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domingo, 18 de octubre de 2009

LEON GIECO Y ANDRES GIMENEZ DE D-MENTE EDITARON UN DISCO JUNTOS



UNA ANIMALADA

La salida del flamante Un León Demente muestra una aleación indestructible entre el folklore y el heavy metal argentino, donde ambos mundos se nutren de sutilezas y fuerza propia. “Cuando escuché por primera vez a Metallica, se me voló la peluca”, sorprende León Gieco. ¿Llega el pogo familiar?

Por Facundo García

¿Hacés pogo, León? “Nunca pude, che, porque desde muy pendejo me subí al escenario y dejé de ser público. ¡Un bajón!”, retruca el aludido. Al costado está Andrés Giménez, ex líder de A.N.I.M.A.L. y actual violero y vocalista de D-Mente. Risas, pilchas negras y una mesa de por medio. Si se pusieran a poguear ahí mismo, romperían todo: la robustez de uno se potenciaría con los hábitos metaleros del otro. Tal vez por eso en vez de darse topetazos optaron por hacer un disco con canciones de Gieco. En versión heavy, claro. Un León Demente toma varios clásicos y los pone a echar humo sobre la parrilla de las distorsiones, en una fiesta de amigos que invita a arrimarse a la fogata rockera.

“Somos de la generación que cambió las drogas por los ravioles del domingo y los tatuajes”, definen entre carcajadas. Con los brazos repletos de color, Andrés ayuda a exponer la teoría inventada por su compañero. Se conocieron hace unos años; Andrés se había copado con Cinco siglos igual y, cuando coincidió en un escenario con León, la cantaron juntos. “Primero fue un concierto en Parque Patricios. Enseguida tocamos con las Madres de Plaza de Mayo en Ferro y de ahí se generó un ida y vuelta”, repasa Giménez. El maestro insiste con el tema morfi, y detalla que ensayaban en una casa de Ituzaingó a la que “daba gusto ir” porque “la madre de él hacía unos bocaditos de orégano tremendos”. Es mediodía, por si hace falta aclararlo.

Pero excusas gastronómicas aparte, lo cierto es que entre el heavy y las creaciones de León hay afinidad. Pensar en nada, El fantasma de Canterville, Yo soy Juan, La mamá de Jimmy, Idolo de los quemados u Hombres de hierro forman parte de Un León Demente y parecen hechas en molde de acero. Así lo entendieron los D-Mente, que con el correr de los meses se convirtieron en la escudería encargada de que el guerrero saliera bien armado a la palestra. Hubo ocasiones en las que sólo movieron pequeños hilos para que los espíritus escondidos en La memoria, Bandidos rurales, Sólo le pido a Dios, De igual a igual, El país de la libertad, o la cumbiera El Angel de la bicicleta cobraran vida propia. Y sobre todo eso, la aleación de folklore y metal, que vuelve a demostrar su eficacia. No porque haya participado del proyecto ningún híbrido entre Ozzy Osbourne y Horacio Guarany (hubiera estado bueno) sino porque el CD tiene experimentos como Canto en la rama, una composición que –pasada por el filtro hard– suena como si hablara la misma Pachamama enfurecida.

METAL PESADO

A fines de los ‘90, Andrés Giménez andaba por Brasil para participar en una grabación de Soulfly, la banda que fundó Max Cavalera tras irse de Sepultura. “Me sorprendió el interés que ellos tenían en el folklore de allá. Max, que fue productor de A.N.I.M.A.L., me preguntó si en mi país había algún rockero de cabeza abierta que estuviera cerca de las músicas tradicionales. Inmediatamente pensé en León, y así es como en 1998 incluimos Cinco siglos igual en el disco Poder latino.”

Al mismo tiempo, distintas versiones de folk metal calentaban parlantes en otros pagos. Orphaned Land y Bilocate testeaban la fusión del heavy con lo oriental. En el norte de Europa, los Finntroll recuperaban la “humppa” –variante finlandesa de la polka– y la mezclaban con el black metal, en una dirección muy similar a la que siguieron los también finlandeses Korpiklaani. El muestrario crecía sin parar, con bicharracos que se alimentaban del sonido de Europa del Este –como los Kultur Shock– y exponentes que encaraban la búsqueda a partir de lo que hay acá.

El agite prendió entre las huestes argentas. En 2005, luego de la disolución de A.N.I.M.A.L. –sigla que significa Acosados Nuestros Indios Murieron Al Luchar–, Andrés formó D-Mente junto a Lisardo Alvarez (primera guitarra), Gula Cocchiararo (bajo) y Marcelo Baraj (batería). Editaron una placa con el nombre de la banda, y más tarde se mandaron con una segunda que llevó el título de Valiente eternidad. Para entonces, el tándem Gieco-Giménez estaba listo para mostrar su poderío.

Uno de los pilares más firmes del equipo tenía que ver con el respeto por la música argentina. “Estoy seguro de que el rock sintoniza con la cultura indígena. Si no, miren la road movie ¿Quién mató a la llamita blanca? (Rodrigo Bellott, 2006). ¡Ahí van a ver cómo se la banca el punk boliviano!”, retoma Gieco. A continuación cita justamente a Canto en la rama, el yaraví norteño con letra de Leda Valladares, “que fue mi maestra cuando en el ‘85 salimos con De Ushuaia a La Quiaca”. Andrés, pelando el carnet de productor algo limado, especifica que en ese track trataron de recuperar giros de la época más trastornada de Hendrix, pero en clave de baguala humahuaqueña. “En vez de usar una caja chayera que llevara el ritmo, metimos un bombo como el que usan las batucadas en Brasil. Además le pusimos efectos, y suena como si el suelo se sacudiera por la caída de granadas”, dice.

En realidad, andar con una pata en la movida nativa y otra en las distintas vertientes eléctricas es un equilibrio que Gieco aprendió desde hace años. “En mi adolescencia yo te tocaba una de los Rolling y ahí nomás una zamba. Tenía un grupo de rock, otro de folklore y aparte era solista”, recuerda. “Te voy a ser sincero: cuando escuché por primera vez a Metallica, se me voló la peluca. Hoy me dan ganas de ir hacia esta generación a la que hay que reconocerle la lucha que encaró a través del metal. Creo que sería interesante ver la posibilidad de hacer un próximo laburo con canciones nuevas.”

¿Vendrán? Los entrevistados avisan que probar la receta puede traer consecuencias. Sobre todo porque cuando se presentan en vivo, la energía de la gente provoca un huracán impredecible. Basta como muestra la actuación de este año en Cosquín, adonde se unieron León, los D-Mente y Mundo Alas. “Los que hayan estado se acordarán de la ronda gigante que se hizo cuando largamos con Pensar en nada. Eran unos cuarenta y cinco metros de baile y felicidad, y nosotros nos mirábamos como diciendo ‘estamos todos re locos’”, engancha Andrés.

Aseguran que en los shows hay “personas de entre ocho y ochenta años que pegan saltos de cinco metros”. “¡Hasta se nos cayó una jovata! ¡No sabés el tortazo que se pegó!”, se enternecen. El palo fue hace unos días. La gente se había enfervorizado y una señora poco acostumbrada a esas lides rodó de culo. “La fui a saludar para ver cómo estaba y le pregunté: ‘Señora, ¿qué pasó?’. Me respondió: ‘No importa, nene, está perfecto. Esto es así’”, cuenta León. Andrés completa: “Esta vez no tengo que cantar y tocar, como de costumbre. Sólo estoy con la guitarra, y puedo concentrarme en otras cosas que suceden arriba y abajo del escenario. Veo a varias generaciones disfrutando a la par, una situación que es muy difícil de conseguir”. Señoras y señores, bienvenidos a la era del pogo familiar.

CANTO PLANETARIO

Hay quien piensa que los años ablandan el espíritu. Sin embargo, Un León Demente deja ese mito patas arriba. Para un consagrado que supo renovar público sin sacrificar admiradores, meterse con un género tan espinoso era un riesgo. Y fue prueba superada, porque la grabación y la mezcla se completaron en sólo dos semanas, en medio de un clima tan íntimo como potente. “En Estados Unidos –donde hay más guita– se podría haber hecho en sesenta días. Pero había que sacar estas canciones para plasmar la adrenalina que sentíamos, como también era fundamental demostrar que este cruce tiene un resto que hay que seguir investigando –revela Giménez, feliz con los resultados–. La meta era llegar a una oreja acostumbrada al sonido fuerte, sin perder la oportunidad de comunicarse con aquellos que disfrutan la veta más tranquila de León.”

El viejo zorro escucha y hace brillar sus ojos. “Je, el problema es que me agarraba la vena de Charly, que hace tocar a una orquesta sinfónica y pasa todo eso por un equipo de cinco pesos. Me iba un poco de mambo, y por suerte Andrés encontró las medidas justas de punkismo. Es un muy buen productor, y me daba la sensación de que todas las propuestas que me hacía a nivel sonido eran adecuadas”, admite. Se sabe, al de Cañada Rosquín no le gusta quedarse en un mismo lugar. “Me cabe moverme –comenta–. De hecho estoy preparando un show íntimo interactivo, en el que voy a salir con una computadora al escenario, como hizo James Taylor en un DVD que sacó últimamente.”

Para entender esta versión tecnológica-metal del cantor santafesino es útil imaginar su arte como una mezcla: esta vuelta le agregó un toque de aquella voz áspera que usaba en sus discos iniciales, combinada con las violas podridas y sutilezas de distinta índole que saben preparar los D–Mente. “Vos subís con esta banda y te metés en una dinámica que te va llevando –remata León–. Tal es así que a veces yo me ponía medio Iorio, me transformaba, y nos cagábamos de risa. Cuando tus colegas suenan así, te obligan a cantar de otra forma. Los oigo y me viene al bocho lo que pensaba Leda (Valladares), que creía que los herederos de la baguala, ese canto planetario y delirante, iban a ser los rockeros.”

SOBRE LA LEY DE MEDIOS

"Un tipo aprieta un boton dengue y todos hablamos de eso"

Aunque aún no la leyó entera, Gieco opina que la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que acaba de aprobar el Congreso va a ser positiva. “El solo hecho de habernos sacado de encima la norma que nos habían impuesto los militares ya suma. Por otro lado, si uno observa con detenimiento, nota que ha habido un desequilibrio. Ni Bush permitió una concentración tan marcada de los medios. ¿Qué es eso, loco? ¿Adónde quieren llegar?”, se queja. El cantautor que fuera calificado por Spinetta como “el periodista del rock” distingue entre informar y manipular. “Que haya un medio con cientos de licencias en el interior no es ‘dar noticias’ –señala–. En ese aspecto, me parece bien que se ponga un freno. Después seguramente habrá detalles que se irán mejorando. Hay que hacer el intento de que no siga creciendo ese sistema en el que un tipo aprieta el botón ‘dengue’ y todo el país habla exclusivamente de eso hasta que a ese señor se le ocurre que fue suficiente.”

EL AURA DE MERCEDES SOSA

“Una vez, en Alemania, se hizo un recital de Constantin Becker, Joan Baez y Mercedes Sosa. Tocaron los primeros dos y hubo un intervalo. Yo estaba sentado en la platea –me daba ese lujo porque ahí no me juna nadie– y empecé a escuchar una especie de siseo, un murmullo. Era Mercedes que salía del camarín. En ese instante me avivé de que ella tenía un aura que se expandía alrededor. Nadie anunció que estaba saliendo, y no obstante no quedó ni uno que no girara la cabeza para ver quién estaba ahí. Era una fuera de serie y la vamos a recordar permanentemente. No creo que vuelva a ver a una artista así. Quizá se la podría comparar con Gardel, pero no, porque el Zorzal tuvo un accidente que le truncó la carrera. Mercedes no. Mercedes no dejó tinta en el tintero, hizo lo que tuvo ganas, a todos los niveles. Nos enseñó a no tenerle miedo a la variedad musical; iba de los Illya Kuryaki en Ferro hasta un súper teatro con Pavarotti. Me queda el orgullo de haber sido de su círculo íntimo y la casualidad de haber estado en Tucumán junto a Mundo Alas en el momento en que falleció. No sabía si salir a cantar, estaba mal, pero los tucumanos vinieron al hotel e insistieron para que le hiciéramos el homenaje ahí, donde ella había nacido. Nunca me voy a olvidar de esa noche.”

METAL, CÁTEDRA GIECO

"Calentar la sangre"

Según Andrés Giménez, hay que anotar a Gieco entre los metaleros de pura cepa. “Hace poco –rememora– íbamos a presentarnos en Hurlingham, en una sala donde cabían unos trescientos o cuatrocientos monos. Como el escenario era chico, habíamos bajado el volumen para que cuando llegara el troesma se escuchara en primer plano. De repente él se dio vuelta y nos reclamó: ‘¿Qué hicieron? ¡Suban, papá, que esto es rocanrol!’”

Según León, la clave está en la energía. “Es como cortar hierba con la mano o talar un árbol con el hacha. Para agarrar un hacha, tenés que hacer todo un movimiento. Ojo, no estoy diciendo que una actividad sea superior a la otra. Es diferente la fuerza que aplicás”, compara León. Claro que para que una banda suene en serio, todos tienen que calentar su sangre. “Hay que sentir la vibración en todo el cuerpo. Así que últimamente estoy viendo qué pasa si enchufo mi guitarra acústica a un equipo eléctrico, como el que usan ellos”, explica.

Aunque adora lo acústico, el padre de tantos himnos populares nunca les escapó a los riffs. “Son caminos –revela–. Reconozco que a mí me inspiró Keith Richards, que venía reventado con los Stones y de pronto se largó a cantar canciones solistas con unos coros onda Crosby, Stills, Nash & Young que te dejaban pasmado. Otro que me motivó mucho –e hizo el viaje inverso a Richards– fue Neil Young. Curtía una voz delicada y junto a su banda, los Crazy Horse –unos desquiciados–, empezó a virar a lo más salvaje. Tanto, que cuando lo vi en Buenos Aires puso un incienso para no sé qué cuestión espiritual y sobre el pucho se metió con una faceta súper pesada. Me encantó.”

BAILANTA O AURICULARES

Andrés es el arengador oficial de los conciertos. Su partenaire sostiene que “la forma de gritar que tiene el flaco es única”, porque “entusiasma a la gente de una manera que me hace acordar a los locutores que tienen los cuartetos para meterles clima a las bailantas”. Gieco se transporta a la vez que pasó por Córdoba con Gustavo Santaolalla, durante la grabación de De Ushuaia a La Quiaca. “Uy, no sabés lo que era. Si tocaba sólo el Cuarteto Leo, nadie bailaba. Si venía con el locutor, se armaba una joda de aquéllas. Mirá lo que te estoy diciendo. ¡Que Andrés me hace acordar al locutor del Cuarteto Leo!”, se divierte. Más allá de la experiencia en vivo, los amigos aconsejan escuchar el CD con auriculares. “Es un trabajo para recorrer con cuidado. Tiene mil efectos y conceptos que fuimos elaborando para entretener al que tiene ganas de oír con atención”, prometen. Una experiencia intermedia sería combinar la bailanta con auriculares, aunque, ejem... mejor dejarlo para la próxima.

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