Apoya mis publicaciones con un ME GUSTA!

sábado, 7 de marzo de 2009

OSCAR ALEMAN: PURO SWING

Oscar Alemán
Un argentino en el
reino del swing



Cien años después de su nacimiento, Oscar Alemán se confirma como uno de los mayores guitarristas de la historia. Dueño de una obra ecléctica, que abarca desde el jazz hasta el bolero y el tango, perteneció a una tradición de músicos capaz de entretener sin renunciar a la audacia estilística.

Por: Sergio Pujol

GUITARRA MAYOR. Aún desconocido para la mayoría de los argentinos, Oscar Alemán supo transgredir las barreras de la música popular.

En su edición del mes de febrero, la acreditada revista Down Beat trae como nota de tapa un ranking comentado de los mejores 75 guitarristas de la historia del jazz. Desde luego, Wes Montgomery es el número uno, elección que difícilmente pueda levantar alguna controversia. Pero como en toda selección antológica, la lista que sigue podrá no satisfacer a todos. Por lo pronto, hay una omisión que hace ruido: falta Oscar Alemán. ¿Reclamo chauvinista desde un medio argentino? ¿Megalomanía nacional, de esa que levanta temperatura cuando alguien osa afirmar que el mejor futbolista y el mejor escritor del siglo XX no nacieron en nuestro país?

Tratándose de un músico desconocido para la mayoría de los argentinos, ignorado por los medios de comunicación –su música se difunde poco, aun en las escasas audiciones especializadas– y desprolijamente tratado por los sellos discográficos, parece poco factible que un reclamo como el que acá estamos formulando pueda ser tachado de exabrupto nacionalista. Es más bien la comunidad jazzística internacional la que podría señalar, didácticamente, que Oscar Alemán merece figurar entre los mejores guitarristas de la historia, por la sencilla razón de que lo fue. Quizá entre Django Reinhardt y Oscar Moore, ¿por qué no? O más cerca del revolucionario Charlie Christian y su guitarra eléctrica precursora, ya que en su oportunidad el crítico Charles Delaunay escribió que el estilo de Alemán sonaba un poco más moderno que el de Django. Hasta podría aceptarse su inclusión en un apartado off jazz, teniendo en cuenta que el argentino tocó jazz con la misma solvencia que demostró en choros, rumbas, boleros y tangos. En cualquier caso, es evidente que la omisión de Down Beat no puede escudarse bajo el pretexto de que se trata de un nombre secreto, como el de aquel personaje inolvidable de Dulce y melancólico, la película de Woody Allen.

Agreguemos, como botón de muestra de un reconocimiento internacional perfectamente certificado, que el mejor compilado de la discografía argentina y europea de Alemán fue editado hace unos años en California, con textos del guitarrista y mandolinista David Grisman (Swing Guitar Masterpieces, 1938-1957).

A un siglo de su nacimiento (en Machagai, Chaco, el 20 de febrero de 1909) y 29 años de su muerte, Oscar Alemán sigue tocando desde su discografía ciclópea con un swing extraordinario, incluso en aquellos registros menos interesantes, por los que muchos lo conocen. Esos registros "menos interesantes", que parecen bambolear en una vieja confitería con té danzante o en las canchas de básquet convertidas en salones de baile, nos ilustran de un hecho en el que no siempre se repara: Oscar Alemán perteneció a una generación de músicos populares muy atenta al espectáculo o, al menos, a la noble idea de entretener a sus oyentes, haciéndolos cantar, silbar y de ser posible, bailar. La música como feliz entre paréntesis. Como quitapenas, igual que el vino.

Para seguir bailando


En los años en los que Alemán alegraba a los oyentes de Radio Belgrano, la música popular difícilmente era un hecho de concierto. Incluso grandes maestros del jazz como Duke Ellington saltaban sin tapujos del Cotton Club al Carnegie Hall, pero sus músicas rara vez perdían, en esos pasajes socioculturales, la ligazón con las pistas de baile. (A propósito, contaba Oscar que desechó una invitación del creador de "In a sentimental mood" a sumarse a su orquesta porque quiso respetar el contrato que lo ligaba, quizá con algún agregado menos materialista, a Josephine Baker).

Oscar Alemán no tocó su guitarra en el Carnegie Hall, pero antes de la Segunda Guerra Mundial supo descollar en clubs de jazz de Francia, España, Inglaterra y Dinamarca, entre otras locaciones de algún prestigio, y allí impuso un estilo de ejecución rítmicamente soberbio, de sonoridad algo metálica y tono vibrante, de velocidad virtuosa. Lo hizo en un tiempo en que las guitarras carecían del rendimiento sonoro, y quizá también del glamour, de las trompetas y los saxofones. Cuando tocaba sin acompañamiento alguno –cosa que hacía con inusual frecuencia para la época–, sus melodías armonizadas lo remitían tanto a la música popular brasileña como al jazz.

Recordemos que en su infancia y adolescencia, en solitario o con su maestro Gastón Bueno Lobo, Oscar había profundizado en la música brasileña, hasta el punto de que algunos observadores europeos llegaron a confundir su verdadera nacionalidad... sin saber que el bueno de Oscar también había hecho tangos en Buenos Aires con Elvino Vardaro, allá por 1928.

En definitiva, su guitarra fue políglota. Toda melodía popular que circulaba por las radios y las victrolas podía pasar por los dedos mágicos de Oscar Alemán. La caja de resonancia de su guitarra era en verdad caja de resonancia de toda música considerada popular en las décadas del 20, 30 y 40. Pero se trataba de una resonancia no fidedigna.

Finalmente un músico de jazz, Alemán adornaba, ampliaba, variaba y torcía a gusto los materiales originales. Si bien esta idea es común al jazz de todos los tiempos, la audacia omnívora del guitarrista argentino resulta aun hoy excepcional. En Oscar Alemán la noción de standard pierde sentido, ya que si todo puede ser reducido a la categoría swing, entonces desaparece el repertorio canónico. Que haya logrado tan buen jazz en su versión paródica de "Bésame mucho" –con el formidable Hernán Oliva en violín– como en las veloces paráfrasis de "China boy" o "I've got rhythm", muestra a las claras que Alemán viajó por el mundo de la música ligero de equipaje, sin mayores preconceptos ni pertenencias genéricas demasiado estrictas. Podía "jazzificar" un tema de otra tradición popular, así como no dudaba en introducir vocablos populares en la gramática del jazz. Quizá baste con afirmar que "vivió con swing", como bien tituló Hernán Gaffet su filme documental.

El otro Django

Nada de su tiempo le fue indiferente, pero nunca fue más allá de "su tiempo". Cuando en 1971 grabó con la orquesta de Jorge Anders, su guitarra determinó la atmósfera general de las grabaciones, y el director se mostró respetuoso con tan notable solista. Digamos que la ductilidad de Oscar Alemán fue más horizontal que vertical. Esto permite fechar fácilmente su música, ubicar su arte guitarrístico dentro de un vasto y rico período. Antes que cruzar barreras temporales, el hombre prefirió transgredir aquellas que compartimentaban los territorios de la música popular de su tiempo, siempre que esa transgresión no infringiera la condición swing de todas y cada una de las notas que brotaban de su guitarra.

De esta férrea relación de Alemán con el período swing deriva la comparación con el guitarrista de origen gitano Django Reinhardt. No se trata de un cotejo antojadizo. Existió en su momento, y si bien nos llega algo debilitado, nos invita a reflexionar sobre un hecho sintomático: las guitarras mayores del jazz de los 30 nacieron y se desarrollaron fuera de EE.UU.

En el caso de Django, la amalgama de melismas gitanos y ritmo negro produjo el milagro del gypsy swing, luminosamente encarnado en el Quinteto del Hot Club de Francia. Por su parte, la producción del argentino carece de una adscripción tan clara, aunque no hay dudas de que Django contribuyó a definir el costado más jazzístico de Alemán y de muchos otros intérpretes. Ahora bien, ¿hubo algo de Oscar Alemán en el estilo de Django Reinhardt? Hay demasiados hiatos en esta historia como para responder a esta pregunta.

En todo caso, valga como final melancólico la imagen de ambos guitarristas trenzados en alguna jam session de París, o en el carromato del gitano, tocando para ellos, sin que el mundo lo sepa. Aquel fue un carromato con gente sin bandera, sin documentos, sin lógica de mercado. Gente libre como el jazz.


Alemán Básico


Chaco, 1909 - Bs.as. 1980
Guitarrista


Nació en una familia de artistas, su padre era guitarrista en un cuarteto, que también integraban sus hermanos. Comenzó a tocar de manera profesional hacia 1926 en clubes y locales nocturnos, donde llegó a actuar junto a Gardel. Josephine Baker lo convierte en su compañero. Luego, conoce a Louis Armstrong y Duke Ellington. Con Django Reinhardt compartió admiración y presentaciones en el Hot Club de París. Murió en Buenos Aires.

0 comentarios: