Rubén Juárez: El renovador incansable
Innovador, siempre. Hace rato que se sabe que es mentira que 20 años no es nada. Y 40, ni hablar. Pero si hay algo que a Rubén Juárez lo marcó a través de su trayectoria de algo más de cuatro décadas, fue el sello indeleble de renovador incansable. E indomable.
Pura coherencia. No por esas cosas de que “Todo el que se acaba de ir fue el mejor”, sino como conclusión de repasar su historia, en dichos y hechos. “Aunque pudiera parecer contradictorio, no lo soy. Me gusta el tango con la simplicidad de antes, pero hecho a la moderna. Creo que es necesario renovarlo en su totalidad”, decía, en octubre del ‘69. Hacía poco que el muchacho había atravesado por primera vez el umbral del mítico boliche Caño 14. Pero ya se había ganado la aprobación de Aníbal Troilo, y el honor de reemplazar a Roberto Goyeneche, cuando el Polaco faltaba, con o sin aviso.
De pronto, el bandoneón y la voz del pibe de Sarandí -que había visto crecer su pasión por el tango, tanto como la que cultivaba por Racing- se había hecho un lugar al lado de dos autoridades del género. Atrás quedaba una larga lista de trabajos temporarios. Cobrador, secretario, vendedor de libros, canillita por adopción y cadete. De esto trabajaba cuando la muerte de su admirado Julio Sosa lo decidió a elegir el camino del tango.
En algún depósito de la memoria archivó las pretensiones rockeras que, con el seudónimo de Jimmy Williams, había exhibido en The Black Coats primero, y luego en Los Tammys, más adelante Los Telestars. En cambio, Juárez comenzó a conjugar en presente las clases de bandoneón que a los seis años le daba Domingo Fava, y sus actuaciones en pantalón corto como parte de la Orquesta Típica del Club Atlético Independiente.
De Caño 14 a los Sábados circulares , a su primera gira por Latinoamérica y a su debut discográfico, el salto fue casi inmediato. Y en esa secuencia, Mi bandoneón y yo , con arreglos orquestales de Carlos García, inició una saga que llegó a 16 discos propios, más los simples y otras colaboraciones.
Los ‘70 pasaron al ritmo de casi un LP por año. Al lado de Leopoldo Federico, Roberto Grela, Armando Pontier y, sobre todo, de Raúl Garello, Juárez iba imprimiendo en vinilo un repertorio que combinaba tradición con curiosidad, con intención de ir más allá de lo conocido. ”No podemos dejar de reflejar una época como la actual, con renovadas formas de vivir. Hay que hacerlo y tratar de imponer nuevos temas”, sostenía el tanguero, recién llegado de París, donde había hecho contacto con Astor Piazzolla y Horacio Ferrer.
Mientras, sumaba obra propia a su repertorio: Mi bandoneón y yo , Candombe en negro y plata , Qué tango hay que cantar , y sigue la lista. En esa dirección es que, en los nuevos tiempos de la Argentina, Juárez subió la apuesta, se corrió por un rato de Malevaje , Uno , Cambalache , Pasional y otros clásicos que habían jalonado su repertorio hasta entonces, para editar Piedra libre , con producción de Litto Nebbia, con Juan Carlos Baglietto y Piero como invitados.
Poco después, en 1987, De aquí en más abrió un paréntesis discográfico de 15 años. Recreo que no interrumpió su recorrido por los escenarios del país y del exterior, y durante el cual el cine le hizo una invitación que aceptó de buen grado. Al mismo tiempo, junto a su esposa, Silvia y sus hijos, tomaba la decisión de cambiar de aire.
Así, en 2002, el hombre que 55 años antes había nacido en la localidad cordobesa de Ballesteros, regresaba a su provincia para quedarse. ”Yo viví todo lo que tenía que vivir en Buenos Aires. Ahora, simplemente vengo, hago lo mío, y me vuelvo”, diría un par de años más tarde, cuando su música ya había vuelto a ser disco.
En ese ida y vuelta, la lista de músicos con quienes compartió estudios y escenarios se enriquecía paso a paso con nombres como Gustavo Beytelman, Osvaldo Berlingieri, Mercedes Sosa, Juanjo Domínguez, Maximiliano Guerra, Pedro Aznar y Enrique Morente, mientras su figura de cantor y bandoneonista seguía evolucionando, apoyado en el sexteto de lujo comandado por Cristian Zárate.
Hace dos años, la noticia de que en su cuerpo nacía un cáncer de próstata lo puso en guardia. Juárez ya había conocido la parte de adentro de los hospitales, cuando un par de años antes se había operado por su obesidad. Pero esta vez era distinto. Le puso garra a la quimioterapia, pero no alcanzó. La enfermedad avanzó, y se extendió a sus huesos.
El viernes, una descompensación lo obligó a cubrir el trayecto entre Villa Carlos Paz y Buenos Aires en ambulancia, para internarse en el Sanatorio Güemes, donde falleció ayer a la mañana, acompado, como siempre, por su esposa, sus hijos y sus amigos.
Anibal Troilo, un padrino de lujo
Era 1969, y Juárez había grabado el tango Para vos, canilla. “El Gordo me escuchó por radio, y dijo que me quería conocer. ¡Yo tenía 21 años! ¡Me quería matar! Fui a verlo a una grabación. Estaba en el break -ellos, por obligación del sindicato, tienen 15 minutos para tomarse un café-, y me llama. ‘Venga -me dice-, ¿así que usted es el famoso Rubén Juárez’ ¡El famoso Rubén Juárez! Recién salía mi disquito. Le digo: ‘Mucho gusto, maestro’. Me dice: ‘Ahora, ya que no va a ser cantor de mi orquesta, ¿le puedo pedir algo?’ Le digo: ‘Sí’. ‘Quiero ser su padrino’, me dijo. Y me prestó el fueye. Agarré y canté Che, bandoneón. Me besó en la frente, y ahí empezó nuestra amistad.”
2 comentarios:
Preciosa despedida para un grande de todos los tiempos. Nunca te olvidaremos Negrito querido. Es muy duro asumirlo, quiero pensar que no es verdad, que simplemente él sigue estando allá aunque no lo vea. Gracias Rubencito por todo lo que nos brindaste, tu amistad, tu bondad, tu arte!!! Jamás te olvidaremos.
Asi es Nora Susana, nunca lo olvidaremos!!!
Gracias por tu visita!!!
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