El bardo oriental
Antes de su próxima visita a Buenos Aires, el cantautor uruguayo Fernando Cabrera recorre su larga trayectoria, que empezó en los ’80 y lo llevó a colaborar con mitos ausentes de la canción rioplatense como Eduardo Mateo y Eduardo Darnauchans. Artista de perfil bajo pero cada vez menos secreto de este lado del charco gracias a Jorge Drexler y la Bersuit –fans y colaboradores–, Cabrera presenta su disco en vivo con Darnauchans, grabado en los ’90, y anticipa que su próximo álbum será de versiones, desde Zitarrosa hasta Rubén Rada.
Por Martín Pérez
desde MontevideoAunque antes de entrar en el conservatorio pensaba estudiar historia, Fernando Cabrera asegura que no tiene un personaje histórico preferido. Sin embargo, sentado ante un tostado de jamón y queso en una fría y neblinosa tarde-noche montevideana, cuenta que en broma siempre menciona a un tal Pedro Bronardo, que en 1724 era uno de los prácticos del Río de la Plata. “Un práctico era alguien que esperaba a los barcos que llegaban al río para guiarlos por el peligroso laberinto de bancos de arena y canales que hay antes de llegar al puerto”, explica Cabrera. “Hasta el día de hoy hay prácticos, sin ellos encallarían todos”. Por aquella época, prosigue el frustrado aprendiz de historiador, gobernaba Buenos Aires un tal Bruno Mauricio de Zavala, que llevaba siete años ignorando una orden del rey de España para fundar algo de este lado de la Bahía. Recién lo hizo cuando llegaron los portugueses y empezaron a construir: ahí el tipo vino con una tropa y fundó Montevideo. “Por eso digo que Bronardo es mi personaje histórico preferido: porque fue el que le avisó a Zavala que habían llegado los portugueses”, remata con una sonrisa.
Al igual que Zavala –del que, informa Cabrera, hay una estatua en la plaza Matriz sobre la que está instalada la cervecería donde se está realizando este reportaje–, parece que Fernando Cabrera necesitó de mas de un Bronardo en su historia que le avisase que las canciones estaban ahí, delante de él. A pesar de ser hijo de una familia tuerca, su madre lo envió temprano a estudiar guitarra, y el niño sumiso se pasó años solfeando. En las paredes de su cuarto, sin embargo, había un poster de Jim Clark, campeón de Formula 1. Fanático de Chevrolet por Fangio, el ídolo de su padre, Cabrera siempre fue una esponja musical, escuchando tangos, sambas y folklore, pero nunca se le hubiese ocurrido ser autor de canciones si un profesor de la secundaria no le hubiese elogiado –a él, uno de los más indisciplinados de la clase– una composición. La música ya estaba en su vida, pero apareció la palabra. Recién ahí Fernando pensó que eso que escuchaba también él podía hacerlo. Pero, aún así, con la música como destino y ya estudiando en el conservatorio, Cabrera soñaba con ser arreglador. “Como era Jobim antes de ser famoso”, acota. Hizo falta que un compañero de estudios lo volviese a guiar hacia las canciones. Y no se trataba de cualquier compañero: se llamaba Jorge Lazaroff, que por entonces empezaba a ensayar para el debut de Los que iban cantando. “Me invitó a un ensayo y lo que escuché me voló la cabeza”, recuerda. “Y me fui de ahí con la idea fija de armar mi propio grupo, que fue MonTresVideo”.
Como dice el propio Fernando, su musa fue generosa, y por entonces –con apenas 19 años– ya estaba componiendo temas que, aún hoy, considera que están entre lo mejor de todo su repertorio, como “Agua”, “El loco” o “Méritos y merecimientos”. Pero aun así nunca, asegura, se propuso nada con la música. “Los ambiciosos se ponen metas, y siempre llegan, aun sin condiciones”, señala. “Pero cuando vos sos, no te lo proponés. Porque no tenés más remedio que ser lo que sos.” Así que, luego de que sus Bronardos le avisasen, ninguna estatua para Cabrera. Desde entonces, desde aquellas primeras canciones que marcaron su estilo para siempre, lo suyo fue ser un práctico más dentro de la escena uruguaya. Un guía solitario entre tantos bancos de arena y tantos canales, tantos riesgos para el navegante. A pesar de una carrera musical que ya lleva tres décadas, Fernando Cabrera jamás levantó la voz. La suya ha sido una carrera que ejemplifica el valor de cantar en voz baja, pero ser consecuente con lo que se canta, y nunca elegir el camino más sencillo. Tal vez por eso es que, cuando la gente de la Bersuit lo invitó a tocar con ellos en uno de sus Luna Park repletos, Cabrera eligió salir a escena a cantar su tema “Viveza”, acompañado sólo por una cajita de fósforos como instrumento. Y si para muchos de los presentes aquella noche ese momento apenas si fue un intervalo de su fiesta bersuitera, para otros es una de esas imágenes imborrables que regala cualquier espectáculo multitudinario cuando se demuestra, súbita y mágicamente, como algo íntimo. Como siempre sucede en todos los shows de Cabrera, aquel supongo que ya no falta hace aclararlo.
Tomarse un tiempo
Una de los consejos que Cabrera dice haber seguido de su amigo Eduardo Darnauchans, es el de tomarse su tiempo entre disco y disco. “¿Por qué tengo que sacar un disco por año como haces tú?, me preguntaba. Y la verdad que tenía razón. Durante los 80 tuve ese impulso juvenil, pero al final me di cuenta que era algo impulsado por unos reflejos industriales que no se corresponden con nuestra realidad. Si nadie te apura. Así que cuando comprendí eso, empecé a hacerle caso al Darno”, explica con una sonrisa, evocando aquella década prolífica y apurada, que empezó con el único disco de MonTresVideo (1981) y cerró con El tiempo está después (1989). En el medio hubo otro grupo, Baldío (1983), un debut como solista que aún hoy entiende como fundacional –El viento en la cara (1984)– y una breve época rocker de la que siempre abjuró, pero con la que ahora parece haber hecho las paces. “Siempre pensé en esos discos como un error, como una época caricaturesca”, confiesa Cabrera, que siempre se había negado a reeditar Autobús (1985) y Buzos azules (1986), los discos en cuestión. Pero como el sello Bizarro le recompró a la EMI Argentina los archivos del histórico sello uruguayo Orfeo, por donde pasó toda la música de los 80, Cabrera recibió la oferta de reeditarlos. Así que los volvió a escuchar, y se llevó una sorpresa. “Mi recuerdo venía de esas cosas que ponés en un casillero mental que clausurás y no volvés a abrir”, explica. “Porque ahora los volví a escuchar y me llevé una linda sorpresa, por el sonido, las ideas, los criterios, la energía y el coraje de lo que estaba haciendo”, dice Fernando, enumerando las razones por las que está poniendo a punto la inminente reedición de aquellos trabajos.
Por entonces Cabrera pasó casi directamente de aquella época rocker, fuertemente inspirada en The Police (“Todos nos deslumbramos mucho con ellos”, confiesa), a tocar con Eduardo Mateo. “No me costó nada el cambio, fue comodísimo”, explica. Se habían conocido cuando Fernando grababa el disco de Baldío, y Mateo hacía lo propio con Cuerpo y Alma, en el mismo estudio. “Por entonces se nos quedaba escuchando”, recuerda Fernando. “Y recién mucho tiempo después Mateo me dijo que tal o cual tema le gustaba mucho, como ‘Llanto de mujer’, por ejemplo.” Aquel dúo trabajó mucho, precisa Cabrera. Y no sólo dejó un disco, sino que también por aquel tiempo –impulsado por Mateo– compuso canciones muy importantes de su repertorio, como Al mismo tiempo o Por ejemplo. “A Mateo entonces le sobraba swing”, explica. “Le sobraba todo eso que viene después, lo que va mas allá de la música. Hace rato que él estaba ahí, en ese cielo musical. Aprendí mucho con él. Por entonces apenas si me abrió unas puertitas, que tienen que ver con la sencillez y la libertad, a las que recién 20 años después estoy llegando”.
A dúo con el ausente
Ahora, en este preciso instante, después de casi dos décadas siempre apuntando hacia adelante, sacando un disco cada tres años y mostrándose vital y renovado, el nuevo disco de Fernando Cabrera es un hermoso disco a dúo con alguien que ya no está, y fue grabado en realidad casi dos décadas atrás. Se trata de Ambitos, que contiene la grabación del mítico recital que dio junto a Eduardo Darnauchans en 1990, en el Teatro Solís, el Colón montevideano. Dentro de las huestes de la música popular, por entonces al Solís sólo lo habían pisado Los Shakers, Psiglo, Totem y Zitarrosa, escribe Victor Cunha en el librillo interno del disco, intentando explicar por qué aquel recital importaba tanto. Durante mucho tiempo, aquel show sólo existió en un cassette pirata que supo circular entre los coleccionistas. Pero cada vez que a Cabrera le proponían editarlo, se negaba. “Es que esa copia venía de un cassette de metal que nuestro sonidista utilizó para grabar el show”, explica. “Pero nunca se pensó en grabarlo de manera apropiada, así que para mi siempre fue sólo eso: un registro con soplido, que sólo merece un destino de cassette”, recuerda Fernando, que desde aquel encuentro actuó más de una vez junto al Darno. Incluso le produjo Entre el micrófono y la penumbra (2001), que entonces supo ser su regreso al disco después de una década.
Pero esta vez lo que le torció el brazo al no de Cabrera fue la tecnología: trabajando codo a codo con Oscar Pessano, su sonidista -que fue quien grabó aquel casete de metal original, fueron mejorando el sonido y quitando frecuencias, hasta hacerlo editable. “Además, reconozco mi falta de visión al negarme a editarlo durante tanto tiempo, porque lo más rescatable de ese show es cómo estaba cantando el Darno en ese momento. Ahí está la belleza de su voz en todo su esplendor, con temas muy buenos y cosas raras como su versión de ‘Blackbird’”, dice Cabrera, recordando con cariño al mito que falleció en marzo del 2007.
¿Cómo te agarró la muerte del Darno?
–Vamos a decir la verdad: no sorprendió a nadie. Fue realmente una muerte anunciada, tanto la de él como la de su mujer, que murió diez días antes. Yo pienso que se plantearon un lento suicidio, y entonces ya estaba visto. Los últimos años fueron realmente de una barranca abajo, con internaciones y afecciones de todo tipo
¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
–Debe haber sido un año antes de que se muriera, porque yo estaba un poco cortado con él. Porque estaba un poco cansado de su indiferencia ante la vida, de su no cuidarse. Todo el mundo preocupándose y él nada. Estaba en la bajada del alcohol, y ya no le importaba nada. Hacía tiempo que se había entregado.
Un fascinante pasado
Dos meses atrás, aclara Fernando Cabrera, su agenda estaba peligrosamente vacía. Pero ahora, además de estar remasterizando aquellos discos rockeros, el cantante que aprendió la lección y desde los noventa viene editando un disco cada tres o cuatro años siempre vital, siempre hacia adelante, siempre sorprendiendo y al mismo tiempo siendo fiel a sí mismo ya está pensando en su próximo disco. Pero, a pesar de que asegura tener más de cien canciones nuevas, su nuevo opus que esperemos se edite por estos pagos, como sólo sucedió con los dos anteriores, Viveza (2003) y Bardo (2007) será un álbum de versiones, con temas de autores de una generación anterior a la suya. Desde Aníbal Sampayo a Los Olimareños, pasando por Dino, Rada, El Sabalero, Viglietti y Zitarrosa, nadie parece faltar en un recorrido con el que Cabrera aspira a recuperar bellas canciones que de otra manera siente que mueren y desaparecen. “Aunque ahora parece que el pasado no existe, yo vengo de una época en que era tan fascinante como el futuro”, dice Cabrera, que también está rescatando del olvido un disco de Gustavo Nocetti, un cantante de tangos que en la segunda mitad de los 80 grabó un disco con músicos de afuera del tango, y para el que contó con Cabrera como arreglador. “Así que al mismo tiempo que grababa Buzos Azules, yo estaba haciendo esto”, sorprende Fernando. “Es una faceta que no se conoce mucho de mí: ¡yo hago cualquier cosa!”, bromea el también autor de música de películas, que después de su próximo viaje para tocar en Buenos Aires, lo esperan en Madrid, para hacer la banda de sonido de un documental que conmemora los 100 años del nacimiento de Onetti. “El contacto surgió por gente que trabajó en la película El dirigible, para la que yo hice la banda de sonido”, explica Cabrera, sentado al día siguiente en su departamento en la Ciudad Vieja, ensayando junto a Gonzalo Denis (o Franny Glass), una de las revelaciones de la nueva escena musical de Montevideo. Cae la tarde, y desde la ventana se puede ver el Cerro de Montevideo, mientras tocan con Gonzalo uno de esos temas viejos que tanto le gustaban a Mateo, “Llanto de mujer”. Continuarán después con dos temas del disco debut de Franny Glass, “32 canciones” y “Cine y libros”. Están dejando lista la participación de Denis en el próximo recital montevideano de Cabrera, el hombre que asegura dialogar permanentemente con el pasado. “Pero no por nostalgia ni nada de eso”, aclara. “Sino que lo hago para estar vivo. Porque el pasado parece ser ahora algo que no tiene glamour, algo que hay que enterrar cuanto antes. Y yo siento en cambio que el pasado soy yo, y diálogo con él por un tema de alimentación. Yo soy Bach, vos sos el que inventó la rueda, somos el ser humano. Por eso mi próximo disco, es una toma de posición. Porque esos temas también son míos. Y también son de todos”.
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