“No somos como Eddie Vedder, que es multimillonario y dice que no le interesa la plata”
Abril Sosa cree que el rock argentino representa “la elegancia”, antes que el aguante del “barrio”. Con Psicomágico, editado por EMI, pretende realizar un homenaje al escritor chileno Alejandro Jodorowski. (¡Otra vez, a wikiar!)
Por Mario Yannoulas
”Las entrevistas son parte de nuestra música porque también abrimos el corazón y nuestras ideas es una especie de psicoanálisis en el que uno dice cosas que en realidad no había pensado. Por eso me gusta sentarme a hacer notas”, conversa Abril Sosa, de Cuentos Borgeanos, esa banda especial a la que algunos eligen llamar de “rock literario”. “Lo que no está bueno es que quede tergiversado y acotado lo que uno habló”, marca, afable. Se sabe que reivindicar el poder de la palabra es una de sus tareas preferidas, y que muchas veces el discurso se inunda de citas. Pero esta vez, Abril y sus tres compañeros (Diego López en guitarra, Agustín Rocino en bajo y Lucas Hernández en batería) dejan de lado lo ya escrito y apuestan al instinto para intentar desentrañar su circunstancia, la del lanzamiento y consolidación de Psicomágico, su cuarto y prometedor disco de estudio, ese que llevaron por todo el país en un tour decididamente federal.
A esta altura, Cuentos Borgeanos ya tiene un estilo propio, y hasta atraviesa una segunda etapa en su corta pero intensa genealogía: las sombras de Fantasmas de lo Nuevo (2002) y Misantropía (2004) abrieron paso a un tramo lumínico con Felicidades (2007) y el propio Psicomágico. “El nombre del disco es un homenaje a (el escritor chileno Alejandro) Jodorowsky, y más que eso, es como tomar su filosofía. Creemos que nuestras canciones pueden ser actos psicomágicos que revelen, que modifiquen, que motiven a las personas en cualquier cosa, siempre que sea algo positivo”, excava el ex baterista de Catupecu al tiempo que construye su propia genealogía: “La valoración musical tiene que existir, se supone que disco a disco uno va mejorando. Más allá de eso, creo que hay un quiebre, un abrir de camino en este disco, es como si Fantasmas... hubiese sido la niñez, Misantropía la adolescencia, Felicidades la pos adolescencia y Psicomágico la adultez, en el buen sentido, porque el rock no se lleva bien con la palabra. Hay cierta madurez emocional, más que musical. ¿Viste cuando te sentás con un amigo o una pareja y te plantás como “Ahora vamos a hablar en serio”? Bueno, este disco tiene eso. La música de rock argentina puede ser profunda, contener arte, poesía, ganas, generar cosas, y sin miedo. No es una boludez, hicimos un disco de verdad”.
Esta vez repitieron productor, aunque con un resultado diferente. Pablo Romero, de Arbol, fue el supervisor artístico de Felicidades, pero Psicomágico ofrece un sonido más crudo y tanto más personal, donde los ambientes ganan importancia por sobre los trucos de posproducción, como una forma de ir directamente al punto. “Cuentos es una banda que fue progresando, pero seguimos sin sentirnos tan especiales. Todo es cada vez más abierto, a carne viva, corazonado, nos mostramos cada vez más como somos, no hay mucho cuento, aunque suene contradictorio. Con Pablo buscamos ese sonido medio vintage, Lucas hace rato viene tocando con baterías grandes y mucho ambiente. Buscamos eso porque representaba lo que las canciones pretenden ser. En este disco nos pasa algo que tiene que ver con el proceso de composición, llegamos a una armonía”, prosigue Abril.
–¿Encontraron definitivamente su lugar?
Abril: –Todavía no ocupamos un lugar en el rock, somos una banda muy nueva. El otro día veía un video de Los Piojos y pensaba “Estos tipos llevan veintipico de años tocando y nosotros recién tenemos siete”. Pensaba en la diferencia entre un hombre de 28 años y un nene de 7. Lo que sí tenemos es una intención, que es la de reivindicar a ese rock argentino que influyó en toda Latinoamérica con una poemática, el de los ochenta: Los Abuelos, Charly, el buen Fito, Cerati. Eso se fue perdiendo, pero creo que hay bandas nuevas entre las que podemos estar nosotros, Estelares, Smitten, que quisimos recuperar un poco eso de no tenerle miedo a la idea de que el rock puede ser arte. No somos rockeros borrachos, drogadictos que van arruinados por la vida; al contrario, enaltecemos la vida. Ocupamos esa intención, no sé si hoy es un lugar, pero lo va a ser, porque eso es el rock argentino.
Agustín: –Vemos un resurgimiento de las bases del rock nacional, por supuesto que de una forma más moderna, no como sonaba Spinetta hace treinta años. A fines de los ‘90 y principios de los 2000 el ojo del rock en castellano estaba en México, cuando siempre había estado en la Argentina. Ahora se está volviendo de eso, muchas bandas de acá la están rompiendo en México.
Diego: –En esa época el rock era demasiado sectario, si eras rockero tenías que ser de barrio, y si no, no eras un carajo.
Abril: –Era la época de un rock que... nos cuesta mucho hablar de una cotidianeidad falsa. Como decir “el rock barrial”. Si todos somos de un barrio, nadie levita. Es una forma algo falsa de expresarse. Todos tomamos una cerveza en la esquina, a todos nos gusta tener una chica, pero la música es un poco más que esas vivencias tan particulares. Queremos retomar la música desde un lado emocional, universal, hablar de las cosas esenciales: el amor, la muerte, la vida. Esa es la precisa, como dicen en el campo. Nos pasa de encontrarnos en circuitos de gente que escucha rock argento, que si uno sale con un pantalón que es lindo se pone un poco molesta y piensa “Qué desencajado, tendría que estar drogado y todo sucio para representar”. Y no, el rock argentino representa la elegancia, la vitalidad, el amor. Yo porque soy muy fanático de los grandes escritores del rock argentino: Spinetta, Miguel Abuelo, el Fito y el Charly de antes.
–¿Cómo llevan el juego entre la música y la lírica?
Diego: –Primero sale la música, que viene con una melodía de voz, y con eso Abril escribe las letras. Muchas veces siento que lo que escribe sería lo que yo escribiría si tuviera su facilidad.
Abril: –Algo importante es que somos muy amigos, en el sentido más lindo y profundo de la palabra. Además, el hecho de pertenecer a la misma generación nos lleva a vivir el mundo casi de una misma forma, cada uno con sus ideas. Es raro que yo escriba algo que no encaje con la forma de vivir de ellos.
–¿Qué es lo bueno y qué lo malo de trabajar con una multinacional?
Abril: –Lo malo aparece cuando una banda carece de libertad artística. Lo bueno de la discográfica es que manejan el comercio, algo de lo que no entendemos nada pero nos interesa. Nos interesa ganar con la música, no somos como Eddie Vedder, que es multimillonario y dice que no le interesa la plata, es mentira, porque cuando se compra un auto y se toma un avión, lo tiene que pagar. Olvidémonos de esa imagen del director gordo que fuma un habano y se caga de risa. Eso no existe más, el promedio de la gente que trabaja ahí no pasa de los veintipico de años, y tenemos una relación muy cordial con ellos. Cuando firmamos el contrato con EMI, ellos no habían escuchado nada y nos pagaron, tuvieron confianza en nuestro desarrollo y nuestras ganas. Hasta el momento, no existe la parte negativa. Al único artista del mundo al que le creo que realmente quiere ser independiente es a Manu Chao.
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