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sábado, 8 de agosto de 2009

ENCUENTRO CUMBRE DE DISEñADORES: ROCAMBOLE Y ALE ROS



TAPA y TAPAS DE DISCOS...

EL TRADUCTOR VISUAL DE PATRICIO REY Y SUS REDONDITOS DE RICOTA SE JUNTO CON EL DISEÑADOR QUE RENOVO LA IMAGEN DEL ROCK ARGENTINO DESDE SODA STEREO Y LUIS ALBERTO SPINETTA EN ADELANTE. MAS QUE DOS ESCUELAS OPUESTAS, SON DOS HISTORIAS POR CONTAR Y VARIAS SORPRESAS EN COMUN. AQUI, LA REVALORIZACION DE SU TRABAJO EN PLENA DESAPARICION DEL DISCO. Y EL FUTURO.

Al ingresar al estudio de Alejandro Ros salta una chispa, un matiz entre el blanco total, generado por lo que el diseñador llama “el faro”. Es la anatomía de Artaud, tapa del vinilo que en 1973 sintetizó el deseo de Luis Alberto Spinetta estallando en la mente y oído de miles. “Mirá atrás”, invita Ros. “Tengo mi propio Artaud”, dice y señala una réplica en miniatura de la creación única y verde (antes que deforme) de Juan Gatti. Rocambole enunciará luego: “Es ‘el’ clásico. ¿Cómo habrán hecho el troquel? ¡El tamaño!”. La simple presencia de Ricardo Cohen (también conocido como “El Mono”) explica el porqué de su apodo más famoso no bien llega a la cita. De modales y paso distinguidos, barba y bigotes tan largos como puntiagudos, es la reencarnación de un hombre de otra era, como ese personaje de historieta del siglo XIX que acá se conoce por otra razón.

Rocambole, se sabe, concibió la iconografía de un cuerpo tremendo llamado Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Alejandro Ros, por su parte, es un nombre propio en el diseño y la concepción de imagen para el rock. Desde la pasada década que su obra es perfectamente identificable e indeleble, con sensaciones que brotan de esas formas cuadradas (o más allá, con el logo de Miranda! o el regreso de Soda Stereo). Además del resultado (plus que se destaca en cualquier reseña de un disco que lleve su diseño), los artistas se desviven por su forma hogareña de encarar el trabajo. Para meterse en este camino múltiple están las medias de red de Bajo Fondo, el díptico de amarillos y azules que conforman Amor amarillo y Bocanada de Gustavo Cerati, o el tapiz “abigarrado” según Ros de Son –penúltima entrega de Juana Molina–. “Intento que quien reciba el objeto se sienta en otro mundo. Quiero crear un vínculo. Que las cosas se puedan tocar, que tengan relieve, que brillen, que tengan agujeritos, lugares por donde se pueda viajar.”

Para Rocambole, el viaje con el rock empezó a finales de los ‘50. “Yo creo que fue muy beneficioso que no supiéramos hablar inglés. Fue la música la que nos pudo transmitir ese gesto de rebeldía. Porque las letras no eran muy elaboradas que digamos, bep bop a lulla, y demás.” En la adolescencia ya se ganaba el pan haciendo letreros, publicidades y cartelones de ruta; los amigos se fueron haciendo músicos, yendo a vivir a comunidades, y él (“un dibujante de rock tiene algo de músico frustrado”) puso su mano al servicio de los demás. Su primera tapa fue para el debut de La Cofradía de la Flor Solar en los ‘70 (donde conoció a Skay Beilinson) y tuvo su primera negativa con Conesa, segundo disco de Pedro y Pablo. “Tenían un tema rejugado que se llamaba Apremios ilegales; lo sigue siendo. Hice una especie de lobo policía gigante con toda la ciudad por debajo. Muy retórico y de historieta. Ni bien llegó a la discográfica lo deben haber tirado por la ventana”, rememora. A finales de esa misma década, en Tucumán había un adolescente que se fascinaba con las tapas de los vinilos de ópera rock y la música disco; años después –en plena primavera alfonsinista– se vino a Buenos Aires a estudiar diseño gráfico. Recuerda Ros: “Casi no escuchaba rock, muy poco, era más público de discoteca. Ese fue mi rock. Lo que pasaba en ese momento, en esos lugares modernos y raros como Cemento. Y ahí me explotó la cabeza”.

–¿Qué tapas de ese pasado tenés presentes?

Ros: –Uno de los primeros discos que me compré fue Phantom of the Paradise de Paul Williams (Rocambole todavía recuerda el show del músico en el Luna Park). Y me gustaban mucho las de Alan Parsons Project. Eran medio grasas, ¿no? Pero me encantaban. Yo estaba en Tucumán y me llegaba Pyramide o Eve, con unas chicas hermosas con un velo negro y debajo podridas. ¿Qué hay ahí detrás?

Rocambole: –Todas las tapas del rock sinfónico eran impactantes.

Ros: –Yo soy muy fan de Hipgnosis.

Rocambole: –¡Sí! Tomaban la música de vanguardia y tenían una impronta fantástica.

Ros: –Fueron quienes pusieron la imagen del rock en un estadio superior. Proponían un universo. Creaban escenas y tenían discursos muy sofisticados, profundos, casi pequeñas obras de teatro.

Rocambole y Ros provienen de circuitos que se perciben en sus obras. Uno de la vida comunitaria hippie, levantando la bandera de la contracultura (llegó a presentarse en el Di Tella). El otro parte de la primera camada de diseñadores gráficos de la UBA. “Hubo una actitud mental derivada de lo que viví con el pop art –dice Rocambole– sobre la posibilidad de un artista plástico expresándose en un objeto de uso como una tapa de un disco.” “Las Pelotas y Miranda!, Divididos y Juana Molina. Son mentes muy distintas y me tengo que meter en cada una de ellas. Creo que vos vas más por la expresión”, le sugiere Ros a Rocambole. Y es el momento en el que surge la única discrepancia sobre el hacer de ambos. Para Ros, el diseño significa ponerse al servicio de otro, “aunque no soy una máquina”. Rocambole, en cambio, no ve tantas distinciones en el objetivo y las herramientas, sean usadas por un artista plástico, ilustrador o diseñador: “Son ideas que se terminan plasmando visualmente, todas vienen del diseño” (ver Cuestión de Estilo).

Donde hay acuerdo es en el proceso de concreción de la imagen de un disco, eso que “eleva del suelo”, según Ros. Por ello intenta que la primera escucha del disco junto con el músico sea casi una ceremonia. “Muchas veces, shiuuuuf... el concepto aparece ahí. Me gusta que sea un momento sin fin. Entrar en la energía de la música y del músico. Por eso no trabajo mucho para afuera porque necesito tener al artista al lado.” “Hay que armonizar entre lo que te parece el disco y lo que el músico cree que quiere decir –suma Rocambole–. Es el caso de los Redondos, que no es un grupo fácil porque hay cerebros que quieren imponerse. (Una curiosidad: Rocambole casi siempre habla de la banda en presente.) Hacemos una reunión, un brainstorming y empiezo a tachar lo impracticable; luego en la imprenta me tachan lo que ellos creen imposible desde lo industrial, hasta llegar a la solución.” Así nació esa estética de artesano, épica y cercana, que hizo escuela. Las banderas rojas y negras de Oktubre, la medalla de Momo Sampler, o la escultura de Luzbelito, reaparecida en un allanamiento policial tras 9 años, luego de haber sido robada. “Parece que uno de los policías era fan de los Redondos y la reconoció en una caja. Estaba impecable, yo mismo no la hubiera tenido tan cuidada”, indica Rocambole.

Aunque otras dos imágenes son las que quedaron marcadas a fuego en el inconsciente colectivo ricotero: el comando de enfermeras asesinas en la magistral tapa de ¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado con esa relectura –¿o repintura?– de Los fusilamientos del 3 de Mayo de Goya; y El esclavo con cadenas. La plástica y la manifestación política unidas, en una grafía hecha de apuro para el anuncio de un show con liquid paper, una cartulina negra y un marcador. “A mí ya me asusta. No es mía. Ha cobrado una dimensión que no sé si la hubiera logrado de haber tenido más tiempo para realizarla. En la cárcel es de los tatuajes que más se ven. O por la calle. La veo en mil situaciones. A lo mejor vengo a Buenos Aires en mi viejo Falcon y me pasa un Audi, fuaaaa... y de la luneta trasera me saluda la mano con las cadenas (risas). Aunque cuando la veo en algunas manifestaciones me disgusta. Grupos violentos que no están en situaciones heroicas de resistencia social sino en actos discriminatorios. Ahí digo: ‘Ya no es mía’.”

–En la de los Redondos se percibe una ideología inscripta muy fuerte...

Rocambole: –”Muy peronista”, diría Solari.

–¿Creés que por haber estado tan ligado a los Redondos no te pudiste diversificar más?

Rocambole: –Pero hoy no me estarías haciendo esta nota (se ríe con una mueca extraña). A mí el fenómeno Redondos me agarra bastante viejo, mis imágenes ya las tenía de antes. Las tapas de discos te ponen en una vidriera. Al reproducirse por miles es como hacer exposiciones masivas.

–Los dos hicieron un traspaso en el diseño con videos y puestas en escena de shows. ¿Cuán distinto es ese trabajo?

Ros: –Yo fracasé en mis intentos (risas). Las puestas en escena pequeñas, como las que hice para Juana Molina, salieron bien. Para Divididos hice unas que eran enormes, en el Luna Park y en Obras. Y me estresé mucho. No puedo. A mí me gusta lo chiquito, algo que puedas tocar, la escala humana. En los shows tenés que tratar con mucha gente, no tenés tiempo de ensayar, se te va de las manos.

Rocambole: –En general son cuatro tipos a los que tenés que realzar por todos lados, todo el tiempo (Rocambole pasó de pintar telones para pubs a armar telares para los shows de Huracán y los clips de Ultimo Bondi a Finisterre que se vieron en Racing).

–Además trabajaron con músicos que también hacen tapas. ¿Cómo es esa relación? ¿Cómo se da ese trabajo?

Ros: –En el caso de Spinetta, el encuentro es mágico, es como muy saltarín. Hace dibujos, cosas del universo visual en el que está inmerso. Y me los manda como para dialogar. Luis dibuja unos coches futuristas que son increíbles. El me llama como seis meses antes de terminar el disco... y es lo mejor. Participás de todo el proceso. Por eso a los músicos les pido que me llamen cuando estén demeando, porque en un mes no podés hacerlo.

–¿Recuerdan alguna tapa que les haya costado muchísimo?

Ros: –Si demora en salir, demora. Y si no sale, abandono. Empiezo de nuevo.

Rocambole: –En los Redondos se daban dos situaciones. Una cuando el concepto bajaba de arriba. Solari llegaba a la reunión y te decía: “¡Quiero algo sobre la impostura!” (carcajadas). Mmmmmm (Rocambole toca su cabeza pensando).

Ros: –Bueno, es un desafío; como pedido, me gusta.

Rocambole: –Otra situación clásica era que sólo se tenía el nombre. Como en La mosca y la sopa, que me costó mucho. Empecé a pintar un cuadro sobre una puerta que usaba como tablero. Le coloqué un empapelado antiguo. Y los diarios fueron siempre fuente de inspiración. En esa época, los jubilados estaban protestando en Plaza Lavalle. Entonces hice unos jubilados de papel maché en una olla popular.

–También está el chancho...

Rocambole: –El cerdo comiendo el pez es Enrique Symns (editor de la publicación Cerdos y Peces), por una discusión que había tenido con Solari. Solía incluir chascarrillos sobre situaciones internas de la banda. Pero no pasaba nada. Era un cuadro más. Justo tenía goteras en mi casa, levanté las chapas y encontré un gato momificado. Habría comido una rata envenenada, era como un cartón. Cuando leo en el diario que habían visto a unos jubilados comiendo gato, dije: “Ahí está, terminado el asunto”. Hice un ensamblage con el gato incluido y le saqué una foto.

Ros salta de su asiento, va hacia la discoteca, trae Hijos del culo de Bersuit Bergarabat –banda heredera del espíritu redondo– y abre el booklet. “Quería mostrarles algo. Acá también hay un gato muerto. Aunque más que nada hice de curador de las fotos, que son de Salvador Batalla. Después le pegué los ojitos a la nena.”

Si ayer nomás la industria negaba cualquier osadía, hoy alienta originalidades como la de los ojos movibles en la tapa del disco de Bersuit Bergarabat. Es un plus, un fomento del fetiche, y una de las pocas formas de seguir vendiendo. Ros (quien asegura que podría hacer una exposición con las ideas, los bocetos y los trabajos negados) cuenta: “Antes, cuando ibas con algo raro, te decían: ‘¡Ni en pedo!’. Como vendían igual... El booklet de Amor amarillo iba a contar con 32 páginas de amarillos distintos. ‘¡Conformate con el agujerito del medio!’ Y ahora es lo más buscado”.

–¿Qué lugar ocupará el diseñador con la música perdiendo cada vez más corporeidad?

Ros: –Ya está. Se desmaterializó.

Rocambole: –Será virtual. Los diseñadores seguirán creando los decorados del mundo en el que viviremos.

Ros: –Lo que pasa es que el iPod es muy chiquito. Aunque lo mismo se dijo cuando pasamos del disco al CD.

Rocambole: –A mí me gusta el formato libro, con mucha información.

–¿Cómo se llevan con el renombre?

Rocambole: –Como yo venía de las artes plásticas, empecé a firmar las tapas. En Un baión... es donde más se nota. Algo poco habitual entonces, dando la pauta de que había alguien detrás en el diseño. En ese proceso me pasó un poco lo que a los músicos, aunque en una escala mucho menor. Me acuerdo de los shows en Palladium para Oktubre y en la entrada había dos chicas muy bonitas que yo no conocía. Una le pregunta a la otra: “¿Cómo hiciste para conseguir las entradas?”. “Me las dieron las minas de Rocambole” (risas).

Ros: –A veces, el peso propio es para atrás. Te llaman para hacer cosas que mucho no te inspiran. Aunque tengo la libertad para elegir qué cosas hacer.

–¿Qué tapa o para qué artista les hubiera gustado trabajar?

Ros: –Pet Shop Boys. Me encanta cómo piensan el diseño. Introspective o Actually. Soy fan de la banda, concuerdo en su gusto.

Rocambole: –A mí me hubiera gustado ser él, y hacerle una tapa a Spinetta (carcajadas).

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