Ornette Coleman fue quien dio al jazz una libertad totalmente nueva y, a partir de él, inevitable incluso para sus detractores. Texano, poco ortodoxo y determinado a tocar lo que escuchaba en lugar de lo que correspondía a los patrones melódicos y armónicos predeterminados, la aparición de su disco Free Jazz: una improvisación colectiva, en 1960, lo puso en el centro de la escena y bajo fuego cruzado: para unos, era lisa y llanamente un genio, para otros, un “desafinado” responsable de haber “asesinado al jazz” y de estar “podrido por dentro”. Medio siglo después, y tras una obra incontestable, Ornette Coleman toca en Buenos Aires para mostrar esa música que siempre se conjuga en futuro.
Por Santiago Rial Ungaro
“La mayoría de los músicos no querían saber nada de mí. Me decían que no conocía los acordes y que no tenía buena entonación. Pee Wee Crayton (uno de los primeros directores de orquesta que tuvo en Texas) no comprendía lo que yo trataba de hacer y llegó al punto de pagarme para que no tocara”, cuenta Ornette Coleman (1930), hoy por hoy unánimemente considerado uno de los máximos creadores de la historia del jazz. Desde su irrupción, hacia finales de los ’50, este hombre tranquilo e introspectivo que paradójicamente gusta de la ropa (y de la música) colorinche y chillona, generó pasiones enfrentadas. Sin ir más lejos, Miles Davis lo trató, lisa y llanamente, de “mal músico”. Quizá sea por todas estas críticas que recién este jueves 7 Ornette Coleman se va a encontrar, por vez primera, con su público porteño, algunos de los cuales quizá sean seguidores de su música desde hace medio siglo.
La maldad de Miles quizá se pueda entender (no justificar) por el hecho de que, al estar durante años acostumbrado a ser el centro de atención del mundo del jazz, la edición de discos como Something Else o Tomorrow Is The Question, del cuarteto de Coleman, lo puso celoso. Pero lo injusta que era su actitud lo confirma él en su propia autobiografía, cuando reconoce la influencia de Coleman sobre su propia música en los ’70, luego de haberlo criticado duramente apenas unas páginas antes.
Lo cierto es que si la genial música de Miles Davis dibujó una de las caras del futuro del jazz, la otra le pertenece a Ornette. Y este jueves, acompañado por dos contrabajistas (Al McDowell y Tony Falanga), una batería (Denardo Coleman) y munido con su saxo alto, volverá a decir aquella frase que tituló uno de sus discos: tomorrow is the question.
El termino Free Jazz va a ser siempre relacionado con Coleman, que arrancó la década del ’60 con un disco titulado justamente así, Free Jazz, y subtitulado “Una improvisación colectiva”. Claro que, aún hoy, más bien parece un choque de colectivos que una orquesta. Y, sin embargo, esta reunión de grandes músicos de la vanguardia del jazz de entonces estaba planteada como un doble cuarteto (dos baterias, dos contrabajos y cuatro instrumentos de viento luchando entre sí). Al principio el grupo interpreta el tema al unísono y después improvisan con total libertad, y simultáneamente. Lo que en su momento fue considerado una herejía musical se convirtió en piedra fundacional del movimiento del free jazz y piedra funeraria del swing.
Es probable que haya sido por este manifiesto que Coleman fuera tan cuestionado: Free Jazz era un experimento sonoro. Al igual que algunas obras de John Cage o el Metal Machine Music de Lou Reed, su principal mérito es su mera existencia. Pero en Free Jazz y sus discos anteriores Coleman rompió moldes armónicos según los cuales la improvisación se establecía sobre los acordes y destrozó el concepto de la melodía usando sonoridades que, hasta ese momento, sólo merecían el despectivo calificativo de cacofonías. Pero si bien alteró la métrica rítmica, base canónica del jazz, no perdió el swing: cuando uno escucha hoy por hoy Free Jazz se encuentra, en última instancia, con un disco de jazz. Jazz libre, claro.
Se suele insistir en que Coleman fue calificado en partes iguales como genio y como fraude, pero mas allá de la historia o del fetichismo histérico, lo cierto es que todos, sus detractores (como Miles o Max Roach, que dicen que llegó a agarrarlo a piñas) y sus admiradores (John Lewis, que lo hizo entrar en la Lenox School of Jazz en 1959, John Coltrane, Pat Metheny, todos los músicos del Free Jazz y hasta Miles cuando se le pasó la bronca inicial), coinciden en que éste no sólo no es su mejor disco, sino tampoco el más representativo.
Por eso es que resulta oportuna la reciente reedición de The Complete Science Fiction Sessions que hizo el sello Sony. Basta escuchar las 17 composiciones del cd doble (que incluye los discos Science Fiction y Broken Shadows, ambos grabados entre 1971 y 1972 en New York City y editados por el sello Columbia) para entender que el valor de su música no es anecdótico ni histórico.
Aquí el free jazz ha decantado: ya no se trata de un manifiesto sonoro, sino simplemente de música: aquí hay hermosas canciones que recuerdan sus comienzos en el R&B (pero cantadas por una cantante india), arrebatos de free rock o free funk (nombre que algunos quisieron darle a la música de Ornette); instrumentaciones poco convencionales (Coleman tocaba el violín como instrumento de percusión, a veces aparecen dos baterías en tándem), algunos sutiles efectos especiales generados en el estudio de grabación (algo inusual en un músico de jazz) y hasta un collage sonoro que incluye un poema recitado sobre una furibunda base free jazzera mezclado con el llanto de un bebé: música funcional para hacer un viaje por el espacio, o por el tiempo.
Y es que al escuchar el disco entero, más allá del vértigo de las improvisaciones o las sorprendentes líneas melódicas, lo que queda en claro es que el talento de Ornette Coleman siempre estuvo en la composición. Y, como bien señala en El Jazz Joaquim Berendt cuando traza una especie de “vidas paralelas” entre Coleman y Coltrane, a pesar del prestigio de ser, de algún modo, uno de los creadores del free jazz, Coleman es, en esencia, un compositor y así es como se vio siempre a sí mismo.
Por eso es que en el momento de editar un experimento orquestal como Skies of America (1972), el propio Coleman ya le había dado forma a su teoría musical: la “harmolódica”, que se basa en la absoluta paridad de importancia de las cuestiones armónicas, melódicas y rítmicas. Cada melodía llega con su propia armonía, despegándose en gran medida de las convenciones armónicas. Es decir, melodías que se abren y se cierran en sí mismas, sin atender las progresiones de acordes. Pero el origen de esta originalidad provenía de una confusión: surgido de una familia muy humilde, Ornette, entre los 14 y 15 años, empezó a tocar el saxo como autodidacta. Y nadie le había avisado que el saxofón se anota en forma diferente de su afinación... razón por la cual tocaba todo “mal” académicamente.
Siempre se ha señalado que el sonido cálido y brillante de su saxofón tiene su origen en la música rural de su Texas natal. Siempre se ha señalado que casi todas las melodías de Ornette Coleman se pueden cantar (de hecho la música de Coleman, al lado de la de Coltrane o de Sun Ra, es bastante más estática y mucha menos explosiva), y de hecho tiene su origen en la música popular, el folklore: por eso se ha dicho tantas veces que su música provenía del blues.
De todos modos, volviendo a la reedición de estos discos, lo que se percibe en estas sesiones es la madurez y la compenetración, casi telepática, que habían alcanzado Ornette junto a sus principales colaboradores: el gran Charlie Haden en el bajo, los bateristas Ed Blackwell y Billy Higgins, y Don Cherry con su simpática trompeta de bolsillo, que ya habían estado con Coleman en Free Jazz.
Mucho más podría decirse sobre sus experimentos orquestales (alguien dijo que Coleman usaba la orquesta como un saxofón) o sobre el grupo Prime Time que formó luego, con dos guitarras, dos bajos, dos baterías, en el que brillaron el baterista Ronald Shannon Jackson, su hijo Denardo y el guitarrista James Blood Ulmer. Esta música a la densa y ruidosa que tanto influyó a la New Wave y que se le dio el nombre de Free Funk era otra confirmación de los mismos principios de este hombre que, con humildad, generó una verdadera revolución sonora. En palabras del mismo Ornette: “En la música que nosotros tocamos ningún interprete es el líder. Pero cualquiera puede serlo en cualquier momento. Más que querer ser un éxito yo mismo, yo quiero que la música sea exitosa”. Aunque tome 50 años lograrlo.
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