Renacido en los EE. UU.
Después de sacar, junto a Bob Dylan y Ray “Kinks” Davies, algunos de los retratos más desoladores de los últimos ocho años en Estados Unidos, Bruce Springsteen respira aliviado. Working on a Dream lo muestra esperanzado, íntimo, conectado con el mundo a su alrededor, en la cima con los mejores y dueño de un nuevo himno perfectamente Springsteen: el de los que pierden pero no claudican.
Por Mariana Enriquez
En 2005, Bruce Springsteen editó su hasta ahora último disco acústico y solista. Se llamaba Devils and Dust, empezaba y terminaba con la muerte. La primera canción, la del título del disco, era sobre un soldado dentro de un remolino de viento sucio, un soldado que sólo ve demonios y polvo mientras sueña con campos de sangre y piedra, sangre que hiede cuando se seca. Y la última canción era “Matamoros Bank”, sobre un inmigrante mexicano ya muerto en un río fronterizo, con tortugas que le comen los ojos. Principio y final transcurrían en dos desiertos (el de la frontera con México, el de Irak) llenos de violencia, abandono y confusión.
Devils and Dust era un disco deprimente y hermoso, porque a Springsteen le sale muy bien la tristeza. También un disco desesperanzado, lanzado poco después de la reelección de George W. Bush. Pero tenía que salir de allí, porque aunque la desolación es un estado que Springsteen maneja como pocos (“Nebraska”, “The River”, “Sinaloa Cowboys”), no es un lugar donde le guste estar. Y así recurrió al cancionero folklórico norteamericano para encontrar la alegría perdida, a esas canciones de resistencia que mezclan las ganas de vivir con el dolor, y formó la Pete Seeger Band para grabar We shall Overcome. El spiritual “O Mary don’t you Weep” para enfrentar la miseria y la negligencia que desnudó el huracán Katrina, el gospel “This Little Light of Mine” para recordar que hubo gente que la pasó peor y consiguió sobreponerse. Era 2006 y, después de una gira, llegó el momento de reunir a la siempre eufórica E Street Band para grabar Magic en 2007, un disco muy impaciente (en la primera canción, “Radio Nowhere”, cantaba: “Estoy haciendo girar un dial muerto/ ¿hay alguien vivo allá afuera?”) que reclamaba un despertar. Tenía canciones extraordinarias como “Girls in their Summer Clothes” (muy sensual además, que ganó un Grammy el año pasado sin que Springsteen se enterara siquiera) o “Devil’s Arcade”, una vez más, sobre la guerra: “La fría mañana del desierto/ después nada que salvar/ sólo metal y plástico donde tu cuerpo se acurrucó”.
Y ahora, hace unas semanas, acaba de editarse Working on a Dream, el nuevo de Springsteen que a muchos críticos no les gustó porque, razonan, el autor es un hombre exitoso, con familia feliz, un reciente show en el Superbowl y el presidente que quería en el Salón Oval. Es decir: está satisfecho y no tiene nada que decir.
Es una valoración demasiado simplista de Working on a Dream. El disco no está sobrecargado –a pesar de la siempre exuberante E Street Band–, y tiene una levedad engañosa: lo que se respira en cada canción, desde el cuentito violento “Outlaw Pete” (que le roba a “I was Made for Loving you Baby”, el himno de ¡KISS!) hasta la arremetida de “My Lucky Day”, es alivio: puro alivio. No es el momento de celebrar a Estados Unidos todavía, falta mucho para eso, y Springsteen parece decirlo en “Working on a Dream”, la canción: “Estoy trabajando en un sueño que parece tan lejano/ que escucho tan a lo lejos./ Cae la lluvia, revoleo mi martillo./ Tengo las manos endurecidas de trabajar en este sueño”. Pero ya se puede volver a confiar un poco más en la gente común, y por eso es posible una canción como “Queen of the Supermarket”, donde el protagonista está enamorado de la cajera y cada pasillo de artículos de limpieza le parece un pasaje a la dicha. Se puede volver a festejarle el cumpleaños a la mujer, como en “Surprise, Surprise”. Pero no hay que confiarse, o por lo menos no mucho. En “What Love can Do” canta: “Aquí donde nuestra memoria yació corrompida y nuestra ciudad se secó/ dejame hacerte esta promesa./ Aquí donde es sangre por sangre y ojo por ojo/ dejame mostrarte de lo que es capaz el amor”. Cuestiones aparte: la voz de Springsteen está de verdad mejor que nunca, tierna y plena, hermosa en canciones de amor perfectas como “Kingdom of Days”, que parece diseñada para ser cantada en modo sinfín en un estadio, en la ruta, en las tardes de verano, en todos esos escenarios Springsteen. La producción es otra vez de Brendan O’Brien, y no cansa. La banda tiene el mismo entusiasmo de siempre, y eso que son gente grande (Springsteen cumple 60 en septiembre): aquí despiden al tecladista Danny Federici con gran belleza y compostura en “The Last Carnival”. Y cierran, como bonus track, con la canción de la banda de sonido de El luchador, que Springsteen escribió a pedido de Mickey Rourke antes de ver la película, y que es un clásico que lo confirma como compositor extraordinario esencial, allí arriba con Dylan y Cohen, sólo que menos genio semidiós, siempre más rústico, más sencillo, más hombre común.
¿Han visto alguna vez a un pony de feria,
en un prado, feliz y libre?
Si han visto a un pony de feria,
me han visto a mí.
¿Han visto a un perro con una sola pierna
andando por la calle?
Si vieron a un perro de una sola pierna,
entonces me han visto a mí.
Entonces me han visto,
llego y paro frente a cada puerta.
Siempre me voy con menos de lo que tenía antes,
Pero te puedo hacer sonreír cuando la sangre golpea el suelo.
Decime, amigo, ¿se puede pedir más?
¿Han visto alguna vez a un espantapájaros
lleno nada más que de polvo y paja?
Si han visto a ese espantapájaros,
entonces me han visto a mí.
¿Han visto alguna vez a un hombre con un
solo brazo dándole puñetazos al viento?
Si han visto a ese hombre de un solo brazo, entonces me han visto a mí.
De estas cosas que me consuelan me alejo.
En este lugar que es mi casa no me puedo quedar.
Mi única fe está en los huesos rotos
y los moretones que exhibo.
¿Han visto alguna vez a un hombre con una sola pierna tratando de bailar hacia la libertad?
Si han visto a ese hombre con una sola pierna, me han visto a mí.
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