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lunes, 21 de diciembre de 2009

HUGO DIAZ: Los sonidos secretos de nuestra memoria auditiva


Acaban de editarse dos volúmenes dobles que recogen las primeras grabaciones del inmenso armonicista santiagueño Hugo Díaz, referente de su instrumento alrededor del mundo. Gatos, zambas, chacareras y música del Paraguay fueron su primer amor antes de encaminarse hacia el tango y el jazz. Aquí, una reseña de su trayectoria y el recuerdo emocionado de su hija, la cantante Mavi Díaz.

Por: Sergio Pujol

LA ARMONICA DEL MUNDO. El repertorio de Díaz supo jugar con su instrumento y transgredir algunas de sus normas.

Un instrumento pequeño, casi un juguete. Eso es lo que los Reyes Magos le trajeron a Víctor Hugo Díaz aquel verano de la ceguera. Con poco más de 5 años, un acciden­te le había robado la vista por un tiempo. Y el tiempo se volvió chato, sin forma entretenida de medirlo. Entonces, en medio de la oscuridad y el calor de Santiago del Estero llegó la armónica. Era una de esas diatónicas que suenan siempre en consonancia pero que no le dicen al intérprete qué tocar ni cómo. El chango la sopló has­ta descolarla. Sacó de oído –es lo que haría siempre– las zambas y las chacareras que bailaban y can­taban sus padres. Sacó, soplando fuerte, las pisadas del malambo de los gauchos. Y también algunas melodías de tango y de jazz que llegaban por la radio. El juguete se convirtió en instrumento, el niño, en músico. Poco más tarde, Huguito estaba tocando en públi­co. Con otra armónica y los ojos cerrados.

Al escuchar las primeras 55 grabaciones del Hugo Díaz –re­cientemente curadas y editadas en cd por Acqua bajo los títulos Anto­logía volumen 1 (1952-1953) y An­tología volumen 2 (1954-1957)– no cuesta imaginar esa mezcla de ad­miración y desconcierto que debió producir, ya radicado en Buenos Aires, el armonicista caído del cie­lo. En una de las fotografías que ilustran el cuadernillo de esta edi­ción tan notable, lo vemos a Hugo en la cabecera de una mesa de bar o restorán. Está ensimismado en su armónica y tres guitarristas se esmeran en acompañarlo. Detrás de uno ellos, asoma un comensal ocasional; su mirada puede ser la de un beodo o la de un admirador. En cualquier caso, el hombre es­tá embriagado por la música que esa sobremesa le está regalando. Toda Buenos Aires estaba así al promediar los años 50.

Admiración, por ese fraseo a borbotones que cubría casi la totalidad de las interpretaciones, mientras sus compañeros le sos­tenían el ritmo –su cuñado Do­mingo Cura en los bombos, nada menos– y la voz de Victoria Cura, la mujer de Hugo, entonaba con delicadeza un repertorio de ese folclore previo al boom y el Nue­vo Cancionero. Desconcierto, también, al comprobar, noche tras noche, que todo eso, que por momentos parecía provenir de un acordeón, de un órgano o de un bandoneón –razones organológi­cas emparentan a esos instrumen­tos con la armónica–, salía de una cajita de lengüetas abiertas que las manos y la bocaza del ejecu­tante volvían invisible. Hay en esto un sabor a fábula. Teníamos a un niño que maduró con su juguete. Y años más tarde, tuvimos a un adulto aferrado a lo que muchos aún seguían considerando un ju­guete. Antes, el niño parecía un grande. Luego, el grande dio talla de niño.


Nacimiento de un estilo

La primera impresión que gene­ran estas grabaciones, aun para los que las conocían con anterio­ridad a la edición en cd, es la de estar asistiendo al nacimiento de un estilo. Uno de los efectos más interesantes que tiene el rescate de discos de pasta o vinilo por el soporte digital es el de alterar, en nuestra memoria auditiva, el or­den histórico. Lo viejo o primero pasa entonces a coronar una obra. El joven Hugo Díaz se nos aparece cuando ya hemos memorizado al maduro Hugo Díaz. No podemos evitar escuchar al joven como si fuera viejo, y viceversa. O mejor aún: escuchar al joven pensando en cuánto del viejo hay en él.
A propósito de esto, acaba de editarse un libro póstumo de Ed­ward Said titulado, a partir de una frase de Adorno, Sobre el estilo tardío . Se trata de una lúcida re­flexión en torno de la creatividad en la edad madura de ciertos ar­tistas. Grosso modo , lo que Said sostiene es que, ya entrado en la vejez, el músico tiene dos opcio­nes: certifica ese estilo a modo de testamento o lo altera para dejar un final abierto a caminos que él ya no podrá transitar. El contacto con estos discos de Hugo Díaz nos incita a pensar sobre ese mo­mento mágico en el que la técnica modula a estilo; mucho antes de que el músico ingrese al dilema de Said. Ciertamente, Hugo Díaz, que en 1952 sólo contaba con 25 años, ya mostraba un dominio y una sapiencia extraordinarias, a punto tal de parecer un artista tar­dío , preocupado por escapar de las propias rutinas.
En materia discográfica todo comenzó con "Qué lindo se ha puesto el pago" –una zamba de M. Jugo– y "Pájaro campana", la galopa del paraguayo Félix Pérez Cardozo, ambos registros para el sello TK. ¿Cómo llegó Díaz a la instancia de la grabación? En 1944, después de trabajar algún tiempo como contrabajista en una orquesta de jazz, había debutado en la peña Achalay Huasi, toda una referencia en el circuito de folclore de Buenos Aires. Por ahí solían andar Los Hermanos Aba­los y Atahualpa Yupanqui, cuan­do la música nativa aún estaba en minoría en la ciudad del tango. Ayudado por Félix Pérez Cardozo, el armonicista firmó contrato con Radio Splendid en 1952, mientras se hacía muy conocido en la con­fitería Ruca.

Con su traje negro y peinado a la gomina –como Yupanqui, re­negaba de la vestimenta gaucha cuando ésta era impuesta como color local–, Díaz fue estrenando composiciones de músicos emer­gentes de la época. En 1953, por ejemplo, registró "El mensú", del joven Ramón Ayala y tres años después grabó una de las prime­ras versiones instrumentales de "Zamba del pañuelo" de Leguiza­món y Castilla. También reafirmó los clásicos populares, con prefe­rencia por Andrés Chazarreta, Juan Argentino Jérez y los Her­manos Simón.

En cuanto a especies o subgé­neros, era muy notoria la presen­cia del cancionero litoraleño y pa­raguayo. El chamamé, la galopa, la guarania y la polca eran enor­memente populares en la Buenos Aires de entonces y la armónica de Hugo supo desplegar, sobre esos ritmos, un virtuoso abanico de variaciones y adornos. "Selvas vírgenes" (nada menos que con la participación de José Bragato en cello), "Selección de polcas", "Dan­za paraguaya" y la polca paraguaya "Isla Sacá" son algunos de los nú­meros en los que el armonicista exploró las posibilidades tonales y tímbricas del instrumento. Por su parte, el repertorio del noroeste no parecía tener secretos para él: "La vieja", "La salamanca", "Cuando el diablo toca el bombo", "Chacarera doble"...

Respecto al conocido interés de Hugo Díaz por el jazz, que se potenciaría en esas célebres reuniones en la casa de Eduardo Lagos llamadas folkloreishons , es­tos discos nos brindan algunas pistas. En varias oportunidades, especialmente en las zambas, las segundas partes se convierten en virtuales chorus jazzísticos, donde la variación reemplaza completa­mente a la línea melódica. En las interpretaciones de Victoria Cura, la armónica no cesa de responder frase por frase, con la espontanei­dad de una improvisación. Desde luego, la gracia rítmica del folclo­re nada le debe al jazz, si bien sobreabundancia de síncopas y tiempos "doblados", así como los finales de tema libres y la acen­tuación de grados rebajados, bien podrían considerarse signos un tanto ajenos al campo de la can­ción nativa. Con los años, Díaz ahondaría en aquellos elementos externos al folclore. Uno de los grandes alegrones de su vida lo tendría al conocer en Europa al belga Toots Thielemans, maestro de la armónica en jazz.

Mudanzas de un instrumento

Esa habilidad de Hugo Díaz para mudar de género sin abandonar el estilo lo asemejaron a Oscar Ale­mán, otro políglota de la música popular de impronta absoluta­mente personal. En ambos casos, el instrumento parecía estar por encima de las categorías genéri­cas. Quizá esto se debió al hecho fortuito de que ni la guitarra ni la armónica resultaban ser instru­mentos idiosincrásicos del jazz y del folclore respectivamente. Huérfanos de tradición instru­mental, excepcionalmente dota­dos en terrenos donde no tenían pares, tanto Díaz como Alemán parecieron jugar con sus instru­mentos animándose a transgredir algunas normas. Y en este punto, hay que reconocer que la soltura sin empaques que hizo del último Hugo Díaz una figura de culto, con sus gruñidos y su percusión soplada, con su amplio rango to­nal y su bravura rítmica, ya estaba presente en los registros de los años 50. Y quizá presente de me­jor manera, sin los manierismos de la etapa más conocida.

Más allá de cierta oquedad en el sonido general, los discos de 1952 a 1957 –período que va de TK a Odeón– impresionan tanto por la justeza y el rigor en las interpre­taciones como por las perspectivas que se van abriendo a futuro. Fi­nalmente, el Hugo Díaz que supi­mos admirar en "Summertime", "Volver" y "Zamba del Angel" encontró su genealogía. Hay que celebrar los volúmenes de esta Antología como lo que realmente son: la edición discográfica argen­tina más importante del año.

No es mucho lo que se consi­gue de Hugo Díaz en cd. Acqua editó Tangos y A los cuatro vien­tos , banda sonora de la película homónima de Alberto Larrán, una biopic del armonicista. La se­rie "Los elegidos", de Sony BMG, sacó recientemente una selección de grabaciones de diferentes épo­cas del músico. Mavi Díaz, hija de Hugo y Victoria, grabó Baile en el cielo , un homenaje a su padre. En el álbum de Eduardo Lagos Así nos gusta (Trova), se puede apre­ciar a Hugo Díaz en los temas "Zamba alegre", "La olvidada" y "La vieja". Los coleccionistas y melómanos atesoran una buena cantidad de lp's del genial solista: Hugo Díaz en Buenos Aires , Así es Hugo Díaz , Hugo Díaz Jazz , Baile en el campo , etc.

Talentoso, intuitivo, elegido

Por Mavi Díaz

Hugo Díaz, mi padre. Hugo Díaz, la armónica del mundo. Con su estilo único y su magia personal, recreó maravillosamente todas y cada una de las melodías que interpretó y demostró que su ar­mónica estaba capacitada para abordar la música de cualquier región del planeta. Andariego de siestas calurosas y fiestero innato de toda reunión de chicos y muchachos de barrio. A los 5 años, un pelotazo en la cara le provocó una ceguera temporal y, en esos momentos, cayó en sus manos su primera armónica. La música fue entonces la luz para sus ojos. Hugo y su armónica establecen una relación infinita, eterna. La pobreza le obligó a transitar sin cansancio las calles pueblerinas, cajón de lustrar en mano, mientras ofrendaba las melodías perfectas de alguna chacarera a los transeúntes. Por las noches, en vez del descan­so reparador, su alma inquieta lo empujaba hacia cualquier es­quina iluminada donde, con su armónica, descifraba los secre­tos de cuanta música llegaba a sus oídos. Don Leopoldo Bonell, maestro de banda, posibilitó que aquel chico, con estrella de gran artista, integrara la orquesta infan­til que dirigía y, de ahí en adelan­te, Hugo Díaz empezó a exponer sobre el escenario todo cuanto absorbía su sentido musical, con esa intuición que sólo tienen los elegidos. En el año 1936, con 9 años, debutó junto a su amigo del alma, el percusionista Domin­go Cura, en L.V.11, la Radio del Norte. En 1946, ambos músicos emprenden la aventura de viajar a Buenos Aires, de polizones, en un tren de carga. Triunfó con lo suyo, lo que por tradición llevaba en el alma: las chacareras, zambas, ga­tos y escondidos, que, aprendidos en el pago siendo niño, a través del silbar de sus mayores queda­ron registrados en sus primeras grabaciones en discos de pasta. Su grupo, "Hugo Díaz y sus Chan­gos" con Domingo Cura y la voz de Victoria Díaz, su flamante es­posa, hermana de Domingo y tam­bién su amiga de la infancia, de­buta en Radio Splendid en 1952, actuación que quedó registrada en su primer simple "Qué lindo se ha puesto el pago" y "Pájaro Cam­pana", primer éxito para el sello TK, para el cual grabarían más de 60 temas en simples de 78 RPM y dos lp's. Durante los años 50 y 60 llevó el folclore argentino a los escenarios europeos de la mano de sus patrocinadores, la emblemática Casa Hohner, fa­bricantes de sus armónicas. En Argentina, compartíó escenario, compuso y grabó con los músi­cos y poetas más importantes de la cultura popular: Atahualpa Yupanqui, Gustavo Leguizamón, Los Hnos. Abalos, Aníbal Troilo, Horacio Salgán, Astor Piazzolla, Eduardo Lagos, Carlos Caraba­jal, Jaime Dávalos, Mercedes So­sa, Domingo Cura, Ariel Ramírez, Jaime Torres, Virgilio Expósito, Waldo de los Ríos, Victoria Díaz, Ariel Petrocceli, Dino Saluzzi y muchos otros. La culminación llegó cuando se encaminó por los ritmos del tango y del jazz; esa apertura hizo que recorrie­ra el mundo grabando discos en Asia, Europa y América. Su pri­mer disco de tango fue disco de oro en Japón. Hugo Díaz se fue el 23 de octubre de 1977, cum­pliendo su último deseo: "Quiero que la muerte me pille sobre el escenario, haciendo lo que hice siempre, la música del mundo". El último tema que tocó antes de partir fue "La última curda"
Díaz Básico

Santiago del Estero, 1927-Buenos Aires, 1977. Músico

Autodidacto, comenzó a tocar la armónica a muy corta edad, como pasatiempo a una cegue­ra pasajera que sufrió debido a un accidente. Se inició en 1936 en L.V.11, Radio del Norte. En Buenos Aires, debutó en la peña Achalay Huasi y formó conjun­to con los hermanos Victoria y Domingo Cura (voz y percusión respectivamente). Con el sello TK registró su primer gran éxito, que fue la galopa paraguaya "Pájaro campana". Luego se acercó al tango y al jazz y llegó a compar­tir cartel con su admirado colega, el belga Toots Thielemans. Tocó, además, con Luis Armstrong y Oscar Peterson. Entre sus dis­cos: "Magia en el Folklore vol. 1 y 2", "Gigante del folklore", "Taci­ta de plata", "Así es Hugo Díaz", "Baile en el campo" y "Homenaje a Carlos Gardel".

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