Píntalo de negro
Por Pipo Lernoud
Audaz como el amor: título extraño para un disco extraño. Ya lo había oído mencionado por radio en Modart en la Noche. “Purple Haze” me shockeó unos meses antes, y había conseguido Experience, volviéndome un inmediato fanático de Hendrix, que en ese momento parecía una vuelta de tuerca más de lo que estaba haciendo un grande pero poco conocido loco inglés: Arthur Brown. Así que Jimi estaba en la lista de prioridades.
Pero aquel primer día de Axis en el Winco de un prostíbulo de San Telmo, con Omar y Tanguito, invitados a esconder nuestros pelos largos de la cana por una amiga, el disco de entrada pareció tener una magia propia. Mientras se oía la música romántica (Roberto Carlos, Manzanero) que llegaba del patio en planta baja donde las chicas esperaban turno con los clientes, bebiendo y contando chistes, nosotros cerramos la puerta doble de vidrio repartido del cuarto de arriba y pusimos el disco al tiempo que Omar prendía un joint solemnemente, como si fuera un ritual pagano.
El sonido que empezó a salir del diminuto parlante del Winco pareció llenar el mundo. Los temas tenían la onda loca de Experience, con su batería redoblando y contrastando los tiempos, su guitarra distorsionada que aúlla, se estira, gime y llora como si estuviera cogiendo. Pero aquí la música flotaba, los contratiempos dejaban ritmos silenciosos en el aire, los delicados efectos de la guitarra como pinceladas, las cintas al revés, el Leslie.
Axis fue el álbum que nos hizo entender que Jimi no era sólo fuegos artificiales de distorsión y ritmo poderoso: era un gran compositor de canciones pop, un cantante sutil, un poeta. Algo que ya se había insinuado en “The Wind Cries Mary”, del otro disco, pero acá se manifestaba en una construcción perfecta, en el juego relajado de la base rítmica y los solos, en la resolución de los temas, casi todos cortos y muy definidos. Una extraordinaria obra de pop psicodélico, que tomaría tiempo medir en su verdadera dimensión.
¿Cómo inventó esta música? No lo sabemos realmente. Es rock, es jazz, es rhythm and blues, armonías orientales, efectos electrónicos, free jazz salvaje, recuerdos de la dicción de Bob Dylan, instantes de puro pop inglés...
Sabíamos poco sobre Jimi en esos días sin Internet ni revistas. Sabíamos que era un salvaje negro en un mundo de blanquitos inglesitos. En esos años Inglaterra aún parecía blanca, pura y sajona. No sabíamos que era hijo de un negro y una india norteamericana, y que pidió una tapa relacionada con la cultura india, en referencia a los pieles rojas (“indian culture”) ¡y le hicieron un collage de dioses hindúes (“Indian culture”)! Nosotros pasábamos horas mirando esa maravillosa tapa del vinilo llena de misterio y color mientras dábamos vuelta el disco sobre la bandeja, y no sabíamos que Jimi estaba decepcionado.
No sabíamos tampoco que había olvidado en un taxi las cintas originales del lado A del disco, y que tuvieron que volver a remasterizarlo a las apuradas, porque tenía un contrato que lo obligaba a sacar un segundo disco antes del fin de 1967, y ya diciembre llegaba a su fin. De aquellas cintas nunca más se supo, las tendrá el taxista en su casa para apoyar la cerveza.
No sabíamos que los músicos tomaron LSD en cada día de la grabación del álbum. Ni que “Spanish Castle Magic” es un homenaje a un gran galpón de Seattle donde zapaba con otros rockeros en su juventud.
No sabíamos que venía de arrasar en el festival Monterey Pop en California, convirtiéndose en el tipo que hace caer la mandíbula al mundillo musical y moja las bombachas de las chicas. El gran macho negro, cruza de dios Pan y demonio sexual, con el poder erótico de la selva africana y el orgullo de su sangre cherokee. En el mundo del rock, en el Londres de esos años, por donde pasaba Jimi no quedó chica linda en pie. Se dice que Marianne Faithful, la pareja de Jagger, se arrepiente aún hoy de haberse negado a sus avances (delante de Mick). Estamos ante un verdadero caso de posesión demoníaca en un rock que, como dice Norman Mailer, siempre parece a punto de violar a tu hermana y prender fuego la casa, pero al final es sólo un show que termina cuando se apagan los reflectores.
Y, finalmente, para poner a Hendrix en su lugar de gran poeta y chamán psicodélico, en Axis está “Little Wing”, una extraordinaria gema musical, un himno de alabanza a su musa indígena, inspirado en los cielos que Jimi vio sobre la cabeza de los hippies californianos que lo escuchaban arrobados en Monterey: el poder de la Tierra representado por el espíritu de su madre, con sus miles de sonrisas, caminando sobre las nubes, diciéndole “Está todo bien”, mientras desaparece galopando el viento.
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