“La gente que me contrata espera algo diferente de mí”
Es una de las pocas constantes en la cambiante carrera solista del ex Genesis: desde 1980, Rhodes imprime su sonido personal al armado de Gabriel. Ahora, al fin se las arregló para darle impulso a una carrera solista con el disco Bittersweet.
Por Cristian Elena
Hay Lady Gaga para rato y la tendremos hasta en la sopa. Eso es lo que auguran los gurúes de lo que queda de la industria discográfica, repitiendo a quien quiera oírlo que la neoyorquina platinada ha llegado en el momento justo para ocupar el trono de diva narcisista y –ejem– shockeante que Madonna está a punto de dejar vacante. No será ella tampoco el último malabarista del circo pop que se valga de la estridencia visual y retórica para concentrar niveles agobiantes de atención mediática. Tampoco es para alarmarse, pero quien busque algo de equilibrio deberá rascar la superficie. Ahí abajo –por ejemplo– es posible descubrir a artistas que han hecho del segundo plano una disciplina en sí misma, con la dedicación y destreza de los orfebres, al margen de lo efímero de las tendencias y con la autoestima en una especie de equilibrio zen, como para no sucumbir ante la falta de reflectores que echen luz obscenamente sobre su existencia.
Tal es el caso de David Rhodes, condenado a vivir en el reino de las simplificaciones como “el guitarrista de Peter Gabriel”. “Una dulce condena”, diría Rhodes si se le preguntara directamente sobre el tema. La amabilidad encantadora con la que recibe a Página/12 antes de uno de los shows de su gira solista deja vislumbrar esa respuesta posible y hace que –al menos por cortesía– la pregunta pase a mejor vida.
Un momento: ¿gira solista? ¿El tipo que, junto con Tony Levin, acompaña a Gabriel en sus coreografías seudotribales? Sí, pero que también ha estado a su lado para ayudarlo a modelar un sonido a lo largo de décadas, con su guitarra, que por discreta es sabia, y la visión del artista integral para aportar algunos de los matices que mejor le van a la música del ex Genesis. Acaba de aparecer Bittersweet, el primer álbum que lleva su firma, después de 30 años de carrera. Un curioso estado de cosas para el cual ni él mismo tiene una explicación precisa:
–Realmente no lo sé. Creo que lo que pasó fue que yo estaba en una banda y luego empecé a tocar con Peter, lo cual de alguna manera me absorbió. Disfrutaba tocar frente al público sin tener mayor responsabilidad...
–... ni problemas de ego.
–No, tampoco. Bueno, no sé, tal vez mi ego esté creciendo recién ahora (risas). Un poco tarde, pero...
–Su aproximación a la música, ¿tiene que ver con su formación en las artes plásticas?
–Sí, es una influencia. Yo comencé a tocar en la época del surgimiento del punk y ahí también estaba la figura de Brian Eno como “no-músico”. Esa fue mi puerta de acceso: no intentaba ser un instrumentista propiamente dicho, sino hacer un poco de ruido. Y eso es lo que amo: hacer ruido. Creo que los músicos y productores que me contratan esperan de mí algún aporte diferente al de un guitarrista convencional y –además– un sonido interesante.
En la música de Bittersweet se hace evidente la impronta que ha dejado en Rhodes su mentor, pero sería injusto endilgarle un simple acto de mimetismo. Es más: el álbum carece de los momentos soporíferos que opacan en parte a Scratch my back, el proyecto actual de Gabriel.
–¿Podría resumir en una frase lo que han significado para su desarrollo como músico los años junto a Peter Gabriel?
(Piensa.) –Ha sido algo muy divertido. Siempre resulta interesante y es un verdadero placer trabajar con un gran cantante. Es maravilloso... pero también te puede volver loco, eh.
–El trabajo con un artista como él implica ciertos estándares: producciones enormes, con una banda completa y asistentes por doquier. ¿Cómo es esta nueva situación?
–Es algo bastante solitario, sobre todo después del show, cuando vuelvo con la guitarra caminando al hotel, sin nadie con quien charlar. Y por la mañana, durante el desayuno, cuando no hay nadie con quien comentar las actividades del día. Por lo demás, me muevo en tren y existe un programa de gira preparado por mi manager en Inglaterra, que miro cada día para saber qué tengo que hacer. Y ahí voy. Es una locura (risas).
–¿Cómo se siente interpretando esta música solo, considerando que en el disco está meticulosamente elaborada?
–La música en el disco es por demás densa, así que trato de simplificar enormemente las cosas. Pero son canciones muy personales, por lo cual interpretarlas es una cuestión catártica para mí y espero que la gente perciba también algo de eso.
Más tarde, el show será una muestra clara de austeridad e interacción entre un músico consigo mismo y la tecnología. Lejos de plantarse sobre las tablas con una acústica y un taburete, apelando al remanido recurso del unplugged, Rhodes se cuelga su guitarra eléctrica y, con la ayuda de un looper (NdR: dispositivo electrónico que permite grabar y reproducir pasajes instrumentales en tiempo real, para luego tocar sobre ellos; recurso conocido en Argentina a través de Jorge Drexler, Martín Buscaglia y Juana Molina, entre otros), lleva el legendario concepto de “hombre orquesta” a una nueva dimensión. Capas de sonidos familiares y de otros no tan fáciles de asociar con las seis cuerdas, se ensamblan en un entramado por momentos sombrío, en el cual la voz cantante (deudora de la del creador de “Biko”) sabe hacerse un lugar, interpretando con entrega total perlitas semidesconocidas como “All I know” o “Down by the river” (“es la canción sobre un suicidio más dulce que he escuchado, me dijo una amiga”, David Rhodes dixit).
–Siendo un artista independiente, ¿cómo se lleva con la idea instalada de que la música disponible en Internet esta ahí “para llevar” sin tener que pagar por ello?
–Es un problema gigantesco, y no tengo idea de cuál puede ser la solución. Sé que la gente puede pensar diferente, pero los artistas necesitan ser recompensados por su trabajo. Porque es un trabajo, pero si haciéndolo no podés pagarte la comida ni el lugar en que vivís, se convierte en un problema. Y no se puede cambiar, entonces sólo queda esperar que tocando en vivo y tal vez vendiendo algo en los shows, las cosas empiecen a tomar forma. Igualmente, nadie sabe bien qué hacer.
Con todo un legajo que se forjó trabajando –aparte de su empleador más frecuente– al lado de colegas como Paul McCartney, Roy Orbison, Robert Plant y Pretenders, no debe ser fácil elegir un momento especialmente memorable. Sin embargo, para David Rhodes esto no implica dilema alguno: “En cuanto a grabaciones, hay dos piezas. Una de ellas es ‘Life’s what you make it’, de Talk Talk, que es una canción genial a la cual creo haberle aportado algo. La otra es ‘Tilt’, de Scott Walker, un álbum muy difícil de escuchar que, sin embargo, contiene una música grandiosa; loca pero fantástica”.
–¿Cómo es el trabajo con un carácter como Scott Walker? ¿Hay algún plan o concepto previo?
–El sí tiene un plan y un concepto. Cuento una anécdota que lo ilustra: yo estaba grabando con un baterista llamado Ian Thomas (Paul McCartney, Eric Clapton, entre otros) y John Giblin (Simple Minds) en el bajo. Scott miraba y en un momento dijo: “Ian y John, quiero que sean como las patas de un cisne chapoteando en el agua”. Luego se dio vuelta y me apuntó a mí para decirme: “Y vos, David, vos sos el cuello y la cabeza”, a lo que respondí “mmhhh...¡OK!” (Risas.) Realmente disfruté mucho el trabajo junto a él.
–¿Escucha algo de música contemporánea, bandas nuevas?
–Realmente no... Déjeme ver si recuerdo a alguien que haya escuchado recientemente y me haya gustado mucho...
Después de media eternidad buscando en los rincones más remotos de sus preferencias, finalmente Rhodes nombra a Tinariwen, la banda de Mali que fusiona música tuareg con elementos de rock and roll, y a Bill Frisell, de quien no podría decirse que sea precisamente un novato en la escena musical. No obstante eso, para el final de la charla, Rhodes tiene una batería de anécdotas sobre sus visitas a la Argentina, como para saciar el hambre de reconocimiento del fan vernáculo:
–¡Oh, sí, tengo recuerdos fantásticos! Pero tendría que pensar... (risas). Hubo cosas muy divertidas. Creo que fue en Córdoba, en el ’93, en una noche sin show: después de cenar en un restaurante, decidimos volver caminando y pasamos por un bar maravilloso, donde había una mesa de metegol. Así que entramos, pedimos unos porrones y nos quedamos jugando un buen rato (risas). Buenos Aires también es siempre un placer y yo amo esa escultura de metal que hay en un parque, que se abre como una flor. No recuerdo la calle, pero la conozco porque una vez salí a correr a eso de las 7 de la mañana y pasé por ahí, donde también me crucé con unos chicos que venían de bailar y estaban bastante puestos (más risas). Realmente muy extraño. Otra cosa que me impresionó es un bellísimo club de rugby por el cual pasamos, ubicado en el medio de la ciudad...
Justamente la palabra “rugby” dispara un arrebato apasionado de Rhodes sobre su deporte favorito. Cita a Hernández, Pichot y Contepomi y cierra su disertación... justo antes de desnudar la total ignorancia del entrevistador sobre el tema. Mejor que la música quede flotando en el aire.
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