“El disco debut de una banda siempre es algo muy particular”
A diferencia de otros discos fundamentales del dúo, como Pedro y Pablo en concierto, las cintas originales de Yo vivo en esta ciudad se conservaron e incluso aparecieron varios bonus tracks: razón suficiente para el festejo en dos noches en el Maipo.
Por Cristian Vitale
Miguel Cantilo y Jorge Durietz se mueven como peces en el agua entre cintas viejas, dats, casetes y cartones húmedos. Son Pedro y Pablo, el dúo que –con desapariciones, reapariciones y fugas– conforman desde fines de los ’60, una sociedad ducha en el tema: tranquilamente se anotan entre los músicos con más problemas, maltratos y desplantes relacionados con las compañías discográficas. Cantilo, usufructuando su memoria lúcida, se detiene en el naufragio editorial de Pedro y Pablo en concierto, tal vez el disco más vendido de su historia. “Vendió cientos de miles de ejemplares y hoy no se consigue en las disquerías. No está y jamás se editó en formato CD. Contracrisis –editado en 1982, el mismo año que aquél–, tampoco. Ni siquiera nosotros tenemos las cintas originales”, comenta. Las causas que el dúo padeció –y mucho– tienen que ver con cuestiones externas: empresas que quebraron, embargos pendientes, conflictos entre los propietarios de las cintas –ubicadas a un abismo de los artistas– y un cúmulo de líos acoplados. “Son misterios de la discografía argentina y lo peor es que, con los años, hay veces que se pierden. Las cintas realmente desaparecen”, reapunta el cantautor pelirrojo. No es el caso de Yo vivo en esta ciudad, el disco debut que acaban de reeditar y que presentarán el 17 y el 24 de junio en el Teatro Maipo. No al menos en su concepción original: la del tema homónimo, más “La marcha de la bronca”, “Che Ciruja”, “Los perros homicidas” y otros clásicos de los orígenes.
Pero sí de otras canciones que se concibieron y grabaron en la misma época y que no tuvieron el mismo destino. Hubo que zambullirse entre el polvo viejo de un depósito –el de Sony– para rescatarlas de las sombras. Y Alfredo Rosso lo hizo. El periodista hurgó fino entre el caos y encontró gemas de época que pasaron a conformar los nueve bonus tracks de esta nueva edición del disco debut. Hay, esencial para melómanos, canciones que, de no haber sido por la censura en general y el desgaste de PyP con CBS en particular, hubiesen integrado el segundo disco. Casos: “Los caminos que no sigue nadie”, lado B del primer simple; la original de “En este mismo instante”; “Pueblo nuestro que estás en la tierra”, tan censurada como “Catalina Bahía”; “Tiempo de guitarra”; “Solo cambiando tu mente” –cara A de un simple que nunca salió–; “Caen la tarde y los hombres”, que sólo había sido editada en Pedro y Pablo en gira (1984); y “Tu soledad” y “Candombe de más allá”, dos canciones totalmente inéditas. “Puedo asegurar que el laburo no fue nada fácil, porque hay un caos de cintas perdidas, copias de casetes, cintas que no se pueden reproducir porque las máquinas ya no existen... bueno, se llegó a esta selección, y nosotros ayudamos completando algunas cosas y trabajando en la masterización”, refuerza Durietz.
–Algunas canciones, como “Tiempo de guitarra” o “Los caminos que no sigue nadie”, aparecieron en otros discos, pero “Tu soledad” y “Candombe del más allá” jamás habían sido editadas. ¿Cómo fue el método de recuperación?
Jorge Durietz: –En el caso del candombe sólo tenía grabada la base: batería, percusión, bajo y una guitarra rítmica, y la terminamos ahora. Es un candombe uruguayo, porque el bajista que teníamos en la banda, Daniel Russo, era un bajista uruguayo, y medio que lo hizo él. El problema fue que cuando lo fuimos a grabar estalló el conflicto con el sello, que nos demoraba las grabaciones, etc., y todo terminó en que nos fuimos. Quedó todo a medio hacer.
–“En este mismo instante” corrió parecida suerte. Se difundió mucho por integrar el primer disco en vivo y muchos pensaron, por la época, que se refería a la guerra de Malvinas...
Miguel Cantilo: –La original había salido en un compilado medio perdido durante la última dictadura y la reeditó Interdisc, que había recibido el catálogo de CBS; pero lo loco fue que esa vez no pusieron el nombre del tema en los créditos, porque era muy irritante para las autoridades. ¡Una canción contra la guerra en medio de la guerra! Pasó medio desapercibida hasta que la grabamos en vivo, en otro contexto y sólo con dos guitarras. Pero la original tenía una sección de vientos y otra de cuerdas con arreglos de Jorge Calandrelli... era muy bella y, en realidad, la letra refiere a la guerra de Vietnam. En ese momento había una indignación generalizada en la juventud por lo que hacía Estados Unidos con los soldados en Vietnam: era un antibelicismo que enlazaba con las ideas de Lennon; una respuesta a la actitud bélica del imperialismo de Estados Unidos de mandar soldados jóvenes a la guerra. Un poco lo que sucedería después acá con Malvinas.
–¿Siempre las canciones remitían a un hecho puntual?
M. C.: –Sí, o había hechos que funcionaban como disparadores. “Johnny Bigote” era Onganía, que había cerrado la revista Tía Vicenta porque lo parodiaban como una morsa. “Con ropa de varón”, otra de las editadas originalmente, había nacido de una charla que tuve con Facundo Cabral, en la que llegábamos a un acuerdo: una de las ropas que mejor les quedaban a las mujeres eran los pijamas de hombre, porque les quedaban grandes. De ese flash nació la letra.
J. D.: –Y no te olvides que te calentaste con Chunchuna Villafañe y escribiste “Asociación modelos argentinas”...
M. C.: –(Risas). No es el caso, pero muchas canciones se originaban en hechos que producían su concepto... generalmente se disimulaba, o se buscaba el eufemismo para evitar hablar tan claro. Era complicado, pero interesante.
–¿En qué aspectos creen ustedes que estas canciones permanecen vigentes?
J. D.: –Creo que la esencia de los conceptos vertidos en esa época por Miguel, porque la mayoría de los temas son de él, tuvieron la lucidez de concentrarse en la esencia de un conflicto humano que perdura hasta hoy, y probablemente perdure siempre. Ese conflicto de egoísmos y de amores, tan difícil de resolver para lograr una convivencia más armónica entre los hombres del planeta.
M. C.: –Yo creo que la resignificación actual la hace posible la gente. Diría que nosotros somos un vehículo de la memoria que tiene la gente con determinadas canciones. En los recitales del Maipo vamos a actuar como intérpretes de esa memoria colectiva, tratando de preservar el concepto, el sonido y el clima de esas canciones. Si estamos convocando es porque tratamos de dar una respuesta al respeto que el público ha manifestado por esas canciones. Aun muchas de ellas siguen vigentes en protestas callejeras o en huelgas.
–En el caso de “La marcha de la bronca” está claro, pero la mirada romántica de “Che Ciruja”, ¿no quedó corta ante la pobreza estructural y cruda que se ve en las calles de hoy?
M. C.: –Lo que pasa hoy es más crudo, sí. En ese momento, el de ciruja era como un oficio y era un personaje muy respetado en los barrios. Ese tema nació de una foto que vi de uno en una exposición o una publicación, era una foto impresionante en la costanera de Mar del Plata... la palabra me sedujo tanto que se transformó en canción. Era un momento en que escuchábamos mucho a Piazzolla y Ferrer, y yo estaba medio alineado en esa forma de escribir.
J. D.: –Yo lo pienso distinto. Al ciruja aquél lo veo en los cartoneros... son casi primos.
–Pese a los 40 años del dúo, su devenir fue muy intermitente. Entre discos en vivo y en estudio, han editado sólo ocho. ¿Cuáles son las razones?
J. D.: –Bueno, los desencuentros a veces tuvieron que ver con hechos externos a nosotros, como la dictadura del ‘76 o con motivos personales, ¿no? Por ahí cada uno quería hacer su música, transitar caminos diferentes, y así transcurrió todo.
M. C.: –Pero siempre por motivos puramente artísticos, porque no hubo una razón conflictiva. Nunca se llegó a un conflicto abierto entre nosotros, sólo a desavenencias artísticas. No sé, o yo estaba muy volcado a un estilo que Jorge no compartía, y viceversa.
J. D.: –Fue el único motivo por el cual muchas veces dejamos de trabajar juntos. O por ahí cansancio de hacer siempre el mismo repertorio o problemas para producir shows. Por momentos se nos hizo cuesta arriba, porque hacíamos todo a pulmón...
–Entre tantas épocas duras, ¿cuál fue la peor?
M. C.: –Bueno, el dúo se reunió durante todas las décadas, pero la más costosa de llevar adelante fueron los ’90. Fue la más desfavorable para el tipo de música que hacemos nosotros. Lo intentamos, grabamos algo en vivo, hicimos giras, pero no pudimos llevarlo mucho más adelante. Hoy, por suerte, las condiciones cambiaron.
–¿Qué representa este primer disco si se lo compara con el resto de la discografía?
M. C.: –El disco debut de una banda siempre es algo muy particular, porque cuando una banda ya metió un disco, el segundo o el tercero llegan después de uno o dos años de intermitencias; en cambio, el disco debut compendia cuatro o cinco años de existencia de un grupo. Uno va la primera vez a una grabadora, se presenta y le piden los temas; y claro, uno le muestra todo lo que tiene y el productor selecciona lo mejor y le da para adelante. Eso es algo que no pasa en el segundo, porque el criterio de selección es otro. En nuestro caso, Yo vivo en esta ciudad compendió el trabajo que hicimos con Jorge entre los 17 y los 20 años, pero ya venía con temas que veníamos amasando desde la adolescencia. Por eso es como celebrar 40 años del dúo.
J. D.: –Además, creo que no sólo fue el disco debut sino el que más arraigado quedó en la gente... Y, a su vez, el que más difusión tuvo en los medios.
M. C.: –Yo no sé si fue el que más difusión tuvo porque, en 1982, Pedro y Pablo en concierto tuvo más.
J. D.: –Claro, pero había más competencia también. En el ’82 ya pertenecíamos al movimiento de rock nacional, pero en el ’70 no. Dábamos un tipo de música que, al principio, no se sabía qué era. Me acuerdo de que, cuando salió el disco, yo estaba haciendo la colimba... pasaba el dial de la radio y pasaban los temas todo el tiempo. Nunca más el dúo tuvo tanta difusión.
–¿Qué le dijeron los militares cuando se enteraron de que usted era el que cantaba “La marcha de la bronca”?
J. D.: –Tuve suerte: al principio no me creían que era yo, pero después se convirtieron en unos cholulos que incluso me dejaban salir del cuartel para ir a tocar... Paradojas de nuestra historia, ¿no?
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