El regreso de la aplanadora sensible
El dúo conformado por Ricardo Mollo y Diego Arnedo trasladó el concierto que hiciera en Tilcara al centro porteño y recuperó su vigencia después de años sin publicar un álbum. Con varios invitados, repasó todo el disco y sus clásicos.
Por Mario Yannoulas
Un solo de batería. La Ludwig blanca crujía delante de Catriel Ciavarella, con su estilo ’70, tributario de John Bonham, desde el minuto cero del recital de Divididos. Así empezaba la historia: Ricardo Mollo y Diego Arnedo recorrían el escenario agitando los brazos ante el público que semanas antes había agotado las localidades del Luna Park. Esta cita, que obligó a agregar dos más en el templo del box (la de ayer y la del primer sábado de julio), tenía como excusa la presentación de Amapola del 66, última entrega de estudio del trío, la primera después de ocho años. Pero lo que podía ser sólo un pretexto se transformó en el corazón del show del miércoles, el hilo conductor de las tres horas exactas que vieron al estadio repleto. Como para reafirmar la idea, en el fondo del escenario giraban las aspas de un molino como el que aparece en la portada del esperado álbum.
El del miércoles era el debut porteño de la placa. La presentación originaria había tenido lugar en Tilcara, Jujuy, con un show prácticamente idéntico –en la música, no en la escenografía, claro– y en concordancia con ciertas temáticas de Amapola del 66 que no son nuevas en el grupo: la presencia del folklore y la identidad de los pueblos originarios latinoamericanos. Hace diez años, en el mismo Luna Park, Divididos daba paso a una nueva etapa con la presentación de Narigón del siglo y una era más cancionera, melódica, menos power trío y con Mollo cada vez más preocupado por la técnica vocal. El transcurso de la noche del miércoles confirmó la vigencia de ese espíritu.
El minisolo de Ciavarella tuvo su desenlace lógico. “El arriero” desplegó una síntesis de todo lo que estaría por venir: folklore procesado por el sonido del rock, y viceversa. “Buscando un ángel”, “Hombre en U”, “Mantecoso” y “Muerto a laburar” entregaron un primer bloque prepotente, apretado, con un público que cantaba como si se tratara de temas viejos. Era el verdadero regreso a Buenos Aires de un grupo que parecía haber empezado a convertirse en una banda tributo de sí misma. Le faltaba esto: ponerse a prueba a sí mismo a través de nuevas creaciones. Esta vez, el material nuevo cayó como avalancha, y el primer bloque le devolvió a Divididos su categoría de banda realmente viva. “Después de ocho años... no pasó nada”, dijo el guitarrista y cantante. Hasta acá, la habitual Aplanadora.
Llegaron las sillas para Mollo y Arnedo. Empezó entonces uno de esos segmentos calmos que imaginan un público receptivo, y lo encuentran. La segunda cita a Yupanqui inauguró el set: “Vientito del Tucumán”. Después de “Par mil”, Mollo invitó a Micaela Chauque a tocar el siku. “Nos viene acompañando desde Tilcara y estaba intrigada por ver cómo eran ustedes”, jugó el cantante y guitarrista. Al mando de una criolla, Arnedo cantó “Avanzando retroceden” con sentimiento, quizás en la primera vez que se lo vea serio entonando algo. Juan Saavedra y Sandra Farías se sumaron a la chacarera “La flor azul” y “Qué ves”, con bombo legüero, danza y Peteco Carabajal en el violín.
Quena, criolla, charango, bajo y Arnedo en el legüero formaron “Guanuqueando”, del fallecido humahuaqueño Ricardo Vilca, interpretada por su última banda. Con temas del nuevo disco intercalados (“Boyar nocturno”, “Senderos”, “Caminando”) y excelentes puestas de luces prosiguió la reivindicación de los pueblos originarios. Después de “Cristóforo Cacarnú”, Rubén Patagonia protagonizó el inapelable clímax de la noche al ponerle voz a “Indio deja el mezcal” en una interpretación conmovedora y electrizante. Chauque le regaló coplas al público apoyada en el ritmo de su caja andina, y al sumarse el erke de Fortunato Ramos, descubrieron una versión alegre –lo más posible– de “Mañana en el Abasto”. Los músicos invitados, ajenos al mundo del rock, sintonizaron perfectamente con el formato.
Luego de “Todos” –mención inevitable a la tragedia de los alumnos del colegio Ecos– y “El perro funk”, “Sucio y desprolijo”, de Pappo’s Blues, inició el cierre ro-ckero propiamente dicho, tal vez en una versión, paradójicamente, demasiado prolija. “De ahora en más, un poco de rock and roll, que no viene mal, ¿no?”, bromeó Arnedo respecto de su propia lista de temas. Tanda de clásicos, entonces: “Rasputín”, “Ala delta” (Mollo tocó la guitarra ¡con un demo en CDR que le tiraron!), “El 38”. “Cuando tenía 13 años, o sea, hace una bocha, la película Woodstock me impactó mucho. Me tomaba el San Martín para verla una y otra vez, y había una parte que era de mis favoritas: la de Joe Cocker cantando ‘Con una pequeña ayuda de mis amigos’, de Los Beatles. Así que voy a convocar a unos amigos para que nos ayuden a tocar esta canción”, anticipó el cantante. El histórico Ciro Fogliatta de Los Gatos en Hammond, e Isabel de Sebastián, Fabiana Cantilo y Claudia Puyó en coros ayudaron a cantar una amable nueva versión de aquel tema.
“Gracias por fumarse el disco entero acá”, agradecieron y le dedicaron “Amapola del 66” a Gustavo Cerati, canción que terminó con gran parte de los invitados golpeando bombos legüeros sin amplificación sobre el escenario. De bonus track, comandados por la dosis extra de energía que aporta Ciavarella, un segundo tema de Sumo: “Nextweek”, diluido en una zapada hendrixiana entre el baterista y Arnedo, como corolario de tres horas clavadas de show ecléctico, impecable desde el punto de vista técnico, repleto de texturas, sonidos y códigos de algunas de las diferentes culturas que habitan la Argentina. Suele pasar que una banda de Buenos Aires lleve su show a las diferentes provincias. Esta vez, un concierto pensado para el noroeste argentino se trasladó a la Capital.
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