SPINETTA JADE 1980-1984
Contra todos los males de este mundo
Por Sergio Marchi
En 1980 estaba muy de moda el saber los nombres de los músicos. Eran los Tiempos Azoteicos, una edad geológica del rock donde todo se inspeccionaba con el cerebro y se sometía a un escrutinio implacable por parte del rockero informado. En los Tiempos Azoteicos lo que se escuchaba era el jazz rock, un estilo también llamado “música de fusión”. La Música Azota era aquella de un alto nivel de complejidad en su confección y en su ejecución. Los ídolos de aquellos tiempos rockeros eran John McLaughlin, Chick Corea y el grupo Weather Report, todos con deudas al dios Miles Davis. En el rock argentino eso se tradujo en un montón de músicos que aprendieron acordes raros, y no supieron muy bien qué hacer con ellos.
Tras la separación de Invisible, y antes del arribo de Jade, Spinetta tuvo su bautismo de jazz con el álbum A 18’ minutos del sol durante 1977. En él marcaba el sendero que su música habría de tomar con Jade: un estilo con elementos de jazz, pero utilizados a su manera. Spinetta, más que seguir la moda, encontró algo en la fusión que lo marcó a fuego y por siempre. Jade fue el fiel testimonio de la propia mezcla que Spinetta obtenía entre su lírica, sus melodías y la armonía del jazz.
“Vamos a tocar un tema de características aleatorias llamado ‘Experiencias en el Pabellón A’”, fue lo primero que dijo Luis aquel 3 de mayo de 1980, en el debut de Jade en Obras, compartiendo cartel con Emilio del Guercio y la Eléctrica Rioplatense. Ahí radicaba la importancia de los nombres de los músicos: Pedro Aznar, Lito Vitale, Juan del Barrio, jovencitos virtuosos pasados por el tamiz de la experiencia de Pomo y Luis Alberto. Podían encarar algo de una complejidad tremenda como el instrumental “Digital Ayatollah”, o una balada exquisita como “Alma de diamante”. Se irían algunos (Vitale, Aznar, Del Barrio) y entrarían otros (Diego Rapoport, Leo Sujatovich, Beto Satragni, César Franov y Frank Ojstersek); todos tenían en común una capacidad técnica impresionante puesta al servicio de Spinetta, que sabía cómo explotar el color de cada uno.
En los casi seis años que duró Jade, el grupo editó cuatro álbumes. Alma de diamante, imbuido de la estela que dejaba la intensa lectura de Carlos Castaneda, marcó un territorio que sería ampliado por el segundo, Los niños que escriben en el cielo, con una tendencia ligeramente pop. Bajo Belgrano se anticipó al rock barrial en mucho tiempo y marcó los Tiempos Malvineros, con esa letra que decía “Ricky está listo / listo del bocho / y encima le tocó marina”, así como el despertar de los años del Proceso con “Maribel se durmió”. Madre en años luz fue el disco del final y mostró el enamoramiento de Spinetta con las baterías electrónicas; quizá también sea una de sus obras más difíciles junto con Exactas y Don Lucero.
Dentro del rock argentino inmerso en los Tiempos Azoteicos, Jade fue el grupo capaz de ponerle corazón a esa maraña de acordes y dificultades armónicas. No era una música capaz de encantar a primera oída, pero en esa época el rock desconfiaba de los amores superficiales y de las virtudes de “la fiesta” por sobre “la escucha”. Sin embargo, no todo era dificultad; canciones como “Alma de diamante”, “Umbral”, “Entonces es como dar amor”, “Mapa de tu amor”, “Dale gracias” o “Nunca me oíste en tiempo”, llegaban por línea directa al corazón. Y en los temas complejos, siempre había un núcleo de belleza para descubrir.
“Vamos en procura de aquel viejo tiburón / a las profundidades del mar de la sangre / la marea misma nos guiará y al cambiar / lo obligaremos a dar su dirección / a dar el antídoto contra todos los males que hay aquí”, decía la letra de un tema que los fans conocían como “El antídoto”. Jade era exactamente eso: una receta magistral contra todos los males de este mundo que a veces sabía a néctar y, en ocasiones, se trataba de una medicina heroica.
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