Jodida pero contenta
Es hija de inmigrantes que huían de Guinea Ecuatorial. Trabajó en Las Vegas imitando a Tina Turner. Grabó un disco con el que quisieron venderla como estrella del hip hop. Y se iba rumbo a Africa con una guitarra y un hijo cuando Javier Limón (el hombre detrás de esa usina que es la Casa Limón) la convenció de darle una oportunidad en el estudio. Dos discos después –Mi niña Lola (2006) y Niña de fuego (2008)–, Chavela Vargas la ama y la odia con la misma pasión, su voz recorre Europa y es el gran descubrimiento de la música más allá de los géneros. Pero Buika sigue siendo lo que mejor sabe: esa mujer que aprendió de su madre que el mundo verdadero desconoce fronteras y canta descalza rancheras, tangos y flamenco con un estilo único.
Por Martín Pérez
Cuenta la leyenda que, apenas la escuchó susurrar el tema “Ojos verdes” a capella durante una calurosa tarde en la Residencia de Estudiantes de Madrid, Chavela Vargas no pudo resistirse al hechizo de su voz. Así fue como invitó a Concha Buika a compartir con ella el escenario del Teatro Albéniz, donde tocaría esa misma noche. Pero la misma leyenda dice que, cuando la pequeña cantante mallorquí pero de ascendencia guineana se acercó al teatro, respondiendo a la invitación, la legendaria Chavela se la retiró. Dos años después de aquella anécdota, Buika asegura que aún no sabe qué fue lo que sucedió. “Me echó a lo perro”, se ríe, al teléfono desde México, escala previa en la gira que la depositará a fin de mes por primera vez en Buenos Aires. “Primero me invitó, y cuando fui me dijo que me fuera a mi casa. Pero las musas son así, y así hay que quererlas.” Si Buika se ríe de aquel recuerdo es porque el culebrón se solucionó muy rápido, ya que cuando al año siguiente visitó por primera vez el país de su musa, una Chavela embelesada aseguró, a poco de acabar su concierto en el Auditorio de México, que esa cantante era su heredera. “Es mi hija negra”, declaró entonces. “Y todo sigue así”, asegura ahora Buika. “Ella me tiene como su hija, la negrita, y yo como la que hubiera sido mi novia si no hubiese llegado demasiado tarde”, explica risueña, y asegura que no le importa saber qué fue lo que pasó entonces. “Mejor dejar todo como está. Porque si se lo pregunto, me va a volver a echar a golpes. O si ahora le digo: ‘Chavela, ¿quieres ser mi novia?’, me va a echar otra vez a los perros”, dice desde un México rendido a sus pies la cantante que ha sabido versionar una ranchera como “Volver, volver” en el fascinante Niña de fuego, último eslabón de una carrera musical flamante, pero aun así con muchas historias y muchas vueltas de camino, y en donde Buika está empezando a encontrar un lugar propio, más que merecido. Y, lo más interesante, que se augura de largo recorrido. “A los 50 quiero ser una promesa del jazz”, aventura esta pequeña gran mujer de 36 años, madre de un hijo de ocho llamado Joel, que canta coplas como Martirio sin las gafas y ni un atisbo de ironía, y tan descalza como una joven Cesaria Evora. Una cantante que, cuando le preguntan, se declara fanática de Rocío Jurado, Pat Metheny, Billie Holliday, John Coltrane y Miguel Ríos, dice que compone para no odiar y canta para no volverse loca.
¿Cuándo aparece la música en tu vida?
–Es que fue al revés: yo aparecí en la música. Estaba aquí desde antes que yo llegara.
Pero ese momento de libertad, cuando te das cuenta que eso es lo que querés hacer... ¿cuándo fue?
–No sucedió nunca. Yo no escogí, la música me eligió ella a mí. En serio: todavía hoy no me he parado a pensar en ello, y todavía no he escogido ser músico. Es una conversación que aún tengo que tener conmigo misma.
Unos tres años atrás, cuando ya había decidido dedicar por completo su estudio a su propio sello, el productor Javier Limón le decía a todo el que pasase por su casa en el barrio madrileño de Batán que había descubierto a una cantante llamada Buika. Por entonces, el sello que hospedaba su proyecto la tenía firmada, pero no sabía qué hacer con ella. Para su álbum debut, titulado simplemente con su nombre, la mallorquina había despachado cuatro productores diferentes, y desde la portada –en el que su pelo lucía envuelto con un turbante– la presentaban como una Erikah Badu española. Buika venía de ser la cantante de toda clase de proyectos musicales en Mallorca, y también le había puesto la voz a más de un hit del circuito house europeo. Después de una época de vagabundeo, que la llevó tan lejos como Las Vegas, se había instalado en Madrid pero, aunque tenía un disco en la calle, las cosas no parecían terminar de arrancar. “Me acuerdo de que por entonces yo me decía: Ay, qué bonito, me llevarán a hoteles de lujo a hacerme entrevistas”, recuerda. “Pero como me querían hacer parte de la escena hip hop terminaba entrevistada en la calle, con pingas dibujadas en la pared y mierdas de perro al lado. ¡A mí lo que me gustaba era el glamour que veía por ahí, y me metieron en eso! Cada vez que mi madre leía esas entrevistas yo le decía: no te creas nada de lo que ves.” Fue justo en ese momento que Javier Limón se cruzó con ella, y quedó flipado. Le hizo grabar un tema para su álbum debut – titulado simplemente Limón, y del que participan, además, Paco De Lucía, Calamaro, Potito, Bebo Valdés, Niño Josele y otros–, que había compuesto en Bahía, pensando en Africa, cuando estuvo por allí con Carlinhos Brown, Bebo Valdés y Fernando Trueba, durante el rodaje de El milagro de Candeal. “Lo grabó Bebo Valdés y lo cantó Buika, y cuando estaba cantándola, aquí mismo estaba sentada Africa, su mujer”, contó entonces Limón, sentado en el cómodo sillón que preside su estudio, y refiriéndose a la cantante Africa Gallego, pareja de Buika en ese entonces. “¡Y la letra parecía escrita justo para ellas dos!”, se entusiasmaba el productor. Cuando se le recuerda el momento a Buika, del otro lado del teléfono aparece otra carcajada. “Pues sí, aquella grabación fue muy especial”, confirma. “Pero todas las son”, agrega inmediatamente la cantante que decidió quedarse niña desde que se asoció con su compinche Limón, con quien grabó dos gemas discográficas como Mi niña Lola (2006) y ahora Niña de fuego (2008, y el primero en tener edición local en Argentina), dignos productos de una factoría musical que pone a la música siempre por delante.
¿Como es la historia de ese fallido primer disco? Porque en la biografía de tu site se desliza que ni cuatro productores te pudieron domar...
–No es eso. Pero es que los productores sirven para quien necesita productores. Así como los mecánicos para quien necesita un mecánico, y un cura para quien necesita redención y no tiene ganas de comerse el tarro...
¿Pero qué te querían hacer cantar? ¿Por qué tanta pelea?
–Porque a mí lo que me importa es que se imponga el sonido, que manden las canciones, no el ego de las personas. Yo no necesito que me hagas famosa ni que me vuelvas estrella. Sólo que los temas suenen bonito.
¿Cómo fue que te encontraste con Javier Limón?
–Pues yo creo que el mundo de la música y el mundo del arte es el que une a las personas, porque en realidad no tenía por qué haberlo conocido. Fue una cosa muy casual, que ni me acuerdo. Fue tan estúpida y tan efímera que ya ni importa. Pero lo que sí recuerdo es que un tiempo después nos volvimos a encontrar en el backstage de un concierto, y yo ya me iba, porque había entrado en el mundo discográfico y no lo entendía. Porque yo quiero tocar y reírme con mis amigos, pasármelo bien, y no había encontrado nada de eso. Así que le dije: “Yo paso de esto, me largo”. Y el tío me pregunta: “¿Pero no tienes un contrato firmado?” “Qué importa eso, yo cojo a mi niño y me voy p’al Africa, a pasármelo bien, a tocar y gozar.” Y él no lo entendía. Trataba de explicarme lo que eso podía significar, los problemas que me podía acarrear, pero a mí me daba igual, yo sabía que podía salir a la calle con una guitarra y ganarme el pan para mi hijo. Así que me dijo: “Bueno, espérate. Vamos a hacer un disquito, y si no te gusta, pues entonces ya está. Pero al menos dame la oportunidad de enseñarte este otro lado de la música, que está de puta madre”. Así que entonces entré ahí... ¡y nos hicimos amantes pa’los restos!”.
La historia oficial de María Concepción Balboa Buika asegura que nació en Mallorca en 1972, hija de padres que venían escapando de Guinea Ecuatorial. “Mi madre no era ni siquiera de pueblo, sino de tribu, y mi padre era exiliado político. Era escritor y trabajaba en un banco, y cuando yo tenía nueve años se fue de casa para no volver”, dice Buika, y no parece lamentarlo ni un segundo, ni demorarse en un solo reclamo al contar su historia. “Es que no acostumbro a practicar el dramatismo en la vida”, explica. “Y no me creo a las mujeres, o a las hembras, débiles. Son una especie que en la naturaleza no existe.” Una de las tantas historias que circulan alrededor de su infancia cuenta que su padre intentó adoctrinar a seis hijos, tres varones y tres mujeres, haciéndoles ver la serie Raíces cuando se exhibió en la televisión española. “Fue una cosa muy cómica”, recuerda Buika. “Nosotros estábamos durmiendo, porque la serie se exhibía en el horario de protección al menor. Pero mi padre entró todo exaltado a nuestra habitación, y nos hizo despertarnos, nos llevó al living, y nos echó todo un discurso. ‘Ahora veréis lo que son los blancos’, nos decía. ‘En esta vida, aunque hagáis amigos, tened siempre en cuenta las imágenes que vais a ver ahora’.”
Supongo que no te habrás olvidado de lo que viste...
–¡Qué va! Mi padre nos pegaba mucho y era nuestro terror cuando entraba en casa. No entendía que, una vez que te han pegado, pierdes el respeto: todo lo que te diga te da igual.
A diferencia de cuando habla de su padre, la voz de Buika se suaviza cuando recuerda a su madre. A la que menciona cuando se le pregunta por otra de las historias que jalonan su extraña biografía: la del viento que la dejó en Las Vegas de noviembre del 2000 a marzo del 2001, donde trabajó en los casinos The Luxor, Harrah’s y Gold Coast imitando a Tina Turner y The Supremes. “Nunca había estado en un lugar tan deshumanizado. Vivía en un barrio en el que mi vecina estaba embarazada de gemelos y vendía crack. Y los tiroteos en mi barrio eran continuos. No entendía nada del entorno, absolutamente nada. Todo era como un sueño de Kafka. Pero era un mal sueño del que uno puede disfrutar.”
¿Cómo fue que llegaste hasta ahí?
–La verdad es que ya no sé por qué. ¿Sabés lo que pasa? Es que como mis padres vienen desde tan lejos, entonces a mí el mundo me parece un garbanzo. No tengo miedo, y cuando dejas de temerte a ti o a lo que te pueda pasar, dejas de temerle al mundo y a las demás personas, porque te ves en todo el mundo y en todos. Recuerdo cuando era niña, que mi mamá en la calle nos decía: “¿Ves ese perro que está ahí?, pues tú eres ese perro. ¿Ves esa gorda que está a punto de cruzar el semáforo?, tú eres esa gorda”. ¿Entendés lo que te quiero decir? Mi madre era muy especial, y nos recordaba que éramos todos los demás, tanto para lo horrible como para lo divino. Así que al fin y al cabo no tienes miedo porque, vayas donde vayas, siempre te encontrarás entre nosotros.
¿Todavía podés cantar una canción de Tina Turner?
–¡Por supuesto! Me las sé todas. Para mí Tina siempre fue una musa venerada.
Apenas atiende el teléfono en la mañana de México, se le pregunta a Buika dónde está y qué es lo que alcanza a ver. “Si te digo lo que estoy mirando en este momento voy a ser muy grosera”, advierte entre mohínes y risas ahogadas. Pero finalmente lo dice: “Estoy mirando el culo de mi chico”, anuncia, y se parte de risa. Y la confesión encaja perfectamente con otra de las características públicas de esta cantante sincera y desprejuiciada hasta la polémica. Además de declararse como una abierta defensora del consumo de cannabis (“Los porros me salvaron la vida, porque soy ansiosa y compulsiva”, le dijo al diario El País. “Me decía el médico que, para la ansiedad, tomara Lexatín. Pero no, un porrito es mucho mejor”), y negarse a condenar la circulación de música por Internet (“Sé que mi discográfica me va a matar, pero no puedo negar quién soy: quien pueda comprar los discos, que los compre, pero quien no pueda comprarlos, que también tenga la posibilidad de disfrutarlos”), una declaración contundente sobre su sexualidad –en la época en que convivía junto al padre de su hijo y también con Africa– pasó casi a la historia del periodismo español cuando se declaró trisexual, trifásica y tridimensional... ¡y esa declaración la utilizó el dueño de un departamento como excusa para negarse a alquilárselo!
–Fue algo curiosísimo. Lo cómico es que ellos no me quisieron alquilar el piso citando mi declaración, pero el asunto es que yo nunca querría alquilarle un piso a una persona que piense así. Estoy seguro que sufriría más yo que ellos.
¿Y cómo sigue tu trisexualidad?
–Pues que soy eso: trisexual, trifásica y tridimensional.
¿Cómo es eso?
–Simplemente que fue primero que se me ocurrió responderle a una periodista que insistía en preguntarme si yo era lesbiana, o bisexual, o heterosexual, o qué sé yo qué. Y yo le respondí eso porque no creo en esas gilipolleces. Yo creo que la verdad está en la piel y no en los conceptos. Somos muy valientes a la hora de teorizar al respecto, pero no nos damos cuenta que con esas teorías nos estamos encerrando. Es muy peligroso esto de que te pregunten cómo eres, y que el tipo salte y diga que yo soy así y asá. ¡Y tú qué sabes cómo eres! Estás viviendo, así que ya verás. Cuéntalo cuando ya estés al borde de la muerte, porque si dices yo soy así y tal, te estás encerrando en una jaula, y el día que de repente estés por delante de algo que vaya en contra de lo que has dicho y que te apetezca, no podrás hacerlo.
Menuda, de ojos grandes y de piel azabache, así es como describen a Buika quienes la han visto en persona. Y también dicen que, cuando se sube a un escenario, se transforma en una deidad africana. Lo que cuentan los dos discos que grabó con Limón, que la transformaron –sobre todo el primero– en una estrella dentro de la escena musical española y le permiten viajar cada vez más por el mundo, es la historia de una cantante que hace lo suyo con una libertad envidiable. Concha Buika es de esas mujeres que abren la boca y uno lo sabe inmediatamente: nacieron para cantar. Y no importa qué. Todo tendrá su sello, y todo al mismo tiempo será siempre más grande que ella. “Es verdad, soy pequeña de cuerpo”, confirma Buika desde su cuarto de hotel, cuando su chico hace tiempo que se ha aburrido y se ha ido. “Pero yo pienso que, de verdad: piedra pequeña, por favor, piedra pequeña. Un universo enorme, per se, dentro de ella. Pero no esas piedras gigantescas que necesitan mil millones de piedras para convertirse en montañas gigantes. Nada de eso. Mejor piedra pequeña, rodante, independiente.”
Además del tema propio –y casi un himno– “Jodida pero contenta”, Buika ha repetido otro tema al pasar de su fallido debut al primer disco con Javier Limón: “Nostalgias”, de Cobián y Enrique Cadícamo. “Así es”, confirma divertida. “Lo aprendí de mi madre, que lo bailaba africano. Cuando llegó a España, mi madre no entendía de tribus urbanas ni de nada, así que todo lo oía por igual. Así nos enseñó, que no había diferencia entre unas cosas y las otras. ¿Sabes? Notas musicales, sostenidos, bemoles, mil años de historia y tu propia capacidad de redención. Y de contarlo, ¿no?”.
El lugar del garbanzo desde el que te estoy hablando se llama Buenos Aires... ¿Sabés algo de Buenos Aires?
–Uf, sé muchas cosas. Sé que conjuga el cielo y el infierno en el mismo sitio. Sé que son de entraña. Sí, Buenos Aires es una ciudad de entraña, en la que se puede vivir con un alfiler en la lengua o con una plumilla en la lengua de abajo.
¿Y qué vamos a escuchar de vos?
–Pues lo vais a escuchar todo: mi estómago, mis tetas, mi nuca, mi frente, mi boca, mis rodillas, mis pies. Todo el repertorio de este disco, un poquito del anterior y las historias que me traigáis, que os voy a robar. Con ésas me iré, y si las devuelvo en forma de canción es para deciros que os he estado escuchando.
En la foto de portada de Niña de fuego se puede ver que tenés una sucesión de nombres tatuados en el hombro izquierdo... ¿Quiénes son?
–Son los nombres de mi bisabuela, mi abuela, mi tía, mi madre, mis hermanas y mis sobrinas. Son mis diosas, y las llevo conmigo siempre.
¿Y en el otro hombro?
–En el otro hombro, por ahora, lo que llevo son los golpes. Para eso sirve.
Mi niña Lola
Por Joaquin Sabina
Mi niña Lola es negra y se llama Buika
Gitana de Guinea sin bata de cola
Amapola con rizos de Tanganica.
Soledad que la escucha no está tan sola
Los vellos con sus polvos de pica pica
Saben a sello añejo y radiogramola.
Sus dientes separados filtran el viento
Que nace en los pulmones desencajados
Y abreva en lo más jondo del sentimiento.
Tocan palmas los duendes resucitados,
Los hados, los luzbeles del sacramento
Del compás de los ángeles desterrados.
Lo que tiene lo da porque necesita
Destapar su cajita, niña Pandora,
A la hora verde olivo de la lunita.
Canta como se canta cuando se llora,
Cuando se desgañita el agua bendita,
Cuando Venus vomita el mal de la aurora.
Qué pellizco blusero rompiendo aguas,
Qué pasión contenida, qué incertidumbre,
Qué sinrazón prendida de las enaguas.
Qué aceite, que vinagre de nieve y lumbre,
Qué cumbre de los guetos y de las fraguas,
Qué fleco en el chaleco de la costumbre.
Huérfana de Quiroga, León y Quintero,
Si me encargara hacerle una copla un día,
Firmaría de rodillas y sin sombrero.
Tus penas son las venas del alma mía,
Preso de tu mirada libre te quiero,
Cuéntame tus duquelas con alegría.
(Junio del 2006)
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