TERESA PARODI EN LA TRASTIENDA
Por Karina Micheletto
Con “Pedro canoero”, o “Apurate José”, o más acá en el tiempo, con nuevos himnos como “La canción es urgente” o “Esa musiquita”, Teresa Parodi hubiese cumplido –si de cumplir se trata– con un lugar propio, singular, dentro de la música popular argentina. El lugar de una gran pintora de paisajes humanos, y también de una cronista de los tiempos, con éxitos inicialmente ligados a la región del Litoral. El camino elegido en su nuevo disco, Corazón de pájaro, editado a fines del año pasado, la sitúa como una intérprete de espesor diferencial. Ese paso dado hacia su faceta de cantora –en comunión con la de compositora, porque sería imposible desdoblarlas– es el que conmueve especialmente en este nuevo trabajo. En la presentación en vivo, el efecto es exponencial.
Las posibilidades de Atahualpa Yupanqui, tan aludido como escasamente interpretado últimamente. La profundidad de María Elena Walsh. El aire de vidala de un tema de Jorge Drexler, o las nuevas formas de una camada de artistas como Ana Prada. La soledad del niño que fue Armando Tejada Gómez. Y también los paisajes humanos que quedan prendidos con esas canciones que dejan huella a la primera escucha, como quedó demostrado en “Tarumba”, “Paloma, palomita” o “Para toda la vida”, canciones nuevas que ya tuvieron su coro de acompañamiento entre el público. Eso es lo que se pudo escuchar el sábado pasado en la presentación oficial de Corazón de pájaro en La Trastienda, en una noche tan lluviosa y fría afuera como fervorosa puertas adentro de la sala.
No estuvo sola Teresa Parodi a la hora de mostrar lo propio: la acompañaron invitados como María de los Angeles Ledesma, Ana Prada, Marián Farías Gómez y el dúo Tilín Orozco y Fernando Barrientos. Los invitados mostraron temas propios, con y sin Parodi. Una forma de abrir espacios, ceder protagonismos, y también de pasar la posta, que habla de una concepción de la música y del trabajo del músico. Tampoco estuvo sola la correntina en los temas en que cantó sin invitados: una banda integrada por el guitarrista Ramón Córdoba, Lucas Homer en bajo, Fernando Correa en acordeón y Facundo Guevara en percusión creó y reforzó todos los climas propuestos por el repertorio.
Y si, en comparación con trabajos inmediatamente anteriores como Pequeñas revoluciones y Soy feliz, toma un rumbo más rico en su austeridad, en ciertos momentos del vivo Parodi y esta banda profundizan esa austera exquisitez. Así suena en la belleza de la zamba “Me gusta Jujuy cuando llueve” o de la “Oración del remanso”, de Jorge Fandermole. Y en la voz y la profundidad interpretativa de Parodi se expande su universo: Suena un Yupanqui que es posible redescubrir en “Tú que puedes, vuélvete”, que la cantautora dedica a su padre. Suena Armando Tejada Gómez y una tristeza infinita de su poema “Primera soledad”, matizada en la presentación por la ternura de una anécdota doméstica.
Con María de los Angeles Ledesma, Parodi presenta “Flor de mburucuyá”; con Ana Prada dos temas de autoría de la uruguaya (“Adiós” y “Tierra adentro”), con Orozco-Barrientos otros dos temas de los mendocinos (“Caminito” y “Celador de sueños”). Con Marián Farías Gómez el clima se eleva en ese dúo de mujeres que ponen una fuerza especial a Yupanqui: “La añera” y “Piedra y camino”, y al final Farías Gómez se despacha –“como no podía ser de otra manera”, según aclara– con una chacarera, “La carbonera”, de Los Hermanos Abalos.
Con los coros de “Tarumba” –“ningún niño nace feo, ni nace malo”–, o de “Para toda la vida” –“No te olvides de mí, no me olvides”–, el clima queda instalado, con esa forma de la alegría del canto compartido. Todo está dado para que los bises sean muchos, pero no es posible: en la trasnoche está programado otro show, de Viticus. La sala es desalojada y afuera, bajo una lluvia finita y persistente, los públicos se encuentran, se cotejan, se pisp
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