El fin de una era
El parate anunciado de Los Piojos, los discos solistas de la Bersuit, la salida de Ciro Pertusi de Attaque 77, la crisis de Las Pelotas (que se separó de Sokol antes de su muerte) y el fin de Intoxicados, entre otros ejemplos, evidencian que el rock barrial que lideró el recambio generacional en la década pasada está llegando al final, aunque esté en un momento de gran popularidad.
Por Juan Manuel Strassburger
Parate de Los Piojos. Acefalía en Attaque 77. Dispersión en Bersuit. Tristeza en Las Pelotas. Fin de Intoxicados. La mayoría de las bandas más convocantes del rock argentino viven distintas situaciones de crisis –o de borrón y cuenta nueva– que ponen en duda su hegemonía sobre el resto. Pero no sólo eso. La magnitud de la crisis es tal (a los anteriores casos se suman la sequía crónica de Divididos y la pérdida de Sokol, antes de su muerte, por parte de Las Pelotas) que pondrían en duda algunos de los pilares sobre los cuales se asentó la industria (qué discos de bandas locales se esperan con las mismas ansias que las internacionales o qué bandas nacionales encabezarán los próximos festivales junto a las de afuera) y tal vez también los ritos y costumbres sobre los que se asentaron sus principales exponentes, cuando La Renga y Los Piojos accedieron a sus primeros Obras a mediados de los ‘90 e impusieron una cierta ascendencia hasta hoy.
Las separaciones intempestivas, las pérdidas de integrantes, los paréntesis indefinidos y las reformulaciones internas que ocurrieron en el mainstream del último tiempo (con el parate de Los Piojos previo River prácticamente confirmado) contribuyeron a reforzar esta sensación global de “fin de una era”, pero aún sin pronóstico definido. Para algunos se mantienen las mismas condiciones sociales que posibilitaron la emergencia de un rock celebratorio y barrial que se verifica en mayor o menor medida en casi todas las bandas relativamente masivas de hoy. De Estelares a El Otro Yo, pasando por Massacre o Catupecu Machu, por nombrar las menos proclives de fomentar el barrio, todas han experimentado distintos momentos de rito y pertenencia en el público de sus recitales que hasta asombró a los propios músicos.
Otros, sin embargo, van más allá e incluso cuestionan la propia noción de masividad, en sus sentidos tradicionales. Y es lógico: en tiempos de MySpace, Facebook y radios digitales como LastFM, cabe preguntarse hasta qué punto, a la hora de difundir o co-construir identidades rockeras, los canales masivos de comunicación (una señal de cable, una radio) siguen teniendo la misma influencia de antes. Hoy una banda puede llegar cerca de la cima o conseguir un enorme boca en boca (o peer to peer) de sus mp3, sin necesidad de pasar por el ranking de los más pedidos, ni por la credibilidad que da la militancia barrial (aunque el barrio también se expresa, y mucho, en la web). Caso paradigmático: El Sensei de Las Pastillas del Abuelo, tal vez el primer hit de la era digital del rock argentino, retratado por el NO en 2006. Si antes la pintada y el TDK grabado marcaban la ascendencia de una banda (¿cuántos casetes de Los Piojos o La Renga pasaron de mano en mano a principios de los ‘90?), hoy ese lugar lo ocupa también la repercusión virtual.
Pero, sea de una forma u otra, lo cierto es que, como en aquellos desolados ‘90, las piezas del rompecabezas rockero más masivo y popular –ese que todavía tararea hasta tu abuela en un festejo familiar– hoy parecen ordenarse de una manera distinta. Y tal vez este 2009 vaya a ser recordado como el año bisagra en que el rock argentino empezó a encumbrar nuevas bandas. O no tan nuevas. Porque, como ya sucedió otras veces, los más preparados para ocupar los espacios vacantes suelen ser justamente los grupos que ya cuentan con cierto plafón de convocatoria y que desde su situación intermedia aprovechan –con todo derecho, por cierto– para dar el gran salto. Bandas cancioneras como Los Tipitos, La Mancha de Rolando o Estelares, pop como Miranda!, stone-calamarescos como Los Guasones, fiesteras ska como Kapanga, barriales como Las Pastillas del Abuelo (también El Bordo o Cielo Razzo, en una veta más cruda y cuasi grunge), reggae como Los Cafres, alternativas como Massacre o El Mató a un Policía Motorizado (¿en el futuro llenarán Obras como El Otro Yo?), hace rato sacaron credenciales para ascender en el gusto popular y masivo (todas convocan entre mil y 7 mil personas, y cuentan con al menos un tema “que conocen todos”). ¿Pero cuáles finalmente accederán al cielo?
LOS PIOJOS NO SE SEPARAN
“Queridos Piojosos, fans, seguidores: queremos informarles que a partir del próximo show del 14 de mayo en el Club Ciudad de Buenos Aires [que finalmente se pasara al 30 de mayo a River ], la banda entrará en un parate (...) Esta impasse no tiene plazos, ni condiciones. Los Piojos no se separan. Tampoco sabemos cuándo volverán a reunirse.” Secos. Duros. ¿Sinceros? Con una carta pública difundida en los medios, la banda surgida en El Palomar le puso nombre (“parate”) al rumor que circulaba hace rato (separación). Y más allá de las distintas especulaciones (que Andrés Ciro tenía rispideces con los demás, que Tavo Kupinski estaba decidido a seguir los pasos del ya emigrado Piti Fernández, que todos seguían siendo amigos pero que necesitaban un descanso después de 20 años de gira casi ininterrumpida), lo concreto es que la carta cayó como una bomba para sus seguidores y activó fuerte la idea de un cambio –¿generacional?, ¿de nombres?, ¿estilístico?– en el rock argentino, ya que este parate se sumaba a otros conflictos previos de las bandas más convocantes.
A saber: este mismo verano, Attaque 77 oficializó la salida de Ciro Pertusi, su frontman, tras 21 años de carrera. “Así como una vez la pasión por descubrir la vida me llevó a formar parte de este maravilloso proyecto (...), hoy las mismas inquietudes me impulsan a aventurarme en un viaje personal, por ahora con rumbo incierto (...), donde hoy busco mi destino, mi paz y mi felicidad”, expresó el cantante también en una carta. Como en el caso de Los Piojos, la noticia recorrió los principales medios del país (y alrededores) y causó desazón entre los fans. Y eso más allá de que los restantes miembros se apresuraron por aclarar que la emblemática banda punk-rock (la más importante y duradera del rock argentino) siguen adelante con Mariano Martínez, antes guitarra y segunda voz, en la posición de frontman (el mismo relevo que hicieron Los Pericos tras la partida del Bahiano) y también con la grabación del nuevo disco.
Poco antes de la crisis interna de Attaque, Pity había desnudado a su manera la separación de Intoxicados. O sea: sin cartas, ni aclaraciones públicas, pero con un deslucido recital en Mar del Plata en el que faltó la mitad de la banda (el guitarrista Felipe Barrozo y el bajista Jorge Rossi, más el tecladista Burbuja Pérez), y el rocker de Piedrabuena anunció la vuelta apresurada de Viejas Locas, otro síntoma de época (las vueltas rápidas). “Nos fuimos por la falta de música, por cómo se manejó la plata, porque a Pity sólo lo veíamos arriba del escenario, y porque él está enfermo”, se desahogó sin anestesia Jorge al NO, aunque días más tarde matizó sus críticas y contó que había hablado con el cantante y que ambos habían reconocido sus culpas. “Lo que deseo ahora es que Pity esté mejor, porque así no le sirve a nadie y se queda solo”, pidió el bajista.
Las Pelotas, lamentablemente, no tuvieron ese final. Cada vez más alejado de los compromisos que debía afrontar tras el éxito de Será (que los llevó de populares a también sonar en las radios), Alejandro Sokol fue invitado a abandonar la banda tras un show con caras largas en el Quilmes Rock del año pasado. “Los caminos se bifurcaron. Alejandro no pudo seguir nuestro ritmo (...) En los últimos tiempos estuvo volcado a su proyecto solista (...) Tiene muchos problemas personales y siempre hemos tratado de empujarlo, pero ahora... Es casi como un matrimonio, hay momentos en que las expectativas cambian. Esa sería la razón, básicamente”, explicó Germán Daffunchio, segunda voz y guitarrista, en una entrevista para La Voz del Interior. Como Attaque 77, la banda continuó camino sin su cantante, lo cual ya le significó una merma en su convocatoria que le costará volver a remontar. Cuando sucedió la muerte de Sokol –triste y solo en una terminal de micros en Río Cuarto, Córdoba–, la sensación fue que el ex baterista de Sumo ya había perdido parte de su felicidad en vida al no poder continuar con Las Pelotas por motivos propios y ajenos (y sin cargar culpas).
Distinta es la situación de Bersuit que, tal vez conscientes de su ya alta potencialidad de conflicto interno (Santaolalla no quería trabajar con ellos antes de Libertinaje por miedo justamente a “los arranques psicópatas” de la banda), parece haber descomprimido la tensión –que, también se rumoreaba, afectaba a la banda en el último tiempo–, editando varios discos solistas al unísono. “Esto permitió que haya una refundación de Bersuit. Después de estos trabajos solistas, nuestro encuentro como grupo es más relajado, cada uno pudo liberar cosas que tenía pendientes”, reveló el pelado Cordera a propósito de la salida su disco propio; mientras que el tecladista Juan Subirá, antes de su Fisura expuesta, reconoció: “La convivencia es muy conflictiva. Pero somos amigos. Casi hermanos. Por eso nos peleamos, muchas veces a trompadas”. Y tiró la clave, tal vez el secreto, que aún mantiene unido al grupo: “Es bueno agarrarse a piñas. Es la única forma de que esto siga adelante”. Sin embargo, y aun con el caso positivo de Bersuit, lo cierto es que la banda de Cordera y Cía. redujo su exposición mediática. Y más allá de sus recitales en el Luna Park, la banda parece transitar un período de transición (compositiva y personal) que coincide con la sensación de fin de una época marcado por este informe. ¿Qué es lo que está cambiando?
LA ERA DEL RITO
El sábado 19 de noviembre de 1994, La Renga llegó por primera vez a Obras. Sin apoyo periodístico, ni difusión en los grandes medios. Casi de imprevisto. Aunque para quienes hacía años seguían a la banda de Mataderos (y que cantaban “Renga no quiero Die Schule, no quiero Cemento, yo quiero el Galpón”, en referencia al viejo reducto de la zona sur de Capital) se trataba de un paso inevitable. Y un hito. Porque fue el primer caso de una banda estrictamente barrial que llegó a hacer pie en el templo más grande del rock (durante muchos años considerado la medida de una banda masiva). Y porque, visto a la distancia, posibilitó de algún modo la llegada de otras bandas con sus amplios matices que también abrevaban en la celebración del lugar de pertenencia. Primero Los Piojos, después Viejas Locas y más tarde Los Gardelitos, La 25, Callejeros, Jóvenes Pordioseros, Cielo Razzo, La Mancha de Rolando, El Bordo y Los Guasones, entre otros. Una presencia contundente del rock más barrial y ritual que, si bien no fue la única (Babasónicos, El Otro yo, Catupecu Machu, Massacre, Miranda!, más bandas líderes de otros géneros, también llegaron a Obras), sí fue determinante a la hora de marcar una época.
“Desde la llegada del menemato hasta hoy, lo que sigue marcando el terreno es el aspecto celebratorio del rock, el acontecimiento”, le dice al NO Manu Moretti, de Estelares, sin duda una de las bandas intermedias con posibilidades ciertas de crecer aún más en la consideración del público masivo. El compositor de Aire y Ella dijo recuerda que esa veta es de vieja data en el rock (nombra a los Grateful Dead, legendaria banda californiana que en los ‘70 sorprendía por la fidelidad cuasi religiosa de sus seguidores) y que incluso forma parte también de bandas que no necesariamente son barriales. “Hay cosas sociales que preexisten al rock. Por eso el rito de celebrar los lugares de pertenencia no me parece que vaya a cambiar pronto. Es algo que ves en bandas nuevas a nivel masivo como Las Pastillas del Abuelo o Cielo Razzo. Y nosotros mismos lo hemos llegado a ver en nuestros shows, y no porque lo fomentemos.”
En la mirada de Chango de El Mató, la banda under que más creció en el último tiempo de la mano de su indie de guitarras a lo Guided by Voices (que justamente no escatima en celebración corporal y barrial durante sus recitales: el pogo y el mosh son un punto alto de todo show de los autores de Amigo piedra), aparecen sin embargo algunas variantes estructurales: “Para mí se debilitó la idea de icono. Ahora, a diferencia de lo que vivimos en décadas anteriores, no hay un canal tan monopólico de difusión. Y entonces no aparecen esas bandas que escuchamos y compartimos todos. Lo que me pasaba a mí, por ejemplo, cuando miraba en la tele los viejos videos de Michael Jackson”. Y postula: “Hay un cambio cultural con la aparición más fuerte de Internet y cosas como MySpace, que ahora hace más difícil generar grandes iconos. Bandas como Bersuit y Los Piojos, te gusten o no, tienen una propuesta muy personal. Y yo no veo eso en las bandas que les siguieron”.
Si en los ‘80 el mainstream estuvo dominado por el pop (Soda Stereo, Virus o Los Abuelos) y de los ‘90 para acá por el rock barrial, ¿qué ingrediente y/o elemento nuevos aportarán las bandas que ocupen los nuevos espacios de masividad? Para Willy de Los Tipitos es probable que haya una vuelta a la canción rock. O, al menos, ése es su deseo: “A mí me encantaría que termine de consolidar esta vuelta a la canción rock que también expresan otras bandas y que para nosotros es una guitarra Gibson, un bajo que ronque, una buena voz... ¡y la batería tocada con furia!”, se entusiasma. Para el tecladista de los autores de Brujería, existe efectivamente un estado de crisis de las bandas más convocantes y una sensación de cambio de era (diagnóstico que también compartieron Manu Moretti y el Chango), que en el caso propio de Los Tipitos también está matizado por la ausencia de una figura central en la banda. “No tenemos frontman. O mejor dicho, los cuatro somos frontman. Y eso me parece que sirve como anticuerpo”, dice y ríe con ganas, consciente de que acaba de soltar un lindo consejo para las grandes bandas del futuro.
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