“No le tenemos miedo a la mezcla”
La agrupación, que en su momento fue acusada por el gobierno pinochetista de “desprestigiar a Chile en el exterior”, es hoy una de las embajadoras de la música popular de su país. Un sonido aggiornado, que no descuida las raíces andinas, es la marca de Illapu vivo, su último CD.
Por Cristian Vitale
El 11 de septiembre de 1973, cuando las tres ramas de las fuerzas armadas chilenas y los temibles carabineros ponían fin al plan liberador de Allende, los Illapu tenían una tarea: participar de la jornada de arte en la Universidad Técnica del Estado. Era al mediodía y ellos, jóvenes de Antofagasta –1300 kilómetros al norte de Santiago–, confiaban en poder parar la guerra civil y el golpe militar con música. No hubo tiempo. Salvador cayó y, junto a él, los sueños de la vía chilena al socialismo. Aviones y tanques sobre el Palacio de La Moneda, el suicidio y un éxodo en masa del que fueron parte. Al momento, los Illapu –rayo en voz, del quechua– tenían un disco a tono con la época (Música Andina, 1972) y el destino marcado como parte de la nueva canción chilena. “Terrible fue la muerte de Víctor Jara... la noticia corría de voz en voz y a nosotros nos llegó al día siguiente”, evoca Roberto Márquez, el más antiguo entre los miembros, junto a su hermano José Miguel. Aquella patriada da una idea de la dimensión histórica de este grupo cuyas estelas atravesaron 38 años y llegaron, casi intactas, al presente: el último Festival de Cosquín, por caso.
Recibieron, allí, la mayor ovación de la primera noche: un festival lúdico y sentido de sonidos andinos que los mantiene en su eje histórico, geográfico y político. “Vuelvo, vida vuelvo a vivir en mi país; vuelvo vida, vuelvo a saciar mi sed de ti”, fue la frase que enlaza pasado y presente. “Siempre quisimos tener el reconocimiento de la gente de Cosquín, un público al cual le tenemos mucho respeto. Nos sorprendió la calidez con que nos recibieron”, apuntala Márquez, desde el otro lado de la cordillera. Muchas de las canciones que Illapu mostró en el festival forman parte del último material, el décimo séptimo de su extensa trayectoria: Illapu Vivo. Un fresco, mezcla de las típicas raíces andinas, jazz en pizcas y síncopas afrocaribeñas que, licuados así, dan un resultado moderno y ancestral. “El sonido del grupo, hoy, tiene mucho que ver con nuestra vida en el exilio. Con la cruza que se da cuando participás en festivales internacionales. Mirándola hoy, nuestra experiencia fue muy enriquecedora: nos hizo crecer. Había la exigencia de un público al cual te enfrentabas a diario, yendo de un país a otro y compartiendo el escenario con grandes figuras del canto. Hoy no le tenemos miedo a la mezcla.”
–Luego de haber atravesado esos tiempos duros y con el cambio lógico de los tiempos, ¿cómo se posicionan ideológicamente hoy?
–Nos situamos como siempre al lado de la gente de nuestro pueblo, esa que ve en nosotros un referente con el cual identificarse y siente que nuestras canciones hablan de lo que ellos no pueden decir. Nos sentimos libres para cantar y decir lo que vemos que no está bien, sin ponernos ninguna mordaza. Ideológicamente seguimos siendo un grupo de izquierda, que se identifica con los cambios sociales que necesita nuestro continente.
–¿Cómo se posicionan frente a Evo Morales, por caso?
–Que las grandes mayorías en Bolivia, el pueblo indígena con Evo a la cabeza, sean quienes conduzcan sus destinos por vez primera nos parece maravilloso.
–Viene al caso: una de las preocupaciones de ustedes, como chilenos, ha sido el largo conflicto que mantienen ambos países por la salida al mar...
–Lo vivimos con la contradicción de hacernos cargo de algo con lo cual no estamos de acuerdo. Bolivia perdió su parte de mar en una guerra a la cual fueron empujados como siempre nuestros países, por unas riquezas que beneficiaron intereses muy lejanos, en este caso, los capitales ingleses. Tenemos que buscar la solución para que Bolivia vuelva a tener acceso al mar. Cuando se buscan intereses patrioteros y se utiliza esto para poner a nuestra gente en contra de países con los cuales tenemos muchas más cosas en común, es difícil que la opinión de ellos no sea perjudicial.
El exilio de Illapu fue menos extenso que el de otros grupos más perseguidos por el régimen de Pinochet: Inti Illimani y Quilapayún, por caso... pero igual de intenso. Luego del disco debut –editado por la Discoteca del Canto Popular (la Dicap)–, resistieron al golpe desde adentro e incluso llegaron a grabar discos clave como Chungará, Despedida del pueblo, Raza Brava y una cantata claramente identificada con los pueblos originarios: El grito de la raza. Pero el 7 de octubre de 1981 el gobierno no los dejó pasar en el Aeropuerto de Pudahuel. Los acusó de ser activistas marxistas cuyo fin era “desprestigiar a Chile en el exterior”. El destino fue Francia, y allí permanecieron hasta 1988. A esa etapa corresponden De Libertad y Amor y Para seguir viviendo, disco dedicado a Rodrigo Rojas de Negri, joven militante al que la dictadura chilena había quemado vivo durante la etapa de mayor represión. A ese disco, editado en 1988, corresponde también la segunda versión de “Paloma ausente”, homenaje a Violeta Parra, que Illapu vuelve a revisitar en el último disco. Dice Márquez: “Es una canción que, desde la primera vez que la escuché, sentí que debíamos hacerla nuestra. Le incluimos quenas y zampoñas para ponerle nuestro sello”.
–En la introducción hablada de la versión en vivo se dice que Chile aún no le pudo dar a Violeta Parra el lugar que se merece. ¿Qué debería hacerse?
–Es que Violeta, que llevó la música y el arte popular de Chile por todo el mundo, después de haberse dado a la tarea de rescatarlo en cada rincón de nuestro país, aún no tiene un lugar, llámese museo o similar, donde se pueda conocer toda su obra para que las nuevas generaciones la conozcan en toda su dimensión.
–¿Cuánto influyó Violeta (y en qué sentido) en la esencia del grupo?
–En la forma de crear. Para eso, ella se empapó primero de las raíces del campo y la ciudad, tanto en el norte como en el sur, para luego empezar a hacer sus propias creaciones y rescatar la esencia de nuestras raíces. Para nosotros eso es muy importante al momento de hacer canciones. Lo mismo nos pasa con Víctor Jara, Quilapayún o los Inti. Lamentamos que estos grupos se hayan dividido y preferimos seguir queriéndolos tal como lo hicimos desde que nos acogieron con tanto cariño, tanto en Chile como en el exilio. No podemos tomar partido, porque tenemos el corazón dividido en dos.
–Muchas de sus canciones hablan de la tristeza, como “Amigo”, “Tristeza incaica” y “Lejos del amor”. ¿Son melancólicos o es una cuestión de etapas, de estados de ánimo?
–La melancolía tiene que ver con la mirada del indio latinoamericano, y muchas veces aparece en nuestras canciones, pero no nos negamos a la alegría, a la esperanza de una América latina feliz, donde sus habitantes puedan compartir las grandes riquezas que tenemos. Todo eso está hoy en nuestra canción.
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