La madurez en estado incandescente
Con una performance demoledora, la banda estadounidense liderada por Black Francis celebró los 20 años de Doolittle, su disco más recordado. La ocasión era propicia para la nostalgia, pero los Pixies mostraron una energía y una solidez que cautivaron a propios y extraños.
Por Cristián Elena
Desde Frankfurt
En los albores de la era cristiana el emperador Vespasiano sentenció que “el dinero no apesta”, para justificar lo inocuo de los ingresos provenientes del impuesto sobre las letrinas públicas de Roma. Más cerca en el tiempo, Frank Zappa tradujo el idealismo rockero de fines de los ’60 como “sólo lo hacemos por el dinero”. Los mismos Sex Pistols dieron testimonio de sinceridad (e irrelevancia artística) titulando “El sucio lucro” su olvidable gira-retorno de la década pasada...
Como se ve, sobran los anclajes para someter al jueguito del sarcasmo a una banda que hace 18 años no edita material nuevo y anuncia una nueva gira con la excusa del –¡uf!– vigésimo aniversario de su álbum más recordado. Pero hablamos de los Pixies, un grupo de músicos que ha manejado su trayectoria según sus (a veces muy malos) humores, y está claro que a Black Francis (en su carrara en como solista Frank Black) , creador y alma mater del cuarteto de Boston, no le importa mucho el qué dirán. Sin embargo: ¿cómo hace un puñado de cuarentones para salir a la ruta con las canciones de siempre y rebatir los argumentos de los cínicos en estado de alerta? ¿Cómo festejar dignamente la mayoría de edad de Doolittle, un álbum que trajo más fama y dinero a bandas citándolo que a sus propios autores? En Frankfurt, la única estación alemana de su breve gira europea, dieron una respuesta a esos interrogantes con una performance demoledora, que dejó boquiabiertos a propios (fans de la primera hora) y extraños.
Apelar a lo imprevisto puede ser una estrategia válida para tonificar la esencia de una banda achacosa tras años de ruta y choques de egos; Pixies, habiendo construido parte de su fama como apóstoles de la electricidad, lo probaron en 2005 con un aclamado show acústico en el prestigioso Newport Folk Festival (ahí, donde a Bob Dylan le adosaran el mote de Judas por enchufar una guitarra eléctrica años ha). En 2009 la palabra clave parece ser concepto. Sí, concepto como “álbum conceptual”, parte de un léxico más afín al rock progresivo que a cierta ética indie que los mismos Pixies ayudaron a construir.
Así, con estricta puntualidad, un clip con fragmentos de “Un perro andaluz” de Buñuel (el surrealismo ha sido tema recurrente en los textos de Black Francis), proyectado sobre la enorme cortina de video al fondo del escenario, puso la curiosidad del público en estado de alerta, mientras una música incidental digna de los NIN más oscuros y la máquina de humo hacían lo suyo. A continuación no aparecieron seres enfundados en capas de satén ni los escarceos iniciales de una intrincada suite en 7/8, sino Francis (voz/guitarra), Kim Deal (bajo/voz), Joey Santiago (guitarra) y David Lovering (batería) arremetiendo con un manojo de lados B de los singles que arrojara el álbum en cuestión. Granadas de noise-pop filoso como navaja, para marcar la cancha e ir al grano de la velada.
Cuando, después de un rato, Kim Deal anunció coquetamente que pasarían al lado 2 (¡el vinilo cotiza en alta!), la audiencia le espetó con tono cómplice que para eso aún faltaba un tema. ¡Y vaya si se justificaba la observación! Nadie debió prescindir entonces del encanto pop de “Here Comes Your Man”, pegado a la cacofonía de guitarras de “Dead”. “La La Love You”, en la voz de Lovering, sigue siendo lo que su título sugiere: el minimalismo hecho declaración de amor... con un guiño. Las coplas (y los acoples) sombrías de “Silver”, servidas con imágenes del desierto de Mojave como guarnición.
Exactamente una hora de reloj duró la relectura de las quince canciones, respetando el orden original. Aun así, cualquier sospecha de tener frente a sí a burócratas del rock marcando tarjeta al subir y al bajar del escenario y encorsetando su repertorio en un concepto, se disipó cada vez que la banda exhibió sus credenciales: la voz de Black Francis oscilando entre la modulación apática y el chillido perturbador, la guitarra de Santiago subiéndose de a ratos al desmadre tímbrico y la dupla Lovering-Deal, haciendo base en el sentido más estricto del término. La tan mentada dinámica loudQUIETloud, cuya paternidad se le suele atribuir a Pixies, hizo que los leds del rutinómetro permanecieran apagados. También en ese sentido, que esas cuatro personas se dispensaran sobre el escenario gestos de simpatía marca qué-bien-lo-estamos-pasando, es una imagen que no acumula muchos registros en los anales del grupo.
Una versión alternativa de “Wave of Mutilation” y la ráfaga punk de “Broken Face”, “Isla de Encanta” y “Vamos” despidieron a una audiencia que no necesitaba más por esa noche y tal vez espere aún con más ansiedad el nuevo álbum con el que Pixies viene amenazando desde hace un tiempo.
Lo que hay para amenizar la espera no es poco: Doolittle revisitado, una retahíla de canciones cuyo encanto no reside en el poder de la nostalgia, sino en su propio brillo y en la energía de una banda que, al igual que un decano del rock argentino, es capaz de conjurar con ellas un tórrido sauna de lava eléctrico.
1 comentarios:
Nunca tocaron Broken face.
Publicar un comentario