“Salió como si estuviésemos en la cocina”
La presentación del disco dejó como regalo el dueto que el guitarrista registró junto a Andrés Calamaro. Después, Domínguez explicó por qué este proyecto tuvo todo lo necesario para cambiar la decisión de no volver a grabar, y su felicidad por el resultado.
Por Cristian Vitale
Pasan los años y a menudo la memoria resulta complicada. Esta vez le toca a Calamaro. Juanjo Domínguez, previendo la situación, le había copiado dos machetes: uno con la letra de “Absurdo”, aquel melancólico vals de los hermanos Expósito, y otro con la de “Soledad”, el tangazo de Gardel y Le Pera grabado en 1934, que el Zorzal cantó, además, en la película El tango en Broadway. “Yo no quiero que nadie a mí me diga / que de tu dulce vida / tú ya me has arrancado”, frasea Andrés, con su singular forma. Veinte periodistas, más un puñado de curiosos, asisten a la improvisada presentación de la parte más salada de un disco: Sin red. No es uno más en el trajinado devenir de este capo master de la guitarra argentina. Es, de la veintena larga que lleva grabados, tal vez el más peculiar. No sólo por contar con un hombre parido por el rock, sino también por otras razones de peso: 1) Juanjo había decidido no volver a grabar jamás, harto de las condiciones impuestas por las compañías, y así lo mantuvo cinco años; 2) las catorce piezas que lo pueblan están grabadas como el título sugiere: sin red, sin segundas tomas, ensayos previos ni cortes. “El técnico puso la máquina en marcha, se largó la grabación y ni yo sabía qué iba a tocar”, recreará Domínguez, cuando le toque explayarse ante Página/12.
El clima en el pequeño escenario de la librería Ateneo es íntimo, sigiloso, casi una traducción del sonido del disco. A “Soledad” y “Absurdo” le sigue alguna pieza instrumental de Juanjo, de ésas a escala doble que cosquillean la piel, y un par de palabras floreadas del ex niño mimado de Los Abuelos de la Nada. “Juanjo es a la música criolla lo que Paco de Lucía al flamenco; lo que la pizza al Cuartito; lo que Raúl Barboza al bandoneón y lo que el Obelisco a la calle Corrientes”, resuelve al paso, y retoma: “Hace más de 20 años, cuando salíamos de gira por las carreteras argentinas, nos llevábamos las grabaciones sin red del ‘Polaco’ Goyeneche con Juanjo y nos matábamos escuchándolas. Siento como un gran homenaje la invitación de Juanjo para cantar con él. El es cultura de verdad y no la de la fama efímera, el dinero o la superficialidad que nos venden los medios... La radio y la televisión están mirando otro canal”, sella.
El idilio concreto entre ambos había empezado mediando la década, cuando Calamaro irrumpió en la casa suburbana de Domínguez junto al productor Javier Limón y lo sorprendió haciendo un asado. El quincho fue el epicentro informal, entre agua, vino y brasas, de las dos canciones que Calamaro incluyó en Tinta roja, su disco de tango: “Melodía de arrabal” y “Como dos extraños”. “Ese día fue una exhibición tremenda... Juanjo nos mostraba cada canción tocada de diferentes formas. Un minirrecital impresionante, un contrasentido de las orquestas rimbombantes de los cuarenta. Poca instrumentación y mucho para decir. No digan que les gusta el tango si no escuchan primero Sin red”, sugiere el Salmón en público.
–¿Cómo fue ese día, Juanjo? ¿Le quemaron la cabeza o el asado?
–Las dos cosas (risas). Aparecieron Andrés y Limón en mi casa... yo estaba haciendo un asadito y el tipo abrió una valija, sacó una consola portátil y empezó a grabar todo. Andrés agarró una viola mía que estaba en el quincho, se puso a hacer “Melodía de arrabal” y yo, mientras revolvía las brasas, le dije: “Andrés, la melodía no es así”. El me contestó que no la sabía, que no la tenía segura. Yo le mostré cómo era y la empezó a cantar.... ¡me ganaron de audaces, porque Limón estaba grabando todo! Entonces le dije: “Andrés, pará porque me van a echar del barrio... hagámoslo bien”. Bueno, Tinta roja salió disco de platino y me lo trajo con el premio para sacarme un poco la bronca. Aquella vez y ésta todo salió como si estuviésemos en la cocina de la casa de Andrés, o en la mía.
–¿Por qué había decidido no grabar más?
–Por la burocracia de las compañías. Estaba en una donde, de pronto, hacían las cosas mucho mejor para un principiante que para mí. Yo tengo más de 130 discos grabados, y creo que no merecía un trato así. Entonces, para no andar tirando la bronca ni despotricando de puro gusto, dije “bueno, no grabo más... que este proyecto lo siga alguien que tenga más ganas”. Yo no tengo ganas de andar caminando radio por radio, periodista por periodista... no. Y si lo tengo que hacer lo hago, pero lo hago para mí. Pero bueno, ésta fue una tentación linda y acepté. Me hicieron cambiar de idea.
Más allá de la intervención puntual de Calamaro, Sin red anida en la versatilidad de Juanjo (58 años) para abordar, bajo el touch único de su guitarra, una amplia gama de géneros que van de la zamba al gato; o del tango a la comparsa cubana, todo bajo el mandato casi monopólico de la improvisación y el acompañamiento de sus compañeros en el trío: Majo y Beto. Hay músicas de Eduardo Falú, Astor Piazzolla, Osvaldo Pugliese, Héctor Ayala y rescates propios como la inspirada “Trombosis”. “Esto es más vivo que en vivo, porque sin red es un trapecista que se tira donde no hay red ¿no? Se saben las consecuencias, y yo asumo esas consecuencias tocando. O sea, todo improvisado, desde el repertorio hasta los tonos, todo. Lo hicimos en un estudio de grabación para que el sonido sea bueno, pero acá no está la mano de un técnico. Es cierto que el proyecto era hacerlo en vivo, pero el sonido no iba a ser bueno, entonces decidí hacerlo en estudio con toda la onda del vivo. Yo veo al disco como la consecuencia de los discos que he grabado... Fue como para buscar algo distinto. El oyente tiene la posibilidad de la variación de ritmos o de temas, poniendo el sabor que corresponde a cada cosa”, explica el hombre de la chivita candado.
–¿Es la primera vez que graba de esta manera?
–Ya había hecho algo similar en un par de discos, con Julio Pane en bandoneón, o también con Raúl Barboza. Pero éste fue mucho más profundo... tan es así que no quise ni que corrigieran algunas pifiaditas lógicas que hay. No quise que las arreglaran. Quedó todo así, inclusive en la primera banda del disco yo lo explico: esto es más vivo que en vivo.
–¿En la parte que canta Calamaro se manejó igual?
–Lo único que se planteó, en este caso, fue por una cuestión de tonos. Acá no podíamos largarnos de lleno porque por ahí no era el tono de él, pero no hubo ensayo. Sólo sabíamos que iba a hacer “Absurdo” y “Soledad”. En realidad, había un montón de temas para hacer... tenemos una amistad de hace mucho tiempo y nos conocemos terriblemente. Yo le conozco las cosas, es un tipo muy ansioso, un tipo acostumbrado al éxito. Cuando grabamos le dije: “El viernes grabamos” y él no podía dormir desde el miércoles. Me tiraba temas y temas por teléfono. Había elegido como diez y le dije “traete todos”. De cada uno quería hacer como 20 tomas. “No negro, ¡esto es sin red!” (se ríe). La única excusa para hacer otra toma era si se equivocaba una letra, pero si no la cosa era meterle.
Como tercer paso del cruce entre ambos, Domínguez y Calamaro tienen en mente hacer un disco completo a dúo. “Como los que hice con el ‘Polaco’ Goyeneche en el pasado pero armado, preparado, `con red”, proyecta el guitarrista, “esto fue como devolvernos la pelota. Tengo un gran cariño por él como persona, porque sé que es un tipo respetuoso del tango, respetuoso de verdad. Cuando va a Europa se lleva en la valija los discos de Troilo, Grela... no ridiculiza en absoluto nuestra música. El canta como canta, pero lo hace con todo el respeto que se merece el género y por eso yo estoy al lado suyo. De hecho, de no mediar nuestro cariño y nuestro mutuo amor por la música, él no habría venido a grabar conmigo.”
–¿Y cómo se lleva con el mundo del rock en general?
–Bárbaro. Es más, los primeros admiradores que tuvimos en el tango con el Polaco fueron Charly García, León Gieco, Baglietto... Todos venían y copaban la primera fila de Caño 14. Eran todos seguidores nuestros. Digo, hay un gran respeto hacia nosotros. Fue algo que me pregunté cuando hice el primer Luna Park con Andrés. Había 20 mil pibes y me pregunté “qué pasará cuando suba”, y el respeto fue terrible. Todos terminaron cantando “Por una cabeza”. Fue, por parte de ellos, un gran gesto generacional.
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