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miércoles, 9 de septiembre de 2009

MASSACRE, LA BANDA DE CULTO QUE SE HIZO POPULAR




El quinteto liderado por el carismático Walas le puso el moño a su gran momento con la llegada al estadio céntrico. Durante casi tres horas, los autores de El mamut repasaron sus más de dos décadas de trayectoria ante seis mil personas enfervorizadas.

Por Leonardo Ferri

Los chicos, así conflictuaditos como son, crecen. No es casual que una banda como Massacre, con más de veinte años en la ruta, doce discos, cultura propia y público fiel llegue al Luna Park y confirme lo que a ojos de todos ya era evidente: Massacre ya no es under, ni es una promesa, ni tampoco una revelación (aunque todavía hoy parte de la industria los nomine a premios bajo esa categoría). Seguramente las seis mil personas que en la noche del domingo colmaron el estadio ya no tendrán que explicar quiénes son esos rockers, porque a esta altura de las circunstancias Massacre debería ser una banda conocida, al menos de nombre, tanto por el joven como por el viejo skater, y por Doña Rosa también.

El show tuvo 31 temas de todas las épocas, para conformar a los viejos y nuevos seguidores, esos que con El mamut (2007) descubrieron que el rock argentino todavía tiene buenos discos para entregar. El comienzo con “Diferentes maneras”, himno skater de los tiempos en que los discos eran de vinilo y la banda tenía el gentilicio “Palestina” después de su nombre actual, generó un pogo circular gigante, que se repetiría varias veces durante la noche. El mosh, ese ritual punk-hardcore de subirse al escenario para tirarse y barrenar sobre la marea humana, no le tuvo vergüenza al escenario Luna ni a los guardias de seguridad. Tampoco la tuvieron los chicos y no tan chicos de camisas a cuadros, que no pidieron permiso para celebrar como siempre acostumbraron.

“Estamos muy contentos de que todo haya empezado a ir mejor”, dijo un Walas feliz. Es que se trata de un frontman sincero, un líder carismático que cuida y quiere a su público y que no tiene miedo de expresar lo que siente, ni de mostrar su panza, ni de usar sus calzas fucsia, ni de hacer el ridículo, a pesar de ser, como siempre repite, un “nene inseguro, hijo único de padres separados”. Su histrionismo estuvo apoyado –con la precisión de siempre– por el Tordo y Fico en guitarras, Bochi en bajo y Charly en batería, que sonaron bien dentro de lo que permite la dudosa acústica del Luna Park. La Tori (madre, manager, esposa y musa) colaboró con su voz desde un protagónico costado.

Con una estructura casi temática –o climática, o sonora–, Massacre dividió las casi tres horas de concierto en segmentos, donde clásicos como “Sembrar sembrar” convivieron con nuevas canciones como “Divorcio”; y “Nuevo día” y “Violence” con “La octava maravilla” y “La orquídea blanca”, con un solo épico e interminable del Tordo, “el demonio de las seis cuerdas”, según Walas. Esa mezcla que posibilita tener doce discos editados en ningún momento fue cuestionada por los fans que, a diferencia de lo que sucede con muchas bandas, no discuten por ver quién está desde la primera hora y quién se sumó con la reciente popularidad.

Cuando el show promediaba dedicaron “Juicio a un bailarín” a Catupecu Machu, “la mejor banda de rock de vanguardia de la Argentina” (quizá responsable de llevar a Massacre a nuevos oídos, gracias a la versión de “Plan B (Anhelo de satisfacción)”. Justamente con ese tema pusieron punto final a la noche anhelada, esa que se veía lejana cuando los discos no eran CD, pero que buscaron desde que eran más conflictuaditos que ahora.

En un show que había sido programado para agosto y tuvo que suspenderse por la gripe A, temas como “La epidemia” cobraron mayor vuelo (“la epidemia ya viene y pronto se contarán por miles las víctimas”). Pero como Massacre es una banda optimista, la continuación natural del pasaje apocalíptico fue Resurrección, que se prolongó en una larga zapada al compás de su estribillo volador (“van a crecernos alas”). Esos pasajes psicodélicos se intercalaron con los hardcore en temas como “Mi mami no lo hará”, “Te veo al revés” y “Seguro es por mi culpa”, una de las tantas muestras del gran contenido psicológico que tienen las letras de Massacre: los años de terapia también dejaron huella en la lírica de Walas.

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