando San Telmo era un montón de conventillos que se vendían por una bicoca, convenció a unos capitalistas italianos de comprar el barrio completo, armar una ciudadela de artistas y poner los precios por las nubes; y que eso que no fue se le ocurrió treinta años antes de que la tendencia se impusiera en el mundo.

¿Vos ayudabas en las letras?

–No es cierto, es una fantasía. Yo ayudaba en las letras si se cruzaba un disparate por el medio. Cambié muchas palabras de La Biblia de Vox Dei porque los músicos de rock en general, y éstos en particular, no tenían formación literaria, ni leían los periódicos (no sé cómo hicimos un movimiento de rock con eso). Yo creo que gracias al Di Tella, las Marta Minujín, los Roberto Villanueva, se habían filtrado entre los músicos de rock de cierto estamento. Y en la Argentina no había poetas en el rock. El único poeta que existió realmente en el rock fue Spinetta. Los músicos están muy poco interesados en la cultura. Chupar de ellos sólo se puede en el caso de Spinetta o en el caso de Javier Martínez, que a veces se ponía creativo con las letras pero, si no, es imposible: no leen, no saben lo que pasa en la realidad. ¿Qué se debe pensar de unos tipos que se vanaglorian de que hace treinta días que no leen el diario o hace veinte años que no saben lo que pasa en el mundo? Nunca me voy a olvidar: era el 4 de septiembre de 1939, debía ser en mi casa y en mi habitación. Y yo abrí el diario La Prensa –me acuerdo de que los avisos clasificados estaban en las primeras páginas– y leo: “Invasión a Polonia”, y en esa época tenía siete años. Y hasta sé el color de la frazada que tenía encima. Una vez me hicieron una nota en Gente, en donde estábamos Donna Caroll, Jorge López Ruiz, Billy Bond, Javier Martínez, Astor Piazzolla y yo. Era sobre el acercamiento entre los músicos “serios” y los “no serios”, a los que les resulta muy difícil tener un lenguaje e ideas en común. ¡Imaginate a Astor, que ha venido hablando con Nadia Boulanger durante años, relacionándose con Billy Bond!
Jorge Alvarez le editó Nanina a un Germán García de 20 años, con una tapa pop de fotos en damero, solarizadas. El también pasó unos años en España.

–Jorge Alvarez era una marca que generó una editorial y una discográfica, que a su vez generó otras editoriales como De la Flor, Tiempo Contemporáneo o Carlos Pérez editor, en medio de la euforia del significante librado de cualquier límite. Y que terminó en Macedonio Fernández, la caída del objeto, la melancolía: o sea, el peso del objeto en vez de la liviandad de las palabras. Era una época performática en donde si yo decía “voy a ser el rey del mambo”, podía convertirme en el rey del mambo. Ahora decís “voy a ser el rey del mambo”, y un tipo te dice “qué interesante, avisame cuando presentes el CD, pero ahora me tengo que ir a ver a mi señora”. Creo que cambió toda la configuración de la cultura, se rompieron las solidaridades, eso de que les leías la novelita a los amigos, tocabas un timbre para pedir un favor, inventabas cosas por fuera de la estructura tradicional. El cierto divismo de Alvarez es porque vivió todo ese Buenos Aires que era una fiesta, pero ahora está volviendo y se va a dar cuenta de que todo cambió, que las tonterías de las facultades dictan el modo de circulación, los excluidos, los inventos. Yo también volví y me acuerdo de que me encontré con mi amigo Edgardo Suárez, el actor de Leonardo Favio, que me dijo: “Vos manejate de Córdoba para arriba, no andés más por Corrientes, que te afanan. Si te rompen un brazo, rompé una cabeza. Se tiene una llave o se duerme en la calle”.
Dicen que Jorge Alvarez quiso editar La Biblia en todos los idiomas y que pensaba proponérselo al Papa. Quizás era uno de sus proyectos menos ambiciosos.

–Estás loca. Lo que pasó es que cuando llego a Nueva York vi que el auge de la cosa cristiana era muy fuerte. Entonces pensé en la perspectiva de un posible negocio, que era hacer la traducción de La Biblia al inglés y al francés. Ya había intentado hacerla en brasileño y había quedado muy bien, pero no la usamos comercialmente, fue un botón de muestra, no más. Pero no lo hice. Willy Quiroga sigue arreglando ascensores y Ricardo Soulé amaestrando halcones, ¿con quiénes la iba a hacer? Porque para los proyectos tenés que tener ganas. Una noche venía en auto con un músico al lado que conducía y yo le dije: “¿Sabés qué tengo ganas de hacer? A la Royal Philharmonic Orchestra no la puedo tener porque son ingleses, pero la de Berlín es bastante importante, sobre todo cuando la manejaba Herbert von Karajan... Tendrías que llamar a algunas personas vos, porque yo no tengo ganas”. “Pero, ¿qué querés hacer?” “Llamalo a Charly García y decile que quiero que haga con una orquesta sinfónica todos los temas de Spinetta.”