Rouge&Roll
Luego de años de “reinado” de glam pop, ahora el rock lidera esta vuelta al rímel, las botas de cuero y las cabelleras batidas. El Club de Marilyn, Sacachispas, Jakks, She-Ra, Nixies o Nobarbies embanderan el género sin ironía, burla o cinismo.
Por Juan Manuel Strassburger
El memorable show de los Mötley Crüe el año pasado –mezcla de un perfecto Spinal Tap con el “sí, Miguel” de la publicidad de Anaflex–, cuando los fans se mantuvieron incólumes pese al frío y la lluvia, activó el alerta. Y la segunda visita en menos de un año de los míticos New York Dolls (que se suma a la incesante llegada de figuras menores, pero altamente valoradas en la movida local como Steven Adler o Tracii Guns) confirma la tendencia: ¿resurge el glam rock en la Argentina? O mejor dicho: ¿hace pie de una vez por todas? Si se tiene en cuenta que hasta ahora el glam –palabrita que designa brillo, sensualidad, remarcación sin pudores de la esquiva belleza masculina– siempre se asoció en estos pagos con el pop (desde Virus hasta Miranda! pasando por Babasónicos, Adicta y un largo etcétera) no es poca cosa que, después de tantos años, se dé vuelta la taba y sea el rock el que lidere esta vuelta al rímel, las botas de cuero y las cabelleras batidas.
“A mover la cola. ¡Pero con rock!”, parecen aullar prendidos fuego desde el escenario grupos como El Club de Marilyn (pioneros históricos de la plataforma y la ropa colorinche hecha riff y coritos tipo uh uh uuuuh), Sacachispas (la aplicación de plumas y boas a la tradición stone local: ¡Mick Jagger se maquillaba!), Jakks (el hard rock a la manera de Poison o Skid Row), los ascendentes She-Ra (con un show que recrea la parafernalia de Kiss) o bandas de chicas como Nixies o Nobarbies (más punkies hard rock); y algo parecido puede decirse de fiestas como Glamnation, que les dan espacio a estas bandas entre bailarinas voluptuosas y pistas que estallan con Guns’n’Roses o Europe, o de la pionera Simpathy for The Party, que ya en 2001, en plena hegemonía rave, reinstaló la idea de que se podía bailar en una discoteca de rock. Y pasarla maravillosamente bien.
“Recuperar la diversión y la alegría que siempre tuvo el rocanrol”, se entusiasman los She-Ra. “Hay un resurgimiento del glam en el rock”, coinciden todos los entrevistados en este informe. Porque lo cierto es que no siempre fue así. Y que prácticamente todos los devotos de la movida local –ya fueran músicos o fans– debieron lidiar más de una vez con la incomprensión o la lisa y llana burla. Y si no, ¿cómo explicar que te gustaban los Stones y a la vez maquillarte y salir a tocar con la ropa de tu tía? ¿O que para vos, en los áridos ‘90, tras el necesario sinceramiento grunge, todavía te despertaba la libido un buen riff de guitarra a lo Warrant o Poison?
Del ostracismo a la aceptación
“A nosotros nos exigían política, virtuosismo, solemnidad, cuando lo que buscábamos era exactamente lo contrario”, se lamenta –todavía indignado– Jorge Gayarre, guitarrista, compositor e ideólogo de El Club de Marilyn, cuando a mediados de los ‘70 (!) salía a rockear igualito a los New York Dolls. O sea: pantalones ajustados, plataformas y labios pintados, como mínimo. “Pelo y Expreso Imaginario nos daban la espalda”, cuenta Jorge. En esa época, apenas los simples de Avalancha se acercaban tímidamente al glam. Y los otros que se maquillaban, Espíritu y David Lebon (en su excelente primer disco solista, glam de punta a punta), tiraban más por lo progresivo y el pop, respectivamente, que por el rock tipo Stones o Faces.
Por eso, los Marilyn debieron esperar a los ‘80 para obtener mayor visibilidad, pero un fallido contrato con Interdisc (los congelaron para apostar por Viudas e Hijas de Roque Enroll) por un lado, y mucho lío de sexo, drogas y rocanrol por el otro, demoraron la consolidación del grupo hasta hoy (con las ediciones de Hecho en la sombra en 2002 y Psicópata americano en 2008), al punto de ser considerado durante muchos años una leyenda perdida, el mito de una banda que alguna vez alguien había visto, pero sin estar seguro. “Tocábamos en lugares como Tizona o Interama, pero nunca llegamos al centro porque había que contar con un amiguismo que nosotros, por nuestro alto perfil, que a veces generaba envidia, no podíamos ni nos interesaba tener”, cuentan.
Los ‘80, sin embargo, fueron también el aterrizaje del glam metal, esa apropiación yanqui del legado británico (Gary Glitter, Slade), que generó su considerable público local (la base de la que se nutre la escena hoy), pero que no pudo capitalizarse en ninguna banda, más allá de los infructuosos intentos de Alakrán (el mejor exponente) o de algún que otro momento de Rata Blanca. “Nosotros crecimos con ellos”, reconoce Alejo, cantante de Jakks, banda sub-25 promedio, que cuenta en su haber con Fuego en tu piel, su disco debut de 2008. “Fuimos a ver los Guns, a Bon Jovi, y la verdad que durante los ‘90 nos sentimos un poco solos. Pero eso ahora cambió.” Alejo delimita la escena entre el Astbury de Flores y Red Bell del microcentro, a los que suma el Indian de Rosario y el Abbey Road de Mar del Plata. “Con la banda buscamos recuperar un poco la alegría que transmitían aquellas bandas: los chupines y pantalones de cuero, las remeras cortadas, las calzas”, enumera divertido.
Una propuesta que llevan todavía más lejos sus amigos de She-Ra, un quinteto de Ciudad Jardín que cuenta con un frontman, Gonzalo, en la tradición del género: alocado y seductor; y un show en la línea de Kiss que no escatima en piñatas, cotillón y pirotecnia de interiores. “Para nosotros es fundamental que haya espectáculo en el rock”, se planta Seba, el guitarrista de esta banda que ya cuenta con un EP, Cabaret show, de 2007. Lo mismo, a su manera, las Nobarbies: “En nosotros no vas ver fuegos artificiales como en She-Ra, que nos encantan”, avisa la cantante Julieta. “Pero sí una actitud y una energía similar arriba del escenario”, puntualiza. La banda –que completan Estefi y Ale en guitarras, Flor en batería y Everock en bajo– busca confluir sus distintas inquietudes que van de lo aguerrido del punk rock (“No quiero que sea rutina, tu amor es cocaína, tu amor es medicina, que arruina mi vida”, cantan en Amor enfermo) al glamour del hard rock.
La pata stone
Pero la escena glam no estaría completa sin su pata stone, el Mick Jagger que se androginizaba al punto de ¿intimar? con David Bowie en los ‘70, o que generaba proyectos de corte teatral como Rock’n’Roll Circus, pero sin perder su costado callejero y sabandija (al menos en sus inicios). De esa veta surgieron justamente los New York Dolls. Y por acá, a principios de 2000, los Sacachispas, la banda paralela con la que Gori y Pato Rollínguez (líderes de Fantasmagoria y Domínguez, respectivamente) buscaron echarle purpurina a la tradición stone local (Carca, inhallable para este informe, hizo lo propio con la herencia de Pappo y T-Rex).
“Empezamos con la consigna de cambiar el vestuario en cada recital”, revela Pato sobre esta particular banda que armó su repertorio en base a borracheras y arranques compositivos de una sola noche. “Ibamos con Gori a Once y nos traíamos por dos mangos cosas que después nos poníamos en los shows”, cuenta. Y así, al clásico atuendo de pantalones ajustados, botas de cuero y pañuelitos stone, los Sacachispas sumaban boas, sombreros de copa, pulseras, blusas y camisas de todo tipo y color. “Está bueno que un show también entre por los ojos”, dice en coincidencia con el resto de la banda. “La elegancia y el brillo en la indumentaria a mí me hace feliz”, agrega.
Un dato importante, y que todas las bandas se preocuparon por resaltar, es que no hay ironía, burla o parodia cínica en su acercamiento glam (como sí existe en los mexicanos de Moderatto). “No me gusta cuando se lo toma en broma”, se planta Pato con respecto a esas fiestas que pegan un tema de Europe a un reggaetón o un “tema bizarro ”. “Para mí es una filosofía de vida. Esos temas nos gustan. Si no, no los pasaríamos”, dice Pato, responsable junto a Gori de las Simpathy for the Party.
“Vas a cualquier boliche de música tecno y no encajás. En las fiestas glam, en cambio, hay menos careteo”, dice Alejo de Jakks con respecto a la movida, mientras que Estefi de Nobarbies acuerda: “Ves a una banda glam o vas a una fiesta y salís siempre con una sonrisa”. Y destaca la diversidad: “Te aparece un tipo con el pelo todo batido con spray y al lado un rockabilly o un metalero con chaleco y cadenas. No es un ambiente cerrado”. Para Jorge de El Club de Marilyn se trata, en definitiva, de la diferencia entre tener o no tener onda: “En los ‘80, los fans se nos metían en los camarines para espiarnos, ver nuestra ceremonia, cómo salíamos más unidos que un equipo de fútbol. Y está bien porque, al final, ¿quién es más divertido? ¿Johansen de los New York Dolls o tipos virtuosos como Al Di Meola?”.
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