“Me propuse cantar como un desafío”
MAntes de subir al escenario de la Sociedad de Distribuidores, la actriz cuenta cómo nació la necesidad de subirse a las tablas para otra clase de interpretación, que incluso ya le valió un premio Gardel por el disco El amor, ese loco berretín.
Por Karina Micheletto
Rita Cortese dice que todavía no pudo festejar en público, y que ésta será la oportunidad para compartir el Gardel que ganó en la categoría Nuevo Artista de Tango, con su disco El amor, ese loco berretín. Aquella ceremonia de entrega de premios se diluyó entre las excusas de la pandemia de la gripe A, pero a la actriz y cantante le ha llegado la revancha: hoy, en el marco del ciclo gratuito Los viernes música que organiza Página/12, habrá tiempo para homenajear y homenajearse. Porque, como dice la Cortese: “Lo de Gardel está bien, pero lo de nuevo artista, ¡mucho mejor!”.
El show, que comenzará a las 20.30 en la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines (Belgrano 1732), incluirá un repaso por el disco galardonado, pero también algunas nuevas incursiones de Cortese: “Flor de lino”, “La pulpera de Santa Lucía”, entre otras que prefiere guardar como sorpresas. La acompañarán los músicos que también la secundan en el disco: Hernán Valencia en piano y Fabián Leandro en guitarra y arreglos. El Gardel, mientras tanto, seguirá bien guardado en el balcón de Cortese, “bajo los rayos del sol y de la luna”.
El despegue tanguero de Rita Cortese tuvo su “big bang” sobre tablas en el espectáculo Recuerdos son recuerdos, donde compartía música y escena con Soledad Villamil, Silvio Cattáneo y Brian Chambouleyron. Todos, curiosamente, siguieron cantando tangos tras esa experiencia, cada uno con su estilo particular. Villamil acaba de editar Morir de amor, Cattáneo está presentando su personaje tanguero Ofidio Dellasoppa los sábados en La Vaca Profana, Chambouleyron lleva tres discos solistas editados. “Aquel espectáculo fue un disparador muy grande para Villamil y para mí, era la primera vez que cantábamos en público así, ostentosa, obscenamente”, cuenta Cortese. “No me da mucha vergüenza decir que fuimos pioneras de lo que hoy es moda, el ejercicio de estilo.”
–¿Y cómo se les ocurrió ponerse a cantar en un espectáculo teatral?
–Fue un espectáculo que nació en mi casa. Estábamos haciendo una obra de Griselda Gambaro juntas y yo le dije que tenía ganas de cantar. Me generaba mucha envidia ver a la gente cantar, así que dije: “Más vale que cante, porque la envidia es un sentimiento que va contra mi naturaleza”. Yo ya era grande, tenía unos 48, 49 años, y no me podía quedar con esa deuda pendiente. Así que le dije a Villamil: cantemos, y hagamos un ejercicio de estilo. Fue un éxito muy grande que ella luego continuó con el mismo formato en Glorias porteñas. Yo me fui para otro lado, hice boleros con Claribel Medina, en Ojalá te enamores. Hasta que me apareció la necesidad de cantar sola. Necesitaba saber cuánto había de mí y cuánto de suerte en todo eso que había vivido. Me lo propuse como un desafío personal.
–Uno podría inferir que no hay mayor desafío que el que ya encaraba como actriz, por el nivel de exposición que implica.
–Pero el actor está mediatizado por un personaje. A la hora de cantar, en cambio, sos vos. Estás solita. Y si temblás... qué sé yo, el personaje a lo mejor puede temblar un poco; pero si el cantante tiembla, se cae toda su puesta. Es una gran exposición.
–¿Mayor que la del actor?
–No sé si mayor, porque las dos son muy grandes. Lo que sí puedo decir, con absoluta certeza, es que cantar es muy, muy difícil.
–¿Es más fácil encarar la interpretación de un tango desde su formación de actriz? ¿Esto juega a favor de la interpretación?
–Ser actriz te da un conocimiento del escenario y de la proyección de la energía, y ésas son herramientas que me sirven como cantante. Pero ojo, yo no soy de las que hablan mucho, a mí me gusta cantar, no recitar los tangos.
–¿Así que el disparador fue la envidia?
–¿Podríamos ponerlo un poco más suave? (risas) ¡Bueno, sí fue la envidia! Yo veía cantantes maravillosas, las admiraba, las seguía, hasta que en un momento noté que empezaba a criticarlas. Que Fulana esto, que Mengana lo otro... Ya me estaba resintiendo, y ser mayor, y resentida, es un tormento... (risas).
–¿Alguien a quien haya envidiado especialmente?
–Uff, tantos... Hace poco fui a ver a Nelly Omar. ¡Dios, cómo canta esa mujer! La escuchás decir: “A veces se me figura, un mostrador la tranquera”, y vos ves el mostrador, la tranquera, la tipa que está esperando a su hombre, lo que le pasa a esa tipa, ¡todo! Ahí queda claro que el talento es un don. Después hay que cuidarlo, desarrollarlo, sí, pero no te lo da nadie, está o no está.
–¿Y en la actuación?
–Es exactamente igual. Los grandes actores argentinos no aprendieron en ninguna escuela. Tenés ese don, ese talento, y después lo desarrollás, lo entrenás en un espacio, te cultivás, tratás de leer, ir al cine, ver pintura. Y no hacer una apología de la ignorancia, como estamos haciendo los actores ahora. El actor debe ser culto, no es una elección, es parte de su oficio. Tiene que tener alguna sabiduría, aunque más no sea la noche, que también fue una sabiduría para los grandes actores. Pero ya no tenemos siquiera eso, porque esa bohemia ya no existe. Esto es lo que trato de decirles a los chicos que empiezan en esto: ser actor es una manera de vivir. La calle te enseña. Tanto yogur descremado no te enseña.
–En su trabajo seguramente convive con la calle y con el yogur descremado. ¿Cómo hace?
–Me río, prefiero que el yogur me cause gracia. Aunque a veces me causa mucha pena.
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