“Para un músico, lo crucial es tener su propia voz. Es así como juzgo mi desarrollo creativo.”
Hoy, en el Gran Rex, el notable instrumentista hará efectiva su cuarta visita, por primera vez solo al piano: un esquema que “da más libertad, por lo tanto más responsabilidad”. Puede entenderse como una cita de honor con un músico exquisito.
Por Santiago Giordano
De manera más o menos inocente, periódicamente el jazz aviva sus circunstancias anunciando la llegada de una nueva “esperanza blanca”. Más allá de su uso muchas veces indiscriminado, la expresión tendría mayor sentido si acaso todavía fuese posible colocar al jazz entre las “músicas negras”. También a Brad Mehldau le cupo ese título, cuando a mediados de los ’90 asomó con Introducing Brad Mehldau, su primer disco propio. Junto a Jorge Rossy en batería y Larry Grenadier en contrabajo, el pianista clase 1970 comenzaba a trazar líneas que enseguida encontrarían una dirección precisa en los cinco volúmenes de The Art of the Trio, los cuatro primeros grabados entre 1996 y 1999 y el quinto –Progression– en 2001. A través de esa serie, cuyo ostentoso título fue idea de Matt Pierson, el ejecutivo que lo llevó al sello Warner, Mehldau ocupó un lugar de privilegio en los distintos frentes del jazz –el comercial y el artístico–, poniendo en evidencia las múltiples capacidades de un pianista cuya característica principal, aun hoy, es tener un poco de todos y no parecerse a ninguno.
Aquella esperanza que hoy es una de las figuras más importantes del jazz actual tocará nuevamente en Buenos Aires. Será su cuarta vez en la Argentina. En 2000 llegó acompañado por la cantante holandesa Fleurine, en 2002 actuó en el Sheraton en trío con Rossy y Grenadier y en 2004 –en el Coliseo– también lo hizo en trío, con Jeff Ballard, que relevó a Rossy. En esta oportunidad llegará al Gran Rex, después de haber tocado ayer en Rosario, en el teatro Príncipe de Asturias del Centro Cultural del Parque de España. Esta vez tocará solo. “Una confrontación directa entre piano e intérprete, sin barreras”, define Mehldau, y advierte que al mismo tiempo se trata de encuentros entre lo que resulte de esa confrontación y el público. “El solo piano da más libertad, por lo tanto más responsabilidad”, explica.
Su notable manejo del timbre, el control de las dinámicas y el trabajo sobre las texturas –a menudo con distintos niveles melódicos en contrapunto– delatan su espíritu clásico. El formidable vigor, la elasticidad, un implacable sentido del swing y un gusto melódico abierto hacen al jazzista. La necesidad de abrirse a lo que se llaman “los nuevos standards” e incorporar entre sus propias composiciones y los clásicos del Real Book temas de Radiohead, Beatles o Nick Drake, habla de un artista inquieto, que creció escuchando rock, tocando jazz y estudiando música clásica. Un músico a su manera impredecible, capaz de experimentar con la electrónica, encontrarse en trío con Lee Konitz y Charlie Haden, en sociedad con Pat Metheny, formar parte del asombroso cuarteto del saxofonista Joshua Redman, grabar un disco crossover con la soprano Renée Fleming, componer música para películas de Clint Eastwood (Medianoche en el jardín del bien y del mal, 1997) o Stanley Kubrick (Ojos bien cerrados, 1999) o rendir homenaje con composiciones propias a los pianistas del siglo XIX en Elegiac Cycle (1999), entre otras cosas.
En una discografía que ostenta quince títulos personales entre unas 67 grabaciones (contando participaciones como invitado o acompañante), Mehldau se revela como un atávico improvisador. Muchas veces los asombrosos resultados que brotan de sus búsquedas en tiempo real parecieran desbordar el marco formal que las contiene –la canción en sus más variadas fórmulas–; entonces aparece la solidez del organizador de ideas, el arquitecto que hace que todo sea descifrable. “El tema de la canción ya existe y luego hay que improvisar. Esa improvisación siempre se relaciona con el tema. Esperemos que el público se entere de que ahí está la relación entre el tema y la improvisación. Si no se enteran, está bien igual”, dice él. Mientras Mehldau toca, el improvisador y el arquitecto se escuchan mutuamente.
Las influencias del pianista son tan variadas como móviles. Bach y Brahms están entre sus preferidos, pero también reconoce que el juvenil encuentro con Solo Concerts (Bremen/Lausanne) de Keith Jarrett fue significativo, del mismo modo que más tarde lo fueron Bud Powell y Thelonius Monk. El dice que prefiere hablar de “inspiración más que de influencia”. Si acepta que Bill Evans es en el fondo inevitable para cualquier pianista de jazz de las últimas décadas, sonríe cuando lo comparan con Lennie Tristano. “Su música me encanta, pero todavía no lo he estudiado en profundidad como para parecerme”, asegura. Entre tantas músicas escuchadas y estudiadas, Mehldau dice que recibió más influencias de instrumentistas de viento que de pianistas –Charlie Parker, Miles Davis y John Coltrane, entre otros– y que para un músico lo crucial es tener su propia voz. “Es así como juzgo mi desarrollo creativo”, sostiene, y concluye que esta época no es particularmente diferente a otras del jazz: pocos músicos interesantes que hacen algo diferente y muchos y muy buenos músicos que no son particularmente originales.
0 comentarios:
Publicar un comentario