Solamente en su dorada vejez, John Lee Hooker alcanzó renombre y fama universales. Y para ello hubo de rodearse de artistas consagrados en la era de la informática, Internet y el consumo de masas. Su álbum de 1989, The Healer, que incluía colaboraciones de Carlos Santana, Los Lobos y Robert Cray, le aupó al primer puesto del hit parade y le fue concedido un grammy de la industria norteamericana por la canción I'm in the mood, que interpretaba junto a Bonnie Raitt. Pero entonces, Hooker ya llevaba más de 100 grabaciones sobre sus anchas y largas espaldas y cientos de conciertos, aquí y allá, previos a sus triunfales giras europeas. John Lee procedía del campo, del sur de Estados Unidos. Nació de la manera más humilde posible en una granja del estado de Misisipí llamada Clarksdale el 22 de agosto de 1917. Nació de una familia de aparceros sureños. Eran 11 hermanos. Su padre era además pastor de la Iglesia baptista y, como en las estampas más cinematográficas de las familias negras, el pequeño John aunó desde niño la doble faceta -religiosa y campesina- de su padre: trabajaba durante la semana en los campos de algodón y cantaba los domingos en las ceremonias religiosas de las iglesias locales. Hooker se crió con su padrino William Moore, quien le enseñó a tocar la guitarra y le introdujo desde muy joven en los sonidos del blues. Por casa del padrino pasaron bluesmen como Blind Blake, Blind Lemon Jefferson o Charley Patton, que fueron contagiando a aquel adolescente del ritmo y los acordes de la música negra. Sus primeras apariciones musicales serias se sitúan en la zona de Memphis, en los primeros años 30. Poco después, en Cincinati. Frecuentemente, se le veía en el seno de grupos de gospel, esa música enfebrecida, religiosa y militante del desesperado pueblo afroamericano. Grupos como The Big Four, The Delta Big Four o The Fairfield Four. Mientras tanto, Hooker sobrevivía en oficios variados. Fue recogedor de basuras, acomodador de teatros, limpiabotas y ayudante de mecánico. En aquel tiempo, el blues acústico y de procedencia campesina y rural estaba sufriendo una gran transformación. Las migraciones internas de los pobres músicos sureños hacia horizontes urbanos y norteños más prometedores cambiaron la faz de la música popular. Al contacto con los suburbios de las grandes ciudades, la guitarra dulce y delicada de 12 cuerdas o incluso la más hiriente y agresiva de seis fueron abandonadas poco a poco por la fuerza agresiva y orgullosa de la guitarra eléctrica. John Lee Hooker se instaló en Detroit, la capital de la industria del automóvil. Y ése fue uno de los focos del cruce entre el rithm and blues, el boogie, el jazz y el primitivo canto negro que dio origen, con alguna influencia más, al primer rock and roll. Corrían los años de la posguerra mundial. Su actividad fue incesante a partir de entonces. John Lee Hooker fue un animal escénico a lo largo de toda su vida, el actor principal de una auténtica gira interminable de conciertos que duró desde los primeros años 50 hasta los últimos días de su existencia. Hace tan sólo una semana y con casi 84 años, daba su último recital en directo ante una audiencia tan entregada como siempre. Numerosos clubes de Chicago, Manhattan, Harlem, Detroit, Toronto... y tantas otras ciudades de América y de Europa fueron testigos de su entrega diaria. Fue uno de los integrantes habituales del American Folk Blues Festival, embajada de leyendas negras ante las jóvenes e imberbes audiencias europeas de los años 60. A lo largo de su amplia carrera, John Lee Hooker podía presumir de haber tocado con Eric Clapton, Van Morrison, John Mayall, Bob Dylan, Carlos Santana, Bonnie Rait o Bruce Springsteen. Todos hablaban maravillas de él. Incluso en 1961 acogió de teloneros a unos chicos desconocidos para una gira europea. Se llamaban Rolling Stones. La figura larguirucha de John Lee Hooker -sombrero tejano, gafas oscuras, rostro arrugado, dedos interminables sobre su deslumbrante guitarra- apareció en diversos documentales y películas: Roots of American Music: Country and Urban Blues, L'aventure du jazz y Mr. Brown, Midnight Special. Y, más recientemente, The Blues Brothers. Por otra parte, Steven Spielberg eligió algunos de sus temas para la banda sonora de su película El Color Púrpura. Y aunque una de sus primeras grabaciones en disco sencillo, Boogie Chillun (1948), alcanzó el sueño dorado del millón de ejemplares vendidos, Mr. Hook no lograría el favor de las masas hasta la década de los 90. Sus discos de esa etapa: Mr. Lucky, Boom Boom, Chill Out y Don't look back le instalaron en el olimpo de los famosos. Pero su etapa más creativa y auténtica quedaba ya muy lejos. Albumes como Black Snake (1959), Wednesday Evening Blues (1960) y Birmingham Blues (1963) podrían constituir la mejor trilogía de su trayectoria discográfica, aún registrada en deficientes condiciones técnicas. El propio Hooker se sorprendía de su éxito postrero: «En todos estos años, yo no he hecho nada diferente. Sigo haciendo lo mismo que en mi años mozos y ahora, fíjense, hay un anciano en los primeros puestos de las listas de éxitos. No dejo de maravillarme». «Nadie podrá ocupar mi lugar. Mi legado quedará en los discos», dicen que dijo Hooker unos días antes de morir. Si es así, existe una larga, impresionante colección de grabaciones por descubrir que llevan sus apellidos o los de alguno de sus múltiples alias: Texas Slim, Birmingham Sam, John Lee Cocker, John Lee Booker, Delta John... Viejísimos vinilos de 78 revoluciones por minuto o flamantes discos compactos de última generación. En su dicción inigualable queda toda una historia de la música popular contemporánea a través de cientos de canciones cortadas por un parecido patrón: una sonoridad densa, cíclica, minimalista, repleta de energía vital, autoafirmación y rebeldía íntima. El sonido del blues no conformista que se hizo carne de rock and roll, áspero como un latigazo, esencial en su pureza primitiva. Deja ocho hijos, 19 nietos y numerosos biznietos.
John Lee Hooker, cantante y compositor de blues, nació en Clarksdale (EEUU) el 17 de agosto de 1917 y falleció mientras dormía en su casa de Redwood City el 21 de junio de 2001, al sur de San Francisco, a los 83 años.
Sus ritmos eran sincopados, obsesivos, casi amenazantes. Su voz, cavernosa, profunda, grave. Las letras de sus composiciones -innumerables a lo largo de 60 años de vida profesional- rozaban el surrealismo, el sarcasmo, el absurdo. John Lee Hooker fue, desde luego, un pionero del rock and roll, pero, ante todo, fue el primero de una generación de bluesmen que adoptó la guitarra eléctrica (en unión de Muddy Waters, Howlin Wolf, Big Joe Turner o Elmore James) para hacerse oír mejor en un mundo cada vez más sordo y ruidoso, saturado de los sonidos de la gran ciudad.
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