Los punks también crecen
La banda estadounidense Green Day da muestras de un rock "adulto" en un CD "21st Century Breakdown", demasiado largo.
69 minutos con 9 segundos es mucho tiempo. En tiempos de iTunes (allá) y de Rapidshare (acá), Green Day desoye la urgencia del mp3 y lanza el ambicioso, dramático, superproducido y largo 21st Century Breakdown. Una ópera rock que funciona como secuela de American Idiot y se detiene en un lugar que invita a la pregunta: ¿encontraron la inspiración o encontraron la fórmula?
American Idiot (2004) ayudó a relanzar la carrera de los californianos tras los alicaídos Nimrod (1997) y Warning (2000) bajo lo que Brandon Flowers de The Killers catalogó de "anti-americanismo calculado". Pero si Billie Joe Armstrong dijo haberse quedado perplejo luego del éxito de American Idiot, lo cierto es que Flowers parece tener tanta razón como celos. El rock de estadio parece tener como modelo a una banda: U2. Si The Killers suele bañarse en Queen para intentar lograr el objetivo, Coldplay siempre chapoteó en Radiohead para el caso. Green Day, entonces, eligió en American Idiot y repite en 21st Century Breakdown las lecciones de The Who mezcladas con viejas ideas propias (o apropiadas).
Dividido en tres actos, el disco tiene un relato politizado que arroja interrogantes y reflexiones sobre religión, guerra, violencia y otros tópicos de la agenda yanqui. Mi generación es cero. Nunca lo logré como un héroe de clase trabajadora, canta Billie Joe desde un lugar incierto. Armstrong tiene 37 años, entonces, ¿de qué generación habla? ¿De la suya? ¿No? ¿De la del personaje? ¿69 minutos de ópera rock en tiempos de mp3? ¿De cuándo y para quién es el disco? En Dookie (1994), Armstrong reflexionaba sobre el desánimo de su generación quejándose de que hasta masturbarse era aburrido, y hoy elige la grandilocuencia de la superproducción hollywoodense. Con la premisa muy Michael Bay de más (grande, largo, caro) es mejor, Green Day vuelve el disco eterno con baladas insufribles de encendedor (o celular) en mano, condimenta tímidamente con algo de vodevil, piano triste o cuerdas lánguidas, resucita viejos sonidos (ya les escuchamos media docena de los 18 tracks) en un paquete emprolijado por el productor Butch Vig (Nirvana). Devuelven, sí, un puñado de buenos hits pegadizos que alternan con un inevitable sabor cada vez más orientado al rock adulto pero aún anclado a un sonido y a letras adolescentes.
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