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viernes, 4 de diciembre de 2009

Buenos Aires, en clave de jazz


Hoy comienza el Festival con un concierto del prestigioso pianista Fred Hersch, larga el Buenos Aires Jazz 09. Habrá más de 150 músicos entre locales y extranjeros, seminarios y homenajes. Entrevista a Hersch, la opinión de Adrián Iaies (director artístico del encuentro) y lo mejor del programa.

Por: Sandra de la Fuente.

Imágenes del documental "The Lives of Fred Hersch", donde el músico relata su convivencia con el HIV.

El pianista Fred Hersch está en Buenos Aires para abrir el Festival de Jazz, o como él mismo sugiere bromeando, el "Festival Fred Hersh". Es que en los cinco días que dura esta nueva edición, Hersch dará tres conciertos -en trío, quinteto y solo- y dictará una master class además de abrir sus ensayos a los estudiantes de música.

Con 54 años Hersch es un músico excepcional que aporta su personal sonido al jazz, y reinventa su tradición al mismo tiempo que crea un nuevo cuerpo de obras que Peters edita y el sello Naxos graba.

Su sustanciosa carrera incluye también una intensa lucha contra el SIDA, enfermedad que padece y que no sólo no ha logrado desalentar su entusiasmo sino que le ha sumado la militante vocación de organizar conciertos, grabar discos y realizar giras para reunir fondos que sostienen diferentes emprendimientos educacionales y médicos.

Hersch abraza cálidamente a esta cronista en la puerta del hotel Broadway de la calle Corrientes y ofrece tomar un café en el bar Vesuvio. "Es curioso -observa risueño-, vivo en el Soho neoyorquino, sobre la calle Broadway, y desde que llegué no dejo de volver sobre esos nombres: mi hotel, la visita a Palermo Soho y Hollywood. Pero sé que estoy en Buenos Aires porque comí el mejor bife de toda mi vida y una pizza excelente en Güerrin, muy diferente a la de Nueva York".

Cuenta también que esta es una de las primeras veces que consigue conciliar turismo y trabajo. "Normalmente llego al hotel y me voy directamente a la prueba de sonido. Doy el show por la noche y al día siguiente ya estoy volviendo. Pero esta vez tenía ganas de conocer. Vine con Scott, mi compañero, me puse las bermudas y decidí disfrutar de los parques de la ciudad".

¿Te gusta tocar en festivales?

Depende muchísimo de la organización. Es que muchísimas veces las cosas pasan demasiado rápido y no hay tiempo siquiera para la prueba de sonido. Pero este no será el caso. Me parece que está todo bien preparado, el tiempo de mis conciertos y de mi master class.

Los músicos de jazz suelen decir que el jazz no se aprende en el aula. ¿Cuáles son los contenidos que trasmitís en una master class?

Es cierto lo que dicen, las escuelas sólo brindan elementos técnicos. Yo comparo la música con la cocina. Hay muchísimos músicos de jazz que tocan con la receta. Hacen lo correcto y las cosas salen bien. Pero también está el auténtico chef, aquel que le pone ese algo más que hace que la cosa salga exquisita. También el tenis es como el jazz: el que juega es como el que toca, reacciona porque no necesariamente sabe lo que viene. Uno tiene que estar preparado para todo. Y eso es lo excitante.

Tu entusiasmo, tu dedicación a múltiples y variadísimos proyectos no son habituales en un músico de gran reputación.

Me gusta mantenerme interesado y con desafíos por delante. Conozco a muchísimos músicos que cuando van llegando a mi edad encuentran un lugar, hacen más o menos siempre lo mismo, y todo les funciona bien. Hay un momento en que uno reconoce quién es, qué es lo que hace mejor y sobre eso profundiza. Sí, yo reconozco mi estilo y sé quién soy. Sé que hay cosas que no haría.

¿Por ejemplo?

La velocidad, eso es algo que no he desarrollado. Algunos escriben música bastante complicada, cosa que yo no hago. Así que sé quién soy. Pero me gusta empujarme un poco más hacia mi propio límite. Me gusta concluir una cosa y estar armando la próxima. De algún modo, eso es lo que me mantiene vivo, no son sólo las drogas sino el sentir una gran energía.

Saber lo del SIDA ¿pudo haberte hecho sentir cierto apuro por hacer?

Solía sentir eso. Me enteré de que tenía SIDA a los 30. Era el momento de mis primeros álbumes y especulaba con la idea de que tal o cual sería mi último disco y que tenía que apurarme para llegar al próximo. Ahora tengo 54 y sobreviví a tres grandes momentos difíciles con esta enfermedad. Sé que andaré por aquí por un tiempo e igual no puedo parar. Aunque tengo que decir que lo único realmente bueno de tener una gran reputación es que uno puede decir que no. No se trata de ganar más dinero o de ser más famoso, se trata de tener mayores oportunidades para hacer lo que a uno le interesa y dejar de lado lo que no quiere.

Desde los 70 hasta aquí la cuestión de la homosexualidad cambió radicalmente, primero en Estados Unidos y luego, lentamente, en el resto del mundo. ¿Cómo eso afectó tu desarrollo?

Cuando empecé a tocar jazz, más o menos a los 18 en Ohio, para mí lo interesante del jazz era la clase de gente que había, un poco loca, extraña. Era ambicioso y tuve suerte cuando llegué a Nueva York. Pero al poco tiempo empecé a sentir que mi condición de gay me impedía formar parte del grupo. Fue un largo tiempo en el que sólo mis amigos sabían. Pero en 1993, con el disco a beneficio de la fundación de lucha contra el SIDA, aparecí en todos lados, CNN, Newsweek, New York Times. Y pese al estrés me sentí aliviado. Aprendí que si reprimís lo que sos, pagás un precio muy alto, perdés tu energía preguntándote quién sabe, quién no, que haría si supiera y todo eso no te permite vivir como artista ni como persona. Ahora las cosas cambiaron. La gente de menos de 40 toma el asunto con la naturalidad que tiene. Y los que no lo aceptan porque crecieron bajo la rigidez de otras normas irán desapareciendo. A la larga en el mundo ser homosexual será como usar anteojos: algunos los usan ¿yo los uso¿ y otros no. No será un tópico interesante para conversar porque no es algo sobre lo que uno puede accionar, no es algo que uno pueda elegir. «

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