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viernes, 25 de enero de 2013

MARINA FAGES, CANTAUTORA Y ARTISTA PLASTICA


Variaciones estéticas de una cancionista

 

Lo suyo fue desde siempre la pintura, y las canciones llegaron después. Acaba de autoeditar su primer disco como solista, Madera metal, que presentará este jueves en el C. C. Matienzo.


Por Sergio Sánchez

La crisis de la industria discográfica parece ser, a priori, un hecho devastador para la música. Sin embargo, si se hila más fino, la cosa no es así. La crisis de las grandes discográficas y disquerías trajo aparejadas la emergencia y la supervivencia de artistas –en su mayoría independientes– más preocupados por la honestidad de sus canciones. Antes que una restricción, es un desafío para los músicos. Si la obra es buena, no se necesitan productores o sellos de peso; alcanza con las posibilidades de difusión que permite Internet y el “boca en boca”. Un ejemplo de ello es el trabajo que viene haciendo la cancionista Marina Fages, quien acaba de autoeditar su primer disco como solista, Madera metal, aunque no se trata de su debut en la música. La compositora y artista plástica también integra el grupo de “punk folk” El Tronador, desde 2008, y explota su costado más experimental en R353 y Los Hermanos Turdera. “A las bandas independientes les sigue yendo bien. Por más que tengas contrato con una discográfica, la manera de poder generar ingresos es el vivo. Y a partir de que las discográficas ya no editan tanto, las bandas se editan a sí mismas. Al arte honesto no hay con que darle. Si hacés algo con ganas y sinceridad, llegás”, reflexiona Fages, quien se presentará este jueves a las 21 en el C. C. Matienzo (Matienzo 2424), junto a Loli Molina.

Entonces, Madera metal es el resultado de un camino recorrido por experiencias grupales y su curiosidad por la técnica de improvisación. “Muchas veces en la improvisación surgen pequeños gérmenes que después se convierten en canciones”, explica la joven de 29 años. Sin embargo, acaba de dar a luz un disco con todos los condimentos del formato canción: composiciones amplias, sugerentes, personales y con exquisitos arreglos de guitarra y texturas vocales. Y otra particularidad: las melodías remiten a paisajes y climas patagónicos y pampeanos. Fages pone en contexto: “A veces no me siento tan parte de esta ciudad. De chica crecí en el sur: viví en Tierra del Fuego y Mendoza. Y con mi madre nos vinimos a Buenos Aires pero todos los veranos seguí yendo a Tierra del Fuego, porque mi viejo vive allá. Entonces, también tengo todos esos paisajes. En el sur hay tanto viento que no hay árboles. Los cielos son increíbles pero al mismo tiempo todo es muy frío y melancólico. Eso me influencia mucho”.

La sonoridad escénica del disco fue alimentada por los aportes del guitarrista Fernando Kabusacki, músico invitado. “Metió muchas cosas que lo llevan para un lado orquestal. A algunos temas, como ‘Acantilados’ y ‘Hechizados’, les puso épica”, se alegra. Nacho Czornogas (saxo barítono, clarón y clarinete), Lucy Patané (bombo, banjo, latitas) y Martín de Lassaletta (contrabajo) también colaboraron en la grabación. La joven admite ser una fanática del disco físico, más allá de la crisis. Para ella, tiene larga vida aún. De hecho, junto a un grupo de músicos amigos, abrió en el Patio del Liceo la disquería Mercurio, un espacio para difundir música independiente y argentina. “Es como el sueño del pibe. Aunque tiene sus partes que no están buenas, como las cuentas. No hay súper ganancias, pero se venden los discos y el lugar se sostiene a sí mismo. Está buenísimo porque tiene una función social: es un punto de venta para todos nuestros amigos y para músicos colegas que no conocemos. Uno de nuestros lemas es ‘escúchalo en Bandcamp y cómpralo en Mercurio’. El objeto es el objeto. No le funciona capaz a Madonna, a las grandes discográficas, pero sí a un músico que se autofinancia.”
Fages cuenta que no hace mucho que se considera “música”. Lo suyo, primordialmente, fue siempre la pintura. Desde muy pequeña conoció su vocación por las artes plásticas y las canciones llegaron después. Hoy ambas disciplinas son casi indisociables en su vida. “Hace varios años que intento que las canciones y los cuadros estén unidos –explica Fages–. De hecho, hay estéticas iguales. Hay una serie de pinturas que se condice totalmente con el disco de El Tronador. Y otra serie que está muy cerca de Madera metal. Son cosas distintas, pero cuando pienso en la música se me aparecen todo el tiempo en la cabeza imágenes, sensaciones y colores, que transportan. En una minibiografía puse ‘canto y dibujo, pero es lo mismo’. Me encantaría que cuando veas el cuadro puedas escuchar la canción y entiendas algo. También me gusta el valor agregado que le pueda dar otra persona; construye sobre la obra del artista y se convierte en otra cosa.”

–¿Y cómo llegó a la música?

–Desde muy chica me la pasaba dibujando. A la música siempre la vivía primero de una manera más pasiva. Mi mamá, cuando éramos chicos, nos tocaba algunos temas folklóricos. Y mi papá escuchaba mucha música clásica, aunque no tocaba. A los diez años empecé a estudiar piano y a los once a cantar en el coro de la iglesia. Y ahí me volví loca: me di cuenta de que me gustaba muchísimo la armonía. Iba con tres de mis ocho hermanos al coro y compartíamos momentos más allá de la fe. Después dejé la fe, pero esa cuestión de estar cantando con mucha gente en un templo era increíble. En la adolescencia tuve algunas bandas, una medio grunge y de más grande canté punk; era cualquiera. Después descubrí la vergüenza y dejé de tocar por muchos años. Pero seguía componiendo temas, aunque no me animaba a mostrarlos. Y recién en 2008 Lucy Patané me dijo: “Tenemos que tocar tus temas, están buenísimos”. Y ahí nació El Tronador.

–¿Cuál es su búsqueda con la canción? ¿Quisiera ser popular?

–No súper popular, pero me gustaría que cualquiera pudiera escuchar mi música y le guste. Cuando estudiaba cine me preocupaba especialmente por la función social que tenía. Me preguntaba para qué servía cantar y dibujar. Para mi familia, si no tenía un título de abogada me iba a cagar de hambre. Es decir, cantar y dibujar no servía para hacer plata ni para ayudar a los niños de Africa (se ríe). Me daba cuenta de que lo que me gustaba hacer era algo artístico pero no le veía la función social. Y cuando empecé a estudiar cine leí que las vanguardias tenían como fin poner en crisis el sistema para que siga cambiando y que haya movimiento siempre. Y, por ejemplo, en esa época me gustaban las comedias, el humor. Esa es una función social increíble, la de hacer reír. Mis canciones no son graciosas pero busco que pongas el disco a la mañana y te levantes mejor. Que alguien escuche la canción y le haga bien. La música siempre te acompaña.

METALLICA PUSO SU CATALOGO EN EL SITIO DE STREAMING SPOTIFY


 


Viernes, 25 de enero de 2013


Años después del juicio contra Napster, los integrantes del grupo firmaron contrato con los responsables de Spotify, que incluyen a un fundador de ìTorrent y un cofundador de Napster. Otros músicos señalan que las regalías distan de ser satisfactorias.

Por Emily Mackay *

El mes pasado, esos auténticos monstruos del rock llamados Metallica pusieron su más que considerable catálogo en Spotify. Fue un momento histórico, no solo para los fans del metal y fiesteros siempre listos para agitar sus cabezas, sino también en la historia de la guerra entre los sheriffs de la industria tradicional de la música y el alguna vez salvaje territorio del consumo de música en Internet. El proceso judicial iniciado por la banda en 2000 contra el sitio de intercambio de archivos Napster ayudó a endurecer las respectivas posiciones entre el viejo y el nuevo mundo. “Tomamos nuestras realizaciones –sea música, letras, las fotos o el arte gráfico– muy seriamente”, aseguró entonces el incendiario baterista Lars Ulrich. “Es lo que hacen todos los artistas, y por eso es enfermante saber que nuestro arte está siendo comerciado como una commodity en vez de la pieza creativa que realmente es.”

Es por eso que resulta ahora extraño ver a Ulrich cantando loas a Spotify, en un escenario junto al fundador Daniel Ek, ex consejero delegado de ìTorrent (una plataforma que puede ser utilizada, y de hecho lo es, para descargar ilegalmente material protegido por el copyright) y Sean Parker, integrante del consejo e inversor de Spotify... y cofundador de Napster. Parker incluso ingresó al escenario mientras sonaba “I fought the law” (“Yo combatí a la ley”), de The Clash. ¿Quién ganó aquí?

El modelo de Spotify en el cual los oyentes pueden aceptar publicidad o tomar una suscripción de hasta 15 dólares mensuales, es una astuta legitimación de la facilidad de las descargas ilegales. El anuncio de Metallica parece haberlo finalmente sellado como una manera viable de ganarse la vida. Aun así, todavía hay mucho disenso entre los artistas que no poseen los derechos sobre los masters de sus grabaciones, y así reciben pagos de regalías filtrados por los contratos que tienen con sus compañías discográficas. Spotify le da a la industria el 70 por ciento del dinero que recibe, dinero del cual los artistas reciben entre un 20 y un 25 por ciento, según estima el editor de Music Week Tim Ingham. La pequeña escala de esos pagos, comparada con las fuentes de ingreso más tradicionales, ha llevado a que artistas indie como Lower Dens, Grizzly Bear y The Black Keys refunfuñen de un modo muy elocuente sobre la cantidad de pasadas en Spotify que se necesitan para igualar la venta de un disco, en fríos términos de dinero. En un apasionado posteo en su blog, Jana Hunter (Lower Dens) argumentó que “la música no debería ser gratis, ni siquiera debería ser barata. Si consumís toda la música que querés todo el tiempo, compulsiva, sudorosamente, terminás teniendo una relación barata con la música que escuchás”.

En niveles más comerciales, el último disco de Rihanna se mantuvo fuera del servicio, así como el de Taylor Swift. Scott Borchetta, presidente del sello Big Machine que edita a Swift, dijo que “no vamos a poner nuestros nuevos lanzamientos en Spotify. ¿Por qué no vamos a tomar las enseñanzas del negocio del cine? Ellos tienen lanzamientos en cine y lanzamientos en cable. Hay ciertos niveles. Si simplemente tiramos ahí todo lo que tenemos, estamos listos”. Otros alegan que la exposición que ofrece Spotify ayuda a motorizar las ventas; el fenomenal suceso del segundo disco de Mumford & Sons, Babel, que llegó al primer lugar de las ventas junto al primer lugar en el streaming, es ofrecido como prueba de esto. Pero no es un tema de elegir entre streaming o ventas. Un enorme monto de música aún puede encontrarse en Internet, gratis e ilegalmente. Dice Will Hope, director de relaciones con los sellos de Spotify para Europa: “Es por eso que Spotify existe, queremos ofrecer una solución y una contraparte para eso”. Es una contraparte que para algunos artistas toca las notas equivocadas, pero quizá sea un tema de ajustes.

Para que Spotify tenga éxito, y por éxito quiero decir llegar al punto en que los artistas cobren un dinero que les permita vivir de eso, hay que llegar a cierta escala”, apunta Ingham. “Es una situación en el estilo del huevo y la gallina, en el que la gente dice que necesita llegarse a 10 millones, o incluso 100 millones de streams para que los artistas empiecen a recibir el dinero que acostumbraban. Para llegar a eso, Spotify necesita tener los mayores catálogos en su servicio. Tener a Metallica significa que en el futuro otros artistas como ellos empezarán a ver un dinero que puedan considerar una recompensa justa por su material.”

Tanto Hope como Ingham creen que el proceso de pago a los artistas se irá volviendo mejor y más transparente a medida que este y otros servicios crezcan. Spotify ya tiene cinco millones de suscriptores pagos, y más de veinte millones de usuarios activos en total. En los últimos cinco meses, sus pagos de regalías a los artistas se han duplicado, llegando a 500 millones de dólares. Es esencial mantener los intereses de los artistas en la mente del público, pero por ahora el modelo de Spotify es lo mejor que se pudo conseguir. Mientras las ventas físicas declinan, el streaming es la parte de más rápido crecimiento en los ingresos de la industria. Si los mismísimos Metallica bajaron las armas, quizá sea tiempo de que los demás los imiten.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.


martes, 22 de enero de 2013

ENTREVISTA A RAMONA GALARZA.





   

16/01/13



Figura central de la Fiesta Nacional del Chamamé, en su querida Corrientes, la cantante habla de la historia familiar, el miedo al río, su amor por el guaraní, los prejuicios que superó contra la música de su tierra y promete, tal vez, grabar otro disco.

Por Diego Manso


Lo mismo que si en ella encarnara alguno de esos seres mitológicos que habitan en el imaginario de las provincias, muy peinada al spray y con vestido vaporoso, Ramona Galarza discurre por las callecitas de un pueblo rural. Cae el sol y tararea junto al río la coda de “Viejo Caá Catí”, chamamé de Romero Maciel y Albérico Castilla, y ni el rigor del playback la sorprende sin un gesto genuino. La escena pertenece a una de esas películas que Fernando Ayala y Héctor Olivera filmaron a principios de los 70, rejunte de estampas adobadas por los comentarios patrioteros del animador Julio Márbiz que, aun a pesar de su estilo chusco, casi deudor de un kitsch inconsciente, hoy sirven como testimonio de una época en la que todavía se escuchaba música con detenimiento y donde el canto de raíz popular, incluso en sus manifestaciones más envilecidas y festivaleras, ocupaba un lugar preponderante en audiciones radiales y televisivas. Ramona Galarza es, entonces, una de las pocas representantes vivas de ese tiempo. Su rol en la difusión de la música del litoral pasó por encima el desprecio inicial del público de Buenos Aires y su nombre debería llevar letras de oro cuando alguien, algún día, escriba la historia. Es cierto, hace mucho que no graba, pero sus presentaciones por todo el país la mantienen activa y sigue buscando nuevo repertorio. Esta semana, Ramona está en su Corrientes natal como figura central de la Fiesta Nacional del Chamamé, que empezó el miércoles y se extenderá hasta el domingo 20, un evento que reúne a más de trescientos artistas, razón de más para que antes de que viajase, en una tarde enloquecida de fin de año, Ramona habla con nosotros en un bar de Belgrano, muy cerca de su casa.

-¿En qué lugar específico de Corrientes naciste?

-En la ciudad. Tengo mi casa vieja todavía, que heredé de mis padres, cerca de lo que antes era el puerto. Cerca del río, que a mí no me gusta el río.

-¿Cuando eras chica tampoco?

-No sé por qué le he tenido miedo siempre. No lo quiero ver ni en películas, no sé por qué será. Y mi casa está justo en la mitad de cuadra, donde hay una plazoleta del tamaño de la cuadra, que se llama Plazoleta Italia.

-¿Esa casa es grande?

-Antes había un salón comedor donde mi papá tenía un boliche, pero cuando él murió le dijeron a mi mamá si quería alquilar. Entonces ella sacó todas las cosas que había y lo mandó cerrar. Lo que yo tengo ahora es un pasillo largo, un dormitorio que es bastante grande y después la cocina, el baño y eso es todo.

-¿El boliche estaba adelante? ¿Cómo era la clientela?

-Sí, adelante. Iba la gente del puerto, porque antes había mucha actividad ahí. Y también algunos chamameceros que esperaban la balsa para ir al Chaco. Algunos iban a almorzar, a tomar vino, y después seguían viaje.

-¿Tocaban música?

-No sé, porque yo no me acuerdo de eso. Iban a charlar con mi papá, eran amigos.

-¿Pero se cantaba en tu casa?

-Yo cantaba lo que escuchaba en la radio. Antes se escuchaba música, ahora no. En Corrientes se escuchaba mucho tango y después estaban los programas de chamamé en la emisora local, pero también podíamos sintonizar Radio Chaco. Ahora es todo periodístico, pero antes sólo decían los avisos y después pasaban alguna canción.

-¿Quién se dio cuenta de que cantabas bien?

-No te sé decir. Es que mi mamá tampoco era que me fomentaba mucho, para que me dejara venir a Buenos Aires me costó mucho. Yo vine a casa de mi madrina en La Boca, me acuerdo.

-¿Qué edad tenías?

-Cerca de 20 tenía. Yo a los años no les llevo el apunte.

-¿No decís tu edad ni loca?

-No existe la edad, jamás nadie puede decir que yo le haya preguntado los años que tiene. Me interesa la persona, no la edad. Y si digo la verdad van a decir que miento. Cuando hay gente amiga que dice su edad, ni la escucho. No me acuerdo ni los años de la única hermanastra mía que vive,  que es mucho más chica que yo. Del único que sabía era del último hermanastro que falleció.

-¿Son hijos de un matrimonio anterior de tu padre?

-No, no. El tenía sus cosas por ahí, yo no lo critico. Mi madre se ha llevado bien siempre con todos los hijos de mi papá, era una mujer conciliadora.

-¿Y vos te enterabas que tenías un hermanastro al mismo tiempo que nacían?

-No, después me enteré. Empezamos a encontrarnos.

-¿De tu madre y tu padre sos la única hija?

-La única. Después venía Pedro, después esta hermana que vive todavía y el más chico que hace diez años que se murió.

-¿Tus hermanos tenían el mismo apellido que vos?

-Sí, claro.

-¿Tu papá los inscribía?

-Claro, qué problema hay…

-Pero antes no se hacía con los hijos naturales.

-Pero él sí. No sé si sabés que yo no soy Galarza, mi mamá era Galarza. Entonces usé mi primer nombre y mi segundo apellido.

-¿Cuándo te lo cambiaste?

-Cuando empecé en una orquesta, como cancionista.

-¿Por qué lo cambiaste?

Me parecía que quedaba mejor ese apellido con Ramona, porque Onetto…

-¿Tu papá era argentino?
-Sí.

-¿Y tus abuelos?

-No sé porque mi papá murió y me vine a Buenos Aires muy joven y no hubo tiempo de hablar.

-¿Cómo fue que viniste a Buenos Aires?

-Porque fueron a hacer una película allá en Corrientes. Esa famosa película Alto Paraná (Catrano Catrani, 1958). Como el director musical era el maestro Emilio Jiménez, amigo de mi padre,  me recomendó. No canto en la película, hice un papelito menor. Entonces me dicen que por qué no vengo a poner las voces a Buenos Aires, pequeñas cositas, palabritas. Ahí me instalé en casa de mi madrina. Después, el mismo maestro Jiménez me lleva a un sello grabador. Allí me recibió el director, me escuchó y me dijo: “¿Con ese nombre va a cantar?”.

-¿Qué cantaste ese día?

-Lo de la película, Kilómetro 11, que yo lo hacía un poquitito así a capella en un personaje que iba a la iglesia. Firmé un contrato y después de eso me llevó a la radio un locutor que era correntino y trabajaba en Splendid.

-¿Qué es eso que grabaste?

-Kilómetro 11 y Virgencita del río.

-¿Hablaban guaraní en tu casa?

-Mi padre entendía alguna cosa, pero no lo hablaba. Mi mamá, que venía del interior de Corrientes, hablaba todo. Yo aprendí de escuchar a mi bisabuela, que estaba con nosotros en otra casa que teníamos y la cuidábamos. Nunca supimos cuántos años tenía, hablaba todo en guaraní. Pero el idioma hay que charlarlo y acá no tengo con quién hablar.

-¿Te gusta?

-Me encanta, me encanta. Acá está la gente paraguaya, pero ellos hablan un guaraní más completo que nosotros, algunas palabras son más difíciles que las nuestras. El otro día, caminando hacia Cabildo, pasé por una obra y no sé lo que estaban diciendo en guaraní y yo les contesté algo y ellos se quedaron desconcertados, no sabían de dónde venía la voz que les respondía. Los paraguayos hablan muy bien.

-¿Vos querías ser cantante?

-A mí me gusta cantar.

-¿No pensaste en otra cosa?

-Yo quería cantar. Me hubiese gustado estudiar abogacía, pero hice un secundario que no sirvió, fui a una escuela técnica.

-¿Terminaste el secundario?

-No, qué lo voy a terminar. Estudiaba música y tampoco terminé, pero creo que tengo buen oído. Y hay una cosa que Dios nos da sólo a algunos, que es la afinación. Hay algunos que parece que cantan bien, pero desafinan de lo lindo. Eso viene con uno y difícil que se pueda conseguir estudiando. Yo siempre me manejé con médicos foniatras hasta que un buen día, después de mucho tiempo, uno me dijo que vaya a una maestra de canto para que me enseñara alguna técnica y no tener problemas. Me sirvió mucho aprender esa respiración. La fonoaudiología es lo más importante.

-¿Cuándo empezás a pegar fuerte en Buenos Aires?

-En los años 60, cuando empieza a venir todo el folclore y…

-Disculpame, Ramonita, pero no era lo mismo el chamamé que el resto del folclore.

-Estaba mal visto, es cierto. Si a mí me decían por qué cantaba eso. “Porque me gusta, es la canción de mi provincia.” Estaba mal visto, no porque no hubiera buenos intérpretes en esa época, sino porque los bailes a veces terminaban mal.

-Pero hasta el día de hoy casi todos los bailes terminan mal, ¿cuál era el prejuicio real?
-No les agradaría o era poco difundido también.

-Decime vos si estoy en lo cierto: mucha gente que venía del Litoral a Buenos Aires trabajaba de servicio doméstico y…

-Es verdad.


 


-Y para mucha gente el chamamé era la música que escuchaban sus mucamas, por eso la despreciaban.

-Claro, una revista dijo una vez que mi nombre era de empleada doméstica. A mí me resbala todo, porque además “Ramona” es una canción de Mabel Wayne.

-La cantó Gardel esa canción, es cierto. ¿Sentís que tuviste que luchar contra esa resistencia que afectaba al chamamé?

-Luchar, luchar. ¡Yo iba y actuaba! Me iba muy bien. Le debo todo a Buenos Aires, la primera que aceptó eso que yo traía.

-¿No querías llevar el chamamé como una militancia?

-No, yo vine a probar suerte y gracias a Dios me fue bien. Nada más. Yo hacía programas en la radio al mediodía y a la noche. Con orquesta y conjunto. Radio Splendid tenía un auditorio hermoso en la calle Uruguay, siempre repleto. Después recorrí todo el país de arriba para abajo.

-¿Cuántos discos grabaste?

-No sé, unos cuantos. Yo no soy autora, gracias a Dios y a la Virgen, si no grabaría sólo lo mío y hay canciones hermosas. Pero igual no era de grabar mucho tampoco. No me gusta el encierro, para mí es una tragedia.

-¿Vas a volver a grabar?

-¿Para qué, si te roban todo?

-¿Quiénes te roban todo?

-¿Quién es el que más roba la música?

-No sé.

-Sí, vos sabés.

-¿Las discográficas?

-No, las computadoras. ¿Para qué voy a grabar? ¿Para que todo el mundo lo tenga gratis? Así no tiene gracia. A lo mejor grabo algo el año que viene, pero me voy a tomar mi tiempo.

-Como digas. Tengo un vinilo  donde cantás boleros de Agustín Lara. Un disco hermoso.

-Ah, sí. Había ido a la compañía a preguntar algo a mi marido, que era el director artístico, y sale un señor que tenía que ver con las grabaciones del exterior y me pregunta si no me animo a hacer unas canciones de Agustín Lara como homenaje y yo de caradura le dije que sí. De esas canciones que elegimos creo que algunas no las grabó nadie nunca más.

-Es que el repertorio de Lara es muy extenso.

-No fue muy difundido ese disco ni nada. Y como yo no soy de pelearme. Aunque a lo último me peleo por las cosas injustas.

-¿Cómo conocés a tu marido?

-En Odeón, cuando me llevó el maestro Jiménez.

-¿Fue el que te escuchó el primer día? ¿En serio?

-Claro, el que me dijo “¿Con ese nombre piensa cantar usted?”

-Uh, qué loco.

-Cuarenta años juntos.


 


-¿Quién te puso “la novia del Paraná”?

-Es una canción de Osvaldo Sosa Cordero y mi marido le pone a la grabación “La novia del Paraná”. El es el culpable al final.

-O sea que no le gustaba tu nombre y al final te rebautizó.

-No me había dado cuenta, ¿viste vos qué cosa?

-Y, además, qué curioso que seas “la novia del Paraná” con el miedo que le tenés al río…
-Yo lo miro de lejos, le tengo mucho respeto.

-¿Cuándo enviudaste?

-Hace siete años. Pero no pongas que vivo sola, porque tengo dos siameses, mi Morotí y mi Cambacito. Fijate que mi hermano Pedro era un psíquico, cuando decía algo se cumplía. Un día me dijo: “Vos vas a tener un gato siamés y le vas a llamar Faraón”. Después de más de veinte años viene apareciendo una parienta de mi madre con un gato siamés al que le terminé poniendo Faraón. Mi Faraón. Se me murió él, muy mal. Pero yo tengo una idea fija que no te la voy a decir…

-¿Cómo que no? Decime.

-Dicen que los animales cuando hay un mal pensamiento para sus dueños ellos lo reciben primero. Aunque muchos van a decir que soy católica y no puedo pensar eso. A mí me resbala.

-¿Tu hermano era vidente?

-No, era psíquico. De repente un día me llamó: “Se va a morir alguien”. Me desesperé, tenía a mamá en Corrientes. No pasó una semana que se murió el esposo de una sobrina nieta nuestra. El siempre me decía: “Sé valiente, Ramona, sé valiente. Yo siempre voy a ayudar espiritualmente, siempre voy a estar con vos”. Hay gente que ve cosas. Yo he visto una vez algo, en el Colegio Militar, cuando fui a una cena. Vi que alguien se acercaba y pregunté, “¿quién viene con nosotros?”. Y de repente desapareció.

-¿Un fantasma?

-Son apariciones, pero no se muestran a todos, sólo algunos las vemos

jueves, 17 de enero de 2013

CREAM: The making of Disraeli Gears