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domingo, 6 de septiembre de 2009

JOSE CEÑA y Piedra y camino



Charlando con el paisaje y la mirada

Por Jose Ceña

La primera vez que escuché el tema “Piedra y camino” fue en la voz de la máxima cantante latinoamericana, en su disco Mercedes Sosa interpreta a Atahualpa Yupanqui, que está íntegramente dedicado a canciones de Don Ata y que creo que es uno de los mejores de discos de la Negra. Ese disco me permitió llegar con más hondura a la obra de Atahualpa, y especialmente esta versión de “Piedra y camino”, que tiene un tratamiento que conecta bastante con la impronta estética y la profundidad de la obra de Yupanqui. Hay algo en esa canción, tanto en la melodía como en la letra, que resume lo que fue la misión en esta vida de su autor, como cuando en el estribillo repite “es mi destino piedra y camino, de un sueño lejano y bello, viday; soy peregrino”. En esta copla de cuatro versos define y sintetiza con mucha sencillez pero gran profundidad lo que iba a ser su vida, dedicada a llevar a todas partes del mundo el canto de su patria, de sus paisanos, de ese mundo que a él lo deslumbró desde pequeño. El hombre que se transformó en poeta universal, resumiendo su vida en cuatro versos sobre lo que para él significa la soledad, el silencio y la piedra, en la que él encuentra el registro más antiguo de todo el acontecer de la tierra: la piedra para Atahualpa no es algo sin vida, sin memoria; no es una simple compañera del camino, sino que él la respeta, porque la piedra puede anunciar, y también puede contar cosas, cosas que sólo la piedra registra. Y para él el camino puede que no tenga principio ni fin, que tenga características de eternidad, pero en este tramo de su existencia a él le imprime la visión del trovador, del hombre que ha de traducir lo que la tierra le dicta, y que él se toma como una gran responsabilidad, la de llevar la cultura del criollo a otros pueblos, como la llevó a Alemania, a Francia, a Japón, a todo el mundo.

–Yo creo que, en primer lugar el disco, y en el caso muy puntual de esta canción, Mercedes Sosa lo interpretó muy bien, sin estridencia ni ninguna cosa bulliciosa. Una de las intérpretes más destacadas que ha tenido Don Ata fue Suma Paz, con quien además tuve la suerte de compartir muchos momentos en los últimos años de su vida. Si bien yo ya había leído todos los libros de Don Ata y conocía su obra musical, fue ella quien me ha arrimado a lecturas, experiencias y anécdotas muy profundas y distintas de Yupanqui, como aquella frase o consejo que él le trasmitió y ella me contó: “Póngase siempre detrás de su canto, busque alumbrar, no deslumbrar”. Pero la primera vez que llegué a esta zamba fue a través de la Negra Sosa, de este disco en vinilo que compré en mi adolescencia.

Yo pertenecí a una generación de adolescentes para la que el folklore no era común en Buenos Aires, que escuchaba mucha música de todo el mundo, no sólo los sonidos típicos urbanos de Buenos Aires –desde Troilo, el Polaco Goyeneche hasta Vox Dei, Sui Generis– sino también algunos extranjeros –Pink Floyd, Yes, Emerson, Lake & Palmer–, pero creo que fue a través de mi vínculo familiar con la provincianía, a través de mi madre, que pude sintonizar con esta música desde un lugar muy sereno, que me quedó registrado para siempre.

Cuando yo era chico, mis abuelos, que eran santiagueños, se habían trasladado a Córdoba por trabajo. Allí vivían asistidos por una gran austeridad, en un ámbito muy pobre; eran trabajadores, campesinos; mi abuelo vivía de changas, pero yo disfrutaba mucho de las vacaciones que pasaba con ellos, durante todo el año deseaba que llegara el momento de ir a visitarlos y quedarme con ellos en el pequeño pueblo de Saira en que vivían. Allí veía chicos de mi edad, pero también paisanos, criollos, y yo creo que lo que descubrí en la obra de Yupanqui, y en especial en este disco, fue una música y una poesía que representaba la vida de mis abuelos. Ellos vivían en una casa precaria, con un patio de tierra, y no tenían ni luz eléctrica ni gas natural ni agua corriente. Era muy austero, pero a mí me arrimaba a un mundo desconocido y encantador, repleto de anécdotas, de formas de reírse, de sufrir y de hacerles frente a las adversidades. Y de pronto mis abuelos, que no eran músicos, que no bailaban, no cantaban y llevaban una vida que yo tanto amaba y admiraba –hasta quería vivir en un pueblo así de chiquito–, se me aparecían representados en esta zamba, y especialmente cuando llegaba este estribillo que me parecía muy fuerte, con toda la simpleza y la profundidad que caracteriza a toda la obra de Yupanqui.

He vuelto todo el tiempo a Saira; trato de ir al menos una vez al año, porque allí han quedado amigos, primos, tíos, sobrinos, aunque lamentablemente ya no la casa de mis abuelos. El pueblo está muy cambiado: antes las calles eran todas de tierra, y cuando llovía era encantador, aunque ahora hay pavimento y eso es un progreso para la gente del pueblo, porque el agua ya no es un condicionante. Antes –y estoy hablando de hace nada más que treinta años, no a principios del siglo XX– allí uno veía todavía pasar sulkis; la comisaría, que estaba pegada a la casa de mis abuelos, tenía un palenque en la vereda, y uno podía ir al bar y encontrarse a los paisanos que se encontraban a jugar al truco, o a las bochas, vestidos con alpargatas de color azul, bombacha, pañuelito y chambergo; era un mundo maravilloso. Hoy es otra historia, vas y ves pasar las 4x4, motos y poco de aquel atuendo paisano. Pero por suerte la enseñanza que me dejó Don Ata, cuando tuve la oportunidad de conocerlo personalmente, fue la de recorrer el país y comprobar que aún existen lugares que no fueron contaminados. Un ejemplo de ello es Cerro Colorado, donde hay gente que se sienta frente a frente, brasero por medio, y pasa tiempo en silencio charlando con el paisaje y la mirada.

Algo de todo eso, de todo ese mundo que a pesar de ser de Buenos Aires tuve la oportunidad de conocer, estaba para mí en la zamba de Atahualpa Yupanqui que conocí a través de Mercedes Sosa. Una canción que sigue conmigo y que canto porque tiene una calidad de ritual y de mucho recuerdo, un significado muy profundo. Aunque la canto sólo para mí, y no la he grabado, supongo que porque me resulta más agradable escucharla, seguir escuchándola en la voz de Don Ata, o de la Negra, que tan hondo me ha llegado desde mi adolescencia.

Piedra y camino

Letra y música: Atahualpa Yupanqui

Del cerro vengo bajando,
camino y piedra.
Traigo enredada en el alma, viday*,
una tristeza.
Me acusas de no quererte;
no digas eso.
Tal vez no comprendas nunca, viday,
por qué me alejo.
Es mi destino:
piedra y camino.
De un sueño lejano y bello, viday;
soy peregrino.
Por más que la dicha busco,
vivo penando
y cuando debo quedarme, viday;
me voy andando.
A veces soy como el río:
llego cantando
y sin que nadie lo sepa, viday;
me voy llorando.

* Viday: “mi vida” (en quechua la “y” significa mi, mío).

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