Sobre el verdadero sentido de cantar
Cualquier discusión sobre si es o no una “cantante de género” se termina cuando la cantante gana el escenario: acompañada por una banda que manejó timbres, melodías y climas con maestría, Cassandra supo producir un raro tipo de magia.
La canción popular es –o puede ser– una zona de libre tránsito. Y el jazz, con una vocación antropofágica que lo caracteriza desde sus mismos comienzos, recurrió a ese tránsito para nutrirse. Quienes reclaman purismo suelen olvidar que ni Gershwin ni Arlen ni Porter ni Berlin eran compositores de jazz. Y si hay una pieza que podría servir de demostración es la que Cassandra Wilson eligió para terminar su brillante debut en Buenos Aires. “Till There Was You”, de Meredith Wilson, nació en una comedia musical de Broadway –The Music Man, de 1957–; de allí, donde había sido cantada por Barbara Cook, pasó al cine y a la voz de Shirley Jones, y en 1959 se convirtió en un éxito pop, cantada por Anita Bryant. La prima mayor de Paul McCartney tenía el disco y él incluyó la canción en With The Beatles, de 1962. Pero detenerse en cuáles son las canciones que canta Wilson es perder de vista lo más importante: lo que hace con ellas. Y es que en su renuncia a ser una cantante clásica del género es donde se encuentra la razón de que sea, desde hace unos veinte años, la cantante más importante del jazz.
No hay destino posible para una intérprete que intente hacer lo que hicieron Ella Fitzgerald, Billie Holiday, June Christy, Anita O’Day o Sarah Vaughan. Sólo tendría sentido si pudiera hacerse mejor. Y, claro, no puede hacerse mejor. Pero la línea de Cassandra Wilson es otra. Ella viene –y confiesa su admiración sin tapujos– de Betty Carter, alguien que se concebía a sí misma mucho más como la integrante de un grupo que como una solista acompañada. Una mayoría de temas de Loverly, su último disco, más la bellísima “Harvest Moon”, de Neil Young, que había formado parte de New Moon Daughter y el descarnado “Pony Blues”, de Charley Patton, fueron el material. Con él, Wilson construyó una estética poderosa y la puso en escena de manera inmejorable. En el Gran Rex, la banda empezó tocando sola, en “Caravan”, de Ellington, Mills y Tizol. Y terminó de la misma manera. Incluso en el bis, un “Dust My Broom” llevado hacia un africanismo explícito, concluyó con la cantante retirándose del escenario, con la música aún sonando, y despidiéndose del público que la ovacionaba desde las bambalinas. La música estaba y seguiría estando, y ella entraba y salía de ella.
En su concepción juega un papel preeminente, desde ya, el grupo con el que toca. Y en ese caso, no sólo el extraordinario nivel de los músicos sino el grado de empatía que se establece entre ellos y Wilson, es una parte consustancial del interés que despierta su manera de interpretar canciones. Más que de versiones, se trata de verdaderas deconstrucciones y recomposiciones. Los ritmos se descomponen en múltiples pies superpuestos; la guitarra, lejos del papel de mero sostén armónico, entreteje contrapuntos no sólo desde el punto de vista melódico sino climático y tímbrico. Y el piano, ese instrumento que suele ser tan pesado, tan unívoco con sus acordes, en este caso juega más como una fuente de color, o de acentuación, aparece más ligado a su condición percusiva que a su tradición como acompañante de canciones. En las manos de Jonathan Batiste, borda lo que suena a su alrededor en lugar de proporcionar una base firme. Con un estilo que remite en algo a Don Pullen –aunque con una espaciosidad nueva–, el pianista es uno de los responsables de que lo que suena sea siempre aéreo; de que las líneas melódicas se escuchen como suspendidas en un magma sumamente flexible y la mayoría de las veces tenue, aun con la firme y experta marcación del notable baterista Herlin Riley y del percusionista Lekan Babalola.
Reginald Veal es, posiblemente, el que más cerca se sitúa del papel de sostén colectivo y el excelente guitarrista Marvin Sewell, director musical y factótum del sonido de Cassandra Wilson desde hace siete años, en que apareció en el disco Belly of the Sun, es el que da el toque definitivo al estilo. Puede usar un pedal para sustraer los ataques de cada nota y dedicarse a aportar detalles tímbricos, puede usar el pedal wah wah o acercarse el rock, pude utilizar la técnica bottle neck para abordar un blues tradicional del Delta, puede rasguear en el más puro estilo country o improvisar melódicamente. En cada uno de estos casos, eso terminará por definir el gesto de la canción. Allí, Cassandra Wilson se mueve con absoluta libertad. Deja a la banda sonar entre estrofa y estrofa, se incluye como una instrumentista más, improvisa con la voz en lugar de ceñirse a la melodía original. Es decir: canta jazz. Y lo hace de tal manera que tenga sentido hacerlo.
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