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martes, 13 de marzo de 2012

JORGE ALVAREZ: EL IDIOMA DE LOS ARGENTINOS.




 El idioma de los argentinos

 

Walsh, Viñas, Masotta, Quino, Puig, Piglia, Castillo, Copi, Urondo, Kordon, Dalmiro Sáenz, Rozenmacher, Sebreli: entre 1963 y 1969, en apenas esos siete años, publicó alrededor de 300 libros que revolucionaron la lectura, el mapa literario, el campo intelectual y la lengua argentina. Su librería en la calle Talcahuano era un centro ineludible y más de una generación de autodidactas se formó con sus libros. Pero no conforme con eso, en 1968 fundó la primera compañía discográfica del rock nacional, Mandioca (después transformada en Talent), que hasta su exilio en 1977 produjo y grabó a Manal, Tanguito, Miguel Abuelo, Moris, Vox Dei, Almendra, Sui Generis, Pappo’s Blues, Billy Bond y La Pesada del Rock’n’Roll, Crucis, entre muchos otros. Ahora, una muestra y una serie de charlas en la Biblioteca Nacional homenajean a Jorge Alvarez, el hombre que supo encontrar talentos, invertir en ellos sin adulterarlos y hacer llegar al público masivo un nuevo idioma.

Por María Moreno

–¡Betún, Betún! Vení...
Y el gato negro, de collar lujoso para las dos de la tarde (brillantitos), se acerca a refregarse en las piernas del parroquiano que ha estirado el espacio de su hogar hasta esa parrillita de Caballito en donde se lo reverencia como a un familiar. El editor y productor Jorge Alvarez todavía viste a la petitera, aunque falten los pantalones pata de elefante con que aparecía en los posters de los años ’60, que mareaban de psicodelia y chupaban como un mandala. Si yo fui autodidacta, puede decirse que estudié con los libros editados por Jorge Alvarez la materia Puig, la materia Walsh, la materia Masotta: era la universidad en la que sólo se podía ser estudiante crónico e incluía trescientos libros. Se lo digo.
–Muchos me salen con lo mismo. La gente iba a las librerías y pedía los libros de Jorge Alvarez, como si fuera un autor. Guillermo David me dijo: “¿Sabés que vos cambiaste el lenguaje de la Argentina? Y gracias a tus libros, que no eran libros como todos: conectaban más con lo que mirábamos nosotros, con lo que pensábamos, con cómo hablábamos. Eran plebeyos”. Y es verdad: con la editorial acabamos un poco con la solemnidad a la que nos había condenado la República Española con Losada o Sudamericana, por ejemplo. Y eso que empecé leyendo españoladas por mi hermano, que era profesor de Filosofía y Letras y muy lector de poetas como Lorca o Rafael de León. Y todo eso estaba en mi casa. Además, mi mamá había nacido en Nájera y mi papá en Logroño. Claro que al mismo tiempo yo era un petitero del Petit Café que quedaba en Callao y Santa Fe. Más allá estaba el cine Gran Splendid, más acá el Capitol.

Y en la esquina, la confitería El Aguila.

–Pero, ¿cuántos años tenés?

–Mil.

–Eramos petiteros, como ahora están los chetos.

Pero el petitero no es culto, en general.

–Claro, eran más de la minita y la salida. Saco azul, pantalón gris. Arrastrar los mocasines. Yo era un petitero atípico que escuchaba jazz, iba al cine, leía. Además, no te olvides que mis padres habían sido de extracción bastante alta y habían sufrido las consecuencias del derrumbe de la guerra. La publicidad de la sastrería de mi padre decía así: “La mejor sastrería de la Capital Federal, Sarmiento 562, la única con mannequin vivent”. Se llamaba Alvarez-Cabana. Me acuerdo de que salían del local unos perritos chiquitos con las correas, llevados por los vendedores, que iban muy elegantemente vestidos y con sombreros de paja. Imaginate que mis padres en el viaje de novios iban en el Cap. Arcona, eran de los que se llevaban la vaca a bordo. Entonces yo tenía chofer, mucama, cocinera y dinero para tener todo eso que con el paso del tiempo mi padre fue perdiendo. Lo de mannequin vivent era un poco la esencia del desajuste que había entre la realidad y mi papá, porque ya no se hacían trajes a medida: se hacían trajes de confección. Entonces mi hermano llegó a ir al Lasalle, al Champagnat; y yo en cambio terminé en colegios de Ramos Mejía, Haedo, Castelar.

Menos plata, más al Oeste...

–Mi médico, el doctor Aspiri, que era el embajador argentino, decía que yo tenía que ir al Oeste por los pulmones. Menos mal porque mi hermano, con esos colegios, sigue siendo medio tonto y yo no.

¿Fuiste un snob?

–Yo no estoy en contra del snobismo, por más que a Oscar Wilde se lo hayan cargado por eso; creo que el snobismo forma parte de las vanguardias.

¿Qué sería de la vanguardia sin un Cocteau?

–Y cuando nace en España un Almodóvar, para los españoles es snob. ¿A quién se le ocurrían las cosas que se le ocurrieron a Almodóvar? A nadie. Yo me acuerdo de que me reunía con Pedro en un pasaje del Paseo de la Castellana y le dije: “Vos no tenés ni la más puta idea de lo que hacés, de lo que vas a significar en el cine español, porque estás mirando España con unos ojos con que no la ve ninguno de los que estamos aquí, que somos gente que vinimos de otros lados, a unos años de estar post-Franco. Y ustedes, los españoles, son una cosa curiosísima: han vivido no sólo con el fantasma de Franco sino con el fantasma de Lola Flores, con el fantasma de los toros y con el fantasma de la zarzuela. ¿Y sabés qué sucede? Yo en mi casa cantaba ‘Ay ay ay ay, qué trabajo nos manda el señor’, y el segundo de mi repertorio era ‘Ojos verdes verdes / con brillo de faca / que están clavaítos en mi corazón’, y luego ‘Si tú eres la bien pagá / porque tus besos compré / y a mí me supiste dar / por un puñao de parné’. ¡Ustedes son zarzueleros! Y lo han sido toda la vida hasta que les agarró ese ataque de ‘¡No! Esto es de la España profunda de Franco!’”.

¡Juicio a Conchita Piquer!

–Yo tuve Conchita Piquer hasta el hartazgo. La iba a ver al Teatro Avenida y... ¡cómo me gustaban las blusas de Miguel de Molina! Iba a ver también a Lola Flores, a Carmen Amaya. Los españoles somos zarzueleros.

¿Con Almodóvar no “cranearon” nada?

–Yo hice una sola cosa con Almodóvar, que nunca me la pagará en su vida, pero yo se lo cobraré en algún rincón de mi existencia. En su tercera película, le dije: “Mirá, Negro, vos sos una pasada, sos mejor que los demás, hasta tal punto que no tenés siquiera que plantear la pelea con los otros; pero hay gente que tiene talento y tiene que estar al lado tuyo porque vos no tenés un talento enciclopédico y ellos te pueden aportar”. “¿Quién por ejemplo?” “Juan Orestes Gatti.” Insoportable –lo puedo decir en voz alta–, un ser horrendo, pero es mi diseñador preferido, y Pedro lo necesitaba. Si vos ves las películas de Pedro y te fijás en el desarrollo gráfico... ¡yo se lo di! ¿Quién lo sabe? ¿Alguien lo sabe? Lo sabe el señor Almodóvar, que de repente se tenía que enredar en unas excusas de cuarta y de quinta con lo cómico por falta de apoyatura de nivel. ¿Quién dijo que los interlocutores son fáciles? A esto no lo voy a decir, no lo debo decir, ni lo diré: si en vez de estar yo en Mandioca está cualquiera, no es lo mismo.

¿Te considerás español?

–No tengo ningún pariente que no sea español. Y al mismo tiempo soy terriblemente argentino, porque nací aquí, me crié aquí y como les digo a unos amigos míos que siempre se enojan: yo no puedo sentir nada más que lo que siento, porque ustedes no me pueden obligar a mí a que sienta como siente el negrito del Bronx cantando Sarah Vaughan o Ella Fitzgerald, porque a eso no lo he mamado. Yo, cuando un negro estaba cantando blues, estaba escuchando: “Sin ser tu marido, ni tu novio, ni tu amante, yo soy quien más te ha querío... ¡con eso tienes bastante!”.

En principio, la lengua te viene de esas letras.

–Yo creo que viene de ahí, totalmente; como viene de ahí que yo no me enrolle con el tango.

¿Ni con las letras del tango-canción, que es modernista, en donde siempre está la marca de Darío?

–No. Eso va a parar a Horacio Ferrer de la mano del Uruguay con Angelito Rama a la cabeza. A mí el tango no me llegaba. La primera vez que sentí una sensación de tango fue cuando escuché cantar a Javier Martínez “Avellaneda Blues”: “Sur y aceite, barriles en el barro, galpón abandonado. Charco sucio, el agua va pudriendo un zapato olvidado”. Me acuerdo cómo lo hacía rabiar a Spinetta. Spinetta decía que yo era un hijo de puta de lo peor, porque me ponía delante de él y hacía con los brazos así, como un bandoneonista que se apoyaba el instrumento entre las piernas y lo estiraba y cantaba “Muchaaacha ojos de papeeel, adoónde vas, queeedate hasta el aaalba”. ¡“Muchacha” es, ha sido y será un tango! ¡Que vos no lo quieras asumir, es otra cosa! Yo no escuché tango hasta el 2 de abril de 1962, donde en un boliche que se llamaba 676 escuché a Piazzolla.

La editorial Jorge Alvarez publicó más de 300 libros lentre 1963 y 1969, y renovó la cultura argentina por dentro y por fuera: con tapas en consonancia con la época y con autores que abrían la puerta al habla y los ámbitos populares.
 

LA JABONERIA POP

 

Felisa Pinto, cronista de modas y antropóloga del café society, es una beauté ilustrada desde la época en que Arturito Alvarez comía sobre un Picasso, Federico Manuel Peralta Ramos se gastaba una beca Guggenheim en una noche en Mau Mau y el lugar era la librería de Jorge Alvarez.
–Yo no pertenecía a su petit comité, pero el centro del mundo era su Talcahuano, que era como la jabonería de Vieytes. Allí uno se encontraba con Pirí Lugones, Rodolfo Walsh, Germán García, David Viñas. La librería y editorial de Jorge Alvarez era la alternativa al Di Tella, que era todo imagen y frivolidad. Me acuerdo de que Ronald Shakespear publicó Caras y Caritas con todas sus fotos (ahora se reeditó) y que a mí Jorge me encargó algo que se llamaba así como La agenda de un hombre importante, que era un libro sobre yuppismo, sólo que entonces no se hablaba de yuppies sino de ejecutivos, que eran también unos mamarrachos. A Jorge le debo el presentarme a mis dos mejores amigos: Manuel Puig y Juan Gatti. Yo, que no soy rockera nacional ni internacional, le reconozco que él comandó la huestes del rock nacional, que era la protesta, la bronca. Después la realidad le pasó por encima a la protesta.
La enumeración caótica es la salsa del cronista; pero, ¿la lista? La lista es el sector guía telefónica de la información, su somnífero, a menos que se la lea en sus resonancias fundantes, en su alocado pluralismo, pero siempre à gauche, como la lista de los autores que publicó Jorge Alvarez: Juan José Sebreli, Armando Discépolo, Roland Barthes, Liliana Heker, Félix Luna, Jorge Ricardo Masetti, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde, Adolfo Prieto, Manuel Puig, Rodolfo Walsh, John Reed, Germán Rozenmacher, David Viñas, Jean-Paul Sartre.
Claro que había un caldo de cultivo.
–El otro día tenía una fantasía de esas que te agarran cuando estás en la cama. Imaginaba que estaba hablando con alguien, lo escuchaba y después le contestaba: “Ya sé, ustedes porque no habían nacido, otros porque no tienen memoria, pero, ¿no se acuerda de una cosa? Acá, en los ’60, todos se estaban comiendo los mocos con las películas de Ingmar Bergman –el Bergman dramático, no el pasado por el colador de Woody Allen, que a mí no me gusta–, venía Dizzy Gillespie, venía Charlie Parker, estaba Lalo Schifrin, estaba el Gato Barbieri. Cuando nadie sabía quién era Ionesco, nosotros ya nos reíamos de Ionesco. Usted se olvida de todo eso”. Y no lo decía como una expresión del máximo fanatismo. Nosotros hemos sido siempre así.

¿Tuviste algún contacto con el Frente de Liberación Homosexual (FLH)? Manuel Puig había pasado por ahí brevemente.

–Ninguno. Siempre me pareció de cuarta. No quiero ser agresivo, pero para mí era de mal gusto. Puig, por ejemplo, era una petarda. Lo que tenía que hacer, lo hacía. Pero no había esa cosa de complicidades. A los autores les daba apoyo y afecto, pero nada más, porque estábamos trabajando.

¿Qué opinás del matrimonio igualitario?

–Que me parece de juzgado de guardia.

¿Ningún interés en la militancia gay?

–¿A quién se le ocurrió que uno puede hablar de todo, de las intimidades y hacerlas públicas? “A mí me gustaría saber.” “Claro, ¡a vos te gustaría saber! A mí no. ¡A mí no me gustaría saber nada!” “Pero no negarás que...” “¡Yo no niego nada!”

Los ’60 eran muy liberales, pero homofóbicos. El emblema eran John y Yoko en la cama.

–Y yo no hacía pública mi orientación sexual hasta que, llegado un momento, me aburrí porque me perseguían algunas mujeres que estaban decididas a irse a la cama conmigo. Por supuesto que los gays son víctimas, un poco víctimas o muy víctimas, pero de las circunstancias. Pero no es muy importante. Es una cosa más. ¡Esa especie de tótem del sexo! ¿Qué les pasa?

 
 

Copi y Puig coinciden con vos. Puig decía que el sexo tendría que tener la importancia de un deporte.

–Por eso me gusta más el estilo brasileño, en donde si pasa, pasa y... ¡pasa! Y al día siguiente eso fue ayer y hoy es otro día. Es demodé estar tan pendiente del sexo. En mis memorias no hablo para nada de eso, salvo cuando digo que de chico me masturbaba mirando imágenes del Príncipe Valiente.

Ya diste algunos anticipos de esas memorias.

–Sí, y un amigo me dice: “Pero, ¿vos no usás punto y aparte?”. Yo visitaba a Gabo cuando estaba escribiendo Cien años de soledad. A la noche, después de haber pasado toda la mañana y toda la tarde en su escritorio, me traía seis u ocho páginas. Qué genial. Es el único libro que hubiera querido editar y no pude. Y un día, García Márquez me dijo que poner punto y aparte era pedir un aplauso. Y yo no tengo ganas de pedir aplausos; si me los dan, que me los den.

Pero si vos narrás en punto seguido, no cerrás ningún bloque.

–Pero él me dice: “¿Por qué saltás de una cosa a la otra?”. La cabeza mía salta y yo le sigo el juego. ¿Qué querés? ¿Que me ponga aristotélico a esta altura de mi vida?
En el cuento que no es un cuento (“Ese hombre”), Rodolfo Walsh relata su entrevista con Perón (no lo nombra) en Puerta de Hierro. Describe el despacho ordenado, un Martín Fierro a caballo, la foto de Juan XXIII bajo el vidrio del escritorio. Encuentra a Perón “alto, erguido, indestructible”. Creo sospechar que ese efecto monumental tiene una parte de utilería que Jorge Alvarez ha descubierto.

Hablás de Perón en tus memorias.

–Donde, como te dije, cuento historias sin solución de continuidad y sin Aristóteles de por medio. Descubrí que Perón usaba plataformas en el sofá en donde se sentaba. Me acuerdo de que a la cuarta o quinta vez que fui, me di cuenta de que desde allí el acceso a estar parado era inmediato. De los otros sillones te costaba salir, te hundías. Cosas de pícaro.

Utilería del poder.

–“¿Qué tal le pareció el librito del amigo?”, me dijo. Ahí al lado estaba Lopecito. “Bien... yo no entiendo mucho de ese tema. Muy esotérico no soy. Pero, en fin, lo voy a leer.” Descubrí que en Puerta de Hierro eran iguales que en tu casa. “Che, no te olvides de traer el chocolate que trajiste la otra vez, no aquel que era medio seco.” Ese tipo de cosas. Imaginate en un tipo que ha manejado tu historia. Yo fui gorila siempre. “En septiembre del ’55 –le dije– yo estaba en la Plaza gritando: ‘¡Viva Cristo Rey!’. Y era un tipo que había ido por última vez a misa en el ’45. Ya sé que es un papelón, discúlpeme, mire si seré pelotudo.” “¿Qué quiere que le diga? Todos me dicen lo mismo: me lo vienen a contar a mí. Eso ya está pasado, perdonado y olvidado.”

Cuando te vas a España, Rodolfo Walsh y Pirí Lugones ya habían desaparecido.

–Sí. Una vez me encontré con Pirí, que me llamó para invitarme a comer. Me contó lo que estaba haciendo. Le dije que me parecía absurdo, demencial. Pero como decía Haydée Padilla: “La libertad es libre”. “Es un error, están poniendo de acuerdo a los militares, que es lo peor que pueden hacer”, le dije. Me explicó por qué no. En mi libreta de direcciones debo tener veinte muertos. A veces venía a verme alguien de la SIDE para ver si, porque entraba y salía de la Argentina, estaba en algo.

Mandioca grabó y produjo a casi todos los pioneros del rock nacional, a los que Alvarez veía como descendientes del tango, a veces a pesar de la opinión de los músicos.
 

PAMPA Y ROCK

 

Jorge Alvarez fundó con Rafael López Sánchez (luego casado con Paloma Pica-sso) y Pedro Pujó el sello Mandioca, la madre de los chicos, que editó La Biblia de Vox Dei, discos de Manal, Cristina Plate, Miguel Abuelo, Almendra... El sello lanzó su primer recital el 12 de noviembre de 1968, en el teatro Apolo. Lo nuevo suele recibir un misil de silbidos y abucheos más o menos estridente en nombre de la colada ya bendecida de lo establecido, desde Le sacre de printimp de Igor Stravinsky hasta La vuelta al nido de Leopoldo Torres Ríos, y así fue: la revista Panorama no ahorró el estilo socarrón y demoledor de los semanarios imaginados por Jacobo Timerman.
“Recital de canciones por Manal, Cristina Plate y Miguel Abuelo.
Sobrevivientes de la tribu pseudo hippy de Plaza Francia, diezmada en parte hace un año por la tijera policial, numerosos jóvenes de sexos indefinidos con disfraz bohemio y algunos ‘notables’ invitados especialmente, atestaron la sala Apolo durante la sesión inaugural de un ciclo auspiciado por Mandioca, nuevo sello grabador capitaneado por el ahora barbado editor Jorge Alvarez y tres adolescentes de espíritu aventurero... Una lánguida partidaria de este tipo de eventos explicó: ‘Nunca haremos nada importante. Sólo nos resta destacar nuestra insignificancia’. Lo hacen tan bien, que el ‘arte’ de aburrir tiene en ellos a sus estrellas máximas.”
–Fue toda una mise en scène. Cuando termina el concierto, veo un tipo apoyado en una columna de mármol que después se me acerca y me pregunta: “¿Vos sos Jorge Alvarez? Te felicito porque has puesto la piedra fundamental para terminar con esta música de mierda que les gusta a los argentinos”. Fue la única opinión que intercambié de música con Spinetta.

El gran happening fue cuando lanzaste Mandioca.

–Ahora sería fantástico repetirlo. Estaba con Rafael López Sánchez –que era el marido de Paloma Picasso–, Javier Arroyuelo y Pedro Pujó en Mar del Plata, tratando de ver cómo íbamos a armar eso. Con las técnicas de esa época –Masotta y no sé qué– mandamos hacer unas manzanas de porcelana con un mensaje adentro, que se rompían para que te enteraras de lo que pasaba. Dimos esas invitaciones en la calle, estaban Norma y Mimí Pons, Norma Aleandro, Leopoldo Marechal. Habíamos decidido acompañarlas con una ranita de esas que hacen tic tic tic, una matraca, serpentinas. Organizamos la entrada de la gente al concierto, pero como no empezaba nunca, estaba de mal humor. Y no empezaba nunca porque queríamos generar un clima. Teníamos cuarenta personas metidas entre los invitados que formaban un coro que cantaba Bach y de repente una mujer –que hablaba como la anunciante de una línea aérea– invitaba a pasar. Se extendía una alfombra roja por la que venía otra mujer vestida de novia con un grabador en la mano, que tocaba la Marcha nupcial. Un delirio. De pronto, no bien entraron los invitados, se pusieron a tocar las matracas y a apretar las ranitas. Todo estaba a punto de estallar. Hasta que se empiezan a escuchar unos acordes de Manal, el telón se levanta suavemente y... ¡guaaaauuuu!
Jorge Alvarez es un Ben Molar pop o un Prometeo progresivo. El artista Roberto Jacoby dice que una vez, cuando San Telmo era un montón de conventillos que se vendían por una bicoca, convenció a unos capitalistas italianos de comprar el barrio completo, armar una ciudadela de artistas y poner los precios por las nubes; y que eso que no fue se le ocurrió treinta años antes de que la tendencia se impusiera en el mundo.

¿Vos ayudabas en las letras?

–No es cierto, es una fantasía. Yo ayudaba en las letras si se cruzaba un disparate por el medio. Cambié muchas palabras de La Biblia de Vox Dei porque los músicos de rock en general, y éstos en particular, no tenían formación literaria, ni leían los periódicos (no sé cómo hicimos un movimiento de rock con eso). Yo creo que gracias al Di Tella, las Marta Minujín, los Roberto Villanueva, se habían filtrado entre los músicos de rock de cierto estamento. Y en la Argentina no había poetas en el rock. El único poeta que existió realmente en el rock fue Spinetta. Los músicos están muy poco interesados en la cultura. Chupar de ellos sólo se puede en el caso de Spinetta o en el caso de Javier Martínez, que a veces se ponía creativo con las letras pero, si no, es imposible: no leen, no saben lo que pasa en la realidad. ¿Qué se debe pensar de unos tipos que se vanaglorian de que hace treinta días que no leen el diario o hace veinte años que no saben lo que pasa en el mundo? Nunca me voy a olvidar: era el 4 de septiembre de 1939, debía ser en mi casa y en mi habitación. Y yo abrí el diario La Prensa –me acuerdo de que los avisos clasificados estaban en las primeras páginas– y leo: “Invasión a Polonia”, y en esa época tenía siete años. Y hasta sé el color de la frazada que tenía encima. Una vez me hicieron una nota en Gente, en donde estábamos Donna Caroll, Jorge López Ruiz, Billy Bond, Javier Martínez, Astor Piazzolla y yo. Era sobre el acercamiento entre los músicos “serios” y los “no serios”, a los que les resulta muy difícil tener un lenguaje e ideas en común. ¡Imaginate a Astor, que ha venido hablando con Nadia Boulanger durante años, relacionándose con Billy Bond!
Jorge Alvarez le editó Nanina a un Germán García de 20 años, con una tapa pop de fotos en damero, solarizadas. El también pasó unos años en España.

–Jorge Alvarez era una marca que generó una editorial y una discográfica, que a su vez generó otras editoriales como De la Flor, Tiempo Contemporáneo o Carlos Pérez editor, en medio de la euforia del significante librado de cualquier límite. Y que terminó en Macedonio Fernández, la caída del objeto, la melancolía: o sea, el peso del objeto en vez de la liviandad de las palabras. Era una época performática en donde si yo decía “voy a ser el rey del mambo”, podía convertirme en el rey del mambo. Ahora decís “voy a ser el rey del mambo”, y un tipo te dice “qué interesante, avisame cuando presentes el CD, pero ahora me tengo que ir a ver a mi señora”. Creo que cambió toda la configuración de la cultura, se rompieron las solidaridades, eso de que les leías la novelita a los amigos, tocabas un timbre para pedir un favor, inventabas cosas por fuera de la estructura tradicional. El cierto divismo de Alvarez es porque vivió todo ese Buenos Aires que era una fiesta, pero ahora está volviendo y se va a dar cuenta de que todo cambió, que las tonterías de las facultades dictan el modo de circulación, los excluidos, los inventos. Yo también volví y me acuerdo de que me encontré con mi amigo Edgardo Suárez, el actor de Leonardo Favio, que me dijo: “Vos manejate de Córdoba para arriba, no andés más por Corrientes, que te afanan. Si te rompen un brazo, rompé una cabeza. Se tiene una llave o se duerme en la calle”.
Dicen que Jorge Alvarez quiso editar La Biblia en todos los idiomas y que pensaba proponérselo al Papa. Quizás era uno de sus proyectos menos ambiciosos.

–Estás loca. Lo que pasó es que cuando llego a Nueva York vi que el auge de la cosa cristiana era muy fuerte. Entonces pensé en la perspectiva de un posible negocio, que era hacer la traducción de La Biblia al inglés y al francés. Ya había intentado hacerla en brasileño y había quedado muy bien, pero no la usamos comercialmente, fue un botón de muestra, no más. Pero no lo hice. Willy Quiroga sigue arreglando ascensores y Ricardo Soulé amaestrando halcones, ¿con quiénes la iba a hacer? Porque para los proyectos tenés que tener ganas. Una noche venía en auto con un músico al lado que conducía y yo le dije: “¿Sabés qué tengo ganas de hacer? A la Royal Philharmonic Orchestra no la puedo tener porque son ingleses, pero la de Berlín es bastante importante, sobre todo cuando la manejaba Herbert von Karajan... Tendrías que llamar a algunas personas vos, porque yo no tengo ganas”. “Pero, ¿qué querés hacer?” “Llamalo a Charly García y decile que quiero que haga con una orquesta sinfónica todos los temas de Spinetta.”

 

  

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