Arisco y sin géneros
En su tercer álbum, el cuarteto mezcla sonidos autóctonos con elementos de electrónica. “Nuestra idea es fusionar la música popular en general”, asegura el cantante Julián Mourín.
Por Cristian Vitale
“Buscamos un sonido actual”, dicen los integrantes de Chúcaro.
Apenas se le pide un marco de referencia, Julián Mourín se desboca: Spinetta, Charly, Los Piojos, Gieco, el Chango Farías Gómez, Aca Seca, Jaime Roos, Mateo, Jorge Drexler, Caetano, Joao Gilberto, Chico César, Fronterizos, Uña Ramos, Lipán, Jaivas, Markama, Quilapayún, Los Stones... La lista es infinita. “Tuve una adolescencia rara, yo... Pasé de matarme con Queen a sintonizar con la música andina. ¡No escuchaba algo que no tuviera quena y charango! Inti Illimani, Jaime Torres, hay cosas increíbles ahí”, sigue. Mourín –cantante, guitarrista, pianista y compositor– es un melómano absoluto, un enfermo de los discos, la música y su historia, al que un día de 2003 se le dio por formar una banda. La llamó Chúcaro y devino, a tres discos y seis años del origen, en una amalgama vivencial nutrida de todas esas escuchas. Una paleta de mil colores, cuatro pintores –él, más Mariano Loredo (bajo), Nicolás Soares Netto (batería) y Roberto Connolly (guitarra)– y la intención de besar estilos sin enamorarse de ninguno. “El chúcaro es ganado arisco y salvaje, ¿no? Creo que tiene coherencia con nuestra búsqueda musical, porque es una palabra argentina y, si bien no somos salvajes en el sonido, somos ariscos porque no hacemos sólo un género. Nuestra idea es fusionar la música popular en general”, es su manifiesto esencial. Algo así como la carta de presentación de esta banda-esponja que emerge entre las más interesantes de un sincretismo estético que no para de nacer: alma de rock más música de raíz folklórica.
Chúcaro presenta Buen día ojo tuerto, su tercer disco, esta noche en Casa Brandon (Drago 236). Son doce canciones con el núcleo duro puesto en la poesía y un tratamiento musical que, dicho está, deviene de toda esa ducha de referencias. Y se autoayuda con invitados del paño: Martín Buscaglia, Mariano Cantero (de Aca Seca) y Nicolás Ibarburu, entre ellos. “Se habla mucho de una influencia spinetteana en nosotros, y es algo que no niego: aprendí un montón de su obra. Pero hay un montón de otros músicos que meten acordes extraños y no sé por qué el link va siempre al Flaco. ¿Y Caetano, Gilberto Gil y Farías Gómez?”, ejemplifica el autor de todas las canciones.
–¿Escuchó Tommy, de The Who? El ojo de la tapa de su disco, que puede pero no quiere ver, se acerca a aquel personaje de la ópera rock.
–Qué loco, me faltó eso, ¿no? (risas). En realidad, la evasión es un poco el eje del disco, desde diferentes puntos de vista. El mensaje está implícito, incluso hay una canción que se llama “Evasión”, y varias tocan esta cosa de no querer ver lo que hay detrás del portal.
El concepto de atravesar la tormenta puede aplicarse, por traslación, al debut epónimo de la banda, un trabajo de once canciones cuyo mayor logro, para Mourín, fueron los dibujos de Liniers que ilustran la tapa. “Y sí, fue lo mejor. La verdad es que con los demás compartíamos el gusto por esos chistes que en general no le gustaban a nadie –se ríe–. No sé cómo, pero conseguimos su teléfono, le contamos el plan y nos hizo unos dibujos en su casa, tomando cerveza. Digo que fue lo mejor porque musicalmente no está bueno. Hoy me cuesta mucho escucharlo, porque transmite una indecisión personal. No hay mucho trabajo puesto en el registro de la voz. Fue una primera experiencia. Una inexperiencia.” La revancha llegó con Atitayteté, un segundo disco que sí empezó a plasmar el perfil novedoso de la banda. El trío se transformó en cuarteto, y ganó en coherencia y solidez. “Nos pusimos más guerreros”, define Julián.
–¿Atitayteté es una palabra guaraní relacionada con el sapukay del comienzo?
(Se ríe) –No, es porque se lo dedicamos a Tita y Teté, la abuela de Mariano y su amiga, que nos prestan la casa de Villa Devoto para ensayar y, encima, nos reciben con una alegría total. Es el lugar donde se desarrolla nuestra búsqueda, que no pasa por hacer chamamé, huayno o rock and roll en especial. La música argentina es tan rica que da para explorarla y experimentar. Por otro lado, tampoco nací en un patio de tierra de Santiago. Nací en Capital y siento que lo que más me identifica es la fusión. No sería tan auténtico hacer puro chamamé o folklore.
–De ahí la utilización de programaciones y samplers en función de una música que poco y nada tiene que ver con lo electrónico...
–Sí, tratamos de buscar un sonido actual. A diferencia de Atitayteté, que es guitarra, bajo y batería, queríamos hacer un disco que sonara a 2009. Usar los elementos que existen hoy en día para hacer música, la computadora y todo el abanico de posibilidades de expresión que te habilita. Si la idea es expresar el ambiente de tu tiempo, bueno, tienen que aparecer los sonidos que te rodean todos los días: el celular, un cajero automático, un portero... Acá, en la ciudad, más allá de pensamientos y sentimientos, estamos rodeados de ruiditos.
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