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jueves, 23 de abril de 2009

B-52's EN EL LUNA PARK BUENOS AIRES



Un miércoles hecho para Marte
Con carisma bizarro y ajuste, el cuarteto desembarcó por segunda vez para hacer su fiesta de rock.




ESOS RAROS PEINADOS VIEJOS FRED Y KATE TOMARON EL ESCENARIO POR DOS HORAS; A VECES QUIETOS, A VECES RECORRIENDOLO.

Nunca hay que olvidar de dónde viene el nombre de esta banda. Digamos, de la forma metafórica en que, allá por los '60s, se bautizó un peinado tan extravagante que fue comparado con la trompa de un bombardero. Los B-52's reflejan ese sentido del humor que logra exorcizar aún las peores tragedias de la humanidad. Sin embargo, a pesar de que la palabra "fiesta" sobre-abunde en sus canciones, la onda no es el "descontrol", y a tirar la chancleta que el mundo se acaba. O el optimismo bobo por decreto. Tanto en su biografía (en 1985 muere de SIDA el fundador, Rick Wilson) como en la dramaturgia de sus hits, la celebración no llega por milagro: se necesita trabajo y mensaje para que haya onda.

Mitad neurosis (ese surf rock a go-gó estrictamente estructurado, que recuerda un poco a Virus), mitad voluntad dionisíaca (esos estribillos a doble voz agudísima, que parecen signos de admiración estallados como piñatas). Esa tensión entre "frialdad" (lo que en inglés se diría coolness) y exaltación se podría sintetizar en un título de ellos como La Chica de Ipanema va a Groenlandia. Para más originalidad, su "alegría" no responde a la codificación de la subcultura gay. Tampoco su apropiación de lo "bizarro" sirve para jugar al retro-kitsch como en los '90. Esta gente se toma lo ridículo en serio.

En su segunda visita a nuestro país, el cuarteto -que suma una base de groove y precisión afroamericana más un tecladista-guitarrista muy oportuno-, esa tensión frío-calor quedó ratificada. Enfoquemos a Fred Schneider. Al pecho, estampado, un unicornio cuyo cuerno es un helado. Aun al lado de un Thom Yorke parecería Buster Keaton. Y por más pandereta que sacuda. En el trío de voces en contrapunto que patentaron, él hace del canto una arenga de presentador de circo. Dos momentos de extrañeza instrumental: cuando tocó un xilofón con forma de arpa, o hizo una (u-n-a) nota en una tromboncito de plástico.

Bueno, y están ellas... A la izquierda, la platinada Cindy Wilson embutida en un maxi negro con lentejuelas; y a la derecha, la pelirroja Kate Pierson, de mini, corsé y rodete. Es notable que no pifien ni una nota, por más alta que sea. Oigan cómo gorjean al unísono, como sirenas o pájaras locas, el "¡Bang Bang!" de Love Shack (ése que suena a "¡Batman!"). Por su parte, Keith Strickland responde al prototipo de "guitarrista de rock a los cincuenta": chupines, zapatos en punta, anteojos negros y blazer. El cuarteto siempre da Cartoon Network: Scoubie Doo visto por el Tim Burton más marciano. Cindy sonríe y bailotea viboreando sus brazos; pero Kate se mantiene bastante ceñuda, Jane Fonda haciendo de la novia de Chucky. La Wilson pone gesto de máscara de la tragedia cuando hay que suplicar en Get Back my Man. He aquí al eslabón perdido entre Janis Joplin y Lily Allen.

Sin dejar de cumplir con el cometido de presentar su digno retorno discográfico del año pasado, Funplex, el grupo de Athens repasa su guirnalda de clásicos haciendo stop en sus tres mejores discos, que son el debut, Wild Planet y Cosmic Thing. (Private Idaho, Channel Z, Strobe Light y Roam, entre otras). Del nuevo repertorio, resalta Juliet of the Spirits, el homenaje a su bienamado Federico Fellini (Kate confesó que irrumpía en las fiestas universitarias de Athens copiando los looks más zarpados de sus películas). Si en estudio la canción suena a la Siouxsie más FM de Hyaena (84), en vivo recupera la psicodelia fresca de Kaleidoscope (80). Aquí Kate canta con timbre y altura similares a la inglesa dark, para homenajear a una Giulietta Masina que huye de su rutina por la vía surrealista.

Como sucede con Ramones, AC/DC, Motörhead o cualquier banda que logre moldear estilo propio a partir de un género, B-52's no nos va a sorprender con grandes novedades. Pero nos garantizará dos horas de "mani-fiesta", de la fiesta como militancia por un carnaval global, como cantan en el penúltimo himno del show, Keep This Party Going. La misma moraleja de Beastie Boys: "Luchemos por nuestro derecho a divertirnos".

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