“Acá el rock está dividido en progres y conservas”
La eterna banda del under despedirá hoy el CD El Mamut en el Luna Park. Según el músico, ese crecimiento exponencial es el signo de un cambio de época y de un reacomodamiento ideológico en el rock. Pero, el espíritu del show será el de “la fiesta con amigos”.
Por Luis Paz
“El Mamut es, ante todo, carne y hueso de la posibilidad.” |
“Brown se arrastró debajo de él para mirar y Elefante le aplastó el cráneo.” Hay dos interpretaciones posibles: o éste es el copete de una noticia publicada en las páginas de sociedad de un periódico sajón o bien alguien accedió a la lectura de El robo del elefante blanco, de Mark Twain. Ahora, muy distinto a ese pasaje es cuando El Mamut, en lugar de achatar, le pone relieve a una escena. Eso ya pasaría a ser una Massacre. Y eso seguro es por su culpa: del micrófono de Walas, de los solos del Tordo Mondello, de la pedalera de Fico, de las cuatro cuerdas de Bochi y de los parches de Charly. Los Massacre (más Cebollitas que Supercampeones, más Tom & Jerry que La Liga de la Justicia, más clase B que Hollywood, más torroncinos que chocolate aireado, más fainá que aceto balsámico) son unos músicos del carajo, bien merecedores de la cima de ese mástil en el Arca del rock argentino de fin de década, con Estelares y Babasónicos. Tres bandas que en épocas del “hacelo vos mismo pero low-fi y no importa si suena mal con tal de que sea bizarro”, se entregaron a la sofisticación de la síntesis, salieron del closet y cachetearon a abuelas y nietos.
Walas aprendió a hacerse cargo de eso. El mismo lo planteó en esos términos, hace un mes y poco, en el día de su cumpleaños, sobre la mesa de un bar en su Almagro amado, a metros de su cuna, en Rivadavia y Medrano, a cuadras de su primer trabajo en un vivero. Justo él, tan abrazablemente feliz, justo allí, en un contexto que lo abraza cálido, relajándolo de cara a un debut en el Luna Park y una despedida oficial de El Mamut que fue pospuesta del viernes 8 de agosto para hoy.
–Su barrio, su cumpleaños. ¿Hasta dónde eso le da una perspectiva de cara a la llegada de Massacre al Luna Park?
–En estos últimos dos años entramos en otra realidad, como en otra dimensión de lo que veníamos haciendo, que era un evento anual, un recital más grande y con más producción que durante el resto del año, como una gran fiesta con amigos. Siempre lo hicimos para la época de la primavera en Cemento. El Massacre Palestina Evento Skate Punk Anual, donde poníamos una rampa de skate y tocábamos con más producción, convocatoria y publicidad. Después de Cromañón lo hicimos en El Teatro y The Roxy, el año pasado en Obras y ahora el Luna.
–¿Qué subyace al cambio de escenario?
–Cambia radicalmente todo, porque esa cultura que nosotros representamos necesita lugares más grandes, necesita boliches, más producción. Y ahora parece lo mismo pero en el Luna, parece simple pero encierra muchas cosas. Es todo un cambio de paradigma.
–Aquel Obras fue Mejor show nacional en la encuesta 2008 del NO...
–Sí, fue increíble estar al lado de Spiritualized en La Trastienda, que fue Mejor show internacional. Y veníamos de salir mejor disco en 2007 con El Mamut, lo que nos honra tanto.
–Honrados deberían estar por el disco que hicieron...
–¡Sí, qué discazo! Estamos reorgullosos, recontentos. Claro que no podemos involucrarnos demasiado porque no somos objetivos. Pero escuchamos lo que dicen los que saben: periodistas, críticos, colegas, productores, melómanos. Y nos tenemos que subir a esa opinión, vernos desde afuera como veríamos un discazo de afuera que hizo Fulano. A éste lo cocinamos nosotros y eso es increíble.
–A esta altura, dos años, un Obras y muchas tapas después, está bueno que se le vaya la careta, el reparo, en decir: ¡Qué discazo!
–Somos un grupo con un trauma muy grande, que es siempre dudar. Eso al margen de nuestras características y lo que ya se sabe: que yo soy un nene inseguro, hijo de padres separados y todo eso. Pero al margen, como banda, tenemos conflicto con el reconocimiento, el premio, el “grande, campeón”. Venimos de la escuela del no reconocimiento, de hacer las cosas para otro fin que no sea el campeonato. Entonces, claro que siempre miramos de reojo eso de decir “está bueno”, creemos que a la gente le gustó más o menos o que las chicas no lo compran.
–Pero ¿no están más tranquilos que antes frente a esos traumas?
–Sí, ya estamos más cómodos, tenemos más controlada la cosa. Estamos empezando a laburar con una dinámica más de “banda pro” y de rock nacional o estándar, con todos sus códigos. Es como que entendimos un poco mejor el juego. Al principio lo entendía la Tori pero nosotros no, éramos artistas metidos en la burbuja de la sala.
–En “Divorcio”, dice: “Más difícil todo se hace, tranquilo y a esperar”. Sin embargo, ustedes se cansaron saludablemente de la espera y salieron a mostrarse.
–Es que ahora estamos entendiendo el juego más allá de la música y la letra, la cosa en sí: dónde poner el disco, dónde mostrarlo, dónde no, dónde estar, dónde no y los porqué de todas esas cosas. Y es un crecimiento: entramos, primero, a partir de que los genios de Catupecu hicieron el cover (“Plan B: anhelo de satisfacción”), con Diferentes maneras (su disco recopilatorio en vivo) y ahora con El Mamut.
–Si existiera un “juego de la vida” para bandas, estarían bastante avanzados.
–Empezamos a tomar un lugar en el tablero del rock nacional y en los últimos meses nos dimos cuenta de que, al margen de que la realidad global cambió y eso nos dio más público, hay otra cabeza y otro entendimiento, más información para lo nuestro. Antes, cuando iba a explicar qué hacíamos en una radio, no lo entendían muchos. Ahora los códigos son conocidos por más gente y por eso tenemos que cambiar de boliche, simbólicamente. Pero aparte hubo una serie de movimientos en el rock nacional muy cercanos a lo que pasó con la política, cambios en la primera línea del rock muy significativos, que marcan comienzos y finales de época.
–¿Parecido a la política?
–Sí, miremos lo que pasó en las últimas elecciones y la cosa ideológica, cuando se habla de “la nueva y la vieja política”. El rock está dividido, como la ideología, en progres y conservas. Me defino absolutamente progre, queremos ir a cosas nuevas, que no se hicieron.
–En rasgos generales, ¿el rock sigue siendo conservador?
–Hasta ahora Argentina lo fue a todo nivel: social, político y cultural. Pero en el nivel rock estábamos más en lo conservador todavía. Ojo, que eso nos hizo muy bien en los ’70, desde Sandro y Los de Fuego y nuestra lectura de Elvis, con Los Gatos y nuestra lectura de lo beat, luego nuestra lectura del pop y el punk.
–Es inevitable señalar que en este momento se parece más que nunca a Jack Black en Escuela de Rock.
–Es que un poco ése es el concepto, el de ese pizarrón repleto de nombres de bandas. Pareciera que en estos meses, con las separaciones, se cerró un capítulo. Es como cuando estudiás una carrera. Acá llegás a la materia Rock 1 y bueno, terminó, promocionada. Ya aprendimos quiénes son los Beatles y los Stones, los Zeppelin y Purple y llegamos como a un final de siglo que yo lo defino como la última modernidad a la que nos subimos, que es Ramones y Nirvana. Ahí cerró el capítulo 1.
–¿Y cuál es el programa de Rock 2?
–Pareciera que somos los representantes de lo que viene, que para mí es Pixies y Sonic Youth. Claro que para eso tenés que agarrar Joy Division, Television, Velvet Underground. Nosotros somos la punta de lanza de eso. Por nosotros digo las bandas alternativas que venimos cerrando esta década, algunas desde lo indie y nosotros como algo que se está haciendo más popular. Entonces tenemos que ayudar a que esa subcultura deje de ser patrimonio de algunos. Y nos tenemos que abrir a escuchar una viola jodida de un Thurston Moore o una Kim Gordon.
–En esa volteada caen también Bad Religion, Fugazzi, Black Flag...
–Sí, pero cuidado. No es una cuestión de época nada más, también hay que animarse a cosas que estaban al lado de Beatles y Stones, pero que no entraron hasta que los reivindicamos los músicos, los críticos y los públicos en los ’90, como la Velvet.
–Hay razones para entenderlos, salvando las distancias que cada lector quiera salvar, como el Sumo de esta década. ¿Se hace cargo de eso también?
–Luca fue el diplomático del rock argentino, el canciller, el Marco Polo que trajo una valija de lo que hasta entonces no se conocía. Antes de él éramos la argentina de Charly, Queen y Kiss. Como argentinos y como herencia espartana futbolística nos gusta eso: yo soy de Queen, vos de Kiss, del Indio o Cerati, de Chevrolet o Ford. Eramos eso y cayó Luca. Siempre está el círculo de conocedores, los que íbamos a ver a Sumo, los que sabíamos de Joy Division y The Clash. Pero él dijo: “Bueno, chicos, para todos”, se abrió a que su disco lo produjera tal compañía, lo distribuyera tal sello y lo escucharan más.
–Es lo mismo a lo que se abrió Massacre. Y eso, se hagan cargo o no, les abrió la cabeza a muchos pibes y tipos. ¿Cómo sigue la historia?
–Me siento orgulloso de escuchar eso, de que me lo digan los chicos o que me cuenten que armaron una banda por Massacre. Sentimos de este lado todo eso que nosotros sentimos por Luca o por Ian Curtis. Y ¿cómo sigue la historia? En la historia siempre hay hitos, pasa de moderna a contemporánea por tal hecho histórico. Yo tengo los míos, que son la llegada de Sumo a Obras en el ’87, la de El Otro Yo, que marcó el acceso de lo alternativo al Templo del Rock y la de Massacre.
–Y este arribo al Luna Park, ¿no marca también un cambio de época?
–Es muy probable. Y para nosotros, al menos, seguro que sí. Como mínimo, creo que marca una legitimación para los pibes que escuchan lo que nos gusta a nosotros, que lo hacían en su casa o en un asado con amigos y que en cambio ahora pueden levantarse una piba hablando de la viuda de Curtis. Antes tenías que hablarle de Britney o de la viuda de Cobain porque es de Hollywood. Ahora ellas te hablan de Debbie Harry.
Y eso, seguro es por su culpa.
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