El artista sevillano, de 36 años, introdujo el piano como instrumento de la música gitana. Al principio fue resistido. Ahora, ovacionado. A fin de mes viajará por cuarta vez a la Argentina. Dice que su arte "no se cuenta... se siente".
Por: Silvina LamazaresEstán juntos desde hace 12 años, desde aquella primera visita suya a la Argentina. Y en unos días irá por la cuarta, cuando sea una de las figuras más convocantes de la Primera Feria Flamenca en Buenos Aires, que se realizará entre el jueves 29 de este mes y el domingo 2 de mayo (ver Cuatro días...). "Una vez, en un reportaje, hace mucho tiempo, dije que si alguna vez me fuera de Sevilla me iría para allá. Cuando llegué a la ciudad sentí ese vientito en la cara, esa sensación de bienestar, como una señal de los sitios que te reciben bien. Y en ese viaje conocí a María, nos enamoramos y me la robé", cuenta el artista que descubrió a la Argentina a través de uno de sus máximos referentes.
"Un día estaba viendo
Gitano de pura cepa, integra una de las familias de artistas más reconocidas de España. Hermano de los músicos Raimundo y Rafael Amador, Diego debutó sobre un escenario junto a la emblemática banda de ellos, Pata negra: "Yo tenía 8 años, el pelo largo y era todo un espectáculo, porque tocaba la batería en algunos temas, pero no llegaba a los pedales y la gente pedía 'que pongan al niño'. Igual, mi primer instrumento fue la guitarra. Después también toqué el bajo y finalmente me decidí por el piano".
Decisión que le costó la aceptación ajena. "Cuando empecé, iba a los festivales de flamenco buscando un lugar. Llegaba con mi teclado portátil y de muchos me han echado. Más de una vez me he ido llorando a mi casa porque decían que ese instrumento no era flamenco... Y ahora se habla del 'piano flamenco' con una naturalidad que sorprende. Me hace gracia eso, ese esfuerzo por clasificar las cosas. Lo que existe es el flamenco y punto. Y el flamenco no se explica, no se cuenta... se siente. El público lo puede captar viendo al artista cantando, bailando, tocando. Siempre he dicho que si quieren que hable de lo que hago que me pongan un piano", aclara el español, nacido en el gitano barrio de Las tres mil viviendas.
Considerado uno de los rupturistas más atrevidos del género, reconoce que no entiende "cuando por ahí dicen que hago música fusión o algo así. El flamenco que yo hago es puro, aunque es cierto que he estirado los límites y me muevo también con la música contemporánea. Pero la falta de conocimiento de algunos hace que lo que no se puede encasillar sea visto como 'diferente'. Por la familia en la que me he criado, por la música que he escuchado, no creo que sea menos puro que otro que haga flamenco tradicional con la corbata puesta".
Padre de Diego (ver El otro Churri) y de María -la niña que sueña con las princesas de Disney y quiere ser astronauta-, a los 36 años siente que "la vida del músico es dura y más cuando quieres hacer la música que te gusta y no la que pretende el mercado. Pero he encontrado recompensas: no me he traicionado, puedo vivir de esto y me considero un privilegiado... Me siento libre y si bien no soy popular, soy reconocido por el público y respetado por los músicos".
Criado en una familia humilde, sus hermanos mayores le hicieron escuchar algunos acordes de jazz y blues cuando su camino inequívoco lo llevaba hacia el flamenco. "A mí me marcó mucho la música de Miles Davis, que era lo que ellos llevaban a casa. Pero luego descubrí a Jaco Pastorius y a Chick Corea. Y así, en vez de tocar en la guitarra los temas tradicionales españoles, empecé por las canciones de Bill Evans y Duke Ellington, que me gustaban, me inspiraban y me ayudaron a encontrarme. Tanto, que en un momento creía que me estaba olvidando del flamenco... pero eso era lo que yo creía, porque en realidad nunca me olvidé de él, sino que lo enriquecí o eso intenté".
De aquellos tiempos, con poco más de 10 años, cuando descubrió el jazz como musa inspiradora, recuerda los esfuerzos que hizo para comprar sus primeros discos: "Mis padres vendían ropa en el mercado, yo los ayudaba todo el día, y ellos me daban lo que podían porque éramos ocho hermanos. Capaz estaba meses y meses ahorrando para poder comprar un disco, pero cuando lo tenía lo escuchaba todo el día". Su primer sueldo como músico lo cobró integrando la compañía de La Susi -artista española-, con 13 años. "Cobré como 15 mil pesetas, que hoy podrían ser poco menos de 100 euros, muy bien para un comienzo", se sincera, agradecido.
No olvida Diego Amador. Ni a quienes lo formaron, ni a quienes lo ayudaron, ni tampoco -aunque sin resentimiento- a aquellos que lo echaban de los festivales por tocar el teclado. Qué dirán ahora cuando sus finos dedos largos parecen robarle al piano sonidos de clásicas guitarras flamencas. Magia que, como su música, no se explica.
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