Hecho humo
En los años ’90 fue una figura que revolucionó la escena musical con su genialidad en el estudio, su talento poético, su imagen y la excelente compañía de mujeres como Björk, Martina Topley Bird, P.J. Harvey y hasta Yoko Ono. Nacido en Bristol, en una familia pobre, creó el trip-hop y, dice, se convirtió en médium de su madre suicida, que le “dicta” las letras. Su musa se eclipsó cuando terminó la década que supo definir. Pero ahora acaba de editar un disco que lo devuelve a las primeras ligas, Knowle West Boy. Y con este trabajo y toda su historia se presenta por primera vez en Argentina.
Por Santiago Rial Ungaro
“Esto va a sonar estúpido”, se ataja Tricky de antemano, sabiendo que lo que va a decir no tiene ninguna lógica, “pero un día estaba en Los Angeles y un tipo que estaba sentado cerca mío me dijo: ‘No lo puedo explicar, pero siento que tenés dos almas’. Y me preguntó: ‘¿Dónde están tus padres?’. Y le dije que mi mamá se había suicidado. ‘Es eso’, me dijo el tipo. Para mí es como si ella se hubiera matado para darme una oportunidad, para darme mis letras. Mi madre solía escribir poesía, pero en su momento ella no podía hacer nada con eso, no había ninguna oportunidad para ella. Yo nunca pude entender por qué yo escribo como mujer, pero creo que tengo el talento de mi mamá: soy su vehículo. Y por eso necesito una mujer para cantar eso”.
“Eso”: esas hermosas y espectrales canciones que aparecen cada tanto en los discos de Tricky y que hacen que su primera visita al país sea un acontecimiento es, según él, consecuencia de una relación postmortem que mantiene con su madre, muerta desde hace décadas, desde el más allá. Y aunque la idea por cierto no tenga de hecho lógica y parezca sólo una fantasía de su mente afiebrada y superintoxicada, esa metáfora (y en definitiva, esa idea) se aplica perfectamente a los mejores momentos de su música, esos en los que su voz (áspera, susurrante, jadeante, nasal, casi incapaz de cantar) se las ingenia para fusionarse con una armonía escalofriante (como si realmente Tricky fuera el médium de su madre muerta) con una voz femenina, siempre de una belleza abstracta y contrastante: el Ying y el Yang que le dicen, enroscándose entre sí como dos serpientes alrededor de un árbol.
Que el hombre tiene un don para estar bien acompañado es un hecho. Y si no, basta con una enumeración: desde Martina Topley Bird (quizá su mejor acompañante, que aún hoy sigue brillando con sus discos solistas), hasta su actual novia franco-marroquí Lubuna (que canta en este disco en “Past Mistakes”), Tricky ha cantado con Björk, Neneh Cherry, Alison Moyet, Cyndi Lauper, Alanis Morrisette, PJ Harvey y hasta Yoko Ono.
Aunque lo cierto es que esos momentos de epifania no definen a Adrian Thaws (1968), un artista que ha sabido crear un mundo propio, lleno de ruido, furia y de trucos fantasmagóricos que llama “juegos mentales”, que lo convirtieron a mitad de los ‘90 en una figura que, de algún modo, revolucionó la escena con su sonido (entre post punk y jamaiquino), su imagen y su talento poético. Su debut con Maxinquaye (1995) en donde justamente aparecía con Martina vestida de hombre y él vestido de mujer fue impactante; luego lanzó varios discos excelentes hasta que, por alguna razón, su talento quedó un tanto eclipsado por las propias sombras de su ira o de su carisma. Como bien decía Leonard Cohen, lo malo de ser el portavoz de una generación es que cuando ésta pasa, uno pasa, de algún modo, a ser el viudo de su generación: por alguna misteriosa razón, la estrella de Tricky se fue apagando con los ‘90.
Viviendo en Los Angeles, se diría que su espectral musa materna no lograba sintonizar con él, algo que ahora ha cambiado un poco con su regreso a Bristol.
Por eso, la salida el año pasado de Knowle West Boy es, por varias razones, una especie de vuelta a sus raíces. Por un lado, el disco, aunque desparejo, es digno y tiene un par de momentos excelentes. Por el otro, desde su título, lo muestra reencontrándose consigo mismo y con su historia de muchacho huérfano (su mamá se suicidó, su papá nunca apareció).
No se puede negar que Tricky, con sus contradicciones, siempre ha sido un artista auténtico. Y de hecho, mas allá de su carisma personal, de su impresionante trayectoria (siempre se dijo que gestó con Massive Attack y Portished el trip hop, y es cierto) y lo innegable que es su influencia, nunca fue un “músico pop” propiamente dicho y quizá esa fue la razón de lo improductiva (por lo menos a nivel musical) que fue su época californiana.
Pero también es cierto que, aunque esencial para su propuesta, su faceta más ruidosa, “post-punkera” y sus ataques de ira por el estado de la industria (que estigmatizó en 1998 trabajos como Angels With Dirty Faces anacrónicamente furioso para una estrella de rock) fueron quizá los responsables de ahogar el lado más sutil, melódico y, sí, femenino de su música.
Por eso es que, más allá del lado biográfico, el primer corte del disco (“Council state”, quizá el peor), que repite un tanto obsesivamente “Acordate pibe que sos una superestrella” tal vez sea engañoso. Pocas cosas más aburridas e insoportables para un oyente que escuchar un estrella frustrada y resentida. Por un momento parecería que el hombre decidió seguir la corriente. Pero dentro del juego de contrastes que se dan en su música este nuevo disco de Tricky nos ayuda, a quienes siempre seguimos su música, a reencontrarnos con un viejo y querido amigo de esos que siempre, para bien o para mal, se las ingenian para sorprendernos. Quizá quienes se fascinaron con su aparición en la escena ahora añoren sus comienzos: su primer disco sigue siendo el más “pop” o “soul” dentro de su trayectoria. Pero, en definitiva, aunque lo suyo no resulte tan moderno ni tan raro como hace 14 años, basta escuchar “Cross To Bear” (inspirado según él en La Pasión de Cristo de Mel Gibson!) con la islandesa Hafdis, el bizarro cover de Kylie Minogue que hizo para aceptar que, una vez más, las que lo salvan siguen siendo las mujeres: “Me gusta poner a las mujeres en el rol masculino. Hacer que jueguen de fuertes y los hombres de débiles. Uno de mis tíos estuvo preso por 30 años, el otro por 15. A mi papá no lo veía nunca. Y a mí me educaron mi abuela y mi tía, yo las vi agarrándose a piñas, luchando en la calle para darme de comer todos los días. Yo veo a las mujeres como duras. Ellas me defendían. Ningún hombre hizo eso por mí. Todo lo que conozco son mujeres”.
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