Visita inesperada y sumamente bienvenida: la de Damo Suzuki, ex cantante de Can, la banda más importante del krautrock alemán. Un hombre que, fiel al espíritu experimental del grupo que llegó a cimas creativas con su presencia, prefiere no desenterrar el pasado y zapar en cada lugar que visita con músicos locales, aprovechando lo que llama “oportunidades sonoras”. A descifrarlo y disfrutarlo.
Por Santiago Rial Ungaro
Damo Suzuki, ex cantante de Can, de visita en el país, no tiene ganas de hablar sobre su ex banda: prefiere seguir con su costumbre de girar por el mundo y zapar en vivo con músicos locales (lo que él llama “oportunidades sonoras”). Y es lógico: eso es lo que viene haciendo desde que se cruzó “haciendo algunas tonterías en la calle” a los integrantes del grupo, quienes le ofrecieron reemplazar a un cantante que se acababa de ir (el gran Malcom Money) y convertirse, sin ensayo ni prueba ni nada, en el cantante de Can. Después de este curioso inicio, Suzuki grabó clásicos como Soundtracks (1970), Tago Mago (1971), Ege Bamyasi (1972), discos inspiradores (sino pregúntenles a la gente de, por nombrar algunas bandas, P.I.L, Wire, The Fall, Joy Division, Cabaret Voltaire, Sonic Youth, Radiohead, Primal Scream, sin olvidarnos de los siempre atentos David Bowie y David Byrne) y aún hoy vigentes por su valor puramente musical.
Pero para nosotros hablar de Can, combo fundamental de lo que se conoce, o, en general, se desconoce, como Krautrock (rock alemán de finales del 60 y principios de los 70, cuna de la mejor electrónica) es la oportunidad de volver a descubrir y dejarse llevar por sus músicas, que garantizan en quien las escucha, un cierto estado de hipnosis, de perplejidad vehicular que hace que su sonido se distinga al instante.
Can fue una banda única, obsesionada con la obsesión, un grupo especial y espacial, cuya música fue calificada a la vez de “hermosa, brutal, majestuosa, cruda, siniestra y trascendental”. Todo se puede decir de su música, porque la suya fue una búsqueda del éxtasis, de la experiencia de la totalidad.
Pero antes de hablar de Suzuki, nuestro ilustre visitante, hay que hablar de Holger Czukay, quien alguna vez contó que cuando era chico, a los 13 años, no sabía si iba a ser técnico o músico. Su experiencia como alumno del compositor Stockhausen fue decisiva para el desarrollo de Can: allí conocería al tecladista Irmin Schmidt y aprendería que una cosa (la técnica), no quitaba la otra (la música). Como Lee Perry en Jamaica, Czukay demostró que se podía ser músico y técnico al mismo tiempo: “Yo nunca quise convertirme en un músico de rock o de pop. Stockhausen era un persona muy interesante, muy radical en sus pensamientos: con la invención de la música electrónica de repente podía reemplazar a todos los otros músicos. Esto no era solo un experimento. ¡Era una revolución!”.
LA PELICULA TE LA MONTAS VOS
Alguna vez, el ex bajista de Can, confesó que siempre le pareció “mas interesante hacer la música de films imaginarios que la música de films ya existentes”. Mucho temas de Can fueron originalmente hechos para film alemanes underground. Para mantener el misterio, el tecladista Schmidt veía el film y se lo contaba a los demás.
Claro que la radicalidad de sus métodos creativos se cobró su primera víctima en Malcom Mooney, que retornó a América después de la recomendación su psiquiatra de que se alejara de la caótica música de Can y que volviera a Harlem, su barrio natal, una forma de volver a tomar contacto con la realidad y de recuperar, aunque sea un poco, su salud mental.
En este contexto es que aparece Suzuki, el hombre indicado en el lugar indicado, quien con su estilo “multilingüístico” se sintió de inmediato como pez en el agua, capaz de surfear, flotar, sumergirse y pilotear en este azar programático y oceánico.
Suzuki se las ingenió para brillar en la que fue la época mas brillante de la banda, que con el doble Tago Mago (1971) alcanzó quizá su mayor esplendor. Después, Suzuki se copó (como se había copado con Can), con los Testigos de Jehová: “Yo tuve una buena experiencia con los Testigos de Jehová: sobreviví a un cáncer sin transfusión de sangre. Y aún ahora, que no estoy transitando el mismo camino que ellos, aún creo en Dios, aún creo en la Biblia”, afirma hoy.
Sobre su estilo “multilingüístico”, este japonés cree que las palabras se controlan a si mismas, pero lo cierto es que sabe priorizar su valor musical sobre el literal (de hecho mezcla distintas lenguas con onomatopeyas, ruidos, etc). “Cuando yo actúo en vivo me contacto con la naturaleza. Y si la naturaleza tiene mucha belleza es por su armonía: las plantas y los animales vivieron muchísimo tiempo juntos hasta que nosotros, como última creación de Dios, aparecimos. Yo creo que las palabras son, en general, malinterpretadas. Y las palabras muchas veces influencian a la gente simplemente prometiendo, aunque no pase nada”.
Claro que a uno le queda la duda ¿No escribe algo Suzuki, para inspirarse, o empezar? “No. Si tuviera lírica, entonces no sería una composición libre e instantánea. Yo no tengo ningún concepto. El concepto se hace en el momento. Si yo tuviera información no podría hacer esto. El tiempo está siempre cambiando y nunca se repite, así que yo hago esto mismo en escena”.
Esta obsesión con el aquí y ahora ha caracterizado, saludablemente, los proyectos de todos los ex integrantes de Can, que en Suzuki se traduce en estas performances, esta vez con músicas zapadas en vivo por integrantes de Pez, Alan Courtis, Ül, Honduras y Compañero Asma.
Por eso, para el cierre, esta declaración de principios tiene también algo de advertencia: “Para mi esto está bueno: nunca me aburro. Es un desafío. Una aventura. Es saludable y orgánico, y es también una protesta contra el establishment. La creatividad viene, en parte, de tu protesta, tu filosofía. Solo estén ahí y disfruten compartiendo nuestra energía”.
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