Dweezil apela a una banda eximia y temas inoxidables como “Peaches en Regalia”, “Cosmic Debris” y “Zomby Woof”.
Dweezil, subcomandante zappatista
La idea podía despertar los peores temores entre los seguidores del bigotudo guitarrista y compositor, pero su hijo encontró la manera de homenajear sin caer en la parodia involuntaria: al cabo, queda claro que Zappa Jr. sabe lo que hace.
Por Cristián Elena
Desde Frankfurt
“Mirá hijo, ahí afuera hay un montón de gente haciendo cualquier cosa con la obra que tu padre construyó con un trabajo de décadas. Nos parece que es hora de que te hagas cargo, salgas y pongas las cosas en su lugar...” Todos sentados alrededor de la mesa, los tres hermanos asintiendo de diferente forma y, sobre el mayor de sus hijos varones, la mirada impertérrita de Gail, la Zappamama, refrendando los puntos suspensivos. La escena puede haber sido así. O tal vez no. Con esa familia nunca se sabe...
Cierto es que en 2006 el Zappa Family Trust, la empresa familiar que ha cosechado rencores por doquier gracias al celo de cancerbero con que cuida el legado del bigotón irreverente, anunció el Za-ppa Plays Zappa – Tour de Frank, una gira en la cual un ensamble semianónimo al mando de Dweezil (que es Zappa) saldría por los escenarios a interpretar la música de su progenitor. El tal Dweezil había sido protagonista hasta ese momento de una errática producción (no se podría hablar de “carrera”), iniciada en su adolescencia con un puñado de discos mediocres, enchastrados con los yeites guitarrísticos del momento y escarceos humorísticos que no superaban el nivel de estudiantina sexista de las bandas de hard rock californiano de la época. Changas como VJ en MTV, un puñado de apariciones en cine y televisión y un fugaz romance con Sharon Stone le dieron algo de atención mainstream, mientras la música aparecía sólo en dosis homeopáticas.
Sin embargo, el proyecto ZPZ –que coincidió con el lanzamiento de su muy logrado Go with what you know– puso su figura y su talento bajo otra luz; una que tal vez le ayude a salir de la sombra enorme del viejo Frank.
La descendencia del Olimpo ro-ckero no la tiene nada fácil en términos de reconocimiento, menos aún si papá dejó su huella en los ‘60-’70 (¿acaso las décadas del rock?). Julian Lennon, Ziggy Marley, Jakob Dylan, todos saben que el apellido abrirá algunas puertas pero no los liberará del peso de las comparaciones y las expectativas. Y cada vez que se le animen a la obra de sus padres, la mirada escrutadora del público tendrá su razón de ser.
En lo que respecta a Zappa, pretender abarcarlo en toda su dimensión es una quimera. Nadie puede hacer covers de su agudeza intelectual y su sarcasmo cáustico, y quien lo intente probablemente logre quedar sólo como alguien que se hace el gracioso. Su hijo lo sabe y por eso, al subir al modesto escenario de un club alemán para iniciar una nueva etapa de ZPZ, puso el foco en aquello que mejor le sale: soberbias interpretaciones de piezas que requieren una meticulosidad quirúrgica, para empezar. Ahora bien: eso es algo que hacen no pocas bandas-tributo alrededor del mundo. ¿Cómo despegarse entonces del pelotón, más allá de la mera portación de nombre? Con actitud. Dweezil cultiva sobre las tablas la misma antipose de su padre pero, al contrario de éste, no inspira respeto reverencial sino complicidad. Es más: quien se deje llevar por lo que ve y escucha, podría cometer el error de pensar que las intrincadas figuras que dibuja Zappa Jr. con su guitarra están al alcance de cualquiera, sólo porque él lo hace con una naturalidad exasperante y esa sonrisa distendida que esporádicamente muta en cara de póker. Como instrumentista el muchacho ha dejado atrás muchos de los vicios pirotécnicos propios de su formación (la escuela Vai Halen), en beneficio de un virtuosismo sutilmente más sobrio, cuyos matices recuerdan a una madera bien estacionada antes que a la efímera brillantina del Sunset Boulevard.
Si el line up de la primera gira había estado salpicado con un par de históricos del Clan Zappa como Steve Vai, Terry Bozzio y Napoleon Murphy Brock, recién un googleo previo de baja intensidad arrojó un puñado de referencias sobre los integrantes actuales de la banda..., información que se volvió estúpidamente innecesaria cuando la simpática morocha Scheila González arremetió con su saxo, el cual soltó por un rato para subirse al vértigo de un pasaje de scat, que ella misma acompañaría con su teclado, para luego volver al sa... ¡uf! Todo eso dentro del mismo tema. O Pete Griffin, con su bajo de impronta grunge (y remerita de Itchy & Scratchy), complemento ideal de Joe Travers, dotado baterista con B de Bozzio o de Bruford, si se quiere. Ni hablar de Jamie Kime, con su guitarra a la altura requerida por las salvas de riffs y cambios de ritmo/clima, pero también capaz de aportar solos de extraña belleza. El eslabón más débil de la aceitada cadena fue un tal Ben Thomas, a cargo de la voz líder. Sin embargo, este grandote con motricidad de gorila y limitado rango vocal (un shouter más que cantante) protagonizó uno de los momentos más desopilantes de la noche: un solo de megáfono, seguido por un solo de axila. Ridículo, sí, pero festejado rabiosamente por un público sub-65 (estimación generosa de la franja etaria), tal vez con aquel ¿Hay lugar para el humor en la música? en mente.
¿El repertorio? Hitero, para las expectativas del fan sibarita: “City of tiny lites”, “Why don’t cha do me right?”, “Cosmik Debris”, “I’m The Slime” ya son experiencias artísticas de fácil degustación para esos paladares curtidos por décadas. Para los nacidos tarde –en cambio– fueron un rito iniciático que desembocó en pura perplejidad. El reggae de “Lucille” y el ¿soul? de “Outside now” trajeron momentos de cadenciosa calma antes del asalto final, que tuvo en “Peaches en Regalia” (¡cuestión de honor!), “Zomby Woof” y “Willie the Pimp” sus puntos culminantes.
La modestia encantadora y el gesto agradecido de Dweezil y sus músicos, accediendo al final del concierto a cada pedido de autógrafo/foto/choque-esos-cinco, deben haber disparado algunos interrogantes en la Ortodoxia Zappatista, camino a casa. Atmósfera de club. Irreverencia a media asta. Menos jazz (a propósito: ¿dónde quedaron la trompeta, la percusión y el vibráfono?). Más roña rockera. ¿Hacia dónde se desplaza la Galaxia Zappa? Este pibe, ¿sabe lo que hace? ¡Vaya si lo sabe! Mientras su madre querella a media humanidad por uso no autorizado del bigote-logo, él sale por el mundo y parece encontrar su identidad haciendo el trabajo de hormiga, recreando con devoción jovial la música de su viejo, que aún hoy sigue pellizcando el cerebro y acariciando la sensibilidad ahí, donde ésta a menudo no se deja.
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