Mariana Baraj y “Coplas del valle”, de Ramón Navarro
Por Mariana Baraj
Uno de mis recuerdos más vívidos de mi infancia es, sin lugar a dudas, la clase de música en segundo grado, en la escuela Paul Groussac del barrio de Once. Podría asegurar que, a mis siete años, experimenté una relación muy particular con la música. Recuerdo que un día la maestra nos enseñó una zamba que comenzaba diciendo: “Esta zambita andariega viene llegando, y se mete a la rueda como jugando”. El estado que me produjo esa melodía y el sentir con certeza que era cantar lo que me daba felicidad enseguida se apoderaron de mí. El entusiasmo era tal que el volumen de mi voz y mi interpretación resultaron desbordantes. Y le llamaron la atención a la maestra que, al final, me felicitó.
Por lo general, la clase de música era el momento que todos aprovechaban para tirar tizas y provocar desmanes. En cambio, yo era una de las pocas que la tomaba con seriedad: para mí era como un espacio sagrado, siempre lo esperaba con mucha ansiedad y absoluta responsabilidad.
La melodía dio vueltas en mi cabeza durante mucho tiempo, pero recordaba solamente algunos fragmentos de la letra de la canción. Pasados los años la volví a escuchar y por fin pude reencontrarme con ella. Entonces supe que se trataba de “Coplas del valle”, del gran Ramón Navarro. El mismo que escribió “Chayita del vidalero”, que para deleite de todos nosotros versionó Liliana Herrero a fines de los ‘90 en su bello y profundo Recuerdos de provincia.
Luego vinieron temas como “Barro tal vez” de Luis Alberto Spinetta y la vidalera “DLG” de Fito Páez, que me hicieron vibrar y emocionarme. Ya en mi adolescencia, los aires folklóricos se acrecentaron y, con la llegada de la mirada renovadora del trío Vitale-Baraj-González, las melodías del Cuchi Leguizamón y la poesía de Manuel Castilla se me impregnaron con la suprema “Zamba de Lozano”. Todo confluyó con la voz de Mercedes Sosa, acompañada de su bombo legüero, interpretando las más hermosas composiciones de nuestro cancionero popular.
Por eso siempre habrá en mi repertorio alguna zamba que me embruje y seduzca con su aire como lo hizo aquella vez “Coplas del valle”. Las canté en la escuela y ahora se las enseño a mis alumnos. Melodías evocativas, que despiertan sensaciones y provocan querer ahondar mucho más en nuestra historia, en nuestras raíces y en las voces que traen cantos que nunca callarán. Universos de vanguardia conversando con la tradición, forma que anda y desanda caminos. Todos ellos pertenecen a un solo lugar, esa matriz que me define y que dejó su impronta en mí para siempre.
Una canción te puede cambiar la vida. Cada vez que escucho o canto una zamba, eso sucede: mi alma se eleva y se expande.
“Coplas del valle” (zamba) Ramón Navarro
Esta zambita andariega
viene llegando
y se mete a la rueda
como jugando.
Un pañuelito en el aire
y una esperanza:
corazoncito ardiendo
como una brasa.
Vengo desde Aimogasta,
pa’ Las Pirquitas.
Traigo una flor del aire de la lomita,
pa’ mi tinogasteña, niña churita.
Venga, bailemos la zamba
repiqueteada:
allá se oye un bombito,
por la quebrada.
Cuando me vuelva a mis pagos,
he de llevarme
un ponchito ‘i vicuña,
hecho en el valle.
Ramón Navarro nació en 1934 en La Rioja. Integró el grupo Los Quilla Huasi, con el que recorrió durante once años varios países, invitados por Atahualpa Yupanqui. Alguna vez contó sobre sus inicios en la música: “Escuchábamos la radio con mucha alegría en aquel entonces, nos llegaban los programas de Buenos Aires, estábamos enamorados del tango, de las milongas. El primer instrumento fue la caja, el tambor para cantar la vidala, y después vino la guitarra. Cuando yo era joven aparecieron Los Beatles y sus bellísimas canciones. Pero jamás se me habría ocurrido a mí hacer algo que se pareciera a lo que hacían ellos, yo quería imitar más bien a mis paisanos, a Atahualpa. Por ahí escuchábamos un rato Los Beatles, pero apagábamos la radio y nos poníamos a tocar una chaya. Cuando agarraba una guitarra quería hacer una cosa como las de José Oyola, uno de los más grandes, o como las de Antonio Benítez, nuestro ejemplo a la hora de darles serenatas a las chinitas de La Rioja, que estaban lindas”. Luego integraría el proyecto Arraigo, junto a su hijo.
En el sitio folkloredelnorte.com.ar puede leerse el siguiente comentario sobre esta zamba, escrito por el especialista en folklore Cucho Márquez: “Si Atahualpa Yupanqui es a veces el cantor de la nostalgia y de la pena, Ramón Navarro es el de la alegría y la esperanza. Sus zambas llegan al corazón, con su ritmo alegre y optimista que, unido a una belleza y sensualidad poco comunes, caracterizan a muchas de sus composiciones. El pañuelo, que los danzantes agitan en el aire, llega a unir los corazones de los seres queridos, y la zamba se convierte en una ceremonia iniciática del amor: entrelazándose los pañuelos se unen los corazones. Y este espíritu festivo del autor fue muy bien captado por Los Fronterizos en la década del ‘60, con una versión antológica del tema donde la bella voz de Yayo Quesada, unida al gracejo de Juan Carlos Moreno, a la picardía del Negro López y al ritmo del bombo de Madeo, hicieron que esta zambita andariega fuera capaz de atravesar los océanos”.
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