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jueves, 17 de septiembre de 2009

HUMBUG ES EL TERCER DISCO DE LOS ARCTIC MONKEYS



Los Monos Articos crecieron

Tras el éxito de sus primeros dos álbumes, la banda de Sheffield mantiene el contenido pero varía la forma: ahora con midtempos, sostiene la crónica de la nocturnidad y se venga de las chicas que no acceden para que el que escucha siga compartiendo códigos.

Por Luis Paz

Si existiese un Hospital del Rock adonde los músicos pudieran acudir luego de un par de años, seguramente muchos pedirían turno para el psicólogo, para atenderse de lo que podría llamarse el efecto bichobolita: tras un debut que presenta al grupo y un opus 2 que lleva el eje hacia la crónica del nuevo lugar ocupado, a las últimas bandas que marcaron la conversión de una escena en industria (Oasis en el brit pop, Strokes desde un garage) las sedujo luego un repliegue introspectivo y oscuro. Eso se tradujo en un cambio en la dirección musical, lo que no es fácil de sortear para públicos ni críticos (casos Be Here Now y First Impressions of Earth), porque son la marca de ese primer paso hacia el cambio que hace más ruido que el acostumbrado. Pero los Arctic Monkeys se saltearon varios pasos o supieron anticiparlos en Humbug, su tercer álbum.

El sucesor de Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not (2006) y Your Favourite Worst Nightmare (2007) muestra el camino de autoconocimiento que los trae de 2006, cuando eran un grupo punkie bailable, repleto de fervor y acné juvenil, que arriesgaba invitaciones lascivas a las chicas que no les prestaban atención, y les cantaban a patovicas y a noches esfumadas en un bar o sobre una combi; para ponerlos en 2009, con el romanticismo apenas cambiado y un sonido más cercano a los finales de las décadas del ’70 y del ’80 que a sus temporadas intermedias. Los chicos crecen. Y en el camino quedan huellas que permiten seguirlos por callejones sonoros guiados por Black Sabbath (faro reconocido por la banda de Sheffield) desde los que, como ellos, se puede mirar no tan de reojo a The Strokes, The Cure, Interpol o Queens Of The Stone Age. Tal vez tenga que ver que uno de los productores es Josh Homme, en una tarea notable en consola; el otro es James Ford, maquillador de discos de Klaxons, Simian Mobile Disco y The Last Shadow Puppets. El problema tal vez haya sido cubrir la mutación con un velo profiláctico que los protegiera de la implosión suicida, pero el cantante Alex Turner y compañía lo comprendieron bien.

Había que mantener el contenido y empezar a variar la forma, sostener la crónica de la nocturnidad, vengarse de las que no acceden y desarmar las caretas de esa elegante sociedad para que el que escuche siga compartiendo códigos. Eso, más allá de que no haya estrofas ni puentes desquiciantes sino un midtempo que le sienta bárbaro al nuevo modo intimista –casi de crooner– que Turner pone a andar de a ratos sobre una senda sónica antes probada en The Last Shadow Puppets, su proyecto paralelo. El viaje quedó registrado en 40 minutos que van desde la new wave “My Propeller” hasta “The Jeweller’s Hand”, en la que la banda suena como la de Lilly Allen y Turner juega a Morrissey. “Crying Lightning” desde el fraseo y “Pretty Visitors” con esa escupida de cara de su letra (“¿qué vino primero, la gallina o el caradepene?”) patentan nuevamente una poética. Y el tándem central “Potion Approaching” y “Fire And The Thud” marca el perfecto pasaje del pasado a este presente en donde los Arctic Monkeys pueden ver más allá de la puerta del pub, al menos desde la sonoridad.

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