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viernes, 11 de diciembre de 2009

CHICHA LIBRE EDITA ¡SONIDO AMAZONICO!



Gringo dejá el mezcal

Un combinado de músicos estadounidenses y franceses se entregó a la antropología musical y homenajeó a históricas bandas peruanas como Los Mirlos, Los Hijos del Sol, Juaneco y su combo, Los Tigres de Tarapoto, Los Destellos, Los Diablos Rojos y Eusebio y su banjo, que no tiene nada que ver con Walter y su órgano.


Por Luis Paz

A ver: Amazonas, selva, río, mucho verde, criaturitas del señor, hongos psicoactivos, arácnidos gigantes y montecitos. ¿Dónde entran los sintetizadores moog, los órganos Farfisa y las violas del garaje más surfero en ese paisaje? En la chicha. Y no porque haya que estar embebido de ese líquido para imaginar brutal convivencia, sino porque es precisamente en ese estilo sonoro –surgido a fines de los ‘60 en el universo paralelo del Perú amazónico– donde un moog, un Farfisa, un cajón peruano y las escalas pentatónicas de la música cordillerana pueden coexistir. Dado que la fabricación de Deloreans para volver al pasado (o al futuro) quedó clausurada luego de que tirotearon al Doc, la única posibilidad que queda es revivir esa revolución musical oculta tras la agitación inglesa de esa década lisérgica con la magia de Chicha Libre, un combinado de músicos estadounidenses y franceses que se entregó a la antropología musical y en ¡Sonido Amazónico!, flamante debut, homenajea a Los Mirlos, Los Hijos del Sol, Juaneco y su combo, Los Tigres de Tarapoto, Los Destellos, Los Diablos Rojos y Eusebio y su banjo (que no tiene nada que ver con Walter y su órgano).

La revalorización de la chicha no es un fenómeno aislado que ocurre sólo en la sala de ensayo que Olivier Conan comparte con los demás Chicha Libre. En los últimos años, además de The Roots of Chicha y ¡Sonido Amazónico!, sellos independientes y de música latina en Estados Unidos editaron la colección “Masters of Chicha”, provocando que Pitchfork y hasta el New York Times debieran hacerse eco durante el fenómeno. Y durante 2009 la escena de Brooklyn volvió a cobrar trascendencia, 20 años después del Paul’s Boutique de Beastie Boys, con los ciclos que los lunes Conan organiza en su club Barbès, en Park Slope, desde donde completa una escena de música latinoamericana que se fortalece a diario con el avance del reggaetón y las músicas colombianas y venezolanas, importadas por los inmigrantes y bailadas sin tapujos por estadounidenses opositores a la inmigración, vaya ironía.

Además de Conan, Chicha Libre está integrado por Vincent Douglas en guitarras y coros, Nicholas Cudahy en bajo, Joshua Camp en sintetizadores y teclados, y Timothy Quigley y Greg Burrows en las percusiones. Seis gringos que reviven a esas míticas orquestas de chicha que registraron en canciones como Cariñito, Vacilando con ayahuesca, Mi morena rebelde o La danza de Los Mirlos –la misma que homenajeó el gurú de la cumbia villera, Pablo Lescano– aquel sonido tan particular: una suerte de swing amazónico inspirado en la cumbia colombiana que incorporó las escalas pentatónicas de las melodías andinas, algo de las guajiras cubanas y los sonidos psicodélicos que se le pueden arrancar a un pedal wah-wah para hacer la crónica del Perú sesentista.

Mezcla de música tribal indígena con folklore del oeste sudamericano, la chicha pudo haber sido un fenómeno tan extendido como el reggae, pero por razones geopolíticas, de clase, de idioma, de poder y por la estúpida suerte, nunca se convirtió “en la próxima gran cosa”. Y así quedó destinada a musicalizar las fondas donde se reunían los obreros petroleros de las ciudades amazónicas del Perú, hacia finales de la década del 60. Hasta que 50 años después, Random Records publicó el ¡Sonido amazónico! de Chicha Libre y, por obra y gracia del espíritu non sancto de RapidShare y los blogs de intercambio de vínculos, se convirtió en un disco de culto como The Roots of Chicha (psychedelic cumbias from Peru), el compilado anterior de obras originales que el sello publicó en 2007. Tal vez con un poco más de prensa, la chicha pueda cumplir su destino y ser “la próxima gran cosa”. Pero si no sucede, al menos será lindo que alguien más pueda disfrutar de un viajecito por bellas y psicoactivas piezas como La cumbia del zapatero, Indian Summer o Pop Corn andino.

Cuando el gringo conoció la chicha

“Descubrí la chicha en Perú hace cuatro años”, precisa Olivier Conan, al otro extremo de la línea telefónica. “Fui a Perú porque me gusta mucho la música latinoamericana en general, pero quería escucharla hecha por criollos, quería ver cómo sonaba en los clubes latinos”, explica al NO. Conan no encontró ningún club, tal vez porque en Perú no se los llaman clubs, pero llegó a un descubrimiento “mucho mayor”.

“Cuando iba paseando por la calle, me sorprendió que en Perú vendan discos en la vereda. Había mucha gente vendiendo discos truchos y me llamó la atención la estética de algunos. Los compré y cuando llegué al hotel y los escuché me enloquecieron. Eran Los Mirlos, Juaneco y su combo, canciones que me parecían conocidas pero tocadas por bandas que no conocía. Así que volví a la calle a comprar muchos más”, recuerda.

–¿Qué compraste?

–Cumbia amazónica, todo lo que encontré de Juaneco y Los Mirlos, cumbia limeña y todos los clásicos que me recomendaron. La gente de Lima sabe mucho de música, especialmente los vendedores que andan en la calle. Todos hablan de música y me recomendaron cosas increíbles.

–¿Qué fue lo que te llamó la atención de esa música?

–Me interesó que eran sonidos familiares pero a la vez era algo que nunca había escuchado antes. La chicha tiene todos los elementos de la música latina que siempre amé, pero juntos. Soy muy melómano y suelo reconocer a qué género, época y lugar corresponde un sonido, pero con esto me sorprendió no poder conocerlo. Esa combinación de guitarras eléctricas con órganos y que tocaran sin set de batería, solo con percusiones latinas, es muy, muy, muy interesante.

–Entonces decidiste volver a Estados Unidos, reunir a los músicos del club que regenteás y empezar a tocar chicha...

–¡Sí! Quería sentir la diversión de tocar eso con mis amigos. Los seis que armamos Chicha Libre estábamos en distintos proyectos de distintos tipos de música, no muchos con lo latino. Pero para todos fue como: “¡Wow! ¿Qué carajo es esta música tan loca?” y se sumaron.

–Y cuando tocan allá, ¿qué reacciones tiene la gente no latina?

–Mirá, la chicha es una música muy alegre y fácil de entender, porque como te decía, son sonidos que son familiares, sólo que con una manera distinta de combinarlos. La gente reacciona al instante e incluso a los latinos que nos escucharon sin conocer la chicha les pareció de lo mejor de la música sudamericana.

–¿A ningún latino le molestó que sean seis gringos tocando su música folklórica?

–En absoluto. La primera vez que tocamos en Perú estábamos muy nerviosos, pero fue un honor que nos dijeran que la tocamos con mucha gracia y respeto. Ojo, no somos del todo respetuosos con las canciones porque si querés serlo tenés que poner los discos en un museo y nuestra idea es revivir esos sonidos, actualizarlos a nuestra época.

–¿Por qué creés que la chicha no fue más conocida en su época?

–Con todo lo rica que es, no entiendo por qué. Pero tal vez porque era música de ghetto, de las clases bajas. Muchos tienen prejuicios con eso, aunque la chicha es un sonido muy sofisticado. Y también hubo una falta de información y de prensa en esa época, todos estaban locos con la movida inglesa y estadounidense y ¿quién iba a mirar a Perú?

EL GABINETE HACE “POSTALES SONORAS DEL MEXICO SOCIAL E INSURGENTE”

Indio dejá el mezcal

Una dantesca autopista con infinidad de carriles de ancho y todos los kilómetros existentes de largo, ideal para un tour en el que se puede recorrer todo sin tener que detenerse en nada. Algo muy similar a eso es Internet. Sin embargo, la world wild web también da espacio a conexiones reales. Para que eso ocurra, primero debe haber al menos un mínimo punto de encuentro en común. A y B viven en una callejuela perdida de Cuernavaca, a 60 kilómetros del D.F. mexicano. Hasta hace algunos meses, no se conocían. Pero revisando las visitas de su sitio, los músicos de El Gabinete descubrieron que A y B, ambos fanáticos del grupo, estaban a solo cuatro casas de distancia. Así que les enviaron un mail a cada uno y les dijeron: “¡Conózcanse, chavos!”. Ahora van juntos a los recitales.

El modelo georreferenciado de fans es otro de los elementos innovadores de El Gabinete, un cuarteto formado por el vientista y teclista Daniel Aspuru, secretario de Cultura; el guitarrista Kristian Galicia, secretario de Defensa; el guitarrista y percusionista Enrique Gil, secretario de Energía; y el percusionista y vocalista Hugo Trejo, secretario de Turismo, todos oriundos del D.F. mexicano.

Definitivamente hay motivos para denunciar. Y hay un público que se hermana con su discurso (¿o son ellos los que se hermanan con el discurso de su pueblo, como buenos artistas?). En México son la última emergencia de la música independiente, han sido reseñados en centenares de medios europeos, dieron más de 70 conciertos desde su formación (en México y Europa) y han sido pioneros en trasmitir shows por streaming para Internet en su país y en aplicar contadores de visitas georreferenciados para mejorar la interacción de sus seguidores.

Innovador, políticamente incorrecto pero transparente y con apoyo de las bases, este Gabinete musical está a punto de llenar al equivalente chicano del Gran Rex. Pero antes, tocará en Buenos Aires para sumar el voto bronca de los argentinos.

La gesta de El Gabinete ocurrió en 2006, un año “súper difícil” en México, antes de las elecciones presidenciales que dividieron al país. “Surgimos justito antes de las elecciones, en el peor momento de la campaña sucia del gobierno contra López Obrador, cuando quisieron desaforarlo. Fue un momento de una guerra simbólica terrible y en ese momento nos juntamos para tocar, para tratar de liberar un poco tanta tensión y angustia”, comenta Aspuru. Aún no tenían nombre, pero en las siguientes semanas la situación política y social en México empeoró y entonces fue que López Obrador decidió armar su propio “gobierno legítimo”, más allá de que no le fuera reconocido por el PAN. “Había un gabinete que nadie quería y otro al que no dejaban trabajar, así que armamos uno nuestro”, resume Galicia.

La intención fue usar la música como vínculo para llevar la información sobre lo que estaba pasando en el país a todos los sectores sociales del país y hacia el exterior, todo por medio del arte. De allí surgió eso que propone a El Gabinete como una colección de “postales sonoras del México social e insurgente”. Los secretarios (¡también era un buen nombre ése!) se reunieron con los principales humoristas gráficos del ala progresista de los periódicos mexicanos para entender mejor cómo resumir en el arte las noticias de un país. Pero no tuvieron tiempo para practicar porque se desató el conflicto de Oaxaca: una huelga docente a la que otros gremios se le sumaron durante casi ocho meses, por la destitución del gobernador y en contra de los recortes presupuestarios.

“El día que íbamos a tocar en Oaxaca, el camión que nos llevaba se paró fuera de la ciudad y no quiso entrar porque estaban quemando cosas. Nos dejaron en la carretera”, ilustra Trejo. La ciudad “era Irak”: el Palacio Legislativo en llamas, fuego por todas partes, gritos, corridas, tanques. Hacía meses que en Oaxaca no había un evento cultural y a El Gabinete le tocó en suerte romper esa represión soportando otra: “Mientras tocábamos sobrevolaban helicópteros militares, un desmadre”, recuerdan.

La situación social y política de México no se ha estabilizado. “Sigue siendo una bomba de tiempo”, precisa Galicia.

–¿Qué se necesita para pacificar México?

Aspuru: –Algo imposible: dejar de estar pegados a Estados Unidos. Por más unión que haya en el pueblo mexicano, somos su patio trasero. Hubo varios presidentes que fueron agentes de la CIA.

Galicia: –Las transnacionales estadounidenses tienen un peso enorme en las decisiones gubernamentales de nuestro país. Nuestra canción Metástasis se refiere a eso mismo: las transnacionales son el cáncer de la democracia.

–¿Por eso les huyen a los sellos discográficos también?

Trejo: –Nos mantenemos fuera de los sellos porque creemos que es muy rico tener una libertad para expresarnos y poder vender nuestros discos sin que ninguna compañía nos diga qué hacer con ellos. Eso hace que tengamos que tener otras actividades, como todos los artistas independientes deben hacer. Necesitas plata para poder tener tu banda y a la vez sobrevivir.

Galicia: –Ser independientes es parte de la trinchera desde la que hacemos música, porque nuestra manera de entender al arte tiene que ver con nuestra manera de entender al mundo.

–¿Nunca recibieron la represión en carne propia, como músicos, además de comunicar en sus canciones la represión a todo el pueblo mexicano?

Trejo: –Mágicamente muchas veces se nos caen conciertos a última hora. Los únicos que sentimos que nos apoyan de verdad son los docentes de las universidades, que nos invitan a tocar en ellas. Y nos encanta hacerlo, porque son los trabajadores más reprimidos en el último tiempo. También nos ha pasado de ir a radios y que antes de salir al aire nos digan “hay que suavizar lo que dicen” o que directamente nos corten del aire.

Con nulo apoyo editorial y estatal, la modesta ayuda de los docentes que los convocan a encuentros de cultura y sociedad por todo México, y una necesidad padrísima de salir al sol para contar la problemática nacional, El Gabinete está presentando su segundo disco, Pasando aceite, que sigue en la línea querellante de su debut epónimo pero sofistica su sonido, esa mezcla de música barroca, jazz, rock, folklore y world music que da como resultado la cruza de sintetizadores, tablas hindúes y cajones peruanos.

“Pasando aceite tiene que ver con la situación de nuestra gente, con el gobierno que recorta presupuesto a salud, educación a cultura, sube los impuestos, reprime las protestas y negocia con los grandes carteles de narcos”, contextualiza Aspuru. Y sigue Trejo: “No hay que olvidar que la industria de las medicinas también ha cobrado mucha importancia con todo esto de la influenza y la suba de los impuestos a la medicina”.

–Ya que nombran a la Influenza, ¿realmente fue algo tan terrible allá?

Trejo: –Para nada. En México tenemos una cantidad muy alta de muertos por infecciones respiratorias cada año y no hubo gran diferencia. Estoy convencido de que fue un gran truco. Puede haber sido un virus, pero se lo infló mucho para que los laboratorios hicieran su negocio.

Aspuru: –El gobierno compró 4 millones de dosis de Tamiflu a Roche, hicieron su negocio y luego se llevaron la paranoia a Argentina y a otros lados. En México con la excusa de la crisis sacaron unas leyes sin votos parlamentarios (lo que aquí son decretos de necesidad y urgencia) y una de ésas permite que puedan entrar a tu casa e inyectarte cualquier cosa, sin orden judicial ni nada, por si tienes la influenza.

Galicia: –Es el clásico control por el miedo de la escuela de Chicago.

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