Federico viajaba mucho y traía unos discos rarísimos, que se volvían conocidos muchos años más tarde. Después de uno de esos viajes, en el año ‘76, me regaló Welcome to My Nightmare. Fue el primer vinilo de Alice Cooper que tuve. En el medio del tema “The Black Widow” hay un relato de Vincent Price, hablando sobre una araña negra. A partir de ahí empecé a descubrir y a comprar otros discos suyos, como Goes to Hell, Lace and Whisky y uno muy loco, que siempre lo estoy volviendo a buscar porque lo pierdo, que es From the Inside.
Alice Cooper tiene dos períodos muy marcados. El inicial, que es muy pesado y en algún punto satánico. Y lo que viene después es, realmente, una exquisitez, con unos temas increíbles, grabados con músicos maravillosos y con una gran producción. Son siete u ocho discos, que van del ‘70 al ‘80 aproximadamente. Escuché mucho esa etapa, pero hay una canción que es la que más me marcó: se llama “I Never Cry” y está en Goes to Hell.
Mi infancia siempre estuvo ligada a la música. En mi casa siempre hubo música, mi mamá tocaba el piano, cuando éramos chiquitos nos juntábamos todos alrededor suyo a cantar cuando volvíamos del colegio. Mientras hacía el secundario en el Nacional de La Plata, empecé a aprender a tocar la guitarra y a cantar algunas canciones. Las practicaba en casa. Y escuchando a Alice Cooper saqué “I Never Cry”: es lento, muy melancólico. La empecé a tocar en el colegio, en las horas libres o cuando había una excursión.
Hasta que pasó algo que fue un quiebre muy grande para mí. En el viaje de fin de curso a Bariloche, en quinto año, en uno de esos colectivos terribles que a esa edad te parecen maravillosos, toqué “I Never Cry” con una guitarra criolla. Y me acuerdo que las chicas, todas mis compañeras, se pusieron a llorar: se emocionaron. Ahí me di cuenta de que podía transmitir emociones mediante el canto. En definitiva, es lo que hace un músico.
Ni yo ni nadie sabía de qué hablaba la letra: la cantaba por fonética. Me daba cuenta de que era una canción muy triste y muy romántica, pero no tenía ni la menor idea de lo que estaba diciendo. Simplemente, trasladaba el sentimiento que me producía la canción. Cuando uno escucha canciones en inglés, tiene hasta el plus de poder imaginarse lo que quiera.
A partir de ahí, en cada momento que había un rato libre, todos me pedían que cantara esa canción. Yo siempre fui una persona tímida, al punto que me empezó a dar vergüenza, porque me la pedían en momentos en los que a mí no me gustaba. Y llegué a recurrir a artimañas, como vendarme una mano para tener una excusa válida para no tocarla. También pasó que todos mis compañeros se compraron automáticamente Goes to Hell, el disco de Alice Cooper que tenía esa canción.
En esa época, Julio, Federico y yo vivíamos juntos. Hablo del ‘77, toda la etapa previa a formar Virus. Vivíamos en una quinta de City Bell y nos pasábamos todo el tiempo libre tocando de a dos o tres guitarras. En invierno lo hacíamos frente a la chimenea. Componiendo. Cantando. Y algunas de esas cosas fueron material del primer disco de Virus. Esta canción de Cooper la cantamos mucho con Julio, él en el piano y yo en guitarra, a dos voces. También era uno de los temas que hacíamos en cumpleaños o fiestas familiares. Algo que sigue sucediendo en las reuniones, porque estando con Julio siempre aparece el recuerdo y la nostalgia de cantarlo.
Por todo eso es más que fuerte el recuerdo que tengo asociado a “I Never Cry”. Porque marcó el quiebre que se produjo internamente en mí, pero también porque ahí arranca un poco lo que sucedió muchísimo más tarde, cuando lo terminé reemplazando a Federico. Me escuchaba cantar temas de Alice Cooper, los Beatles o lo que fuera, y me decía que yo cantaba mejor que él. Bueno, supongo que lo decía desde su humildad. Pero en algún punto, cuando él conoció su final y vio que no había vuelta atrás, lo primero que hizo fue reunirse con Julio y conmigo para decirme: “Marcelo, vos sos el que tiene que seguir cantando”.
“I Never Cry”Alice Cooper
Con su costumbre de montar escenografías en base a sillas eléctricas, guillotinas y sangre falsa, entre otros elementos, Alice Cooper supo labrarse una reputación como artista del shock. Lo suyo es el rock, en una gama de intensidad eléctrica que va del garage al heavy metal, pero expuesto con técnicas aprendidas mirando películas de terror y asistiendo a obras de vodevil. Luego de tomar el nombre de la banda que había fundado y encabezado como cantante y armonicista, a partir de 1975 Vincent Damon Furnier emprendió una carrera como solista. En junio del año siguiente lanzó Alice Cooper Goes to Hell, que contenía una balada con la que se jugaba algunas fichas a la popularidad: “I Never Cry” hablaba de sus problemas con la bebida. “Fue la confesión de un alcohólico”, explicó alguna vez. El tema llegó al puesto 12 de los charts norteamericanos, justo unos meses antes de que su autor iniciara un tratamiento de rehabilitación
0 comentarios:
Publicar un comentario