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viernes, 31 de julio de 2009

LA MUSICA QUE VIENE DE LA CALLE


No les importa dónde ni en qué condiciones, sino tocar maravillosamente. Y representan un patrimonio cultural de Buenos Aires.


La música que viene de la calle

Por Leonardo Tarifeño

La calle es sinónimo de muchas cosas y la mayoría son malas. Quien "hace la calle" ha perdido la orientación moral, el que está "en la calle" perdió eso y todo lo demás. "Tener calle" puede ser bueno, pero sólo para defenderse de quienes tienen más calle aún. Y si alguien "callejea" es porque no tiene rumbo ni brújula y se dedica a vagabundear. El lado positivo aparece como excepción, azar, casualidad rarísima. "Me lo encontré en la calle" decimos, felices, para acentuar la insólita fortuna de un hallazgo único, en el umbral de lo imposible, con todavía más valor dadas las circunstancias. La impresión general es que de la calle conviene huir, o por lo menos estar poco, lo mínimo indispensable. Nada muy decente puede ocurrir allí.

Sin embargo, pocos lugares más democráticos que las calles de una gran ciudad. En sus veredas, muros y esquinas hay todo tipo de personas, modales, propuestas y mensajes, y parece lícito pensar que el civismo de una sociedad se mide por el ambiente y la convivencia que se producen en las calles, auténticos termómetros de la democracia. Construir un modelo urbano justo, seguro y agradable para todos es una misión insoslayable en el diseño de la vida social, y esa responsabilidad no excluye a nadie. Y es que en la calle se encuentran (y pierden) muchas cosas, pero los tesoros más preciados son el respeto y la tolerancia. O la capacidad de asombro. ¿Cómo valorar, disfrutar y enriquecer el paisaje que se ve -o escanea- a diario, entre apuros y empujones y con la cabeza siempre puesta en otro lado? En enero de 2007, editores del diario The Washington Post se hicieron una pregunta parecida e intentaron responderla cuando invitaron al virtuoso Joshua Bell, uno de los más grandes violinistas contemporáneos, a tocar en los pasillos de una estación de subte en la capital estadounidense. Tres días antes, Bell había salido ovacionado del Boston Symphony Hall, donde se presentó para un público que pagó un promedio de 140 dólares la entrada. Durante esa jornada subterránea de 43 minutos, en la que arrancó con la Partita número 2 en Re menor de Johann Sebastian Bach, Bell tocó para más de 1000 personas que pasaron enfrente de él apenas unos segundos. Veintisiete dejaron dinero en la funda de su violín, nada menos que un Stradivarius de 1713. En total, obtuvo 32 dólares. La mayoría de los que le dejaron monedas o algún billete ni siquiera se detuvieron a mirarlo.

Las conclusiones del "caso Bell" podrían extrapolarse a cualquier gran ciudad del mundo, Buenos Aires incluida, y quizás la presencia de una celebridad no sea indispensable para exhibir la blindada indiferencia con la que el urbanita surca una escenografía en la que, cotra todo pronóstico, el arte no es ajeno. De hecho, el nivel, la altura y hasta la osadía de quienes brillan con sus instrumentos en las esquinas de Buenos Aires convierten la escena musical callejera de esta capital en un patrimonio con indudables credenciales artísticas, por mucho que los prejuicios o la burocracia oficial la observen con higiénica distancia. En la calle Defensa, en San Telmo, cualquier domingo se puede ver y escuchar a la Orquesta Típica Ciudad Baigón ( www.ciudadbaigon.com.ar ), milagro juvenil de 12 integrantes, cuyo tangazo "Permiso" (compuesto por el pianista y director de la orquesta, Hernán Cabrera) fue elegido por Maximiliano Guerra para bailarlo en su espectáculo "Secuencias". En otro lugar de la misma calle, antes o después de Ciudad Baigón, suele aparecer la alegre "rumba punky" de Radio Roots ( www.myspace.com/radiorootsweb ), banda que abrió los conciertos de Manu Chao en Cosquín y el Luna Park durante el último tour del ex-Mano Negra en la Argentina. Como parte del programa cultural "Subte Vive", el notable grupo Jazz 4 ( www.myspace.com/jazz4jazz4 ) toca desde hace varios años en la estación Olleros de la línea D, y en las próximas semanas partirán de gira hacia Lausanne y St.Moritz (Suiza) y distintas ciudades de España y Francia. Los martes, jueves y viernes a las 17, la esquina de Perú y Diagonal Norte es el escenario del trío Keruzones ( www.myspace.com/keruzones ), alguna vez producidos por Lito Vitale y Las Pelotas, que llevan vendidos más de 12 mil copias de su último CD (grabado de manera independiente, en venta sólo en sus presentaciones). Y en la misma esquina, o en cualquier otro lugar de Florida, la buena música la pone Pollera Pantalón ( www.pollerapantalon.blogspot.com ), combo de ska y rock liderado por dos chicas que hacen maravillas con sus saxos. "Sabemos que no hay monedas en la ciudad, así que no se preocupen, mejor guárdenlas -dice Melina, de Pollera Pantalón, micrófono en mano y entre canción y canción- ¡nosotros aceptamos celulares, tarjetas de crédito y hasta Tickets Canasta!". Las veces que yo las vi, nadie dejó caer una American Express. Pero sí hubo oficinistas trajeados, un vendedor de cubanitos, madres con sus niños y señores cincuentones que bailaron, todos juntos, su divertidísima versión de "La Pantera Rosa", de Henry Mancini, en tiempo de ska.

Como cabe suponer, Buenos Aires no es la única ciudad del planeta que alberga, en sus calles, a bandas y solistas de alto vuelo. Tal vez la capital mundial del ritmo a la intemperie sea Barcelona, a la que llegan bandas y artistas de distintos lugares para hacer lo suyo en algún lugar del Raval o el Barrio Gótico. La movida es tan grande e importante, que todos los años recibe al Festival Buskers ( www.buskersfestivalbarcelona.org ), donde se presentan músicos callejeros de todo el mundo. Para tocar en las calles de Barcelona, el músico debe presentarse en una dependencia oficial y cumplir con el papeleo que termina en un carnet habilitante. Ese permiso dura un año e indica en qué esquina de la ciudad podrá trabajar. En Buenos Aires, el trámite es similar, aunque más engorroso: se inicia en la Secretaría de Cultura, sigue en la de Ambiente y Espacio Público, y la habilitación final dura dos meses. Pero el mayor problema llega a la hora de renovarlo, o de hacerle entender a las autoridades que la música callejera es un patrimonio cultural de la ciudad. Al menos eso es lo que sugiere Hernán Cabrera, de Ciudad Baigón, cuando afirma que "crear y organizar una orquesta típica es muy difícil, y mantenerla implica un esfuerzo enorme. Por eso resulta grosero ver que los gobernantes se llenan la boca para hablar de tango y, cuando hay una orquesta típica de jóvenes, que es una de las atracciones de San Telmo, se nos niega la renovación del permiso para tocar". En Barcelona, el grupo Ojos de Brujo, hoy reconocido como uno de los principales referentes en la mezcla de flamenco, rumba y hip hop, tocó durante años en los cosmopolitas callejones de la Barceloneta y el Raval, al igual que Macaco, Che Sudaka, Amparanoia y 08001 (código postal del barrio que le da nombre a una extraordinaria banda de trip hop mestizo formada por inmigrantes que habitan el Raval). Hoy, cada uno de estos proyectos nacidos en Barcelona o Madrid son una marca registrada en su género, y sus discos venden miles de copias a lo largo y ancho del globo. Pero vista desde aquí, la "movida de Barcelona" es el retrato de una paradoja: por ejemplo, el trío de rock mestizo Keruzones, que tocó en Barcelona y hoy interpreta enérgicas versiones de los africanos Amadou & Mariam y de los israelíes Balkan Beat Box en San Telmo o Florida, tiene permiso para presentarse en las calles de la capital catalana, pero no en las de Buenos Aires.

Como otros grupos y solistas que también tocan o tocaron en las calles porteñas (Pegaso, Alegrías de a Peso, la Orquesta Típica Fernández Fierro y Cobra, de Las Manos de Filippi, entre muchísimos otros), las bandas mencionadas aparecieron al aire libre por una doble necesidad: la de tocar seguido, y la de intentar mantenerse y crecer económicamente. Tras el desastre de Cromagnon, a los bares y las salas de conciertos no les resulta fácil recibir a bandas en vivo. Y cuando lo hacen, a los grupos muchas veces no les conviene el arreglo que hacen con los dueños. "Un amigo nuestro, miembro de Che Sudaka, nos contó su experiencia de Barcelona y nos animó a salir a tocar en la calle -cuenta Mike, trompetista de Radio Roots-; para eso, nos vimos obligados a cambiar el formato de nuestro show, ya que para no molestar a los vecinos decidimos hacerlo acústico. En la calle tocamos rumba, con guitarras y cajón flamenco; en un lugar cerrado o en festivales tocamos con instrumentos eléctricos y hacemos algo más cercano al reggae y el ska. Pero nuestra rumba no es flamenca pura; por ejemplo, tocamos "Volando voy", de Kiko Veneno, que alguna vez cantó Camarón de la Isla, pero en la calle suena más directa, sucia y llena de energía. Es rumba con actitud punk: rumba callejera".

El primer día que fueron a tocar a la esquina de Perú y Diagonal Norte, los Radio Roots sacaron 20 $ para cada uno y otros 20 para la banda. Y, en sus palabras, eso a todos les pareció, "regrosso". El cantante, tímido al extremo de sonrojarse cuando demora con las monedas en la máquina del colectivo, sacó a bailar a la gente, se abrazó con los extranjeros y vendió un par de discos. Y hasta el policía que vino a echarlos les pareció simpático, trabajador obligado por las circunstancias. Hoy llevan vendidos más de 20 mil copias del CD Sudamerika Styling (disco en el que colaboró el legendario Gambeat, bajista de Manu Chao) y el récord en un día lo alcanzaron el domingo de San Telmo en el que vendieron 239 discos. Nada mal, si se tiene en cuenta que, entre nosotros, una artista indie reconocida y global como Cat Power, de reciente visita en la Argentina, apenas si supera las dos mil copias vendidas de sus álbumes.

Desde el punto de vista económico, a Radio Roots, Keruzones y Pollera Pantalón la calle les permitió grabar sus discos y salir de gira (en el caso de Pollera, en una combi pintarrajeada a la que se enchufan para tocar), Jazz 4 se dio el lujo de grabar una versión en cuarteto de Porgy & Bess (con Enrique Varela, ex La Banda Elástica, como músico invitado) y los miembros de Ciudad Baigón utilizaron parte de esas ganancias para construir un espacio propio, en Cochabamba y Jujuy, donde tocan junto a estudiantes de la Escuela de Tango Orlando Goni. "De todas maneras, lo mejor de tocar en la calle no es, ni por mucho, el beneficio económico, ya que eso es muy irregular y desgastante -aclara Hernán, de Ciudad Baigón, quien cada domingo se pone el piano al hombro para llevarlo hasta su extraño hogar en la vereda de Defensa-; en la situación específica del tango, tocar en la calle genera un sonido particular, rabioso, muy característico del tango hecho por jóvenes, como la Fernández Fierro, que también tocaban en San Telmo. Hay una nueva forma de sentir y tocar el tango, y mucho de esa manera tiene que ver con haberlo tocado en la calle, donde los arreglos y los staccati están condicionados, entre otras cosas, por un entorno al que hay que ganarse rápidamente". Gustavo Firmenich, de Jazz 4, coincide; para él, "en la calle, o en el pasillo del subte, el músico no tiene crédito. En un teatro, la gente va a escuchar; en la calle, para que alguien se acerque hay que interpelar al público con la música. Y quien se entrene en esa escuela, puede tener público donde sea".

Como sugieren Mike y Hernán, la calle es una fábrica de sonidos particulares, que moldean el género (el tango, la rumba, el swing) de quienes salen con una banda a tocar en una esquina. Y si la impronta callejera asoma en el efecto musical, también deja su marca en el carácter o la personalidad del intérprete. "Si tocás en la calle, podés tocar en cualquier lado -señala Andrea, de Pollera Pantalón-; yo creo que cuando se tiene el poder de hacer bailar, los obstáculos no importan. Y en la calle, para hacer bailar, hay que ser muy directos y potentes". La propia historia de la banda sugiere que a ese poder nunca se lo debe subestimar. El grupo empezó con Melina al mando de lo que entonces era Urbanda, proyecto al que se sumó Andrea para crear una banda dirigida exclusivamente a las calles. En esas tardes, un cadete que trabajaba en el microcentro se las arreglaba para hacer sus encargos por donde ellas tocaran; al poco tiempo, el chico se convirtió en el sonidista (primero) y en el tecladista (después) de lo que sería Pollera Pantalón. Y el resto -las giras por Uruguay y el interior del país, los discos y el último show en el Centro Cultural Arcoyrá, con más de 20 músicos invitados y trapecistas en escena- lo hicieron entre ellos y el poder de hacer bailar, muy probablemente conseguido como parte de la educación sonora que impone el adoquín.

De todas maneras, como toda escuela, el adoquín tiene su encanto y su crueldad. "A nosotros nos encanta tocar en la calle, y no creo que alguna vez dejemos de hacerlo -afirma José Lavallén, guitarra "y etcéteras" de Keruzones-; es una experiencia que no se obtiene en ningún otro lugar. Como músico, uno llega a gente muy diversa, desde el lustrabotas hasta el oficinista, un paraíso de audiencia para el artista popular. Pero para sobrevivir en la calle hay que saber llegar a acuerdos. Una vez nos denunciaron y tuvimos que ir a una mediación a la Justicia porque nos secuestraron el amplificador. La denuncia decía que el ?ruido molesto´ incluía coros femeninos y otras cosas que nosotros, que somos un trío masculino, no tenemos. En realidad, muchas veces, las denuncias se basan en la idea de que el músico callejero no es un trabajador, sino un vago. Y así como muchos de nosotros creemos que la calle es de todos y que es importante pactar y acordar con los otros, sería muy bueno para la convivencia que los demás también respeten y toleren aún aquello que no les gusta especialmente". Las anécdotas de hostilidad no son pocas y hablan de ese otro poder que tampoco conviene menospreciar: el de la ira, la intolerancia o la soberbia. A Hernán Cabrera le tiraron un baldazo de agua sobre el piano, instrumento que no sobrevive a la humedad. Otro baldazo cayó sobre las melenas rumberas de los Radio Roots, quienes, aún mojados, a pedido del extasiado público igual entonaron el estribillo "duerme la liebre / se escapa la tortuga / no pierdas más el tiempo / que la cara se te arruga". Y Gustavo Firmenich recuerda el día en que un pesado (¿hay otra forma de llamarlo?) insistía una y otra vez con que le permitieran tocar la batería. "Dale, loco, te doy 20 pesos y me subo a la bata" decía el joven del público, hasta que Gustavo finalmente accedió, por supuesto sin aceptar los 20 pesos. "Tocaba tan mal, que no sabíamos qué hacer, nos mirábamos entre nosotros, era imposible saber qué tiempo iba a marcar. La canción se nos hizo eterna. Cuando se fue, todos pensamos lo mismo: ¡le hubiéramos aceptado los 20 pesos!".

Para el tanguero Hernán, "todo estaría bastante bien si no fuera porque cada domingo nos levantan un acta". Mientras los Keruzones posan en Perú y Diagonal Norte para la producción fotográfica de esta nota, dos policías llegan para decir que ahí no se puede tomar fotos. Antes de instalarse en la misma esquina, uno de los Radio Roots pasa por un puesto donde militantes de la Coalición Cívica, megáfono en cuello, llaman a votar a Alfonso Prat Gay. "¿Ves? Esto sí se puede hacer. Pero tocar, no", me dice, y entiendo que no sólo se refiere a lo legal o ilegal que puede ser ocupar la calle. En general, la vida del músico no se ve nada fácil, pero más complicada la tiene el músico callejero. Y es raro que se lo tenga en la mira, porque en definitiva la entrega del músico auténtico es la misma, sin tener en cuenta el escenario. "Yo tengo un saxo bueno pero de batalla, y otro alucinante y carísimo -dice el jazzero Firmenich-; y al subte siempre llevo el alucinante. Por seguridad debería llevar el otro, pero en el fondo lo único que uno quiere, en el subte o cualquier lado, es sonar lo mejor posible". Según Nicolás Daniluk, baterista de Keruzones, "lo curioso es que el prejuicio también viene de los colegas músicos. Y, la verdad, yo no entiendo por qué sería más digno trabajar de cartero, diseñador o cadete para una empresa de anilinas, como ya lo hemos hecho, que ir a la calle para tocar y mostrar una propuesta artística". Pero si los demás músicos ven al callejero como alguien digno de sospecha artística, peor para ellos. "La calle da y quita. Lo que quita, de a poco, es la paciencia. Y lo que da, es un sonido y una garra impresionantes -apunta Mike-; un ejemplo es cuando fuimos a abrir para Manu Chao en el Luna Park. Hasta ese momento, ninguno de nosotros había ido nunca al Luna. O no sé, creo que uno llegó a ir a ver a Divididos, hace mil años. Tocar ahí era un sueño, una locura, nunca pensamos que nos iba a ocurrir. Y cuando salimos al escenario, pusimos tanta energía y pila que dejamos al público enloquecido, muy arriba, demasiado para una banda soporte. Después fue el turno de Onda Vaga y tranquilizaron un poco a la gente, porque nosotros habíamos tocado con una fuerza increíble. Esa fuerza es justo lo que da la calle".

Mientras los músicos callejeros de Buenos Aires empiezan a conocerse y a pactar con aquellos que no los quieren cerca, en el extranjero hay quien se ha propuesto utilizar la fuerza -¿política?- de la escena global. Tal es la propuesta de Playing for Change ( www.playingforchange.org ), un proyecto de la Playing for Change Foundation (PFCF) que busca unir al mundo a través de la música y de planes concretos de educación en distintas comunidades. El CD doble ya está disponible en la Argentina, y consta de diez canciones clásicas ("Stand by me", de Leiber, Stoller y Ben E.King, y "One love", de Bob Marley, entre ellas) en audio y video. En las imágenes, se ve a músicos callejeros de América, África y Oriente Medio, entre otras regiones, unidos por distintas melodías conocidas aquí, allá y en todas partes. La música deja en claro que a la humanidad es más lo que la une que lo que la separa. Los intérpretes de las calles del mundo tocan en diferentes estilos, con técnicas varias e instrumentos insospechados, y entre todos construyen un lenguaje único y lleno de ilusiones. Hay que haber perdido toda esperanza para tirarle un baldazo en la cabeza a estos artistas-mensajeros.

Y si parece una locura atacar a quien toca por el desarrollo mundial a partir de la música, ¿por qué hacerlo con quien se gana la vida con arte y esfuerzo en algún lugar del barrio? La respuesta parece evidente, pero siempre hay -y tal vez habrá- algo de incomprensión en el artista de la esquina. La calle es sinónimo de muchas cosas y nunca del talento ajeno. Es la triste cuestión que sobrevuela la bella "For free" de Joni Mitchell, quien en unos pocos versos le canta al duro destino de quien no se plantea dónde, ni cuándo ni bajo qué condiciones, sino tocar maravillosamente. Canta Joni: anoche dormí en un buen hotel, hoy fui todo el día de shopping para comprar joyas, el viento cruza el pueblo polvoriento, los chicos salen de la escuela, yo me detengo en una esquina ruidosa y, enfrente de la calle, él toca realmente bien su clarinete, gratis; yo toco por fortunas, tengo una limosina negra y dos caballeros me acompañan a todas partes, y toco si tienes el dinero o si eres mi amigo... pero esa banda integrada por una sola persona, al lado del restaurante de comida rápida, toca realmente bien, gratis .

Tal vez no haya mejor invitación a descubrir y valorar una forma de arte que parecía perdida.

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